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La vida de una idea
Para el joven John Lincoln, que creció en la campiña de Míchigan y Ohio, la facilidad para reparar e inventar cosas se manifestó tan pronto como su espíritu emprendedor. Se inscribió en la Universidad Estatal de Ohio, pero abandonó al tercer año, tras haber leído casi todos los libros sobre ingeniería de la biblioteca, y se inició en el campo de la electricidad, que empezaba a surgir a fines del s. XIX, en la misma época que Edison, Westinghouse y Tesla.
En su segunda década de vida, mientras trabajaba para varias compañías pequeñas con base en Cleveland, inventó un freno eléctrico para tranvías y obtuvo la primera de 55 patentes. También inventó un motor eléctrico, uno de los primeros automóviles eléctricos del país y, por último, un sistema para unir metales mediante soldadura por arco, que ayudaría a impulsar la extraordinaria movilización industrial de principios del s. XX.
En 1895, con US$ 200 de sus propios ahorros, fundó Lincoln Electric Company, que acabaría por ser una empresa global multimillonaria y que transformaría el diseño y la construcción de edificios, puentes, barcos, maquinaria de fabricación y armamento militar. Junto con James, su hermano menor, instauró políticas progresistas para el personal, como incentivos, licencias pagas, seguro médico y garantía de empleo de por vida.
En cualquier otra biografía, todo eso habría bastado, fueron logros asombrosos. Pero Lincoln tenía otro costado, como pensador, escritor y defensor de la justicia socioeconómica en todas sus formas. Inspirado por el economista político Henry George, intentó abordar la creciente brecha entre la riqueza y la pobreza. Según su opinión, acentuaban esta grieta no tanto la fabricación y las fábricas, sino sus contemporáneos de la Época Dorada, que se enriquecían con la especulación inmobiliaria.
Así, dirigió su mente inventiva a otra cosa: establecer una tradición en los ámbitos educativo y de investigación sobre el uso y la posesión del suelo, guiada por principios de ecuanimidad. En 1946 creó la Fundación Lincoln, que luego se convirtió en el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
La propuesta audaz subyacente del Instituto Lincoln (acercar a académicos y profesionales para investigar la importancia única del suelo en las economías, el gobierno y la sociedad en general) perduraría con su hijo y su nieta, quienes se convirtieron en representantes de su legado e innovadores por derecho propio. En el camino, adoptaron y promovieron su visión decenas de miembros de la junta y asociados a la familia Lincoln; cinco directores ejecutivos; el cuerpo docente y el personal, que pasó de ser un puñado de académicos a un plantel de unas 100 personas; y una constelación de planificadores, autores, docentes y otras personas asociadas. El Instituto Lincoln evolucionó y abordó temas impensados para el fundador, desde la crisis climática hasta el alto índice de urbanización en China. Así fue que una idea que hizo chispa a fines del s. XIX tiene una vigencia notable en el s. XXI.
El nicho en el que trabaja el Instituto Lincoln (la función del suelo en la sociedad) no siempre se comprende de inmediato, dice Bruce Babbitt, exgobernador de Arizona, secretario del Departamento del Interior de los Estados Unidos y miembro de la junta del Instituto Lincoln desde hace mucho tiempo. “Los Estados Unidos no tienen una gran tradición en planificación del suelo”, dice Babbitt, quien dio nombre al Centro Babbitt para Políticas de Suelo y Agua del Instituto Lincoln. El Instituto Lincoln “está trabajando en las fronteras de la economía, la ciencia, la conservación y el desarrollo . . . donde es esencial innovar y correr riesgos para poder triunfar”.
Los profesionales lo han notado. El exdirector de la comisión de planificación y zonificación de Hartford, Connecticut (una ciudad que ha luchado con la pérdida de población y empleos fabriles) dice que el Instituto Lincoln ayudó a la ciudad a evocar un futuro nuevo, definido por recursos como el tren regional de alta velocidad. El Instituto Lincoln “dio un marco a los debates sobre políticas que pueden transformar el modo en que usamos el suelo”, dice Sara Bronin, quien ahora dirige Desegregate Connecticut, una coalición por la equidad en el uso del suelo. Según ella, ha sido invaluable contar con los conocimientos y el apoyo de una organización que ayuda a encender ambiciones mayores: “Sencillamente, expande las ideas de todas las personas”.
