“Mayor’s Desk” Book Highlights Crucial Work of Local Government Leaders
By Kristina McGeehan, Noviembre 7, 2023
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During an era defined by racial reckonings, the COVID pandemic, rapid technological advances, and the unyielding climate emergency, mayors around the world have been thrust into once unimaginable situations. In Mayor’s Desk, an inspiring collection written by Anthony Flint and published by the Lincoln Institute of Land Policy, 20 innovative leaders from five continents share their struggles and successes, along with strategies for making cities more equitable, sustainable, and healthy places to live and work. From Berkeley to Bogotá, Mayor’s Desk proves that progress is possible, even—or maybe especially—in turbulent times, and that local governments are the drivers of global change.
Since 2018, Lincoln Institute Senior Fellow Anthony Flint has conducted interviews with mayors of large and small cities in the United States, Europe, Africa, Asia, and Latin America about their groundbreaking approaches to our most pressing urban challenges. Mayor’s Desk interviews appear regularly in the Lincoln Institute’s Land Lines magazine and Land Matters podcast.
In these forthright conversations, local leaders describe how they are using land policy to improve the quality of life for the people who live in their communities. From building a new bike lane to weaning an entire city off fossil fuels, from piloting new sources of revenue to stopping speculators in their tracks, the strategies and solutions in this collection can be of value far beyond their local contexts. The conversations also reveal how the personalities, backgrounds, and values of these mayors shape their leadership styles, whether they are making modest incremental improvements or bold transformations.
A journalistic time capsule of innovative leadership and tangible change, this book can serve as an inspiration and valuable resource for anyone who wants to understand and influence the evolution of their cities.
“For mayors, activists, urban planners, students, and citizens of every kind, these pages offer a sample of some of the bold ideas that have been emerging from cities over the past decade,” writes Michael R. Bloomberg, founder of Bloomberg LP and Bloomberg Philanthropies and former mayor of New York City, in the book’s foreword. “The mayors on these pages have differing political viewpoints and party memberships, and that underscores one of the book’s messages: Just as good ideas transcend national borders, they transcend political ideology, too.”
About the Author
Anthony Flint is a senior fellow at the Lincoln Institute of Land Policy, contributing editor to Land Lines, and host of the Land Matters podcast. He is a correspondent for Bloomberg CityLab and the Boston Globe, where he writes about architecture and urban design, and has been a journalist for over 30 years. He is the author of Modern Man: The Life of Le Corbusier, Architect of Tomorrow (New Harvest); Wrestling with Moses: How Jane Jacobs Took on New York’s Master Builder and Transformed the American City (Random House); and This Land: The Battle over Sprawl and the Future of America (Johns Hopkins University Press), as well as coeditor of Smart Growth Policies: An Evaluation of Programs and Outcomes (Lincoln Institute).
Lead image: Mayor Aki-Sawyerr, center, helps celebrate the installation of marketplace shades in Freetown. Credit: Office of Mayor Yvonne Aki-Sawyerr.
Vivienda/trabajo
Aumentan las transformaciones de oficinas en viviendas: ¿qué significa esto para las ciudades?
Tiene tanto sentido, al menos en los papeles: un último cambio de las normativas en el lugar de trabajo ha dejado a muchos edificios de oficinas del centro mitad vacíos durante gran parte de la semana, así como a las tiendas de delicatessen, kioscos y cafeterías que por mucho tiempo dependieron de los dólares de los trabajadores que llegaban a diario. A medida que las vacantes aumentan, los valores de los inmuebles comerciales disminuyen, lo que podría afectar las rentas por tributos inmobiliarios. Mientras tanto, en los barrios más residenciales, fuera de aquellos adormecidos distritos del centro, una grave escasez de viviendas disparó los precios por encima de niveles sostenibles para compradores de propiedades e inquilinos por igual.
Entonces, ¿por qué no transformar algunas de esas oficinas vacías en las tan necesarias viviendas, y traer más personas (y consumo) al centro, a la vez que se propician beneficios en cuanto al clima y la sostenibilidad gracias a la reutilización de edificios y la generación de densidad urbana?
Esa es la pregunta que se están planteando en las ciudades en todo el mundo, a medida que los calendarios de trabajo remoto e híbrido pasan de ser una excepción a ser una regla para una parte considerable de la mano de obra. Pero, si bien la reutilización adaptativa de las oficinas como residencias parece ser una solución prometedora, la realidad es más complicada.
Según un análisis de Gallup de junio de 2022, más de la mitad de los trabajadores estadounidenses, unos 70 millones de personas, pueden realizar sus trabajos de forma remota, y un mero seis por ciento quiere volver a trabajar en una oficina a tiempo completo algún día (la mayoría dice que, si el empleador lo exigiera, buscaría otro empleo). Gallup predice que más de la mitad del personal con capacidad de trabajar remoto trabajará en un esquema híbrido en el futuro, y un 22 por ciento trabajará siempre fuera del establecimiento en los próximos años (Wigert y Agrawal, 2022).
A medida que los acuerdos de trabajo remoto e híbrido no solo se aceptan sino que también se esperan, las empresas están consolidando la cantidad de espacio de oficina que alquilan mientras intentan hacer que trasladarse hasta el lugar de trabajo valga el esfuerzo para el personal. A menudo eso se traduce en alquilar menos metros cuadrados en un edificio más costoso con terminaciones nuevas y de calidad superior, e instalaciones de última generación, lo que, en el ámbito de los bienes raíces comerciales, se conoce como espacio de clase A.
Esto obliga a las oficinas menos atractivas de clase B o clase C, que representan la mayoría de los espacios de trabajo construido, a tener que luchar para encontrar y mantener inquilinos. En todo el país, la tasa de vacantes de las oficinas superó el 17 por ciento en el cuarto trimestre de 2022, frente a un 12,1 por ciento a fines de 2019, según la empresa de bienes raíces comerciales, CBRE.
Esta tendencia no muestra señales de atenuarse, y a algunas ciudades les está yendo peor que a otras. CBRE calculó que, a finales de 2022, la tasa de vacantes comerciales en San Francisco será del 27,3 por ciento (antes de la pandemia era tan solo del 4,8 por ciento). Phoenix finalizó el año con casi el 24 por ciento de sus oficinas desalquiladas, frente a un 14,4 por ciento a finales de 2019 (CBRE 2023).
Y los distritos comerciales del centro, en particular, están tambaleando. Este ya es el tercer trimestre consecutivo que las oficinas del centro presentan niveles de vacantes superiores (17,6 por ciento) a los de las áreas urbanas (17,2 por ciento), lo que invirtió la tendencia histórica. A fines de 2019, la tasa de vacantes para los edificios de oficinas céntricos fue del 10,2 por ciento.
