The Peking University-Lincoln Institute Center for Urban Development and Land Policy (PLC) was founded jointly by Peking University (PKU) and Lincoln Institute of Land Policy in 2007. Located on the campus of PKU in Beijing, the PLC is a research and educational institution and a policy think-tank. The PLC brings together scholars in related fields from China and abroad to carry out comprehensive, interdisciplinary, data-based empirical analysis and policy research.
The PLC is now accepting applications for two two-year postdoctoral fellow positions. The application deadline is November 15, 2019.
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November 15, 2019 at 11:59 PM
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Keywords
Conservation, Environment, Housing, Land Use, Public Finance, Public Policy, Urban Development
Reflexión
Atravesar antes de transeccionar
Por Anuradha Mathur, July 31, 2019
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Ian McHarg me introdujo a la transección ecológica. Me situó de una forma única en la tierra donde hacía poco había llegado como estudiante desde la India, a 12.000 kilómetros de distancia. No solo estaba en Filadelfia; estaba en una línea dibujada desde los montes Apalaches que pasaba por la meseta Piedmont y llegaba a la llanura costera y el Océano Atlántico. La transección me resultaba familiar, ya que había aprendido acerca de la Sección del Valle de Patrick Geddes, a partir de su trabajo en la India en la década de 1910. Según sus palabras, era “esa pendiente general desde la montaña hasta el valle que encontramos en todas partes del mundo”.1
Sin embargo, la transección no solo me situaba; también ofrecía un punto en común a los estudiantes de mi clase, que provenían de cinco continentes distintos. Cultivaba una visión del paisaje que llevaríamos a todas partes. Para muchos de nosotros, era como estar de nuevo en nuestros hogares.
Cada semana, llegábamos a un punto en la transección: las minas de carbón cerca de Scranton, el campo de rocas en la zona de Pocono, los bosques del Wissahickon, los prados cerca de Valley Forge, las cascadas de Manayunk, los lodazales y canales de Pine Barrens y las dunas en la costa de Jersey. Cavábamos fosas en el suelo, identificábamos vegetación, buscábamos pistas acerca de qué había sobre la superficie terrestre y debajo de esta, y en nuestras notas de campo armábamos el rompecabezas de la historia seccional de la tierra. En el taller, trabajábamos en grupos y nos familiarizábamos con sitios particulares de la transección. Cada uno de ellos era un área de 65 kilómetros cuadrados, representada por un mapa topográfico en el que identificábamos distintos suelos, vegetación, usos del suelo, laderas y geología. Resaltábamos las líneas de arroyos, terrenos anegables, humedales y acuíferos, y construíamos distinciones evidentes entre rasgos que pertenecían al suelo y los que pertenecían al agua. Si bien los mapas de base eran los mismos todos los años, usábamos una escala de 1 centímetro por 60 metros (1 pulgada por 500 pies) y nos enorgullecíamos de elegir nuestra paleta de colores, que se extendía en gradientes sutiles de verde, azul y marrón, tal vez en un intento por disolver los límites impuestos por el mapa, que no se correspondían con nuestra experiencia en el campo. Pero era inevitable que la transección en el campo retrocediera hasta ser un recuerdo distante, a medida que el mapa se convertía en el sitio principal de análisis y diseño. Después de todo, permitía hacer capas con la información de múltiples disciplinas sobre la misma superficie geográfica. Como estudiantes de diseño y planificación, nuestra tarea era responder al mapa. Esta fue nuestra experiencia en el taller 501 en la Universidad de Pensilvania en 1989, el taller de paisajismo fundamental iniciado por Ian McHarg y Narendra Juneja en uno de sus últimos años.
Diez años más tarde, me tocó enseñar el taller de paisajismo fundamental.2 No llevaba a los alumnos a la transección de mis días como estudiante, sino a un lugar a partir del cual pudieran construir su propia transección. Llevaban cintas métricas, hilo, niveles improvisados, lápices, papel periódico, fichas y tiza. No llevaban mapas para orientarse, solo las páginas en blanco de sus cuadernos de bocetos, para empezar a negociar un terreno desconocido. Yo los alentaba a caminar, no tanto para que encontraran el camino, sino para que hicieran el propio. Algunos se abrían camino entre arroyo y cresta, otros entre bosque y restos industriales, y otros tantos entre humedales y corredores de infraestructura. Al igual que los supervisores de caminos frente a los ejércitos, a cargo de mapear territorios desconocidos, triangulaban entre puntos y los conectaban con líneas de vista y medición. Aprendían a prestar atención a los puntos que seleccionaban. Algunos eran fijos; otros, efímeros. También aprendían a valorar las líneas que los conectaban, y prestaban particular atención a la línea entre tierra y agua. Esta línea estaba colmada de controversia. Se sabía que cambiaba todos los días y todas las estaciones; pero en una tierra de colonos, también cambiaba a discreción. Aprendían a valorar la humedad en todas partes (en el suelo, el aire, las plantas, las rocas, las criaturas), en vez de aceptar la presencia del agua tal como se indicaba en los mapas. El terreno no se agotaba con una sola caminata. Cada vez, se caminaba de un modo diferente. Luego de triangular, los alumnos esbozaban, seccionaban y fotografiaban con ojos y oídos sintonizados en la medición y el movimiento, el material y el horizonte, la continuidad y la ruptura. Habían aprendido a ver cómo se disolvían estas distinciones y fronteras, y ahora empezaban a articular nuevas relaciones y límites.
Los alumnos aprendían qué se necesitaba para hacer un mapa. También aprendían qué se necesitaba para armar una transección. Se necesitaba atravesar. Atravesar es el acto de viajar por un terreno con el objetivo de registrar descubrimientos y también imponer una nueva imaginación. En este sentido, ya diseñaban mientras armaban una transección. El diseño estaba en los ojos con los que veían, las piernas con las que caminaban, las decisiones que tomaban, los instrumentos con los que medían. Aprendían lo que Geddes y McHarg sabían muy bien: que el paisaje y el diseño emergen en simultáneo en el acto de atravesar para armar una transección.
El trabajo en las paredes y los escritorios de los alumnos suscitaba una sonrisa y una fuerte inhalación, características de McHarg cada vez que entraba en mi taller 501, con las cuales expresaba un aprecio por las secciones y triangulaciones que se bocetaban en grafito, los montajes fotográficos que se armaban y los moldes de yeso que se preparaban. Era un aprecio que solo podría provenir de alguien que sabía que la transección le debía a la acción de atravesar.
Hoy, llevo a alumnos de talleres más avanzados a lugares de conflicto, pobreza y tragedia presente, como Bombay, Bangalore, las Ghats occidentales de la India, los desiertos de Rayastán, Jerusalén y Tijuana. Estos son lugares en laderas propias de montañas al mar, laderas que, según lo que creían Geddes y McHarg, “estaban en todas partes del mundo”. Pero soy muy consciente, como lo habrían sido ellos, de que estas “transecciones” son producto de los caminos atravesados por “diseñadores” previos a nosotros: agrimensores, exploradores, colonizadores, conquistadores. Sus transgresiones extraordinarias articularon los paisajes que se convirtieron en lo ordinario de estos lugares, incluso lo que se da por sentado como natural y cultural, suelo y agua, urbano y rural. En resumen, crearon las bases del conflicto de hoy. Sin duda, lo menos que podemos hacer en nombre de McHarg y Geddes es volver a atravesar estos lugares, atrevernos a una nueva imaginación que no necesariamente pretenda resolver problemas, sino mantener la transección viva como agente de cambio.
Anuradha Mathur, arquitecta y arquitecta paisajista, es profesora en el Departamento de Arquitectura Paisajista de la Escuela de Diseño Stuart Weitzman, Universidad de Pensilvania. Escribió junto a Dilip da Cunha Mississippi Floods: Designing a Shifting Landscape (Inundaciones en Mississippi: diseñar un cambio en el paisaje)Deccan Traverses: The Making of Bangalore’s Terrain (Travesías en Deccan: cómo se hizo el terreno de Bangalore) y Soak: Mumbai in an Estuary (Empapar: Bombay en un estuario). Ambos coeditaron Design in the Terrain of Water (Proyectar en el territorio del agua).
Notas
1 Patrick Geddes, “The Valley Plan of Civilization”, Survey 54 (1925): 288–290.
2 Estuve a cargo del taller 501, el taller de paisajismo fundamental en el Departamento de Arquitectura Paisajista de la Universidad de Pensilvania, entre 1994 y 2014, con algunas pausas en el medio. Durante este período, tuve la oportunidad de trabajar junto a Katherine Gleason, Mei Wu y Dennis Playdon, y a partir de 2003, con mi compañero Dilip da Cunha. Les debo muchísimo a estos colegas, en especial a Dennis y Dilip, quienes aportaron estructura, opiniones profundas y un gran nivel de habilidad al 501, y me enseñaron el verdadero significado de atravesar un terreno.
Recuerdos
Acordes y desacuerdos: la inolvidable melodía de Ian
Por Laurie Olin, July 31, 2019
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La publicación de Design with Nature (Proyectar con la naturaleza) cambió el campo de la arquitectura paisajística para siempre. El libro, su punto de vista ecológico, el método racional y el autor también tuvieron un importante efecto positivo en mi propia vida y en mi carrera. La primera vez que escuché hablar de Ian McHarg fue de boca de unos compañeros de arquitectura de Seattle que se quedaron en mi departamento de Nueva York en 1966. Viajaban ida y vuelta a la península Delmarva para un taller sobre arquitectura paisajística en Harvard, donde Ian enseñaba durante un período sabático de la Universidad de Pensilvania. Me sorprendió un poco que estuvieran planificando para una península entera que abarcaba gran parte de dos estados.
Lo escuché hablar por primera vez en Seattle y lo conocí en marzo de 1971, cuando enseñaba con Grant Jones en la Universidad de Washington. Había venido a dar las conferencias de John Danz, que consistían, en gran parte, en extractos de Design with Nature.1 Las tres conferencias se llamaban: “Man, Planetary Disease” (“El hombre, enfermedad planetaria”), “An Ecological Metaphysic” (“Una metafísica ecológica”) y “Design with Nature” (“Proyectar con la naturaleza”). Era fascinante. Su presentación de los problemas que surgían de nuestra ideología, política y hábitos de la práctica era convincente. Al igual que muchos otros, lo entendí. Entre las conferencias nocturnas y los eventos sociales, Ian se sentía perdido durante el día; entonces, venía a la escuela y pasaba el tiempo en nuestro taller. De cerca, era encantador, cálido y amable con los estudiantes, quienes preparaban un plan de ordenamiento paisajístico para Bainbridge Island. Fue un crítico astuto y generoso con Grant y conmigo. Un año más tarde, fui a Europa a trabajar en una historia paisajística del sur de Inglaterra, y para estudiar la sociología del dominio público de Roma.
Gracias a una feliz coincidencia, me incorporé al cuerpo docente de la Universidad de Pensilvania en 1974, en un momento en que el Departamento de Arquitectura Paisajística y Planificación Regional contó con una rica presencia de científicos naturales y sociales, además de arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores, entre su cuerpo docente. El currículo era ambicioso, abarcador y agotador, pero emocionante y notablemente productivo en la investigación, la enseñanza y la producción de futuros educadores y profesionales que se fueron a todas partes del mundo y difundieron el mensaje de Design with Nature. Desde entonces, el análisis ecológico (la integración de datos mediante técnicas de superposición y un método interactivo basado en una matriz para planificar y diseñar a un rango de escalas propuesto por Ian y nuestro currículo) se ha infiltrado en los métodos de trabajo de las prácticas de diseño, los currículos de enseñanza en las instituciones académicas y los organismos públicos de todo el país y el mundo.
Ian tenía veinte años en 1940, y la Segunda Guerra Mundial había empezado. Su juventud se suspendió mientras estallaba puentes como comando tras líneas enemigas. Luego, fue parte de una generación que quería arreglar las cosas, no cometer los errores de las generaciones anteriores.