CUANDO JOHN C. LINCOLN llegó a Cleveland, en 1888, la ciudad era un centro de innovación tecnológica, al estilo de Silicon Valley un siglo más tarde. Allí, Lincoln formó una familia y fundó su empresa y, tras legar las operaciones de Lincoln Electric a James y volver a la mesa de trabajo, hizo de todo, desde un aparato que cortaba carne hasta un método para doblar alambre y hacer resortes. También leyó y releyó Progreso y pobreza de Henry George.
Había escuchado a George en 1889, en una conferencia a la que había asistido por invitación de Tom Johnson, colega inventor que luego fue alcalde de Cleveland. Dejó la sala de conferencias convencido de una injusticia fundamental: que los propietarios territoriales hacían dinero fácil no por hacer algo especial o producir bienes, sino por solo poseer suelo cuyo valor aumentaba debido a acciones gubernamentales, como colocar una vía de tren.
“El valor territorial creado por la comunidad pertenece a la comunidad, tanto como el trigo que cultiva el agricultor pertenece al agricultor”, escribió Lincoln décadas más tarde en uno de los varios panfletos que publicó, llamado “Basta de robo legal”.
Lincoln apoyó la causa de George, adoptada hoy por los mayores economistas. Incluso aceptó la nominación del partido Commonwealth Land como vicepresidente del país en 1924, un paso más bien simbólico que pretendía dirigir la atención a los principios de George, y el cual él mismo luego describió como “una locura”.
Del dinero que obtenía por sus inventos, gastaba solo un poco en comodidades. En cambio, se convirtió en el mayor benefactor de la Facultad Henry George de Ciencias Sociales, fundada en 1932 en la ciudad de Nueva York, que sigue activa. En 1946 creó la Fundación Lincoln, que se “dedicaría a la educación en el sentido más amplio”, con la misión de “difundir verdades demostradas para intentar cambiar los estándares de educación económica y opinión pública, y así contribuir a una vida más justa y productiva para los hombres y las mujeres libres”.
En 1931 se había mudado a Phoenix, en gran medida para mejorar la salud de su esposa, Helen; allí se involucró en nuevas actividades en el sudoeste, como la minería y el incipiente negocio del turismo. Cofundó Camelback Inn en Paradise Valley, cerca de allí, y fue un benefactor importante en atención médica y otras iniciativas cívicas; hoy, en la zona hay una calle y un centro médico con su nombre.
En la década de 1950, el hombre delgado a quien un diario de Cleveland una vez había descrito como “más fuerte que una mula” bajó el ritmo, luego de una actividad intensa para cortar un cable de tranvía caído. John Lincoln llegó al final de su vida en Arizona en 1959. Dejó el legado de la FundaciónLincoln a sus descendientes, que lo llevarían a nuevos niveles de filantropía, educación e investigación.
DAVID COLVILL LINCOLN nació en 1925; era el menor de los tres hijos de John y Helen. Al igual que su padre, desde joven demostró perspicacia para los negocios, la ingeniería y la filantropía. Cuando tomó las riendas de la Fundación Lincoln, luego del fallecimiento de su padre, expandió el universo de destinatarios de subvenciones e incluyó una facultad de financiamiento público en Claremont Men’s College, California, la Universidad de Virginia, la de Nueva York, la de Chicago y el Urban Land Institute (Instituto de Suelo Urbano).