En la región de Upper Downtown de Denver, la tasa de vacantes de oficinas ya estaba aumentando antes de la pandemia y, para mediados de 2022, había alcanzado un 21 por ciento, explica Laura E. Aldrete, directora ejecutiva de Planificación y Desarrollo Comunitario. Pero los dirigentes de la ciudad están eligiendo ver esta situación como una oportunidad. “Hay una crisis de viviendas asequibles integrada a eso”, dice Aldrete. “Entonces, ¿cómo podemos crear una variable positiva de dos negativas?”.
Diversificar
Avanzada la pandemia, Aldrete notó algo mientras caminaba por la ciudad de Querétaro, México: en momentos en los que muchos centros estadounidenses aún parecían misteriosamente vacíos debido al cierres prolongados de oficinas, la ciudad de Querétaro estaba viva. En México, también habían cerrado muchos lugares de trabajo, pero el centro de la ciudad estaba lleno de personas, incluidas familias con niños pequeños. “Es una ciudad de la década de 1500 que tiene una serie de plazas públicas, con calles peatonales y residencias, oficinas y [tiendas] minoristas, y estaba prosperando”, relata Aldrete.
Vio un patrón similar emergente en secciones del centro de Denver. El distrito comercial central de la ciudad, Upper Downtown, es una vuelta hacia la era de la renovación urbana (edificios de oficinas de hormigón, calles de sentido único, espacios de estacionamiento) y aún tiene que despertar del sueño inducido por la COVID. Pero Lower Downtown (o “LoDo”), un barrio histórico con usos múltiples cuyos depósitos alguna vez vacíos se convirtieron en loft y restaurantes en las décadas de 1980 y 1990, permaneció bastante activo durante la pandemia. Lo mismo ocurrió con el barrio de Union Station, que experimentó su propio renacimiento de uso mixto en la década pasada, con la renovación, de gran repercusión mediática, de la estación de tren que puso una mayor foco en los parques y las viviendas de ingresos mixtos. “Hoy en día, en comparación con Upper Downtown, aquellos dos barrios céntricos siguen prosperando”, comenta Aldrete.
Los vecindarios Union Station y Lower Downtown de Denver están llenos de vida; Los líderes de la ciudad esperan que la conversión de oficinas vacías en apartamentos en el área del Upper Downtown cree una sensación similar. Crédito: Page Light Studios a través de iStock Editorial/Getty Images Plus.
Incluso antes de la pandemia, Aldrete pudo ver que el ambiente de oficina “de nueve a cinco” de Upper Downtown había perdido la vitalidad que buscaban los empleados del siglo XXI. “Históricamente, todos los bancos y las empresas de gas y petróleo se han peleado por tener una dirección en la 17th Street”, dice Aldrete, un tramo de Upper Downtown llamado “La Wall Street de las Rocosas”. Pero cuando BP estaba buscando una sede regional siete años atrás, la empresa ignoró la 17th Street y prefirió una ubicación cerca de Union Station. La COVID atacó, “y se hizo muy evidente que no teníamos un barrio [en Upper Downtown] . . . no había nadie”, dice. La pregunta que surgió es la siguiente: “¿Cómo podemos pensar en transformar nuestro distrito comercial central en un distrito barrial central?”.
Denver está elaborando un programa piloto en el que invitará a cinco propietarios de inmuebles a trabajar con la ciudad para convertir sus edificios de oficinas infrautilizados en residencias. Aldrete alentó a los propietarios del edificio histórico Petroleum, que está ocupado a medias, entre otros, a participar, debido a que ya tenían planes de transformar la torre de oficinas en más de 100 departamentos. Espera que unos pocos proyectos piloto puedan abrir camino a otros en el futuro.
“En el mercado inmobiliario, los primeros son los que asumen el mayor riesgo”, explica Aldrete. “Una de las funciones que el gobierno municipal puede desempeñar es trabajar con el sector privado . . . ¿Cómo nos presentamos como buenos socios para acompañarlos en el proceso?”.
El barrio ya tiene espacios de entretenimiento y quizás el mejor acceso al transporte público de la ciudad, incluidos colectivos y el metro ligero, comenta Aldrete, pero carece de otros servicios esenciales que atraerían a residentes por tiempo completo, “el corazón de toda comunidad”. Así que, al mismo tiempo, Denver está trabajando con socios de la comunidad para encontrar otras formas de crear un centro “que sea un barrio completo”, desde estrategias para atraer más establecimientos para el cuidado de las infancias y aumentar la cubierta de árboles afuera de las transformaciones residenciales, hasta la activación de espacios de venta minorista en planta baja a través de programas como PopUp Denver, que brinda a los empresarios locales vidrieras sin costo de alquiler por tres meses.
Sostener el centro
La reutilización adaptativa presenta desafíos logísticos, pero también posibilidades, como el potencial de revivir los centros en dificultades y sostenerlos de una forma nueva, explica Amy Cotter, directora de estrategias climáticas en el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo. “Mucho se ha escrito sobre la evolución del espacio de oficinas como una sentencia de muerte para los centros de nuestras ciudades”, comenta Cotter, explanificadora que se centra en las políticas urbanas y la resiliencia climática. Pero convertir el exceso de espacio de trabajo en viviendas ofrece el panorama de una población que mantiene la ciudad activa y económicamente saludable las 24 horas de todos los días de la semana, “diferente de cuando teníamos distritos comerciales centrales con una población durante el horario de oficina y habitantes de los suburbios que venían a trabajar”, añade.
Las rutinas urbanas de las últimas décadas se volvieron predecibles e insostenibles, señala Cotter: “Durante el día, están los trabajadores de oficina que estacionan y comen en restaurantes, y luego, por la noche, hay propietarios de condominios y habitantes de departamentos que estacionan y salen a comer a restaurantes”, comenta. “Bien, ¿qué pasaría si no existiese ese recambio? ¿Qué pasaría si fuera siempre la misma población, no solo que trabaja, vive, come y se recrea en el mismo espacio, sino también que evita viajar todos esos kilómetros en auto, y, quizás, hasta evita tener un auto?”.
Suena un poco utópico, admite Cotter, pero no es impracticable. Después de todo, la reutilización adaptativa no es nada nuevo. Como consecuencia de la caída de la fabricación nacional a fines del siglo XX, las industrias y fábricas textiles vacantes en el Noroeste y en el Medio Oeste se redestinaron a estudios de arte y loft residenciales muy demandados. La merma en la asistencia a las iglesias dio origen a condominios reformados con techos de catedrales reales. Y, según un estudio publicado en enero por el Office Adaptive Reuse Task Force (Equipo de Trabajo de Reutilización Adaptativa de Oficinas) de la ciudad de Nueva York (ciudad de Nueva York, 2023), en Bajo Manhattan, las iniciativas de revitalización que comenzaron a mediados de los noventa y se aceleraron después del 11 de septiembre dieron lugar a alrededor de seis millones de metros cuadrados de espacio de oficina que se transformó en unas 17.000 viviendas.