Los pensamientos marxistas y freudianos, que habían tenido una influencia sobre los empeños intelectuales durante varias décadas antes de la guerra, fueron reemplazados por una nueva perspectiva: el estructuralismo, que ofrecía significado y métodos a disciplinas desde la lingüística y la literatura hasta la filosofía y la ecología, e incluso la economía y el diseño, durante los 50 y los 60. El mundo intelectual, académico y profesional de los años de posguerra estaba empapado de un pensamiento de sistemas instrumentales y la creencia de que debían aplicarse la razón y los métodos racionales, sin importar el campo y el tema. McHarg aprovechó sus estudios de grado en Harvard para realizar un curso intensivo de ciencia, sociología y teoría de planificación urbana. Estaba decidido a desarrollar un método y una práctica para planificar paisajes que fueran objetivos, no subjetivos; que fueran tan racionales y replicables como las ciencias duras, no intuitivos y obstinados, “no como el diseño de los sombreros de dama”, diría él enfurecido. Paso a paso, desarrolló el currículo en la Universidad de Pensilvania con la ayuda del dinero para investigación que le permitía a él y a sus colegas considerar el problema de la vivienda humana y los problemas más fundamentales de la planificación y diseño de comunidades a una escala desde vecindarios hasta regiones fisiográficas.
En sintonía con varios científicos naturales que se habían convertido en figuras públicas, McHarg usó la televisión nacional para defender la planificación ambiental. No cabe duda de que su retórica, su presentación y sus publicaciones tuvieron una influencia importante en la creación y los primeros años de la Agencia de Protección Ambiental y las leyes de Agua Limpia y Aire Limpio, de los mandatos de Lyndon Johnson y Richard Nixon, en los Estados Unidos. Los problemas que mencionó e intentó abordar (asuntos relacionados con salud, seguridad, asentamientos, recursos, ecología y capacidad de recuperación) siguen siendo los más importantes que enfrentamos, y hoy parecen ser más evidentes y graves que en su momento más estridente.
A veces, la gente me pregunta cómo era el departamento, o me sugiere que piensa que McHarg era indiferente con el diseño. Sencillamente, no es cierto. Otros especularon que Bob Hanna, Carol Franklin, otros diseñadores profesionales y yo éramos una especie de antídoto de diseño para el llamado método. De hecho, con el apoyo y la convicción de Ian, intentábamos demostrar que la ciencia y la ecología no se oponían al diseño, sino que lo respaldaban cuando se trabajaba bien, que en realidad eran parte de la implementación.
Él intentó aclarar esto en un libro que extendía sus ideas a la ecología humana, pero el volumen esperado “Design for Man” (“Proyectar para el hombre”) nunca se concretó, en parte debido a las dificultades irresolubles inherentes a la ciencia social. En el análisis final, la arquitectura paisajística no es una ciencia. Al igual que la arquitectura, es un arte útil, que utiliza los descubrimientos y los conocimientos de la ciencia junto con los conocimientos del arte, la destreza, el diseño y la construcción para atender las necesidades humanas en entornos sociales. Eso lo sabíamos, y debatíamos hasta el cansancio que, en cierto punto, nuestros estudiantes debían cargar todos sus análisis a la espalda como un paracaídas y saltar, con la esperanza de lograr un aterrizaje suave y no chocar. Les comunicaba sus opciones como profesionales éticos, acerca de costos, seguridad, salud y resultados ambientales. Las ideas de McHarg eran una guía y se debían usar como listas de verificación sobre responsabilidad, no como un conjunto de reglas que limitan la imaginación, y como una restricción de la estupidez y la ignorancia, no de la creación.
Me di cuenta de que el método de superposición para examen, comparación e interacción entre varios factores y temas (naturales, sociales, históricos, teóricos) podría ser tan estimulante y útil para construir y crear un esquema mediante consideraciones aditivas como lo era para escarbar en los factores históricos y naturales para elaborar matrices de idoneidad, lo cual resulta interesante. En más de veinte proyectos con Peter Eisenman, exploré superponiendo capas de información y proyectando hacia el futuro, con la intención de encontrar estructuras de diseño alternativas, soluciones formales y artísticas a problemas complejos de planificación y diseño. Algunos ejemplos de mi trabajo, construido y no construido, son el centro Wexner de la Universidad Estatal de Ohio; el parque Rebstock en Frankfurt, Alemania; y la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela, España. Después de muchos proyectos algo experimentales, también descubrí que los procesos naturales y la ecología son metáforas poderosas que han sido de gran ayuda y una inspiración en mi trabajo. Varios de mis proyectos más recientes derivan de reflexiones y análisis profundos de la historia ecológica, para lograr una comprensión de un lugar y una situación, y diseños físicos complejos y receptivos. La comunidad residencial en el campus norte de la Universidad de Washington, en Seattle, que se completó hace poco, Apple Park en Cupertino, California, y Los Angeles River Master Plan actual de OLIN, que está en desarrollo, y sus proyectos piloto, son ejemplos de este enfoque.
En las últimas dos décadas, McHarg y Design with Nature recibieron varias críticas, que son tan inapropiadas y están tan mal informadas como el menosprecio hacia Frederick Law Olmsted y sus parques por parte de una generación reciente de profesionales. Sin embargo, la mayor parte de la crítica a McHarg se centró en los medios, los métodos y los datos del trabajo, y argumentan que están desactualizados y son simplistas. Hay algo de cierto en esto, debido a que los sistemas estructurales de pensamiento son políticos y moralistas por naturaleza; es inevitable que surjan asuntos éticos, ya sea en ciencia, humanidades o profesiones. Los debates en el departamento y en su propia oficina acerca de la planificación y el diseño solían centrarse en asuntos sociales, más que biológicos; en particular, los miedos al determinismo derivados de métodos particulares para responder a los datos, los datos mismos, los costos y beneficios que resultaban del peso relativo asignado a varios factores y el papel de la imaginación, la política y el albedrío en las decisiones humanas. Es indudable que las tecnologías usadas para detección remota, mapeo, y procesos y cómputos digitales ahora son más sofisticadas. Del mismo modo, en las ciencias sociales los métodos cuantitativos evolucionaron, al igual que las preocupaciones por relaciones humanas y economías complejas y polémicas y todo tipo de grupos que no se tenían en cuenta hace cincuenta años. Sin embargo, la percepción y el enfoque fundamentales de Ian, a pesar de su método (imperfecto, como son inevitablemente todas las formas de investigación), le otorgan un marco a la planificación paisajística y regional de hoy. A pesar de todos los desarrollos en sistemas de información geográfica, ninguno ha demostrado que él estuviera trabajando en los problemas incorrectos, ni que esos problemas no siguen siendo de vital importancia en la actualidad. Asimismo, sus detractores han subestimado la responsabilidad de Ian de crear el contexto profesional en que los arquitectos paisajistas y los planificadores operan hoy; los profesionales de hoy se centran en preocupaciones similares y usan la tecnología que él promovió y recomendó.
Ian fue una fuerza que cambió nuestra perspectiva para siempre, pero también era una persona muy humana y contradictoria. Si bien a veces podía ser difícil de tratar, era muy leal y devoto con sus amigos y familiares, y demostraba un orgullo feroz y una protección absoluta con respecto a su cuerpo docente, se peleaba y hacía las paces con ellos a nivel social y privado, en revisiones y reuniones de claustro. Todo en un esfuerzo infinito por mejorar nuestro trabajo, nuestras vidas y el planeta. Uno de mis recuerdos más preciados es de él parado sobre un tronco, iluminado desde atrás por el sol abrasador, con un pantalón de piyama, un cigarrillo en una mano y una manguera en la otra, regando la inmensa huerta de su granja en Marshallton, condado de Chester, Pensilvania. Ovejas, cerdos y vacas de tierras altas deambulaban en el fondo mientras él mojaba el embrollo de plantas clasificadas en hileras y tarareaba su canción favorita de Coleman Hawkins. Ian siempre entendió que los humanos son parte de la naturaleza, y que solo comprendiendo la ecología y mediante acciones constructivas podríamos salvarnos y tener una buena vida.
Laurie Olin es uno de los arquitectos paisajistas más reconocidos en actividad. Desde la visión hasta la concreción, ha liderado muchos de los proyectos de la firma OLIN, entre otros el territorio del Monumento a Washington en Washington, DC; Bryant Park en Nueva York y el centro Getty en Los Ángeles. Es profesor emérito de arquitectura paisajística en la Universidad de Pensilvania y expresidente del Departamento de Arquitectura Paisajística en la Universidad de Harvard.
Notas
1 Ian L. McHarg, Design with Nature (Garden City, NY: Doubleday/Natural History Press, 1969).
Biografía
“¿Por qué debo ser quien dé las malas noticias?”
Por William Whitaker, July 31, 2019
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El siguiente es un extracto de un ensayo más extenso incluido en Design with Nature Now (Proyectar con la naturaleza hoy). El título refiere a la frase introductoria del discurso de Ian McHarg en el primer Día de la Tierra, en 1970.
Ian McHarg (1920–2001) nació en Clydebank, Escocia, y creció en los sombríos márgenes de la Revolución Industrial. Su padre, John Lennox McHarg, comenzó su vida profesional y de casado con la promesa de subir en la escala, como gerente en una empresa fabril. Ambos abuelos eran carreteros que trabajaban transportando barriles de whisky y productos blandos tras yuntas de caballos Clydesdale. La crisis económica de los 30 pasó factura tanto en la familia como en la ciudad. El tiempo que McHarg pasó cuidando el jardín de la familia junto a su madre, Harriet Bain, trabajando la tierra codo a codo, debió haber despertado su curiosidad por la naturaleza y los paisajes más extensos. Las caminatas del joven Ian desde la gravilla urbana de Glasgow hasta la idílica campiña de Kilpatrick Hills formaron contrapuntos persistentes en el desarrollo de su adolescencia.1
A los dieciséis, McHarg decidió ser arquitecto paisajista y abandonó la secundaria para ser aprendiz formal de Donald Wintersgill, jefe de operaciones de diseño y construcción en Austin and McAlsan, Ltd., líderes en comercio de viveros y semillas en Escocia. Luchó en el ejército inglés en la Segunda Guerra Mundial (1938 a 1946), con una batalla sangrienta durante la invasión de Italia, por lo cual demoró en finalizar su capacitación. Sin embargo, fue en esos días que el “gamberro . . . larguirucho” provinciano desarrolló una sólida confianza en sí mismo y valor.2 También marchó por las ruinas romanas de Cartago, Paestum, Herculano, Pompeya, Roma y Atenas, y por toda Grecia, y volvió a Escocia siendo un hombre de mundo. Luego de la guerra, McHarg continuó el aprendizaje en la Universidad de Harvard, y completó una licenciatura antes de recibir los títulos de maestría en arquitectura paisajística y planificación de ciudades. Complementó los cursos obligatorios con clases sobre gobierno y economía, que tuvieron un efecto duradero en su modo de pensar. McHarg recordaba que en Harvard, la arquitectura moderna era “una cruzada . . . una religión. Estábamos salvados; por lo tanto, debíamos salvar al mundo”.3 Había regresado a Escocia en el verano de 1950 con la convicción de un reformista, pero debió luchar por su vida contra la tuberculosis, y sus perspectivas profesionales disminuyeron. Tras cuatro años en el Servicio Civil Escocés, involucrado en planificar viviendas y pueblos en la posguerra, McHarg empacó y navegó hacia América.