En ese momento, la Fundación Lincoln no tenía personal, y en un informe anual de 1963 se reconoció que los primeros años fueron “sensiblemente experimentales”. Pero David Lincoln colaboró con varios asesores, como Raymond Moley, uno de los consejeros de confianza de Roosevelt, quien había asesorado a John Lincoln y le había presentado a importantes académicos activos en economía territorial. Una de esas personas fue el economista Archibald Woodruff, quien en ese momento era presidente de la Universidad de Hartford. Woodruff se sumó a la fundación como miembro de la junta y ofreció sede para una nueva organización: el Instituto John C. Lincoln, creado en 1966.
Woodruff le siguió presentando gente, como dirigentes del Vaticano y las Naciones Unidas, y esto dio lugar a debates sobre tenencia y reforma territorial a nivel internacional, en particular en Asia. En 1968, la huella de la Fundación Lincoln se expandió oficialmente: se estableció el Land Reform Training Institute (Instituto de Capacitación sobre Reforma Territorial) en Taiwán, que hoy se llama International Center for Land Policy Studies and Training (Centro Internacional de Estudios sobre Capacitación y Políticas de Suelo), y sigue estando asociado al Instituto Lincoln.
Pero David Lincoln tenía sueños aun más grandes. El Instituto John C. Lincoln de Hartford fue un buen comienzo, pero él y la junta concibieron una nueva entidad que tendría largo alcance y sería independiente. Escribió a más de una decena de presidentes de universidades con una propuesta de colaboración en asuntos sobre el uso del suelo y la tributación inmobiliaria. Derek Bok, quien entonces era el presidente de la Universidad de Harvard, fue el único dirigente que le respondió; le ofreció asistencia para crear un programa en Cambridge, Massachusetts.
En 1974, la Fundación Lincoln estableció el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo como centro educativo sobre el uso del suelo y asuntos tributarios relacionados con el suelo. Arlo Woolery, experto en regulaciones y tasaciones de servicios públicos, fue el primer director ejecutivo. El Instituto Lincoln se estableció en Trowbridge Street, en Cambridge, y convocó a docentes de Harvard y el MIT para que ayudaran a evaluar las iniciativas de investigación que podrían brindar apoyo a profesionales y gestores de políticas durante toda la década de 1970 y en el futuro.
Fue una grata invitación en un momento de gran preocupación por la suerte de ciudades divididas por conflictos y aturdidas de problemas, según recuerda William A. Doebele, primer curador de Loeb Fellowship, de Harvard, fundada pocos años antes, en 1970, para convocar a profesionales en plena carrera para ayudar a resolver problemas urbanos.
La idea del Instituto Lincoln “era estudiar los tributos inmobiliarios en todas sus formas, una fuente inmensa de ingresos para los gobiernos municipales”, dice Doebele. “Había todo tipo de estudios sobre el impuesto a las ganancias y otras formas de tributación. Pero nadie prestaba atención a los tributos inmobiliarios”.
Según recuerda Doebele, a David Lincoln “no le gustaba mucho ser el centro de atención”. Era modesto y frugal, llevaba siempre el mismo maletín de cuero y conducía el mismo automóvil mucho tiempo más que cualquier otra persona. Pero su porte sencillo ocultaba la determinación por avanzar hacia nuevas fronteras.
Tras apenas un año de su fundación, el Instituto Lincoln organizó un coloquio sobre valuación masiva asistida por computadora (CAMA), una metodología emergente para llevar la tasación inmobiliaria a la era digital (en muchos lugares aún se hacía con papel y lápiz). El Instituto Lincoln empezaría a tener una función clave para que la herramienta fuera ampliamente accesible (ver Tecnociudad).
El incipiente instituto recibía con gusto a académicos prometedores como Daphne Kenyon, investigadora asociada sénior en el Instituto Urbano, y Joan Youngman, quien se unió tras hacer trabajos innovadores en tributación y leyes en Harvard. “No solo estaba abierto a nuevas ideas, sino que promovía y buscaba de forma activa nuevos temas de investigación”, dice Kenyon, quien hoy es miembro permanente de políticas tributarias en el Instituto Lincoln. “Para mí, definitivamente fue un lugar de trabajo que estimulaba el intelecto”.