Reutilización adaptativa en Boott Mills, un ex molino de algodón en Lowell, Massachusetts. Crédito: John Penney vía iStock Editorial/Getty Images Plus.
Readaptar una estructura, en lugar de demolerla y reconstruirla, evita que llegue más carbono a la atmósfera y más desecho de construcción a los vertederos. Según la Agencia de Protección Ambiental, en 2018, en los Estados Unidos se generaron 600 millones de toneladas de desecho de construcción y demolición, más del doble de nuestro desecho sólido municipal, y un 90 por ciento de este vino de la demolición de edificios existentes (US EPA 2022). Mientras tanto, los materiales de construcción convencionales emiten cantidades excesivas de carbono; la producción de acero y hormigón, por separado, representan al menos un ocho por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Este es el motivo por el que la reutilización adaptativa “casi siempre ofrece ahorros medioambientales en comparación con la demolición y la construcción nueva”, según el Laboratorio de Políticas e Investigación del Fideicomiso Nacional para la Preservación Histórica, que advierte que los edificios más nuevos necesitan entre 20 y 30 años de operaciones de alto rendimiento para, finalmente, compensar el impacto climático inicial de su construcción (Frey, Dunn y Cochran, 2011). Mantener intactos los cimientos y la estructura de los edificios a la vez que se le hace un lavado de cara a la fachada y se modernizan la calefacción, refrigeración, aislamiento y otros sistemas tiene el beneficio añadido de mejorar de forma radical la eficiencia energética del funcionamiento del edificio, lo que reduce el consumo de energía en hasta un 40 por ciento.
Además, puede ser económico. Si bien las transformaciones de oficinas pueden complicarse, Robert Fuller, director y jefe de estudio de la sede de Nueva York de la firma de arquitectura mundial Gensler, explica que “en comparación con demoler y construir de cero, por lo general, implican un menor costo por unidad que una construcción nueva”. CBRE calcula que el costo de acondicionar un edificio de oficinas para transformarlas en departamentos en Alexandria, Virginia, sería de US$ 213 por pie cuadrado, en comparación con US$ 275 por pie cuadrado si se construyera de cero. Además, el proceso puede acelerarse: algunos desarrolladores le contaron a Urban Land Institute que la reutilización puede ahorrar de seis a 12 meses de tiempo de construcción (Kramer, Eyre y Maloney, 2023).
La apatía de mediados de siglo
Lo que hace que el movimiento actual de reutilización sea más desafiante que la transformación de fábricas e iglesias es el tipo de edificios de oficinas que hay que transformar. Gran parte del espacio comercial vacante hoy en día se encuentra en torres de las décadas de 1960, 1970 y 1980, cuadradas y sin ningún tipo de glamour.
“Aún no se las considera realmente edificios históricos”, señala Fuller. Además de sistemas envejecidos, estos monolitos de mitad de siglo suelen tener plantas extensas de una cuadra de profundidad, que hacen que el corazón del edificio se encuentre elevado, a más de 10 o 15 metros de la ventana más cercana (que no puede utilizarse), así como fachadas monótonas y poco acogedoras.
Muchos edificios de Bajo Manhattan que se reformaron tras la catástrofe del 11 de septiembre eran construcciones previas a la guerra con placas de piso pequeñas y aperturas para ventanas con marcos tradicionales, comenta Fuller. “No quiero decir que hayan sido transformaciones sencillas, pero tenían mucho sentido. Algunos de estos edificios de las décadas de 1960 y 1970 . . . definitivamente presentan desafíos”.
De todos modos, los arquitectos pueden resolverlos, en general, se trata de una cuestión de viabilidad financiera. Por ejemplo, Fuller dice: “Si el edificio tiene una placa de suelo lo suficientemente amplia, en realidad, se puede crear un tragaluz en el centro”, y así se atrae la luz diurna hacia el corazón del edificio.
Ese espacio también puede reutilizarse de otras formas. Cuando, hace unos años, Gensler estaba transformando las oficinas de la Franklin Tower de Filadelfia en departamentos, la empresa decidió apilar los servicios nuevos del edificio, como el estudio de ciclismo Peloton, el centro fitnes y el teatro, en el centro del edificio a lo largo de diferentes pisos, y así le dio uso a un espacio que, de lo contrario, estaría ocioso, en el núcleo del edificio. “En lugar de hacer un servicio por piso, algo que suele ser muy común en los edificios residenciales”, explica Fuller, “puedes imaginarte esta columna vertical de servicios que atraviesa todo el edificio hasta arriba”.
Otro desafío al adaptar los edificios de oficinas más viejos es modernizar el muro cortina, la fachada externa no estructural. El fin de esto no es solo modernizar la estética y mejorar la eficiencia energética, sino también instalar ventanas que funcionen, que suelen faltar en la mayoría de los edificios de oficinas y que la mayoría de las ciudades exigen en las unidades residenciales.
A pesar de presentar estos obstáculos, los edificios de oficinas corrientes aún pueden ofrecer un buen cimiento para viviendas atractivas, así como ubicaciones codiciadas y características estructurales lujosas como los techos altos. Una altura de 3,5 metros de techo a techo no se considera un estándar de clase A para el espacio de oficina moderno, dice Fuller, “pero es muy generoso para un edificio residencial”.
Para ayudar a las ciudades a identificar candidatos potenciales para la reutilización, Gensler desarrolló un sistema de puntuación de propiedad que otorga puntos según la ubicación del edificio, la configuración, el servicio de ascensores y otros factores. “Es una forma de analizar rápido una franja amplia de edificios e identificar a los mejores competidores”, comenta Fuller, porque no todas las torres de oficinas vacantes son aptas para proyectos de transformación razonables.
Por ejemplo, solo 10 de los 84 edificios que Gensler evaluó en el distrito financiero de Boston alcanzaron el puntaje necesario para merecer que se los considere como objetivos de reutilización (Carlock 2022). Puede que esta no parezca una gran cifra. Pero, incluso si la mayoría de las torres de oficinas de mitad de siglo no califican para la reutilización residencial, convertir tan solo algunas puede generar cientos o, incluso, miles de viviendas nuevas en las ciudades carentes de ellas. “Dados los millones de metros cuadrados de espacio de oficina infrautilizados, incluso un pequeño porcentaje podría ser realmente significativo en lo que respecta a la vivienda”, afirma Fuller.
Esta es una de las razones por las cuales el Office Adaptive Reuse Task Force de la ciudad de Nueva York está recomendando 11 cambios de políticas que permitirían y fomentarían la conversión de más edificios de oficinas en más barrios (ciudad de Nueva York, 2023). “Queremos garantizar que los edificios de oficinas obsoletos puedan transformarse para darles un uso más demandado, como las viviendas que los neoyorquinos necesitan desesperadamente”, escribe el director de planificación, Dan Garodnick. Algunas de las recomendaciones del equipo de trabajo, posteriores a un estudio de cinco meses, son: flexibilizar las reglas para permitir la transformación de la mayoría de los edificios de oficinas construidos antes de 1991 y ofrecer incentivos de impuestos a la propiedad para apoyar la creación de viviendas asequibles e instalaciones para el cuidado de las infancias en edificios restaurados.