La Filadelfia a la que llegó los primeros días de septiembre de 1954 pensaba mucho en el futuro. Los reformistas de la posguerra habían organizado la exhibición Better Philadelphia en otoño de 1947 para presentar las virtudes de la planificación urbana y regional mediante una serie de exhibidores deslumbrantes y cautivadores instalados en dos pisos del gran almacén Gimbels. Las ideas nuevas para revitalizar la ciudad se enfocaron con mayor sensibilidad en la renovación urbana e incorporaron el tejido histórico y la escala humana. Architectural Forum llamó a este enfoque “la cura de Filadelfia”, una versión de limpiar los asentamientos informales con “penicilina, en vez de cirugía”, que presentaba obras del arquitecto Louis Kahn para ilustrar desarrollos recientes.4 La exhibición recibió la visita de trescientos mil ciudadanos, y las labores de los organizadores rindieron sus frutos en los mandatos reformistas de los alcaldes Joseph Clark y Richardson Dilworth. Ambos políticos apoyaron a Edmund Bacon, quien fue director ejecutivo de la Comisión de Planificación de la Ciudad de Filadelfia (PCPC, Philadelphia City Planning Commission) entre 1949 y 1970. Bajo su mando, Filadelfia fue muy reconocida por su planificación creativa de la ciudad, y el vínculo estrecho de Bacon con los arquitectos sugería que el campo tendría un papel importante en el futuro de la ciudad. G. Holmes Perkins, entonces presidente de la PCPC y decano en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Pensilvania, ayudó a fijar el clima de éxito.5
Mientras tanto, en la Universidad, Perkins trabajaba para deshacerse de los vestigios de formalidad de Beaux Arts, pero no toda la relación con City Beautiful. La escuela era un entorno enérgico, comprometido con la ciudad, con un cuerpo docente dinámico en arquitectura y planificación de ciudades. En rasgos generales, los profesores coincidían en la noción de que un edificio, en su diseño, se debería considerar como un elemento integral en un contexto más amplio, y que el papel del diseñador era, en parte, interpretar cómo un edificio debía relacionarse con los “patrones” que lo rodeaban y aumentarlos. . . .
Mientras que la preocupación por las ciudades dio forma a las prioridades de fundación en los 50, la gran inquietud por la degradación medioambiental, marcada por el libro Silent Spring (Primavera silenciosa), escrito por Rachel Carson en 1962, afiló las prioridades de mediados de los 60. La “Nueva Frontera” del presidente John F. Kennedy y el pedido de “una nueva conservación” del presidente Lyndon B. Johnson catalizaron las labores a nivel nacional. . . . La ecología se convirtió en el foco central de McHarg, una lente por la cual pudo realizar una valoración y evaluación cabal del medioambiente. Los problemas en el taller y las comisiones profesionales eran los medios principales para probar ideas y desarrollar el método y las técnicas necesarios para promover el enfoque ecológico en la arquitectura paisajística. Las grandes cuencas de los ríos Potomac y Delaware se convirtieron en regiones ideales para estudiar; sus límites fueron definidos por fuerzas ecológicas, más que por divisiones políticas. Hacia 1966, McHarg había logrado reunir un equipo de ecologistas, científicos, abogados ambientales y diseñadores . . . y estaba dando forma a un programa expansivo de manera activa.6
William Whitaker es curador de Archivos Arquitectónicos en la Escuela de Diseño Stuart Weitzman de la Universidad de Pensilvania. Es coautor (junto con George Marcus) de The Houses of Louis I. Kahn (Las casas de Louis I. Kahn), y en 2014 recibió el Premio Literario de Ateneode Filadelfia.
Fotografía: Ian McHarg en Portugal, julio de 1967. Crédito: Pauline McHarg, Colección Ian and Carol McHarg, Archivos Arquitectónicos, Universidad de Pensilvania.
Notas
1 Para acceder al relato de McHarg sobre su juventud y educación, ver Ian L. McHarg, Design with Nature (Garden City, NY: Doubleday/Natural History Press, 1969); e Ian L. McHarg, A Quest for Life (Una misión por la vida, Nueva York: John Wiley, 1996). El registro oficial de nacimiento de McHarg indica que sus nombres de pila son “John Lennox”, al igual que su padre. La familia debe haber comenzado a usar la variación galesa “Ian” a temprana edad. Extracto de entrada del Registro de Nacimientos de Escocia, obtenido por el autor en la Oficina del Registro General de Escocia en agosto de 2018.
4 “The Philadelphia Cure: Clearing Slums with Penicillin, not Surgery”, Architectural Forum 96, n.º 4 (abril de 1952): 112–119.
5 Thomas Hine, “[Philadelphia] Influence in Architecture on the Decline”, Philadelphia Inquirer, 7 de septiembre de 1980, M1–2.
6 Ian L. McHarg, “An Ecological Method for Landscape Architecture”, Landscape Architecture 57, n.° 2 (enero de 1967): 105–107.
Proyectos: Cinco temas
De la ciudad de Nueva York a Jining, China, estos proyectos ejemplifican el principio de proyectar con la naturaleza
Editado por Frederick Steiner, Richard Weller, Karen M’Closkey y Billy Fleming, July 31, 2019
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Los proyectos presentados en estas páginas fueron seleccionados para Design with Nature Now (Proyectar para la naturaleza hoy) porque cada uno reduce de algún modo la brecha entre la teoría y la práctica, y abre un horizonte más amplio para el futuro de la arquitectura paisajística.
Para completar el conjunto de 25 proyectos del libro hizo falta un largo proceso colaborativo. Comenzamos pidiendo a colegas de todo el mundo que nominaran proyectos que, según ellos, ejemplificaban y extendían mejor la filosofía y el método de diseño de McHarg. Tras el proceso de nominación obtuvimos una lista de más de 80 proyectos, y después de mucho debate, acordamos cuáles serían los 25 finalistas.
Los proyectos están organizados en cinco temas: Grandes salvajes, Mareas crecientes, Aguas dulces, Tierras tóxicas y Futuros urbanos [cada uno de ellos tiene su representante en este número especial de Land Lines]. Si bien estos temas cubren mucho territorio, al lector le resultará obvio que la colección no representa todos los tipos de trabajo que las profesiones de planificación y arquitectura paisajística ejercen. Hemos incluido proyectos que involucran a sitios extensos y complejos y asuntos socioecológicos urgentes, y que en distintos modos llevan a la realidad lo que se podría llamar el ethos de administración de McHarg.
Sin embargo, cabe mencionar que algunos proyectos muestran las limitaciones en la capacidad de la disciplina por efectivizar cambios a la escala necesaria. Los proyectos mejoran la función social y ecológica a nivel local, pero también podrían ser parte y porción de patrones de desarrollo y proyectos de infraestructura que traen degradación ambiental a otras escalas. Deseamos que la colección completa pudiera incluir una mayor diversidad de proyectos, de una mayor diversidad de lugares. La colección no solo identifica brechas en las áreas temáticas involucradas en la práctica contemporánea, también hay brechas notorias en su geografía. Para resumir, la selección de proyectos es imperfecta, pero nos hemos dado cuenta, y esperamos que el lector también lo haga, de que la colección representa un buen punto de partida.
Grandes salvajes: Malpai Borderlands, Arizona y Nuevo México, EE.UU.
En la bota de Nuevo México y la punta sudeste de Arizona, a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y México, hay un lote de 3.238 kilómetros cuadrados, casi ininterrumpido por autopistas o subdivisiones. Malpai Borderlands alberga unas 4.000 especies de plantas, 104 de mamíferos, 327 de aves, 136 de reptiles y anfibios, y la mayor diversidad de especies de abejas en el mundo. En este paisaje biodiverso, el 53 por ciento del área es de propiedad privada y el 47 por ciento es pública. Esta división ha suscitado tensiones entre organismos gubernamentales, ganaderos y ambientalistas.
Lo que diferencia a Malpai Borderlands de otras historias de conflicto sobre conservación es cómo estas tensiones se superaron en gran parte para poder conservar la identidad biológica y cultural del paisaje. Menos de cien familias usan esta gran extensión de tierra para el pastoreo de su ganado. A pesar de que los ambientalistas los detestan desde hace mucho, estas familias ganaderas se han hecho cargo de evitar que el territorio se subdivida y se desarrolle.
A principios de la década de 1990, el sofocamiento de un incendio forestal hizo que el territorio se revirtiera a matorrales dominados por el invasivo árbol mezquite. Este árbol con aspecto de arbusto es malo para el pastoreo y es muy inflamable, lo cual agrega combustible a incendios forestales, que podrían desnudar aún más el territorio. Históricamente, los incendios habían mantenido las malezas a raya, y cuando el 2 de julio de 1991 se inició un incendio, los hacendados rogaron a las autoridades locales que lo dejaran avanzar. No los escucharon. La respuesta de los hacendados involucrados en la administración del paisaje fue formar Malpai Borderlands Group, que logró proteger casi 33.000 hectáreas del desarrollo.
El éxito de Malpai Borderlands Group se puede atribuir tanto a que se fían de la ciencia para ayudar a administrar Malpai como a su compromiso por educar a los demás sobre cómo pueden coexistir el pastoreo y la conservación. Ray Turner, el primer científico de la junta, se especializa en fotografía comparada, un tipo de estudio ecológico que rastrea el origen de fotografías antiguas y toma una nueva en el mismo lugar. Luego, se comparan las especies florales en las fotografías para tener una idea del cambio ecológico en la zona. Turner y otros científicos después de él concluyeron, de forma controversial, que cierta participación de haciendas puede ayudar a preservar la biodiversidad de un territorio.
Créditos del proyecto: Malpai Borderlands Group es una organización sin fines de lucro compuesta por hacendados cuya misión es administrar el ecosistema de casi 404.685 hectáreas de paisaje relativamente poco parcelado. Ver www.malpaiborderlandsgroup.org.
Mareas crecientes: 2050—An Energetic Odyssey, Mar del Norte, Países Bajos
2050—An Energetic Odyssey (2050: Odisea energética), una obra de sumersión que consta principalmente de un video de trece minutos con mapas, diagramas y dibujos, presenta el interrogante: ¿Cómo sería si los Países Bajos y sus vecinos pasaran a producir energía renovable a una escala tan grande como para alcanzar las metas de emisión de carbono de París 2015? 2050—An Energetic Odyssey (la Odisea) no es un plan; es una historia que da al arquitecto paisajista el nuevo papel de incitador. Usa técnicas de visualización de datos para lograr que asuntos complicados sean comprensibles para un cuerpo de votantes amplio y orientado a políticas.
La Odisea concibe 25.000 turbinas eólicas con una cobertura neta de 57.000 kilómetros cuadrados, que permitirían que el 75 por ciento de la energía actual de los países en el Mar del Norte se convierta en energía renovable para 2050. La mayoría de estas turbinas se concentrarían en parques eólicos cerca de la costa de estos países. Sin embargo, hay una excepción notable: un grupo de parques en Dogger Bank, un banco de arena de vital importancia ecológica a más de 50 metros (unas 55 yardas) bajo la superficie, en el medio del Mar del Norte. Para producir la energía necesaria, en Dogger Bank se deberían colocar una isla de construcción y un centro masivo de parques eólicos.
Por lo tanto, el método propuesto de construcción minimizaría el impacto sobre la navegación de los mamíferos marinos y evitaría conflictos con las rutas migratorias de las aves. La zona más cercana a la costa, que las aves usan para orientarse, se dejaría libre siempre que sea posible, y las turbinas eólicas se detendrían temporalmente si los sensores detectaran que se acercan aves. Además, las ubicaciones de los parques se combinarían con nuevas reservas marinas. Por último, el impacto visual de los parques se mitigaría, porque estarían ubicados a más de 19 kilómetros de la costa, a los efectos de que la curvatura de la Tierra reduzca la visibilidad.
Créditos del proyecto: Encargado por la Bienal Internacional de Arquitectura de Róterdam (IABR) en el contexto de IABR—2016—THE NEXT ECONOMY (LA PRÓXIMA ECONOMÍA). Concepto: Maarten Hajer y Dirk Sijmons. Realizado por: Tungstenpro, H+N+S Landscape Architects y Ecofys en asociación con el Ministerio de Asuntos Económicos del reino de los Países Bajos, Shell, Puerto de Róterdam y Van Oord.