Además de tributación territorial e inmobiliaria, otro gran foco de atención era el uso del suelo: el Instituto Lincoln exploraba las repercusiones medioambientales y fiscales de la expansión suburbana descontrolada. Este trabajo “ayudó a generar cambios drásticos”, dice Richard Perkins, fundador de la empresa inmobiliaria LandVest y exmiembro de la junta del Instituto Lincoln. Los emprendedores inmobiliarios empezaban a pensar en desarrollo teniendo en cuenta el entorno, pero los municipios debían saber cómo cambiar las reglas para promoverlo. “Esa [influencia] fue inmensa”, dice Perkins. “Afecta a todo el mundo y el modo en que vivimos”.
El estudio de la expansión urbana descontrolada continuó con el nuevo director ejecutivo, Ronald L. Smith, quien llegó en 1986 tras ser decano en la Facultad de Administración Empresarial en la Universidad de Georgetown. En 1988 el Instituto Lincoln organizó un foro importante en Phoenix sobre gestión del crecimiento. Esto llevó a investigar sobre crecimiento inteligente, nuevo urbanismo, planificación regional y subdivisiones “zombies”, y propició la publicación de la primera evaluación importante sobre políticas de crecimiento inteligente en los Estados Unidos.
El innovador movimiento por el desarrollo sostenible adquirió fuerza con la investigación y la valuación del Instituto Lincoln, dice Armando Carbonell, quien dirigió un sistema regional de planificación de uso del suelo para Cape Cod, Massachusetts, antes de unirse al Instituto Lincoln para gestionar los programas urbanos. “Adoptamos un enfoque riguroso basado en evidencia para estudiar qué políticas funcionaban y cuáles no”, dice.
En los 80, el financiamiento para la conservación territorial se convirtió en otra parte esencial de la creciente cartera del Instituto Lincoln. Kingsbury Browne, abogado de Boston y miembro del Instituto Lincoln, reunió a unos 40 representantes de fideicomisos de suelo para generar debates abiertos con el fin de establecer buenas prácticas de servidumbres de conservación y adquisición territorial. Esa reunión adquirió ímpetu e influencia nacional, tal como lo había hecho el trabajo inicial en CAMA. El grupo se convirtió en Land Trust Alliance
Reunir profesionales, organizar talleres y promover redes acabarían por ser el sello distintivo del Instituto Lincoln. Con los años, se han reunido con regularidad periodistas que escriben sobre ciudades y crecimiento urbano en los Estados Unidos y América Latina, jueces tributarios estatales, planificadores de ciudades, académicos de derechos de la propiedad, ministros internacionales y alcaldes de antiguas ciudades posindustriales, para intercambiar ideas y formar redes que promueven políticas y prácticas de base.
Nan Whaley, alcaldesa de Dayton, Ohio, participó en talleres con colegas dirigentes de ciudades posindustriales que se enfrentan a dificultades. “Es una linda relación entre oír y contar”, dice Whaley, y destaca que los eventos en los que participó se diseñaron “no para decirles a los profesionales qué hacer, sino para considerar a qué desafíos se enfrenta cada comunidad”.
Muchos otros dirigentes políticos llegaron a valorar el puente entre la investigación y la capacitación, y entre las políticas y la práctica. “Esta fue una de las primeras instituciones de este tipo que dio un paso atrás y observó lo que hacíamos en términos de medioambiente, conservación territorial, planificación”, dice Michael Dukakis, exgobernador de Massachusetts y candidato a presidente. “Un análisis reflexivo sobre lo que hacíamos con nuestro entorno natural y urbano; para gente como yo, era un lugar donde se podía obtener información sensata sobre lo que estaba ocurriendo en verdad en un momento de desinversión masiva en las ciudades. Ahora hay mucha gente metida en esto. Pero antes no. Ha sido una verdadera contribución”.