The Cornerstone de Peoplefirst Developments, un proyecto de reutilización adaptativa en Calgary, creará una residencia destinada a familias (izquierda) a partir de un edificio de oficinas comerciales (derecha). Crédito: cortesía de Peoplefirst Developments.
Para mejor o para peor, Calgary, Alberta, le lleva ventaja a muchas ciudades que recién están empezando a explorar las transformaciones de oficinas. Calgary, una ciudad de 1,3 millones, ha tenido sus auges y caídas como capital corporativa de la industria de gas y petróleo de Canadá. Pero la baja de los precios del petróleo crudo en 2014 arrastró con ella al mercado de bienes inmobiliarios comerciales. Los edificios de oficinas del centro de Calgary perdieron alrededor de US$ 16.000 millones de su valor inmobiliario desde 2015, lo que generó una pérdida de recaudación tributaria que afecta a toda la ciudad.
“Las conversaciones en torno a nuestro problema de vacantes de oficinas comenzó cerca de 2015”, relata Natalie Marchut, gerenta de programa del equipo de estrategia del centro de Calgary. “Las vacantes de oficinas habían empezado a escalar, no veíamos ninguna reabsorción y la situación se tornó alarmante”. Para el momento de los cierres por la COVID en 2020, no quedaban muchos trabajadores de oficina en el centro para enviar a sus hogares.
Así que los funcionarios de la ciudad trabajaron junto a desarrolladores, empresarios y otros socios para idear un plan. Con alrededor de un tercio del espacio de oficina del centro que permanecía vacante (unos 4 millones de metros cuadrados), la ciudad estableció un objetivo de eliminar dos millones de metros cuadrados de existencias de oficinas en los próximos diez años, idealmente a través de conversiones residenciales.
Pero, como diría Isaac Newton, un objeto en reposo tiende a permanecer en reposo, a menos que se vea afectado por una fuerza externa. A pesar de que convertir un edificio de oficinas ocupado por la mitad en viviendas, por lo general, cuesta menos que demolerlo y reconstruirlo de cero, muchos propietarios de bienes inmobiliarios no tienen la capacidad o el deseo de asumir proyectos de esta magnitud y, en cambio, sucumben a la inercia y permiten que los edificios permanezcan inactivos. “Algo importante que notamos fue que la mayoría de los propietarios de edificios no estaban tomando la iniciativa de reconvertir esas torres de oficinas vacantes por sí mismos”, dice Marchut.
Así que Calgary decidió ofrecer incentivos financieros para impulsar el proceso. El ayuntamiento de la ciudad aprobó una financiación municipal inicial de US$ 100 millones en 2021, y otra de US$ 53 millones a fines de 2022, para apoyar proyectos de reutilización adaptativa en el centro, lo que permitió reembolsar a los desarrolladores US$ 75 por pie cuadrado de espacio de oficina convertido.
Incluso con esa tasa generosa, que se calculó para cubrir cerca de un tercio del costo estimado de US$ 225 por pie cuadrado de tales transformaciones al principio del programa, a algunos desarrolladores les resultó difícil hacer que los números cerraran, explica Marchut, dado el aumento en las tasas de interés y la inflación. Pero las dos primeras rondas del programa reunieron muchas más propuestas de proyectos que los fondos disponibles. Los primeros diez proyectos aprobados le restarán más de 300.000 metros cuadrados de espacio de oficina al mercado comercial del centro para convertirlos en unas 1.200 viviendas nuevas.
Una preocupación que solía surgir en los primeros debates es que se suelen imponer tarifas más altas para los bienes inmobiliarios comerciales que para los residenciales. “Este fue un aspecto importante que tuvimos que descifrar, pero, además, hacerle entender a nuestro consejo: al convertirlos en inmuebles residenciales, se les impone una tarifa menor, por lo que no vamos a obtener lo que podríamos recibir si fueran espacios comerciales totalmente ocupados”, explica Marchut. “Sí. Pero no vamos a ver la absorción de 4 millones de metros cuadrados de espacio de oficina. Nunca llegaremos allí”.
En este momento, la situación es tan alarmante, que algunos edificios del centro se valúan únicamente por el valor del suelo, añade. “Por supuesto que se necesitan bienes inmobiliarios comerciales en el centro, y por supuesto que siempre pagarán más a la ciudad en forma de recaudación tributaria, pero no si están todos vacíos”, comenta Marchut. Pero, al eliminar el exceso de existencias se debería reducir la tasa de vacantes, lo que ayuda a estabilizar e, incluso, restaurar el valor del espacio de oficinas restante.
Para acelerar las transformaciones y atraer todas las solicitudes posibles, la ciudad simplificó el programa, de manera intencional, y no incluyó requisitos específicos para la vivienda asequible, por ejemplo. Marchut dice que dejó que la ciudad priorice los proyectos que mejor se alineen con sus objetivos de equidad, clima y planificación.
“Cada proyecto que llega en línea por medio de este programa está haciendo más que solo convertir las oficinas en residencias”, dice Marchut. “Hemos recibido algunos que van a hacer viviendas asequibles . . . tenemos otros que están haciendo mejoras en el espacio público, y esto es opcional. No lo exigimos, pero los postulantes se sientan a la mesa con propuestas verdaderamente sólidas, porque saben que el programa es muy competitivo, así que hacen su mejor apuesta”.
El primer proyecto de conversión del programa, The Cornerstone de Peoplefirst Developments, con planes de terminarse a fines de este año, está creando 112 unidades destinadas a familias, 40 por ciento de las cuales tendrán un precio asequible, explica Marchut. “También están construyendo unidades de tres dormitorios, que escasean en el centro”, señala. Otro proyecto, Palliser One de Aspen, con 176 unidades, planifica incluir un parque público y una pista de patinaje en planta baja.
La ciudad también está invirtiendo US$ 163 millones en proyectos para el espacio público y de placemaking (creación de espacios), como la renovación de calles peatonales clave y la extensión de RiverWalk hasta West End. “Lo otro que estamos realmente considerando es cómo obtener más espacio para parques”, dice Marchut. “El centro, y en especial West End, carece de espacios públicos abiertos, y si estamos considerando traer a nuevos residentes, familias e infancias, y todo lo que eso conlleva, necesitarán un lugar donde salir y jugar”.
Una opción que permanece en la mesa para crear más parques en el centro mientras se reduce la saturación de espacio comercial es la demolición de edificios de oficinas vacantes que no pueden convertirse en algo más útil (una próxima etapa del programa también subsidiará otros tipos de transformaciones de oficinas, como locales de arte y de venta minorista). “Estamos explorando el incentivo de la demolición para bienes inmobiliarios muy específicos”, dice Marchut. “Existen edificios de clase C construidos en la década de 1970 que están llenos de amianto, y a su vez, quizás no pueden realmente modernizarse para cumplir con el código de edificación, simplemente llegaron al final de su vida útil”.