Aguas dulces: Weishan Wetland Park, Jining, China
La primera fase de Weishan Wetland Park, en el pueblo de Jining, en la provincia Shandong de China, se completó en 2013. El impulso de este parque de 39 kilómetros cuadrados fue el desarrollo adyacente de un nuevo centro urbano, al sur de la ciudad existente de Weishan, cerca del borde sudeste del gran lago Nansi (también llamado lago Weishan). Este nuevo pueblo sureño acabará por tener 50.000 residentes en una zona que antes era agrícola. Weishan Wetland Park filtrará agua contaminada del futuro desarrollo, y se espera que será el punto fuerte de un programa más amplio de turismo en la región basado en la naturaleza. La cercanía con el lago Nansi, uno de los más grandes y contaminados del país, hace que la función purificadora del parque tenga especial importancia, ya que es parte del ambicioso proyecto chino de Transferencia de Agua Sur-Norte, perturbador a nivel social y ecológico, que redirige agua dulce del río Yangtze, en el sur, a la cuenca más árida del río Amarillo, en el norte.
El plan de ordenamiento territorial se estructura en torno a la creación de cinco zonas: protección central, restauración natural, actividad humana limitada, desarrollo y comunidad del pueblo. Varios tipos de humedales se restauraron o se crearon desde cero, con la intención de atraer distintas especies de aves acuáticas y seducir a turistas. Hay algunos accesos vehiculares al parque, pero gran parte del paseo se puede hacer en pasarelas peatonales elevadas construidas con madera y acero locales reciclados.
Si bien las técnicas de filtración y purificación de agua utilizadas no son novedosas en el campo de la arquitectura paisajística, la escala y la integración en el nuevo pueblo marcan un cambio importante en la consideración del agua, tanto dentro de la provincia Shandong como en China en general. Desde 2015, se crearon 1,3 millones de hectáreas de parques de humedales nuevos, y se restauraron 130.000 hectáreas en toda la provincia.
Ante la rápida urbanización y el cambio climático, China se encuentra en proceso de repensar su infraestructura hídrica. En 2015, la famosa iniciativa “ciudades esponja” del gobierno nacional financió el desarrollo de estanques, piscinas de filtración y calles y espacios públicos permeables en dieciséis ciudades para mejorar la resistencia a inundaciones y sequías.
Créditos del proyecto: Cliente/propietario: Wei Shan Wetland Investment Co. Ltd. Fotografía: AECOM. Equipo de AECOM: Qindong Liang, Lian Tao, Yan Hu, Heng Ju, Yi Lee, Jin Zhou, Enrique Mateo, Xiaodan Daisy Liu, JiRong Gu, Li Zoe Zhang, YinYan Wang, Yan Lucy Jin, Kun Wu, Qijie Huang, Jing Wang, Ming Jiang, Danhua Zhang, Junjun Xu, Shouling Chen, Gufeng Zhao, Benjamin Fisher, FanYe Wang, Shuiming Rao, Changxia Li, Donald Johnson, Agnes Soh. Contratista: Shanghai Machinery Complete Equipment (Group) Co., Ltd. Asesor de humedal: Shandong Environmental Protection Science Design and Research Institute. Asesor de esculturas: UAP.
Tierras tóxicas: Freshkills Park, Nueva York, EE.UU.
El hecho de que el público en general considerara a los pantanos como páramos en los 40 ayudó a determinar la ubicación de vertederos en toda la ciudad de Nueva York. Uno de los ejemplos es el vertedero Fresh Kills. Se inauguró en 1948 como vertedero temporal en Staten Island, a orillas del estuario Fresh Kills. Robert Moses, una figura crucial en la planificación de la ciudad, promovió el vertedero, con la esperanza de recuperar el pantano más adelante para desarrollos inmobiliarios y construir una autovía que conectara Staten Island con Nueva Jersey y Brooklyn.
A pesar de la fuerte oposición, el vertedero de Fresh Kills quedó y se hizo permanente en 1953. Durante su momento de mayor actividad, en los 80, recibió hasta 29.000 toneladas de desechos al día, con un promedio total de 2,8 millones de toneladas al año. Con el tiempo, los cuatro montículos de basura crecieron, de algunos metros sobre el nivel del mar a 69 metros (225 pies) de altura. Hasta que se cerró en 2001, Fresh Kills reinaba por ser el vertedero más grande del mundo.
Entre 2003 y 2006, la firma de diseño James Corner Field Operations y sus asesores trabajaron en la creación de un plan de ordenamiento territorial para el sitio. Cubrir un vertedero y convertirlo en un espacio público abierto no es una práctica nueva, pero crear una ecología viable en una ubicación tan hostil requiere de innovación y experimentación. Primero, el vertedero se cubrió y se instaló la infraestructura para extraer el metano. Luego, dado que no era factible importar la tierra vegetal para cubrir el vasto terreno (que casi triplicaba a Central Park), los diseñadores crearon métodos para desarrollar tierra en el sitio mediante un proceso muy curado de sucesión de plantaciones. Se intentaron, controlaron y ajustaron varias estrategias de plantación.
La creación de Freshkills Park sigue en proceso, y no se espera que se complete antes de 2036. Cuando se haya construido, el parque nuevo ampliará las 1.214 hectáreas existentes del Cinturón Verde de Staten Island, lo conectará con el refugio de vida silvestre William T. David y ofrecerá a la comunidad una amplia variedad de actividades recreativas.
Créditos del proyecto: Líder de proyecto, arquitectura paisajística, diseño urbano: James Corner Field Operations. Equipo de asesores: AKRF; Applied Ecological Services; Arup; Biohabitats, Inc.; BKSK Architects; Brandston Partnership Inc.; Jacobs (ex CH2M Hill); Daniel Frankfurt; Faithful + Gould; Geosyntec; HAKS; Hamilton, Rabinovize & Alschuler; Langan; L’Observatoire International; Philip Habit y Asociados; Project Projects; Rogers Surveying; Sage & Coombe Architects; Richard Lynch (ecologista) y Sanna & Loccisano Architects (facilitadores).
Futuros urbanos: Medellín, Colombia
La ciudad de Medellín padece una desigualdad extrema que se refleja en los tipos de viviendas y el entorno construido más amplio en la sección del valle de la ciudad. Los ricos tienden a vivir en los enclaves centrales y cuentan con buenos servicios, mientras que los pobres viven en las empinadas laderas periféricas, en asentamientos autoconstruidos. Desde 2003, Medellín se ha sometido a una transformación urbana de reconocimiento internacional, que coincide con la restauración de la paz en la ciudad, que alguna vez fue la más peligrosa del mundo.
En 2004, empezó a vincular rápidamente lo que reconocía como “nodos de desarrollo” en algunos de los vecindarios más pobres (bibliotecas, escuelas y espacios públicos) con transporte público. Construyó teleféricos, escaleras mecánicas y puentes sobre barrancos pronunciados para conectar esos vecindarios con el sistema de tránsito metropolitano de la ciudad. También se construyeron proyectos de espacio público para dar más vida al río entubado. El plan de ordenamiento territorial de Parques del Río en Medellín es una secuencia lineal de espacios públicos a lo largo del río que corta en dos la ciudad, y es donde se encuentran los elementos formales más antiguos. Para construir la primera fase del parque, hubo que enterrar una sección de la autopista bajo el parque nuevo, y se construyeron puentes para cruzar el río y conectar las dos partes de lo que antes era una ciudad dividida.
Estos proyectos son fruto de un cambio filosófico y práctico en la planificación, que se describió por primera vez en 1998 en el Plan de Ordenamiento Territorial, un documento de la ciudad que se construyó sobre la base de labores existentes de las Naciones Unidas para ofrecer servicios básicos a las comunidades informales, o comunas, de la periferia urbana. Este documento se sigue usando y se actualizó en 2017, con el aporte de un enfoque adicional en la sustentabilidad, la posibilidad de caminar, la accesibilidad y la revitalización del centro urbano. A nivel práctico y simbólico, los residentes más pobres pudieron conectarse con la ciudad, y con la urbanidad y los servicios que esta promete a los ciudadanos.
Si bien Medellín ha logrado ofrecer servicios a asentamientos informales de la periferia, el asunto de cómo estos surgen y si se puede planificar su crecimiento también es importante para las millones de personas que se espera que migren hacia las ciudades, que se urbanizan velozmente, en este siglo. Un documento importante de planificación que habla sobre este problema más grave es el Plan BIO 2030, que se completó hace poco. Se trata de un plan estratégico para estructurar el crecimiento futuro mediante la cooperación entre los diez municipios del Valle de Aburrá. Fue elaborado por organismos gubernamentales junto con Urbam, el Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de la Universidad EAFIT de Medellín, una organización liderada por Alejandro Echeverri. Este plan cabal documenta la geología, hidrología, ecología y fragmentación de todo el valle y utiliza estas capas como base para ofrecer diseños detallados para distintos desarrollos. De modo similar, los profesores de arquitectura paisajística y diseño urbano David Gouverneur y Christian Werthmann, entre otros, están desarrollando, junto con los estudiantes, proyectos relacionados con los desafíos sociales, ecológicos y políticos de diseñar asentamientos informales. El enfoque Informal Armature, de Gouverneur, ofrece un marco para vecindarios autoconstruidos, antes de ocupar la tierra, y el equipo de Werthmann, que se basa en el trabajo de Urbam EAFIT, ofrece técnicas detalladas de construcción para minimizar los riesgos, como terremotos y derrumbes, y maximizar el acceso a la infraestructura básica.
Créditos del proyecto: Director del Plan Medellín, Valle de Aburrá. Un sueño que juntos podemos alcanzar. Medellín: Alcaldía de Medellín, Área Metropolitana del Valle de Aburrá y Urbam EAFIT, http://www.eafit.edu.co/centros/urbam/articulos-publicaciones/Paginas/bio-2030-publicacion.aspx. Parques del Río en Medellín: Diseño arquitectónico: Sebastián Monsalve, Juan David Hoyos. Equipo de diseño: Osman Marín, Luis Alejandro Jiménez, Andrés Santiago Fajardo, Sebastián González, Juan Diego Martínez, María Clara Trujillo, Alejandro Vargas, Carolina Zuluaga, Daniel Zuluaga, Sara París, Daniel Beltrán, Daniel Felipe Zuluaga, David Castañeda, Alejandro López, David Mesa, Andrés Velásquez, Juan Camilo Solís, Melissa Ortega, D. David Hernández del Valle. Diseño del paisaje: Nicolás Hermelín. Fotografía: Alejandro Arango Escobar, Sebastián González Bolívar. Equipo de ingeniería: Consorcio EDL. Equipo de constructores: Guinovart Obras y Servicios Hispania S.A. Grupo OHL Construcción. Equipo de supervisión de construcción: El Consorcio integral—Interdiseños. Equipo de auditoría de diseño: Bateman Ingeniería S.A. Ayuntamiento de Medellín: Aníbal Gaviria. Director del Departamento Administrativo de Planeación de Medellín: Jorge Alberto Pérez Jaramillo. Administración de Parques del Río en Medellín: Antonio Vargas del Valle.
Equipo del proyecto Shifting Ground / Medellín: Instituto de Arquitectura Paisajística, Leibniz Universität; Hannover: Christian Werthmann, Joseph Claghorn, Nicholas Bonard, Florian Depenbrock, Mariam Farhat; Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam) / LA Universidad EAFIT (Escuela de Administración, Finanzas e Instituto Tecnológico): Alejandro Echeverri, Francesco María Orsini, Juan Sebastián Bustamante Fernández, Ana Elvira Vélez Villa, Isabel Basombrío, Diana Marcela Rincón Buitrago, Juan Pablo Ospina, Anna Manea, Daniela Duque, Ángela Duque, Simón Abad, Lina Rojas, Maya Ward-Karet, Santiago Orbea Cevallos; Escuela Superior de Diseño en Harvard: Aisling O’Carroll, Conor O’Shea. Autoridad contratista: Autoridad de Planificación Municipal de la Ciudad de Medellín. Socios cooperadores: Fundación CIPAV, Fundación Sumapaz, Aníbal Gaviria Correa, Jorge Pérez Jaramillo, Juan Manuel Patino M., Paola Andrea López P., Sergio Mario Jaramillo V., David Emilio Restrepo C., Mario Flores, John Cuartas, María Alejandra Rodríguez N. Especialista de proyecto participante: Eva Hacker, bioingeniería del suelo; Marco Gamboa, geología; Michel Hermelin, geología; Iván Rendon, sociología; Tatiana Zuluaga, planificación urbana. Duración: 2011 a hoy.