KATHRYN JO LINCOLN nació en 1954 en Long Island, Nueva York; allí, David trabajaba para Sperry Rand como ingeniero. Katie Lincoln, como se la conoce a nivel casi universal, fue la segunda de los cuatro hijos que tuvo David con su esposa, Joan. Es actriz y administradora cultural de formación profesional, y también tiene un máster en administración de empresas. Es directora de la junta del Instituto Lincoln desde 1996. Ese mismo año se designó un nuevo presidente: H. James Brown, director del departamento de Planificación Urbana y Regional de Harvard y director del Joint Center for Urban Studies del MIT, Harvard.
La nieta de John Lincoln, que también participa en la junta de la empresa que él fundó, Lincoln Electric, se propuso refinar la misión del Instituto Lincoln. Se basó en prioridades identificadas a principios de los 90, como tributación y regulación del suelo, funcionamiento de los mercados territoriales, transporte y uso del suelo, y derechos comunitarios e individuales y responsabilidades con el suelo. Pronto, estos temas se alinearían con una geografía expandida: ante la inminencia del nuevo milenio, la investigación y la pericia del Instituto Lincoln se requerían cada vez más en el exterior.
Con la caída de la Unión Soviética, las naciones de Europa oriental, recién independizadas, se embarcaron en reformas territoriales y tributos inmobiliarios al hacer la transición a una economía liberal. Un equipo del departamento tributario del Instituto Lincoln empezó a viajar todos los años a Lituania y otros lugares para enseñar conceptos básicos de impuesto sobre la propiedad inmobiliaria.
A medio mundo de distancia, América Latina crecía velozmente y tenía problemas con la urbanización y los asentamientos informales. Tras organizar conferencias internacionales con debates sobre las dificultades urbanas en México, una zona de particular interés para David Lincoln, y tantear el terreno con un programa sobre uso y desarrollo del suelo en Cuba, en 1993 el Instituto Lincoln lanzó el Programa para América Latina y el Caribe. Este se centraba, entre otras cosas, en asentamientos informales, la mejora del funcionamiento de los mercados territoriales y mejoras tecnológicas en los catastros.
La región, en particular Colombia y Brasil, también estaba experimentando con la recuperación de plusvalías (devolver a la comunidad los incrementos de valor del suelo generados por inversiones públicas y otras acciones gubernamentales), tal como lo había descrito Henry George. Estos experimentos avivaron el interés del Instituto Lincoln en el tema, lo cual culminó en el informe Implementación de la recuperación de plusvalías en América Latina: Políticas e instrumentos para el desarrollo urbano.
Con el cambio de siglo, otra parte del mundo también se urbanizaba velozmente. El Instituto Lincoln había estado involucrado en labores sobre políticas de suelo en Asia al menos desde la creación del centro de capacitación en Taiwán, en 1968, y ahora empezaba a desarrollar programas de investigación en China, con interés en temas como el uso del suelo, los mercados de viviendas y la tributación inmobiliaria. Mediante el influyente Ministerio de Suelo y Recursos, la junta del Instituto Lincoln llegó a un acuerdo con los funcionarios más importantes de China para crear un vínculo formal. El Programa en la República Popular China, creado en 2003, se dedicó a estudiar problemas medioambientales, la urbanización veloz y el financiamiento municipal. Cuatro años después, se lanzó en Pekín el Centro de Desarrollo Urbano y Políticas de Suelo de la Universidad de Pekín y el Instituto Lincoln. Los primeros proyectos fueron variados: desde capacitar a funcionarios gubernamentales mayores y jóvenes académicos chinos hasta patrocinar cientos de informes de políticas guiados por datos, dice Joyce Man, primera directora del centro. Man destaca que los Estados Unidos y el resto del mundo pueden aprender mucho de China sobre sustentabilidad, financiamiento de infraestructura pública basado en el suelo y redesarrollo urbano. “Los intercambios pueden ser de ida y vuelta”, dice.