Calgary no enfrenta el tipo de crisis de viviendas que enfrentan ciudades más grandes como Toronto o Vancouver, pero aún se espera que, para 2046, Alberta reciba dos millones de residentes nuevos, en su mayoría población urbana. “Con tales cifras”, dice Marchut, “necesitamos construir más viviendas asequibles, y necesitamos construir más viviendas en el centro . . . y estos proyectos de transformación brindarán tasas de alquiler inferiores a las de las construcciones nuevas”. Esto es algo que ayudará a los habitantes de Calgary actuales y futuros. “Veremos un producto terminado muy pronto”, comenta Marchut. “No veo la hora de finalmente ver que uno abre su puertas y recibe a residentes nuevos”.
No es (solo) una cuestión de dinero
Más allá de los incentivos financieros, Calgary está dando otros pasos para fomentar las transformaciones. La mayoría de los bienes inmobiliarios del centro, por ejemplo, están exentos de requisitos que permiten el cambio de uso. “Esto ahorra, en promedio, seis meses”, señala Marchut, y elimina el riesgo de que los proyectos queden empantanados o bloqueados por completo.
Como los desarrolladores necesitan invertir una cantidad enorme de tiempo y dinero en un proyecto incluso antes de proponérselo a la ciudad, el solo hecho de mostrar un apoyo general para las transformaciones implica un impulso importante para la confianza, dijo Marchut. “Obviamente, no se puede garantizar la aprobación hasta que el plan esté definido ante tus ojos y pueda contrastarse con las reglas. Pero una respuesta teórica del estilo: ‘Sí, la ciudad apoya lo que intentas lograr en este lugar’, sirve mucho para reconfortar a los desarrolladores”.
De regreso en Denver, Aldrete no tiene incentivos en dólares para promover la inversión, así que espera que un proceso de aprobación y revisión “más minucioso”, dirigido por un coordinador interno dedicado a las transformaciones de oficinas, reduzca radicalmente el tiempo que les lleva a los desarrolladores hacer avanzar el proyecto. “Básicamente, acortas entre dos y tres meses de cada ciclo de revisión que pueda reducirse, para que salgan a la calle y se empiecen a construir. Esto representa mucho dinero para los desarrolladores”, comenta. “Así es como estamos intentando persuadirlos”.
Fuller dice que, aunque algunas ciudades se adhieren a la reutilización, otras se están quedando atrás. “Este es el momento para cambiar algunas políticas legislativas y de zonificación que podrían ayudar a catalizar este tipo de conversión”, dice, mientras enfatiza que la calidad y la seguridad no deberían sacrificarse. “Hemos llegado a entender que, en realidad, tener una combinación de usos en el mismo lugar es sano para las ciudades, en cuanto a la generación de actividad las 24 horas de todos los días de la semana, y a la vigilancia en las calles y todas esas cosas que sabemos que son buenas. Así que soy optimista respecto a los beneficios que esto conllevará”.
Cotter también es optimista en cuando a que este fuerte incremento de interés pospandémico en las transformaciones de oficinas creará una tendencia duradera. “Se está realizando todo tipo de reutilización adaptativa, lo que les dará a los arquitectos, las empresas de construcción y los funcionarios de códigos de la ciudad experiencia sobre cómo puede hacerse, y sentará las bases para que pueda hacerse con mayor facilidad”, dice Cotter. “¿Y no nos beneficiaríamos todos si nuestros edificios, una vez construidos, pudieran evolucionar con nosotros?””
Jon Gorey es redactor de personal en el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
Imagen principal: Un área común transformada de la Franklin Tower de Filadelfia. Crédito: Robert Deitchler, cortesía de Gensler.
Aftab Pureval, electo en 2021, está haciendo historia como el primer alcalde asiático estadounidense de Cincinnati. Se crio en el suroeste de Ohio, fue hijo de primera generación de estadounidenses y trabajó en una juguetería cuando estaba en la secundaria. Después de graduarse en la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Ohio, Pureval ejerció varios cargos en la comunidad jurídica, entre ellos, abogado en Procter & Gamble, antes de ingresar al servicio público. Ejerció como secretario del Tribunal del condado de Hamilton de 2016 a 2021, y fue el primer demócrata en ocupar dicha oficina en más de 100 años. Pureval reside en el norte del barrio de Clifton, en Cincinnati, con su esposa y sus dos hijos. A principios de este año, habló con nuestro miembro sénior, Anthony Flint, para el pódcast Land Matters. Esta transcripción se editó por motivos de espacio y claridad.
Aftab Pureval: Solo para brindar un poco más de contexto, Cincinnati es una de las antiguas ciudades industriales. Tenemos una larga y orgullosa tradición de ser el destino final del Ferrocarril Subterráneo. Fuimos la puerta de entrada a la libertad para muchos esclavos que escapaban de esa experiencia horrible. Tenemos muchos vecindarios históricos, muchas construcciones históricas, y tenemos mucha infraestructura antigua y viviendas unifamiliares antiguas, lo que, sumado al hecho de que somos una ciudad asequible en el contexto nacional, nos convierte en el blanco principal de los inversionistas institucionales.
Desafortunadamente, Cincinnati figura en lista nacional tras lista nacional en cuanto a la tasa de aumento de los alquileres. El factor principal que impulsa esta situación proviene de esos inversionistas, que no son de la ciudad y no tienen ningún interés en el bienestar de Cincinnati y sus inquilinos, y que acaparan todas las viviendas unifamiliares baratas, no hacen nada para invertir en ellas, pero duplican o triplican los alquileres de un día para el otro. La ciudad está haciendo muchas cosas a través de litigaciones, por medio de la aplicación del código . . . para hacerles saber que no estamos jugando. Si vas a tener un comportamiento depredador en nuestra comunidad, no te defenderemos.
Además, hemos tomado medidas en una etapa temprana para prevenir que esto suceda al asociarnos con The Port . . . Cuando muchas propiedades salieron a la venta porque un inversionista institucional las incluyó en un bloque de venta, The Port gastó US$ 14,5 millones para comprar más de 190 viviendas unifamiliares, y superó las apuestas de otros 13 inversionistas institucionales . . . Durante el año pasado, The Port trabajó para modificar esas propiedades a fin de que cumplan con los requisitos [y de encontrar] compradores calificados, a menudo, ciudadanos que están trabajando en la pobreza o de clase media-baja, que jamás han poseído una vivienda.
Una de las casi 200 casas compradas por el Puerto de Cincinnati como parte de un esfuerzo por preservar la asequibilidad y brindar oportunidades de propiedad de vivienda a los residentes locales. Crédito: Autoridad de Desarrollo del Puerto de Cincinnati.