Fotografía: Vista de la pasarela que atraviesa Weishan Wetland Park. Crédito: AECOM.
Introducción
Proyectar en el Antropoceno
Por Richard Weller, Karen M’Closkey, Billy Fleming y Frederick Steiner, July 31, 2019
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En 1969, Ian L. McHarg, profesor de planificación y arquitectura paisajística de la Universidad de Pensilvania, publicó un manifiesto llamado Design with Nature (Proyectar con la naturaleza). Este se tradujo al chino, el francés, el italiano, el japonés y el español, y hoy se sigue imprimiendo. Podría decirse que es el libro más importante producido por las profesiones de diseño en el s. XX. Design with Nature no solo capturó el espíritu de fines de la década del 60 al condenar la expansión del urbanismo y la degradación ambiental de la civilización moderna, o al menos de América del Norte; fue más allá que muchos otros y propuso un método práctico para hacer algo al respecto.
McHarg utilizó herramientas digitales rudimentarias y minuciosos dibujos analógicos y, junto con sus estudiantes y colegas de la Universidad, desarrolló un método para superponer mapas con las características biofísicas de determinado lugar y tomar decisiones acerca del futuro uso del suelo. El método, que incluía un poco de ciencia y un poco de sentido común, ofrecía una base empírica, racional y ostensiblemente objetiva para decidir qué suelo era el más adecuado para cada finalidad. Por ejemplo, granjas en suelo bueno aquí, tierras altas boscosas por suministro de agua allí y, por supuesto, viviendas fuera de zonas inundables y detrás de dunas costeras.
A lo largo de la historia, las culturas se marchitaron o prosperaron según el modo en que vivían con el suelo y el agua o, como dijo McHarg, según cómo proyectaban con la naturaleza. Para las culturas sintonizadas mediante la experiencia con las condiciones específicas de su paisaje, proyectar con la naturaleza se convierte en una especie de tradición. En este sentido, la filosofía de diseño de McHarg no es nada nuevo. Pero sí lo es su defensa de la ecología como base del diseño y su aplicación a la ciudad moderna. Por lo tanto, su gran logro fue crear un método simple y universal para evaluar la ciencia ambiental y luego incorporarla a los procesos de toma de decisiones en el desarrollo moderno. Cuando este método se aplicaba bien, ofrecía una forma de guiar y fundamentar decisiones de diseño, en especial las que limitaban el alcance y la escala de desarrollos que, de no ser por ellas, se expandirían aun más.
Sin embargo, Design with Nature es más que un manual para el uso del suelo. Se eleva desde la geología hasta la cosmología, parte del cristianismo hasta el budismo, e intercala especulaciones sobre entropía y evolución para llegar a una teoría unificadora de diseño. Según McHarg, proyectar con la naturaleza significaba que la humanidad se encajara en el ambiente de forma intencional y benigna. Esta idea de encajar se inspiró en la ciencia ecológica más avanzada de su época, y fluyó de la creencia de que los sistemas culturales y naturales podrían coexistir en armonía, en equilibrio, si cada parte estuviese en su lugar correcto. Para él, no se trataba solo de determinismo biológico en acción; era el arte más elevado.
La visión de McHarg, al igual que la de su mentor, el gran polímata Lewis Mumford, y antes de este, Patrick Geddes, era que al vivir con en vez de contra las fuerzas y flujos más poderosos del mundo natural, la humanidad adquiriría un sentido biocéntrico de pertenencia. Y, en el sentido más profundo, esto reemplazaría a las teologías Abrahámicas y la cultura capitalista de consumo, que él consideraba responsables de las crisis ambientales de los 60.
Según McHarg, la gran promesa de la cultura occidental era una síntesis de las ciencias y las artes que todavía no se aplicaban al modo en que habitamos el suelo, y la profesión de la arquitectura paisajística era la que podría dirigir a la sociedad en este proceso evolutivo. Hasta hoy, al menos en la teoría, si no en la práctica, esta sigue siendo la primera razón de ser de dicho campo.
Para el 50.º aniversario de la publicación de Design with Nature, con este nuevo libro y las exposiciones y la conferencia relacionadas, nos preguntamos: ¿cómo sería proyectar con la naturaleza hoy? Al ser profesores en la escuela a la cual McHarg dedicó su vida, sentimos la responsabilidad particular de explorar estas preguntas en este momento y desde este lugar. Si bien el presagio de McHarg justifica una celebración, al marcar el 50.º aniversario de su obra magna, nuestra intención no es hagiográfica. Por el contrario, consideramos que nuestra responsabilidad y la finalidad de este volumen es un discurso constructivo y crítico; preguntarnos cómo evolucionó el ethos de proyectar con la naturaleza en este medio siglo y especular acerca de las expectativas de los próximos cincuenta años.
Por un lado, McHarg acudía a la Naturaleza como máxima autoridad y, por otro, la reducía a interpretación mediante positivismo basado en datos. Así, siempre se metería en problemas filosóficos y provocaría críticas. De hecho, gran parte de lo que ocurrió en la arquitectura paisajística en los últimos cincuenta años se puede interpretar como una adhesión o una crítica a su filosofía y su método. Si McHarg hubiese titulado su libro Proyectar con el paisaje en vez de Proyectar con la naturaleza, y si hubiese ofrecido advertencias sobre las limitaciones de su método para informar la creatividad y la ingenuidad humanas, entonces las acusaciones de soberbia y tosquedad que se le atribuyeron periódicamente se podrían haber evitado en gran medida. Pero en su apuro por cambiar el campo e incluso por cambiar el mundo, McHarg omitió algunos de esos detalles cruciales.
Sin embargo, el hecho de que haya provocado debates es una gran parte de su persistente importancia. Si bien estos debates pudieron haber amenazado con dividir la profesión entre “los diseñadores” y “los planificadores”, hoy podemos ver una profesión que maduró a nivel intelectual a partir de estas tensiones. Vemos una profesión diversificada en las prácticas, pero unida en el sentido de finalidad ecológica y artística. Vemos una profesión equipada con una serie de técnicas de diseño que construyen sobre la base del método antes mencionado de McHarg para analizar la idoneidad de un paisaje, en vez de obviarlo. Y sí, además todavía vemos la brecha entre la grandilocuencia de McHarg y la práctica diaria; brecha que, hasta cierto punto, siempre debe existir entre lo ideal y lo real. Sin las diferencias entre la teoría y la práctica de diseñar con la naturaleza, la arquitectura paisajística no tendría más lugar para crecer o evolucionar. . . .
Cualquiera que lo haya conocido o haya participado en una de sus clases podría dar fe de que McHarg fue un personaje inolvidable, un hombre tan apasionado como erudito. Ian McHarg falleció en 2001 y completó su obra mucho antes de que las expresiones “cambio climático” y “el Antropoceno” se convirtieran en preocupaciones centrales de la sociedad. La realidad ambiental que estos términos representan hoy, los debates y las ansiedades que suscitan y las crecientes exigencias de tomar medidas por el cambio climático logran que el llamamiento profético de McHarg a proyectar con la naturaleza sea más pertinente que nunca. Paul Crutzen, el científico atmosférico a quien se suele atribuir la primera declaración de que estamos en la era del Antropoceno, describió que su advenimiento comenzó con la Revolución Industrial y se aceleró radicalmente después de 1945. En 2011, Crutzen argumentó junto con sus colegas Will Steffen y John McNeill que deberíamos empezar a pasar a un nuevo período en el que “defendamos la tierra”.1 Por supuesto, ese era el mensaje esencial de Design with Nature unos cincuenta años antes. En este sentido, la profesión de arquitectura paisajística ha estado a la vanguardia de una revolución cultural más amplia que hoy madura en el contexto del Antropoceno. Sin embargo, eso no quiere decir que la profesión haya cumplido con el mandato de McHarg de liderar la administración ambiental global. Afirmar eso sería absurdo. Más bien, casi no podría decirse que hoy el mundo está mejor a nivel medioambiental que cuando se publicó Design with Nature por primera vez. Por el contrario, el comienzo del Antropoceno marca lo opuesto. Nos zambullimos de cabeza en una era de cambio ambiental global a una escala y un ritmo inauditos. Cómo aprendemos a vivir con ese cambio es el desafío principal para los próximos cincuenta años del diseño. En la obra que hemos compilado aquí hay pruebas reales sobre cómo podemos, mediante el diseño, sintonizar mejor nuestras ciudades y su infraestructura con las fuerzas y los flujos del sistema terráqueo. El hecho de que dichos proyectos son la excepción y no la regla no hace más que subrayar su importancia como emblemas de un cambio histórico más extendido que aún no ha ocurrido.
El s. XXI está marcado por el hecho de que la humanidad ha modificado directa o indirectamente cada hábitat del planeta, y en gran medida de forma nociva. Con las consecuencias involuntarias del calentamiento global, la extinción de especies y el agotamiento de recursos, hoy es posible que nuestro éxito extraordinario como especie pueda convertirse también en nuestra desaparición. El reconocer esta “tragedia de los bienes comunes” es lo que nos distingue de otras especies que también han prosperado en el transcurso de la historia evolutiva. No solo saberlo, sino también actuar a partir de ese conocimiento de forma preventiva, es diseñar entornos intencionadamente para que ofrezcan y sostengan más vida, para todas las formas de vida. No se trata de un proyecto disciplinario ni mesiánico, sino de un proyecto político, y sobre todo creativo, que trasciende geografías, economías y las fuerzas de la globalización que han abrumado y dividido al planeta, entre desarrollado y en vías de desarrollo, entre ricos y pobres. Ese es el sentido persistente e inspirador de Design with Nature, y este nuevo libro está dedicado a ese fin.
Richard Weller y Karen M’Closkey son profesores de arquitectura paisajística en la Escuela de Diseño Stuart Weitzman, en la Universidad de Pensilvania. Frederick Steiner es decano y profesor de la cátedra Paley en la Escuela; Steiner y Weller, además, son codirectores ejecutivos del Centro Ian L. McHarg de Urbanismo y Ecología de la Escuela, mientras que Billy Fleming es director de Wilks Family.
Imagen: Tapa de Design with Nature, 1969. Crédito: Doubleday/Natural History Press, Museo Americano de Historia Natural.
Notas
1 Will Steffen, Paul J. Crutzen y John R. McNeill, “The Anthropocene: Are Humans Now Overwhelming the Great Forces of Nature?”, AMBIO: A Journal of the Human Environment 38, n.º 8 (2011): 614–621.
“El hombre es una epidemia, destruye el medioambiente del que depende y sentencia su propia extinción”.
Al dirigirse a una multitud de 30.000 personas en el parque Fairmount, de Filadelfia, durante la primera manifestación del Día de la Tierra, en 1970, Ian McHarg, escritor y arquitecto paisajista, no midió sus palabras. Su discurso no pretendía hacer sentir bien a nadie. Además de la aleccionadora afirmación citada, también informó al público: “Ustedes no tienen futuro”.
Si bien esas palabras eran oscuras, pretendían ayudar a que los oyentes vieran la luz. McHarg creía que la humanidad estaba atrapada en un embrollo que ella misma había creado, pero del que había vuelta atrás, y él tenía soluciones para ofrecer. Precisamente un año antes, había dado a luz la primera copia encuadernada de su libro Design with Nature (Proyectar con la naturaleza), un tratado de casi 200 páginas en el cual exigía una nueva forma de pensar la relación entre las personas, el entorno construido y el suelo que ocupamos. La primera edición del libro se agotó. Y también la segunda. Para cuando dio ese discurso del Día de la Tierra, era evidente que las ideas que proponía se recibían con avidez. De hecho, su filosofía acabaría por cambiar el modo de pensar de toda una generación de planificadores, arquitectos y diseñadores acerca de la relación entre las personas y el lugar. Su libro, junto con el trabajo de otros pensadores destacados, como Jane Jacobs, ayudó a cambiar el aspecto y la funcionalidad de muchas ciudades, en particular en los Estados Unidos. Y sigue siendo una de las publicaciones de diseño y planificación más influyentes.