Katie Lincoln y Gregory K. Ingram, presidente sucesor de Brown y exejecutivo del Banco Mundial, empezaron a viajar mucho para cultivar relaciones en China y otros rincones del mundo. En los albores del nuevo siglo, el Instituto Lincoln se convirtió en un socio importante del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, conocido como ONU-Hábitat, y realizó aportaciones a cumbres internacionales desde Nairobi hasta Kuala Lumpur. El Instituto Lincoln ya operaba en un escenario totalmente internacional y se había hecho un lugar junto a fundaciones filantrópicas y organizaciones no gubernamentales mucho más grandes; y pronto se expandiría aun más.
EN 2006, la Fundación Lincoln y el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo se fusionaron para formar una fundación privada. Katie Lincoln asumió como directora ejecutiva de inversiones para supervisar la dotación del Instituto Lincoln. Diversificó la cartera y añadió inversiones relacionadas con la misión, como la empresa de restauración de humedales Ecosystem Investment Partners y un fondo de infraestructura en África. “Yo lo veo como un libro perpetuo que perdurará más allá de mis hijos, y los hijos de mi hijos”, dice Lincoln. “Mi responsabilidad es procurar que este se estructure de modo que consideremos el crecimiento a largo plazo, pero también tengamos ingresos suficientes para respaldar el trabajo que estamos haciendo”.
Con la nueva etapa, también se renovó la atención en el alcance: se estableció un programa de comunicaciones y publicaciones formales que elabora libros, informes, documentos de trabajo, resúmenes de políticas y la revista Land Lines. “Era importante que hiciéramos el trabajo, que investigáramos, pero que lo presentáramos de un modo que fuera accesible”, dice Lincoln, a quien le preocupaba que, si los libros eran demasiado técnicos, terminarían en los estantes sin ser leídos. “Yo no soy la economista del grupo, pero, para que podamos triunfar, alguien como yo debe comprender lo que hacemos”.
Hoy, las publicaciones del Instituto Lincoln están disponibles en papel y en línea; gracias a una asociación de distribución con Columbia University Press, nos aseguramos de que lleguen a un público amplio. También se priorizaron proyectos multimedios: junto con Northern Light Productions, el Instituto Lincoln lanzó una serie de documentales, Making Sense of Place, que analiza asuntos urbanos en Phoenix, Cleveland y Portland, Oregón. Los videos, de una hora, se emitieron en televisión pública y hace poco se actualizaron y cobraron una nueva forma: un sitio web. La serie Shifting Ground, de cinco partes, que analizó conflictos y acuerdos de uso territorial en toda la nación, se emitió por radio pública, y dos series de pódcast (Land Matters, grabada en inglés, y Estación Ciudad, en español) analizan temas fundamentales.
Otro esfuerzo que hizo el Instituto Lincoln para ampliar el acceso a sus investigaciones fue recopilar datos sobre temas como presupuestos municipales y crecimiento urbano, y crear herramientas que puedan usar académicos, legisladores y ejecutores de políticas, periodistas, ciudadanos activistas y otras personas. Una base de datos, Significant Features of the Property Tax, básicamente reemplazó un informe anual del gobierno federal que se había suspendido. Otras bases de datos, como Fiscally Standardized Cities y Atlas of Urban Expansion, ayudaron a investigar sobre la densidad, la urbanización global y el financiamiento municipal. Con estos y otros proyectos, el objetivo ha sido aprovechar los avances tecnológicos para resaltar más la abundancia de información que el Instituto Lincoln ha acumulado con el tiempo, y para ayudar a tomar decisiones basadas en evidencia.
Hubo una nueva reinvención cuando George W. “Mac” McCarthy, director del programa Metropolitan Opportunity de la Fundación Ford, asumió como quinto director ejecutivo del Instituto Lincoln, en 2014. McCarthy lanzó un proceso de planificación estratégica que identificó seis “caminos hacia el impacto”, metas organizativas que abordaban desafíos globales sociales, medioambientales y económicos con vistas a las políticas de suelo.