Este año estamos trabajando en tres de las 194 de esas viviendas disponibles para la venta. Es un gran éxito en desde donde se lo mire . . . pero es solo una herramienta en la que The Port y la ciudad están trabajando para aumentar la capacidad de pago de la vivienda en todos nuestros barrios.
AF: ¿Qué aprendió de esto que pueda transferirse a otras ciudades? Se requiere mucho capital para superar la apuesta de un inversionista institucional.
AP: Es verdad, se requieren muchos fondos. Por eso es que necesitamos más flexibilidad del gobierno federal y del estatal para brindarles a las municipalidades las herramientas necesarias para evitar que esto suceda en una primera instancia. Ahora, una vez que un inversionista institucional clava sus garras en una comunidad, no hay mucho que la ciudad pueda hacer para responsabilizarlo.
Como hemos visto, la mejor estrategia es comprar grandes cantidades de propiedades en una etapa temprana. Muchas ciudades reciben muchos dólares del gobierno federal por medio del Plan de Rescate Estadounidense (ARP, por su sigla en inglés). Hemos usado gran parte de los dólares del ARP no solo para que el dinero llegue a las manos de las personas que más lo necesitan, lo que es de vital importancia en este momento, sino también para asociarnos a otras alianzas público-privadas o a The Port, a fin de proporcionarles los recursos necesarios para comprar grandes cantidades de suelo y conservarlo.
Este es un momento único para las ciudades que tienen más flexibilidad [con] los recursos que provienen del gobierno federal. Incentivaría a todos los alcaldes y consejos a que realmente piensen de forma crítica sobre el uso de los fondos, no solo en el corto plazo, sino también en el largo plazo, para enfrentar a algunas de estas fuerzas macroeconómicas.
Leaders in Cincinnati are striving to balance growth and affordability. Credit: StanRohrer via iStock/Getty Images Plus.
AF: Cincinnati se convirtió en un destino de residencia más atractivo, y la población aumentó ligeramente tras años de recesión. ¿Considera a Cincinnati como un refugio del clima o de la pandemia? ¿Qué implicaciones tiene este crecimiento?
AP: Lo que amo de mi trabajo como alcalde es que no me centro necesariamente en los próximos dos o cuatro años, sino en los próximos 100 años. En este momento, estamos atravesando un cambio de paradigma debido a la pandemia. La forma en la que vivimos, trabajamos y jugamos está cambiando drásticamente. El trabajo remoto está transformando por completo nuestro estilo de vida económico en todo el país, pero, en particular, aquí en el Medio Oeste.
No me cabe duda de que debido al cambio climático, debido al aumento del costo de vida en la costa, habrá una migración hacia el interior. No sé si será entre los próximos 50 o 75 años, pero sucederá. Estamos viendo cómo grandes empresas toman decisiones con base en el cambio climático. Tan solo a dos horas al norte de Cincinnati, Intel está invirtiendo US$ 200.000 millones para crear la planta semiconductora más amplia del país, atraída por nuestro acceso a agua dulce y la resiliencia climática de nuestra región.
Ahora, no me malinterpreten: el cambio climático nos afecta a todos . . . pero en Ohio y Cincinnati, no observamos los incendios forestales, las sequías, los huracanes, los terremotos, la erosión costera que vemos en otras partes del país, lo que nos hace un refugio seguro del cambio climático no solo para la inversión privada sino también para las personas.
El alcalde Pureval, a la derecha, habla en una celebración de Findlay Market, el mercado público en funcionamiento continuo más antiguo de Ohio. Crédito: Cortesía de Aftab Pureval.
Cincinnati está creciendo, en parte, porque, en este momento, nuestra economía se está expandiendo, pero creo que realmente veremos un crecimiento exponencial en las próximas décadas debido a estos factores masivos que empujan a la gente hacia el interior del país. Para asegurarnos de que en el futuro las inversiones y el crecimiento demográfico no desplacen a nuestros residentes actuales, tenemos que estabilizar el mercado ahora y prepararnos para tal crecimiento..
AF: ¿Cuáles son los cambios en el uso del suelo y las mejoras de transporte en las que se está concentrando con relación a esto?
AP: Si queremos que esto salga bien, debemos hacer una revisión y una reforma integrales de nuestras políticas. Nos estuvimos reuniendo con las partes interesadas para [explorar cómo] se vería una Cincinnati moderna. Creo que se vería como un barrio denso y diverso por el que se podría caminar, y tendría un buen transporte público e inversiones en arte público. Ahora mismo, la zonificación de la ciudad de Cincinnati no está promoviendo esos tipos de barrios. Cerca del 70 por ciento de nuestra ciudad se zonificó exclusivamente para uso unifamiliar, lo que representa una restricción artificial en la cantidad de oferta que podemos crear. A su vez, esto está aumentando los alquileres y los impuestos a la propiedad de forma artificial, lo que está haciendo que muchos de nuestros antiguos residentes, incluso aquellos que poseen sus viviendas, se vean desplazados.
Si nos tomamos con seriedad la desconcentración de la pobreza y la desegregación de nuestra ciudad, entonces tenemos que analizar las prohibiciones de unidades multifamiliares. Tenemos que analizar los requisitos de estacionamiento para empresas y viviendas. Tenemos que considerar el desarrollo orientado al transporte público junto con nuestras líneas de tránsito rápido de autobuses. Tenemos que considerar oportunidades creativas para crear más viviendas como unidades accesorias, pero nada de esto es fácil . . . Tengo la convicción de que podemos lograr algunos cambios sustanciales para nuestro código de zonificación a fin de propiciar una mayor capacidad de pago, fomentar más transporte público y, simplemente, ser una ciudad más ecológica. En este punto, asumimos el compromiso de que, cuando estén disponibles, solo compraremos vehículos para la cuidad que sean eléctricos. Tenemos la granja solar administrada por una ciudad más grande de todo el país, lo que contribuye significativamente a nuestro consumo de energía.
AF: Un poco de esto es volver al futuro, porque la ciudad tenía tranvías. ¿Tiene la sensación de que existe una apreciación de eso, de que esos tiempos, en realidad, hicieron que la ciudad funcione mejor?
AP: La ciudad solía ser densa, solía tener tranvías increíbles, transporte público, y luego, lamentablemente, las ciudades, no solo Cincinnati sino en todo el país, vieron una disminución constante de la población, y una pérdida de residentes desplazados a los suburbios. Ahora las personas quieren regresar a la ciudad, pero tenemos el trabajo duro de deshacer lo que muchas ciudades intentaron hacer, que fue crear vecindarios de suburbios dentro de una ciudad para incentivar que la gente de los suburbios regrese. Se trata de deshacer un poco el pasado a la vez que nos concentramos en lo que supo existir.
Tranvías en Fountain Square de Cincinnati durante la Primera Guerra Mundial. Crédito: Metro Bus vía Flickr CC BY 2.0.