Hace 50 años, Design with Nature ayudó a lanzar el campo de la planificación ecológica, y nos ayudó a virar de una sociedad de fines del s. XX que consideraba a las ciudades como un mal necesario a una que cada vez las ve más como lugares atractivos en los que se puede vivir, y que podrían ser la clave para nuestra salvación como especie. Hoy, el Instituto Lincoln se enorgullece de su asociación con los sucesores de McHarg en la Escuela de Diseño Stuart Weitzman, de la Universidad de Pensilvania, para crear el volumen de seguimiento citado en este número, Design with Nature Now (Proyectar con la naturaleza hoy). El nuevo libro, editado por Richard Weller, Karen M’Closkey, Billy Fleming y Frederick Steiner, ofrece una colección inaudita de homenajes reflexivos a McHarg, proyectos ilustrativos que reflejan sus doctrinas, y evaluaciones sinceras acerca del camino recorrido y del que queda por recorrer.
El libro (que llegará en octubre), junto con una exposición internacional y una conferencia epónimas a realizarse en la Universidad de Pensilvania en 2019, nos recuerdan la urgencia que llevó a McHarg a escribir esta obra influyente, y el hecho inevitable de que, en muchos sentidos, dicha urgencia se ha agravado. La rápida urbanización (se espera que hacia 2050 vivan dos mil millones de personas más en las ciudades del mundo) y el cambio climático exigen que volvamos a pensar en casi todo acerca de dónde y cómo vivimos; así, las ideas de McHarg están más vigentes que nunca.
Para el Instituto Lincoln, presentar su obra a una nueva generación forma parte de una labor más amplia por elevar la participación crucial del suelo como solución a nuestros desafíos económicos, sociales y ambientales más urgentes. Lo hacemos mediante publicaciones, como este libro, y trabajos de campo, como el de Rust Belt de los Estados Unidos, donde unimos a antiguas ciudades industriales pequeñas para pensar en estrategias innovadoras de revitalización; en China, donde apoyamos la labor del gobierno para implementar ciudades esponja que absorban agua pluvial; y en América Latina, donde promovemos nuevas herramientas de enseñanza para involucrar a los planificadores en el trabajo de mejorar las condiciones urbanas.
Este tipo de trabajo es importante en todas partes, pero en especial en el mundo en vías de desarrollo, donde el crecimiento urbano se acelera y no está bien regulado. Estamos empezando a ver un cambio hacia un crecimiento de calidad, y podemos apoyarlo si adoptamos y difundimos los principios de McHarg. Para rebatir su advertencia de que la sociedad no tiene futuro, debemos seguir trabajando para que la urbanización se implemente correctamente. Eso significa garantizar vecindarios seguros y economías sólidas, cierto, pero también significa reemplazar pavimento impermeable por jardines de biofiltración y rediseñar partes de la calle a escala humana, implementar infraestructura verde y azul donde antes reinaba la gris, y convertir edificios con gran consumo de energía en estructuras sustentables más saludables para vivir y trabajar. No se trata de proyectos glamorosos, pero tampoco superfluos; son fundamentales para nuestra capacidad de rediseñar y reconstruirnos una sociedad funcional que no “sentencie nuestra propia extinción”, como dijo McHarg.
¿La humanidad es realmente una epidemia empeñada en destruir el medioambiente y, en última instancia, a sí misma? ¿O podremos encontrar y aplicar una cura? En el Instituto Lincoln, la Escuela de Diseño Stuart Weitzman y otras organizaciones dedicadas a estudiar las conexiones entre las personas y el lugar, sabemos que algunas herramientas, desde políticas reflexivas de uso del suelo hasta el diseño innovador, pueden ayudar a alcanzar un pronóstico positivo. Pero este es el momento de actuar. No podemos cambiar el pasado, pero podemos adoptar la visión de McHarg y sus tantos sucesores en el campo de la ecología paisajística y ampliar la implementación de ideas que elevaron la práctica en los campos de la arquitectura, la planificación urbana, la gestión de agua pluvial y muchos otros. Debemos construir sobre el legado de McHarg y Design with Nature Now, antes de que realmente sea demasiado tarde.
Reflection
Traverse Before Transect
By Anuradha Mathur, July 1, 2019
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Ian McHarg introduced me to the ecological transect. It situated me uniquely in the land to which I had recently arrived as a student from India, 12,000 kilometers (7,500 miles) away. I was not just in Philadelphia; I was on a line drawn from the Appalachian Mountains across the Piedmont Plateau down to the Coastal Plain and the Atlantic Ocean. Having learned about Patrick Geddes’s Valley Section from his work in India in the 1910s, the transect resonated with me. In Geddes’s words, it was “that general slope from mountain to sea which we find everywhere in the world.”1
The transect, however, not only situated me; it also gave the students of my class, who hailed from five different continents, a common ground. It cultivated an eye for seeing landscape that we could carry wherever we went. For many of us that meant back home.
Each week we set out to a point on the transect — the coal mines near Scranton, the boulder field in the Poconos area, the forests of the Wissahickon, the meadows near Valley Forge, the falls at Manayunk, the bogs and waterways of the Pine Barrens, and the dunes along the Jersey Shore. We dug soil pits, identified vegetation, searched for clues to what lay above and below the Earth’s surface, and in our field notes pieced together the sectional history of the land. In studio, we worked in groups, familiarizing ourselves with particular sites on the transect. Each site was an area of 65 square kilometers (25 square miles), represented by a topographical map on which we called out diverse soils, vegetation, land uses, slopes, and geology. We highlighted the lines of streams, floodplains, wetlands, and aquifers, constructing clear distinctions between features that belonged to land and those that belonged to water. Although the base maps were the same each year, using a scale of 1 centimeter to 60 meters (1 inch to 500 feet), we took particular pride in choosing our palette of colors, which extended into subtle gradients of green, blue, and brown, perhaps in an attempt to dissolve boundaries constituted by the map that did not correspond with our experience on the ground. It was inevitable, however, that the transect on the ground would recede into distant memory as the map took over as the primary site of analysis and design. After all, it allowed the layering of information from multiple disciplines onto the same geographic surface. The map is what we, as students of design and planning, were tasked to respond to. This was our experience in the 501 studio at Penn in 1989, the foundational landscape studio initiated by Ian McHarg and Narendra Juneja in one of its last years.
A decade later it was my turn to teach the foundational landscape studio.2 I took students not to the transect of my student days but to a place from which they could construct their own transect. They carried measuring tapes, string, improvised spirit levels, pencils, newsprint, index cards, and charcoal. They did not carry maps to orient themselves, only the blank pages of their sketch books as they began to negotiate an unfamiliar terrain. I urged them to walk not so much to find their way, but to make their way. Some made their way from creek to ridge, others from forest to industrial remnants, yet others from wetlands to infrastructural corridors. Like route surveyors at the head of armies charged with mapping unknown terrains, they triangulated between points, connecting these points with lines of sight and measurement. They learned to be attentive to their selection of points. Some were fixed; others were ephemeral. They also learned to appreciate the lines that connected them, paying particular attention to the line between land and water. This line was fraught with controversy. It was known to shift daily and seasonally; but in a land of settlers, it was also shifted at will. They learned to appreciate wetness everywhere — in the ground, air, plants, rocks, creatures — rather than accept the presence of water as it was indicated on maps. The terrain was not exhausted in a single walk. It was walked differently each time. Once they triangulated, students sketched, sectioned, and photographed with an eye and ear tuned to meter and movement, material and horizon, continuity and rupture. Distinctions and boundaries that they had been cultured to see dissolved, and they began to articulate new relationships and limits.
Students were learning what it took to make a map. They were also learning what it took to construct a transect. It took traversing, traversing being the act of journeying across a terrain with the objective of recording findings as much as imposing a new imagination on place. In this sense, they were already designing while constructing a transect. Design was in the eyes with which they were seeing, the legs with which they were striding, the choices that they were making, the instruments with which they were measuring. They were learning what Geddes and McHarg knew all too well, that landscape and design emerge simultaneously in the act of traversing to construct a transect.
The work on the walls and on student desks drew a smile and characteristic sharp inhale from McHarg every time he walked into my 501 studio, expressing an appreciation for the graphite sections and triangulations being drafted, photographic montages being made, and plaster castings being worked. It was an appreciation that could only come from someone who knew what the transect owed to the traverse.
Today I take students in more advanced studios to places of conflict, poverty, and unfolding tragedy such as Mumbai, Bangalore, the Western Ghats of India, the deserts of Rajasthan, Jerusalem, and Tijuana. These are places on slopes from mountain to sea of their own, slopes that Geddes and McHarg believed to be “everywhere in the world.” But I am acutely conscious, as they would be, that these “transects” are products of traverses by “designers” before us — surveyors, explorers, colonizers, conquerors. Their extraordinary transgressions articulated the landscapes that have become the ordinary in these places, including what is taken for granted as natural and cultural, land and water, urban and rural. In short, they created today’s ground of conflict. Surely the least we can do in the spirit of McHarg and Geddes is to traverse these places again, to venture a new imagination aimed not necessarily at solving problems, but at keeping the transect alive as an agent of change.
Anuradha Mathur, an architect and landscape architect, is a professor in the Department of Landscape Architecture at the University of Pennsylvania Stuart Weitzman School of Design. She is the author, with Dilip da Cunha, of Mississippi Floods: Designing a Shifting Landscape Deccan Traverses: The Making of Bangalore’s Terrain; and Soak: Mumbai in an Estuary. The two coedited Design in the Terrain of Water.
Image: Detail of a drawing for the Delaware Upper Estuary Study created by students at the University of Pennsylvania Department of Landscape Architecture and Regional Planning, Spring 1968. Credit: The Architectural Archives, University of Pennsylvania.
Notes
1 Patrick Geddes, “The Valley Plan of Civilization,” Survey 54 (1925): 288–290.
2 I taught the 501 studio, the foundational design studio in the Landscape Architecture Department at the University of Pennsylvania, from 1994 to 2014, with a few breaks here and there. During this time, I had the opportunity to coteach with Katherine Gleason, Mei Wu, Dennis Playdon, and from 2003 with my partner Dilip da Cunha. I owe much to these colleagues, particularly to Dennis and Dilip, who brought structure, profound insights, and a high level of skill to 501 and taught me what it really meant to traverse.
Remembrance
A Few Choruses Low Down, but Not So Blue for Ian
By Laurie Olin, July 1, 2019
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The publication of Design with Nature forever changed the field of landscape architecture. The book, its ecological point of view, its rational method, and its author also had a significant and positive effect on my own life and career. I first heard of Ian McHarg when architecture classmates from Seattle stayed at my apartment in New York City in 1966. They were traveling to and from the Delmarva Peninsula for a landscape architecture studio at Harvard, where Ian was teaching while on sabbatical from the University of Pennsylvania. I was somewhat taken aback that they were making a plan for an entire peninsula that encompassed large portions of two states.
I first heard McHarg speak in Seattle and met him in March 1971 while teaching with Grant Jones at the University of Washington. He had come to give the John Danz lectures, which consisted largely of excerpts from Design with Nature.1 The three lectures were titled: “Man, Planetary Disease”; “An Ecological Metaphysic”; and “Design with Nature.” He was spellbinding. His presentation of the problems arising from our ideology, politics, and habits of practice was persuasive. Like many others, I got it. Ian was at loose ends during the day between his evening lectures and social events, so he came over to the school and hung out in our studio. Up close he was charming, warm, and kind to the students, who were preparing a landscape master plan for Bainbridge Island. He was an astute critic and generous to Grant and me. A year later, I went off to Europe to work on a landscape history of southern England and to study the sociology of the public realm of Rome.