Con McCarthy, el Instituto Lincoln empezó a operar en África
También nacieron tres centros nuevos. El Centro para la Inversión Comunitaria ayuda a las comunidades a movilizar capital para satisfacer sus prioridades económicas, sociales y medioambientales. El Centro Babbitt para Políticas de Suelo y Agua promueve y fortalece los vínculos fundamentales entre la gestión del agua y del suelo, y su primer centro de atención es la cuenca del río Colorado. El Centro de Soluciones Geoespaciales ofrece datos, pericia y servicios que amplían el acceso a tecnologías que pueden brindar información para tomar decisiones sobre el uso del suelo en todo el mundo. Desde el principio, la idea de la Fundación Lincoln, y luego del Instituto Lincoln, fue usar la investigación y la capacitación para ayudar a afrontar las dificultades más arduas del momento. La brecha entre riqueza y pobreza que John Lincoln consideraba un agravio persiste, y hoy se traduce en temas como viviendas asequibles, estabilidad fiscal y justicia social.
“Es probable que esta relevancia nunca desaparezca, siempre que haya gente en las ciudades y comunidades que se esfuerce por mejorar la calidad de vida, reducir la pobreza y generar riqueza”, dice Andrea Taylor, miembro de la junta del Instituto Lincoln desde hace mucho tiempo, quien hoy es directora ejecutiva de diversidad en la Universidad de Boston. Taylor añade que el Instituto Lincoln “siempre está pensando cómo puede seguir reinventándose en respuesta a lo que ocurre en nuestras sociedades, tanto en el país como en todo el mundo”.
El mundo se enfrenta al desafío del cambio climático, con sequías intensas y la posibilidad de que el incremento del nivel del mar provoque innumerables cambios en geografías y el uso del suelo, y lucha con las consecuencias sociales y económicas de la pandemia del coronavirus; al mismo tiempo, la noción de centrar la atención en el suelo resulta particularmente profética. Estas crisis provocan nuevas ideas sobre la densidad y el uso del suelo, viviendas, transporte y, en definitiva, sobre cómo expresar mejor el principio fundamental que llevó a la creación del Instituto Lincoln: la equidad.
Según Taylor, este es un momento oportuno para repensar la ecuanimidad y el acceso a los recursos, entre ellos el suelo, y para crear capacidad de resiliencia al hallar nuevas formas de fortalecer el sentido de comunidad. “Nada es estático con el suelo y su uso; siempre hay nuevas oportunidades para resolver problemas”, dice. “Cambiarán las dificultades específicas, pero la premisa subyacente se basa en la gente, el lugar y el espacio. Yo creo que en 75 años, el Instituto Lincoln aún tendrá una función importante, porque estos problemas no van a desaparecer”.
Anthony Flint es miembro sénior del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo y editor colaborador de Land Lines.
Fotografía: Plantaciones de tomates en el centro norte de Ohio. Crédito: Alex MacLean.
Referencias
Dawson, Virginia P. 1999. Lincoln Electric: A History. Cleveland, OH: History Enterprises Inc.
Koller, Frank. 2010. Spark: How Old-Fashioned Values Drive a Twenty-First Century Corporation: Lessons from Lincoln Electric’s Unique Guaranteed Employment Program. Nueva York, NY: Public Affairs.
Fundación Lincoln. 1961–1973. Informes anuales. Archivos del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
Instituto Lincoln de Políticas de Suelo. 1994. “Convocatoria al vigésimo aniversario”. Transcripción de actas. 24 de septiembre. Archivos del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
———. 2002. “In Memoriam: Arlo Woolery”. Land Lines. Abril. https://www.lincolninst.edu/publications/articles/memoriamarlo-woolery.
———. 2018. “In Memoriam: David C. Lincoln, 1925–2018”. Blog At Lincoln House. 19 de marzo. https://www.lincolninst.edu/news/lincoln-house-blog/memoriam-david-c-lincoln-1925-2018.
Moley, Raymond. 1962. The American Century of John C. Lincoln. Nueva York, NY: Duell, Sloan y Pearce.
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