AF: ¿Qué le preocupa más sobre este tipo de transiciones, y qué identifica como el problema principal que enfrentan las personas de ingresos bajos y comunidades de color en Cincinnati?
AP: Desplazamiento. Si no podemos ser una ciudad asequible para sus residentes, estos se irán, lo que es perjudicial en muchos aspectos. Si la ciudad no crece, una ciudad de nuestra magnitud y con nuestra ubicación dentro del país, entonces muere, muere rápido. Las ciudades de magnitudes como la nuestra tienen que crecer, y para que esto ocurra, no solo debemos reunir talento, sino también preservar a las familias y las comunidades antiguas que han estado aquí desde el primer momento..
Ninguna ciudad del país descubrió una forma de crecer sin desplazamiento. Los factores del mercado, los factores económicos son tan profundos y es tan difícil influir sobre estos, y los recursos de la ciudad son tan limitados, que es realmente difícil . . . A menudo, supongo que me frustro por no contar con suficientes recursos, suficiente autoridad para tener un impacto significativo en las fuerzas macroeconómicas que están ingresando a la ciudad. Ya que, si alcanzamos nuestro sueño, que es más inversión, más crecimiento, esto conllevará consecuencias negativas, y es realmente difícil de gestionar ambos..
AF: La página web de la alcaldía dice que Cincinnati está bien posicionada para ser líder en el cambio climático localmente y en el exterior. ¿Qué cree que la ciudad tiene para ofrecer que hace que se distinga en términos de acción climática?
AP: Todas nuestras iniciativas políticas se analizaron con dos lentes. El primer lente es el de la equidad racial y el segundo, el del clima. Esto se aplica a todo lo que hacemos, ya sea nuestra valuación de la silvicultura urbana, el análisis de un mapa de calor de nuestra ciudad o las inversiones en árboles no solo para limpiar el aire sino también para enfriar nuestros barrios, [o] nuestras inversiones en biocarbón. Somos una de las únicas tres ciudades en todo el mundo que recibieron un copioso subsidio por parte de Bloomberg Philanthropies para seguir innovando en el mundo del biocarbón, que es un subproducto de la quema de madera, que es un imán de carbono increíble que ayuda con la escorrentía de aguas pluviales a la vez que captura el carbono del aire.
Últimamente, las empresas y personas que miran hacia el futuro consideran al cambio climático en ese futuro. Si busca una ciudad que sea resiliente ante el cambio climático y además realice inversiones cuantiosas en tecnología climática, entonces Cincinnati es el destino indicado para usted.
Anthony Flintes miembro sénior del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo, conduce el ciclo de pódcasts Land Matters y es editor colaborador de Land Lines.
This online database presents data on the property tax in all 50 states and the District of Columbia. Because accurate data provide the critical foundation for sound governmental decision-making, the Lincoln Institute of Land Policy and the George Washington Institute of Public Policy joined in a partnership to provide information and support public policy concerning the property tax, probably the most controversial tax in the United States. The term “Significant Features” pays tribute to the work of the Advisory Commission on Intergovernmental Relations, which from 1959 to 1996 provided a wealth of research on the functioning of the federal system, particularly through its flagship publication, Significant Features of Fiscal Federalism. For more information, please access this user guide to the site.
Solicitud de propuestas
Research on Municipal Fiscal Health and Land Policies
The submission deadline has been extended from January 29 to February 5, 2024.
The Lincoln Institute of Land Policy invites proposals for original research that can be applied to address the challenge of promoting the fiscal health of municipal governments in a range of contexts and institutional settings across the world. We are particularly interested in research that explores the ways sound urban planning, land-based taxation, and economic development combine with disciplined financial management to promote prosperous, sustainable, equitable, and fiscally healthy communities.
Research proposed should examine some of the most pressing questions that local officials around the world are confronting in the fiscal policy arena, with an emphasis on the implications for local land policy and planning decisions.
Detalles
Submission Deadline
February 5, 2024 at 11:59 PM
Palabras clave
desarrollo, desarrollo económico, vivienda, infraestructura, planificación de uso de suelo, valor del suelo, tributación del valor del suelo, impuesto a base de suelo, gobierno local, salud fiscal municipal, tributación inmobilaria, finanzas públicas, políticas públicas, desarrollo urbano, recuperación de plusvalías, impuesto a base de valores, zonificación
El ONE sigue en pie
Lecciones de un gran compromiso que asumió una ciudad pequeña con la capacidad de pago en los barrios
Este otoño, el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo está lanzando un video y caso de estudio sobre un esfuerzo de décadas de trayectoria para crear y preservar la vivienda asequible en el barrio de Old North End de Burlington, Vermont, un barrio que algunos residentes llaman con afecto “el ONE” (el [número] UNO).
Desde principios de la década de 1800, un entramado estrecho de calles en el extremo norte de Burlington, Vermont, ha albergado a obreros, trabajadores de servicio y a quienes necesitaban un lugar asequible donde vivir. Old North End ha sido un lugar de llegada, y también de permanencia. Sus departamentos modestos y viviendas pequeñas ofrecen un punto de apoyo para quienes recién llegan y una oportunidad de quedarse por generaciones. Cuarenta años atrás, todo pudo haber cambiado.
Las fuerzas de la economía global de la década de 1980 habían generado una caída del barrio. La pobreza y el crimen estaban creciendo, junto con el desempleo. Unas décadas antes, en un esquema de renovación urbana desacertado, los dirigentes de la ciudad habían condenado y demolido varios edificios en un barrio colindante, lo que desplazó a su tan unida comunidad ítaloestadounidense. Los residentes y defensores de la vivienda temían que Old North End fuera la próxima víctima del redesarrollo a gran escala.
“Los especuladores compraban y reservaban propiedades”, dijo Brenda Torpy, exdirectora de políticas de vivienda para la ciudad. No estaban interesados en generar valor por medio de la mejora de las propiedades o el fomento de los negocios: “Su objetivo era agrupar una manzana donde pudieran tirar todo abajo y hacer una gran jugada”.
Cuando el mercado local se intensificó, los residentes de Old North End empezaron a sentir la presión. Los alquileres subían a medida que las propiedades cambiaban de mano. No existía ninguna ley de protección de inquilinos, y las administraciones previas de la ciudad habían mostrado muy poco interés en hacer cumplir el código. La situación estaba creando una sensación de desasosiego entre los residentes, y, a la vez, creó una sensación de urgencia en una administración dirigida por un alcalde recién votado, un joven progresista llamado Bernie Sanders.
La administración de Sanders quería prevenir el desplazamiento de los residentes de la clase obrera. Eso engendró una idea que se convirtió en un experimento, y con el tiempo y por medio de un esfuerzo sostenido, en un método confiable para preservar y producir una masa significativa de viviendas que fueran asequibles permanentemente.