By happy coincidence, I joined the Penn faculty in 1974, at a time when the Department of Landscape Architecture and Regional Planning had a bumper crop of natural and social scientists in addition to landscape architects, architects, and planners on its faculty. The curriculum was ambitious, wide ranging, and exhausting, but exciting and remarkably productive in its research, teaching, and production of future educators and practitioners who departed to all parts of the globe, spreading the message of Design with Nature. Since then, ecological analysis — the integration of data by overlay techniques, and an interactive matrix-based method for planning and design at a range of scales as advocated by Ian and in our curriculum — has seeped into the working methods of design practices, teaching curricula in academic institutions, and public agencies around the country and the world.
Ian was twenty in 1940, and World War II had begun. His youth was put on hold while he blew up bridges as a commando behind enemy lines. Afterward, he was part of a generation that wanted to fix things, to not make the mistakes of previous generations.
Marxist and Freudian thought, which had been influential in intellectual endeavors for several decades before the war, were displaced by a new perspective: structuralism, which provided meaning and methods in disciplines ranging from linguistics and literature to philosophy and ecology, even economics and design, through the 1950s and 1960s. The intellectual, academic, and professional world of the postwar years was imbued with instrumental systems thinking and a belief that reason and rational methods must be applied regardless of topic and field. McHarg used his graduate study at Harvard to give himself a crash course in science, sociology, and urban planning theory. He was determined to develop a landscape planning method and practice that was objective, not subjective; that was as rational and replicable as the hard sciences, not intuitive and willful — “not like the design of ladies’ hats,” as he would bellow. Step by step he developed the curriculum at Penn with the aid of research money that allowed him and his colleagues to consider the problem of human habitation and the most fundamental issues of community planning and design at a scale from neighborhood to physiographic region.
In concert with a number of natural scientists who had become public figures, McHarg used national television to advocate for environmental planning. There is no question that his rhetoric, performance, and publications had considerable influence on the creation and early years of the Environmental Protection Agency and the Clean Water and Clean Air Acts of the Lyndon Johnson and Richard Nixon administrations in the United States. The problems he raised and attempted to address — issues related to health, safety, settlement, resources, ecology, and resilience — are still the most important problems we face, and seem even clearer and more desperate today than when he was at his most strident.
Occasionally people ask me what the department was like, or suggest to me that they think McHarg was unsympathetic to design. It is simply not true. Others have speculated that Bob Hanna, Carol Franklin, other design practitioners, and I were something of a design antidote to the so-called method. In fact, with Ian’s support and conviction we were trying to demonstrate that science and ecology were not antithetical to design, but underpinned it when well done — that we were actually part of the follow-through.
He sought to clarify this in a book extending his ideas to human ecology, but the planned “Design for Man” volume never happened, in part because of the intractable difficulties inherent in social science. In the final analysis, landscape architecture is not a science. Like architecture, it is a useful art, one that employs the findings and knowledge of science along with knowledge of art, craft, design, and construction to address human needs in social environments. We knew that, and we discussed ad nauseam how our students at a certain point had to strap all of their analysis to their backs like a parachute and jump, hoping for a soft landing, not a crash. It informed their choices as ethical professionals, regarding costs, safety, health, and environmental outcomes. McHarg’s ideas were for guidance and to be used as a checklist for responsibility, not a set of rules to limit imagination, and as a constraint on foolishness and ignorance, not
on creation.
Interestingly, I found that the overlay method of examination, comparison, and interaction between various factors and topics — natural, social, historical, theoretical — could be as stimulating and useful in building up and creating a scheme through additive considerations as it was in digging through history and natural factors to produce suitability matrices. In over two dozen projects with Peter Eisenman, I explored using overlays of information in a forward-projecting manner in an effort to find alternative design structures, formal and artistic solutions to complex planning and design problems. Examples of my built and unbuilt work range from the Wexner Center at The Ohio State University and Rebstock Park in Frankfurt, Germany, to the City of Culture at Santiago de Compostela in Spain. After many somewhat experimental projects, I also came to find natural processes and ecology to be powerful metaphors that have been enormously helpful and inspirational in my work. Several of my most recent projects have derived from careful considerations and analysis of ecological history to produce both an understanding of a place and situation and complex and responsive physical designs. The recently completed University of Washington north campus residential community in Seattle, Apple Park in Cupertino, California, and OLIN’s current and ongoing Los Angeles River Master Plan and its pilot projects exemplify this approach.
In the past two decades a number of critiques have been leveled at McHarg and Design with Nature that are misplaced and often as ill-informed as the denigration of Frederick Law Olmsted and his parks by a recent generation of professionals. Most of the criticism of McHarg, however, has focused on the means, methods, and data in the work, arguing that they are outdated and simplistic. There is some truth in this, for structural systems of thought are inherently political and moralistic; they inevitably raise ethical issues, whether in science, the humanities, or the professions. Debates within the department and in his own office over planning and design often centered on social rather than biological issues, particularly fears of determinism derived from particular methods of responding to data, the data themselves, the costs and benefits resulting from the relative weight assigned to various factors, and the role of imagination, politics, and choice in human decisions. Unquestionably, the technologies used for remote sensing, mapping, and digital processes and computation have become more sophisticated. In the social sciences, likewise, quantitative methods have evolved, as have concerns for complex and vexed human relationships, economics, and all manner of groups not considered fifty years ago. Nevertheless, Ian’s fundamental insight and approach, despite his method — imperfect as all forms of research inevitably are — frames landscape and regional planning today. For all the developments in geographic information systems, no one has shown that he was working on the wrong problems, or that those problems are not still vitally important. As well, his critics have underestimated Ian’s responsibility for creating the professional context in which landscape architects and planners now operate; today’s practitioners are focused on similar concerns and are using the technology that he promoted and encouraged.
Ian was a force who changed our perspective forever, but also a deeply human and contradictory person. Difficult as he could be at times, he was extremely loyal and devoted to friends and family and fiercely proud and protective of his faculty, quarreling and making up with them socially and privately, in reviews and in faculty meetings — all in an endless effort to improve our work, our lives, and the planet. One of my fondest memories is of him standing atop a log, backlit in the blazing sun, wearing pajama bottoms and holding a cigarette in one hand and a hose in the other, watering the giant kitchen garden on his farm in Marshallton, Chester County, Pennsylvania. Sheep, pigs, and Highland cattle wandered about in the background as he drenched the nature, and that only through ecological understanding and constructive action could we save ourselves and have a good life.
Laurie Olin is one of the most renowned landscape architects practicing today. From vision to realization, he has guided many of OLIN’s signature projects, including the Washington Monument grounds in Washington, DC, Bryant Park in New York City, and the Getty Center in Los Angeles. He is emeritus professor of landscape architecture at the University of Pennsylvania and former chair of the Department of Landscape Architecture at Harvard University.
Notes
1 Ian L. McHarg, Design with Nature (Garden City, NY: Doubleday/Natural History Press, 1969).
Projects: Five Themes
From New York City to Jining, China, These Projects Exemplify the Principle of Designing with Nature
Edited by Frederick Steiner, Richard Weller, Karen M’Closkey, and Billy Fleming, July 1, 2019
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The projects featured in this article are excerpted from Design with Nature Now. They were selected for the book because each in some way narrows the gap between theory and practice and opens up a wider horizon for the future of landscape architecture.
Arriving at the full set of 25 projects for the book involved a long, collaborative process. We began by asking colleagues from around the world to nominate projects that they thought best exemplified and extended McHarg’s design philosophy and method. The nomination process resulted in a list of over 80 projects, and after much discussion, we agreed on the final 25.
The projects are organized into five themes: Big Wilds, Rising Tides, Fresh Waters, Toxic Lands, and Urban Futures, each of which is represented here. Although these themes cover a lot of territory, it will be obvious to readers that the collection does not represent all the types of work the professions of planning and landscape architecture do. We have included projects that engage large complex sites and pressing socioecological issues, and that variously translate into reality what could be referred to as a McHargian ethos of stewardship.
It must be said, however, that some projects show the limitations of the discipline’s ability to effect change at the scale that is needed; the projects improve the social and ecological function locally, but may also be part and parcel of development patterns and infrastructural projects that are environmentally degrading at other scales. We wish the full collection comprised a greater diversity of projects from a greater diversity of places. Much as the collection identifies gaps in the thematic areas engaged by contemporary practice, so too there are glaring gaps in the geography of contemporary practice. In short, the project selection is imperfect, but we have found, and hope the reader will also find, that the collection is a good place to begin.
Big Wilds: Malpai Borderlands, Arizona and New Mexico, USA
In the boot of New Mexico and the southeastern tip of Arizona along the U.S.–Mexico border, there is a 3,238-square-kilometer (1,250-square-mile) plot of land, almost entirely unbroken by highways or subdivisions. The Malpai Borderlands harbors an estimated 4,000 species of plants, 104 species of mammals, 327 species of birds, 136 species of reptiles and amphibians, and the greatest diversity of bee species in the world. In this biodiverse landscape, 53 percent of the area is privately owned and 47 percent is public — a split that has led to tensions among government agencies, cattle ranchers, and environmentalists.
What sets the Malpai Borderlands apart from other stories of conflict in conservation is how these tensions have largely been overcome in order to conserve the landscape’s biological and cultural identity. Fewer than one hundred families use this expansive land to graze their livestock. Despite being long loathed by environmentalists, these cattle ranching families have led the charge to keep the land from subdivision and development.
In the early 1990s, the suppression of wildfire caused the land to revert to shrubland dominated by the invasive mesquite tree. This brushlike tree is bad for grazing and highly flammable, serving as added fuel for forest fires, which can further denude the land. Fire has historically kept the brush at bay, and when a fire broke out on July 2, 1991, ranchers pleaded with the local authorities to let it burn. They did not listen. In response, ranchers committed to stewardship of the landscape formed the Malpai Borderlands Group, which has succeeded in protecting almost 80,000 acres from development.
The success of the Malpai Borderlands Group can be credited both to their reliance on science to help manage the Malpai and to their commitment to educating others about how grazing and conservation can coexist. The first scientist on the board, Ray Turner, specialized in comparative photography, a type of ecological study that traces old photographs to their origin and takes a new picture in the same location. The floral species in the photographs are then compared in order to paint a picture of the area’s ecological change. Turner and subsequent scientists have concluded, controversially, that a certain level of ranching can contribute to preserving the land’s biodiversity.
Project credits: The Malpai Borderlands Group is a nonprofit organization comprising land owners whose mission is to manage the ecosystem of nearly 404,685 hectares (1 million acres) of relatively unfragmented landscape. See www.malpaiborderlandsgroup.org/.
Rising Tides: 2050 — An Energetic Odyssey, North Sea, The Netherlands
2050 — An Energetic Odyssey, an immersive installation consisting primarily of a thirteen-minute video with maps, diagrams, and drawing, asks the question: What would it look like if the Netherlands and its neighbors were to switch to renewable energy production at a large enough scale to meet the Paris 2015 carbon emissions goals? 2050 — An Energetic Odyssey (the Odyssey) is not a plan; it is a narrative that recasts the landscape architect as provocateur. It uses techniques of data visualization to make complicated issues understandable to a broad, policy-oriented constituency.
The Odyssey envisions 25,000 wind turbines with a net coverage of 57,000 square kilometers (22,000 square miles) that would enable 75 percent of the North Sea countries’ current energy to be converted to renewable energy by 2050. Most of these turbines would be clustered on wind farms off the coastline of the North Sea countries. There is, however, one notable exception: a proposed cluster of wind farms on Dogger Bank, an ecologically vital sandbank submerged more than 50 meters (approximately 55 yards) below the water’s surface in the middle of the North Sea. To produce the necessary energy, a construction island and massive cluster of wind farms would need to be placed on Dogger Bank.
Therefore, the proposed construction method would minimize impacts on sea mammal navigation and avoid conflict with the migratory pathways of birds. The zone closest to the coast, which birds use for orientation, would be left untouched wherever possible, and wind turbines could be temporarily taken out of operation if sensors detected birds approaching. In addition, the wind farm locations could be combined with new marine reserves. Finally, the visual impact of the windfarms would be mitigated by siting the farms more than 19 kilometers (12 miles) out from the coast so that the Earth’s curvature would reduce visibility.
Project credits: Commissioned by the International Architecture Biennale Rotterdam (IABR) in the context of IABR — 2016 — THE NEXT ECONOMY. Concept: Maarten Hajer and Dirk Sijmons. Realized by: Tungstenpro, H+N+S Landscape Architects, and Ecofys in partnership with the Ministry of Economic Affairs of the Kingdom of The Netherlands, Shell, Port of Rotterdam, and Van Oord.
Fresh Waters: Weishan Wetland Park, Jining, China
The first phase of the Weishan Wetland Park in the town of Jining in China’s Shandong Province was completed in 2013. The impetus for this 39-square-kilometer (15-square-mile) park was the adjacent development of a new urban center just south of the existing city of Weishan, near the southeastern edge of the expansive Nansi Lake (also called Weishan Lake). This new southern town will eventually have 50,000 residents in an area that was previously agricultural. The Weishan Wetland Park will filter polluted water from the future development, and it is hoped that it will be the centerpiece of a larger program of nature-based tourism in the region. The proximity to Nansi Lake, one of the country’s largest and most polluted lakes, makes the park’s purification function especially important, as the lake is a part of China’s ambitious, though ecologically and socially disruptive, South-North Water Diversion Project, which redirects fresh water from the Yangtze River in the south to the more arid Yellow River basin in the north.
The master plan is structured around the creation of five zones: core protection, natural restoration, limited human activity, development, and a village community. Various types of wetland were restored or created from scratch, with the intention of attracting diverse species of waterfowl and enticing tourists to the park. There is some access to the park by vehicle, but much of the sightseeing can be done only on elevated pedestrian walkways built with local recycled wood and steel.
Although the water filtration and purification techniques used are not novel in the field of landscape architecture, their scale and integration into the new town mark a significant shift in thinking about water, both within the Shandong Province and in China as a whole. As of 2015, 1.3 million hectares (3.2 million acres) of new wetland park had been created and 130,000 hectares (321,000 acres) of wetland had been restored throughout the province.
China is in the process of rethinking its water infrastructure in the face of rapid urbanization and climate change. The national government’s renowned “sponge cities” initiative in 2015 funded the development of ponds, filtration pools, and permeable roads and public spaces in sixteen cities to improve flood and drought resilience.
Project credits: Client/Owner: Wei Shan Wetland Investment Co. Ltd. Photography: AECOM. AECOM team: Qindong Liang, Lian Tao, Yan Hu, Heng Ju, Yi Lee, Jin Zhou, Enrique Mateo, Xiaodan Daisy Liu, JiRong Gu, Li Zoe Zhang, YinYan Wang, Yan Lucy Jin, Kun Wu, Qijie Huang, Jing Wang, Ming Jiang, Danhua Zhang, Junjun Xu, Shouling Chen, Gufeng Zhao, Benjamin Fisher, FanYe Wang, Shuiming Rao, Changxia Li, Donald Johnson, Agnes Soh. Contractor: Shanghai Machinery Complete Equipment (Group) Co., Ltd. Wetland consultant: Shandong Environmental Protection Science Design and Research Institute. Sculpture consultant: UAP.
Toxic Lands: Freshkills Park, New York, USA
The general public’s negative view of marshland as wasteland in the 1940s helped determine the location of landfills throughout New York City. Fresh Kills landfill is one example. It was opened in 1948 as a temporary landfill on Staten Island on the banks of the Fresh Kills estuary. Robert Moses, a key figure in the city’s planning, promoted the landfill at Fresh Kills, hoping to later reclaim its marshland for real estate development and to build an expressway connecting Staten Island to New Jersey and Brooklyn.
Despite strong opposition, the Fresh Kills landfill remained, becoming permanent in 1953. At its peak in the 1980s, the landfill received up to 29,000 tons of refuse daily, and averaged 2.8 million tons annually over its lifespan. Over time, its four garbage mounds grew from a few feet above sea level to 69 meters (225 feet) tall. Until its closure in 2001, Fresh Kills reigned as the largest landfill in the world.
From 2003 to 2006, the design firm James Corner Field Operations and its consultants worked to create a master plan for the site. Capping a landfill and converting it to public open space is hardly a new practice, but creating a viable ecology in such a hostile location requires innovation and experimentation. First the landfill was capped and the infrastructure for methane extraction was set in place. Then, since importing good topsoil to cover the vast landfill (which was nearly three times the size of Central Park) was not feasible, the designers developed methods of in situ soil development through a highly curated process of plant succession. Various planting strategies have been tried, monitored, and adjusted.
The creation of Freshkills Park is a work in progress and is not expected to be completed until 2036. Once built, the new park will enlarge the existing 1,214-hectare (3,000-acre) Staten Island Greenbelt and connect it to the William T. David Wildlife Refuge, offering the community a full range of recreational activities.
Project credits: Project lead, landscape architecture, urban design: James Corner Field Operations. Consultant team: AKRF; Applied Ecological Services; Arup; Biohabitats, Inc.; BKSK Architects; Brandston Partnership Inc.; Jacobs (previously CH2M Hill); Daniel Frankfurt; Faithful + Gould; Geosyntec; HAKS; Hamilton, Rabinovize & Alschuler; Langan; L’Observatoire International; Philip Habit and Associates; Project Projects; Rogers Surveying; Sage & Coombe Architects; Richard Lynch (ecologist); and Sanna & Loccisano Architects (expediters).
Urban Futures: Medellín, Colombia
The city of Medellín suffers from extreme inequality that is reflected in its housing types and the broader built environment within the city’s valley section. The wealthy tend to live in central, well-serviced enclaves, while the poor live on peripheral steep slopes in self-constructed settlements. Since 2003, the city has undergone an internationally recognized urban transformation, coinciding with a restoration of peace in what was once the most dangerous city in the world.
In 2004, Medellín began rapidly linking what it identified as “nodes of development” in some of the city’s poorest neighborhoods — libraries, schools, and public spaces — to public transportation. It built gondolas, escalators, and bridges over steep ravines to link those neighborhoods to the city’s metropolitan transit system. Public space projects have also been built to bring more life to the channelized river. The Medellín River Parks Master Plan is a linear sequence of public spaces along the river that bisects the city and is where the oldest formal elements of the city are located. The construction of the first phase of the park required a section of the highway to be buried beneath the new park, and bridges have been built across the river, connecting the two parts of what had been a divided city.
These projects are an outgrowth of a philosophical and practical shift in planning first described in the city’s Plan de Ordenamiento Territorial of 1998, a document that built on existing United Nations efforts to provide basic services to the informal communities, or comunas, on the urban periphery. This document is still used and was updated in 2017, with an added focus on sustainability, walkability, accessibility, and the revitalization of the urban core. Practically and symbolically, the poorest residents were able to connect to the city and to the civility and services it promises its citizens.
Though Medellín has successfully provided services to informal settlements on its periphery, the question of how informal settlements arise in the first place and whether their growth can be planned is also relevant to the millions of people expected to migrate to rapidly urbanizing cities in this century. A significant planning document that addresses this larger issue is the recently completed BIO 2030 Plan — a strategic plan to structure future growth through cooperation among the ten municipalities of the Aburrá Valley — produced by governmental bodies in collaboration with Urbam, the Center for Urban and Environmental Studies at EAFIT University in Medellín, an organization led by Alejandro Echeverri. This comprehensive plan documents the geology, hydrology, ecology, and fragmentation of the entire valley and, using these layers as a base, provides detailed designs for different developments. Similarly, professors of landscape architecture and urban design David Gouverneur and Christian Werthmann, among others, are developing projects with students related to the social, ecological, and political challenges of designing informal settlements. Gouverneur’s Informal Armature approach offers a framework for self-constructed neighborhoods, prior to the occupation of the land, and Werthmann’s team, building on the work of Urbam EAFIT, offers detailed construction techniques to minimize risks from earthquakes and landslides and maximize access to basic infrastructure.
Project credits: Plan Director Medellín, Valle de Aburrá. Un sueño que juntos podemos alcanzar. Medellín: Alcaldía de Medellín, Área Metropolitana del Valle de Aburrá and Urbam EAFIT, www.eafit.edu.co/centros/urbam/articulos-publicaciones/SiteAssets/Paginas/bio-2030-publicacion/urbameafit2011%20bio2030.pdf. Medellín River Parks: Architectural design: Sebastián Monsalve, Juan David Hoyos. Design team: Osman Marín, Luis Alejandro Jiménez, Andrés Santiago Fajardo, Sebastián González, Juan Diego Martínez, Maria Clara Trujillo, Alejandro Vargas, Carolina Zuluaga, Daniel Zuluaga, Sara París, Daniel Beltrán,Daniel Felipe Zuluaga, David Castaneda, Alejandro López, David Mesa, Andrés Velásquez, Juan Camilo Solís, Melissa Ortega, D. David Hernández del Valle. Landscape design: Nicolás Hermelín. Photography: Alejandro Arango Escobar, Sebastián González Bolívar. Engineering team: Consorcio EDL. Builder team: Guinovart Obras y Servicios Hispania S.A. Grupo OHL Construcción. Construction supervision team: El Consorcio integral—Interdisenos. Design audit team: Bateman Ingeniería S.A. Medellín’s town hall: Aníbal Gaviria. Director of Administrative Department of Planeación de Medellín: Jorge Alberto Pérez Jaramillo. Management of Medellín River Parks: Antonio Vargas del Valle.
Shifting Ground / Medellín Project team: Institute of Landscape Architecture, Leibniz Universität; Hannover: Christian Werthmann, Joseph Claghorn, Nicholas Bonard, Florian Depenbrock, Mariam Farhat; Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam) / LA Universidad EAFIT (Escuela de Administración, Finanzas e Instituto Tecnológico): Alejandro Echeverri, Francesco María Orsini, Juan Sebastian Bustamante Fernández, Ana Elvira Vélez Villa, Isabel Basombrío, Diana Marcela Rincón Buitrago, Juan Pablo Ospina, Anna Manea, Daniela Duque, Ángela Duque, Simón Abad, Lina Rojas, Maya Ward-Karet, Santiago Orbea Cevallos; Harvard Graduate School of Design: Aisling O’Carroll, Conor O’Shea. Contracting authority: Municipal Planning Authority of the City of Medellín. Cooperation partners: Fundacíon CIPAV, Fundación Sumapaz, Aníbal Gaviria Correa, Jorge Pérez Jaramillo, Juan Manuel Patino M., Paola Andrea López P., Sergio Mario Jaramillo V., David Emilio Restrepo C., Mario Flores, John Cuartas, María Alejandra Rodríguez N. Participating project specialist: Eva Hacker, soil bioengineering; Marco Gamboa, geology; Michel Hermelin, geology; Iván Rendon, sociology; Tatiana Zuluaga, urban planning. Duration: 2011–today.
Photos in order of appearance.
View of the boardwalk through the Weishan Wetland Park. Credit: AECOM.
Bill McDonald drives in cattle to a corral for branding on the Sycamore Ranch. Credit: Blake Gordon.
The Princess Amalia offshore wind farm. The wind farm consists of sixty wind turbines and is located in block Q7 of the Dutch continental shelf, 23 kilometers (14 miles) from shore. Credit: Siebe Swart, 2013.
Tiering and diverse plantings create seasonal interest and opportunities for outdoor science education. Credit: AECOM.
Freshkills Park illustrative plan. Credit: James Corner Field Operations.
Aerial view of the first phase of the Medellín River Parks, constructed in 2016. Credit: Alejandro Arango Escobar.