Una sección del Old North End, el barrio más antiguo y con mayor densidad poblacional de Burlington. Crédito: Lincoln Institute of Land Policy.
Si bien la vivienda era el eje central de este esfuerzo, el objetivo era mejorar la vida de muchas otras formas y ofrecer la oportunidad de prosperar. El dinámico alcalde y su personal joven, talentoso e incansable promovieron el apoyo público de la seguridad de la vivienda universal e implementaron un abanico de programas y políticas para alcanzarlo. A lo largo de los años, la ciudad hizo mejoras en el paisaje urbano, e invirtió en escuelas, parques y programas recreativos. La cultura de compromiso cívico de Burlington demostró ser terreno fértil para las organizaciones sin fines de lucro, que surgieron para brindar servicios (capacitación laboral, atención sanitaria, ayuda legal, recreación, cuidado infantil, asistencia alimentaria) y apoyo emocional para personas que enfrentan muchos desafíos que van más allá de pagar el alquiler.
Muchas ciudades han abordado los problemas de desplazamiento e inseguridad de la vivienda. Pero pocas intentaron una estrategia tan ambiciosa y multifacética durante un período tan extenso. Los dirigentes de Burlington adoptaron un enfoque creativo para problemas que parecían no tener solución. Trabajaron desde las bases populares, con confianza en las organizaciones barriales para comunicar las necesidades y generar apoyo público. Se mantuvieron flexibles, y fueron ajustando sus métodos para que se amoldaran a las condiciones cambiantes. Además, establecieron los cimientos para un sistema de entrega de viviendas que continuaría por años, más allá de los cambios de dirigentes políticos y las condiciones económicas.
Hoy en día, los residentes de Old North End viven en una ciudad con buenas escuelas, una tasa de desempleo del condado del 1,3 por ciento, muchos espacios verdes y una red de seguridad social confiable. Los servicios que antes solo podían encontrarse en barrios más adinerados ahora se encuentran en los márgenes. El lugar sigue cambiando: muchas personas ancianas se fueron, y personas pudientes se mudaron al barrio. Pero, gracias a una generosa oferta de vivienda subsidiada, sigue siendo un refugio seguro para las personas trabajadoras y una puerta de entrada para la gente refugiada y quienes necesitan mejores oportunidades.
Identificar la necesidad
Las investigaciones demuestran cada vez más que los niños que crecen en ambientes con abundancia de recursos tienen mejores resultados en sus vidas (Opportunity Insights). Además de familias comprensivas, los niños necesitan la infraestructura física y social que se encuentra en las comunidades prósperas y cohesivas. Definidos por los investigadores y los legisladores como “áreas de grandes oportunidades”, estos lugares ofrecen escuelas, espacios de encuentro comunitario, opciones laborales y servicios vitales como transporte público, atención médica, servicios de guardería y comida saludable. Sus fuertes redes sociales fomentan la resiliencia y amortiguan los desafíos de la vida.
Desafortunadamente, las personas que más necesitan estos lugares no pueden afrontar el costo de mudarse a ellos. Y, en general, no tienen suficiente dinero para permanecer en los barrios que se están transformando en áreas de grandes oportunidades.
En las metrópolis prósperas, una marea creciente de riqueza que emana de los centros de la ciudad genera calles más atractivas y más seguras y muchos servicios para los barrios urbanos que se han descuidado por mucho tiempo. Pero la marea de inversión rara vez produce viviendas de asequibilidad permanente. Los alquileres cada vez más altos expulsan a los residentes de ingresos bajos hacia los lugares que pueden costear, que ofrecen menos de la calidad que propicia la movilidad ascendente. La vivienda de asequibilidad permanente, restringida por los ingresos, prevendría dicho desplazamiento y, en otros contextos, brindaría acceso a los barrios prósperos. Pero solo el 7 por ciento de 74.000 unidades de vivienda subsidiadas en los Estados Unidos se encuentran en áreas de grandes oportunidades (Freddie Mac 2022). El resto se encuentra en lugares con pocos recursos.
Cuando la demanda de vivienda aumenta y se filtra en los barrios que sufrieron falta de inversión, los primeros signos no son evidentes. Los inversores compran las propiedades relativamente económicas, pero no hacen las mejoras de inmediato, lo que ejerce presión sobre el mercado de viviendas para que suban los precios sin un signo visible de cambio. Para el momento en el que los significantes de aburguesamiento (construcciones renovadas y negocios de lujo) aparecen, los precios del mercado ya aumentaron a un nivel que hace más desafiante la preservación y la producción de viviendas asequibles.
Por suerte, los dirigentes en Burlington reconocieron el riesgo de desplazamiento antes de que sea demasiado tarde, para prevenirlo en una escala significativa. Pero, en seguida, enfrentaron otra pregunta: ¿cómo podían pagar los esfuerzos para combatir el desplazamiento que tenían en mente?
La década de 1980 ya había dejado una reducción significativa en el gasto del gobierno cuando la administración de Reagan recortó los presupuestos, lo que reveló que sería el mercado y no el gobierno quien resolvería los problemas sociales persistentes. El alcalde Sander tenía otra opinión, pero la realidad fiscal (los programas de asistencia federal drásticamente reducidos) requirió un enfoque alternativo al financiamiento.
En búsqueda de financiamiento
En 1984, Sanders destinó US$ 200.000 en fondos excedentarios para operar el Fideicomiso de Suelo Comunitario de Burlington (BCLT, por su sigla en inglés), como iniciativa destinada a expandir la propiedad. Préstamos de dos millones de dólares del fondo de jubilaciones de los empleados de la ciudad y un préstamo de un banco local pusieron el trabajo de la organización en marcha. En los años que siguieron, la ciudad obtuvo fondos de los programas federales como los programas de Subsidio en Bloque de Desarrollo Comunitario y HOME.
Muchos residentes de la clase obrera de Old North End aseguraron su tenencia comprando una vivienda de equidad compartida del BCLT. Por medio del modelo de fideicomiso de suelo comunitario (CLT, por su sigla en inglés), que fue pionero en Georgia en la década de 1960 y se adoptó desde entonces en todo el país, las personas compran viviendas en tierras que son propiedad del CLT. Los propietarios aceptan vender la propiedad a un precio restringido para que siga siendo asequible, pero pueden generar equidad mientras dure la posesión.
Alcalde, Bernie Sanders, a la derecha, con Alderman Terry Bouricius en un centro electoral de Burlington en 1983. Sanders ejerció como alcalde de 1981 a 1989. Crédito: AP Photo/Donna Light.
Otros que no estaban listos o no eran capaces de poseer una casa encontraron departamentos asequibles en construcciones que eran propiedad de Lake Champlain Housing Development Corporation (LCHDC). Al igual que el BCLT, LCHDC fue creado por la administración de Sanders y lanzado como una organización sin fines de lucro, pero su misión fue brindar viviendas para alquilar. Estas instituciones, junto con muchas otras organizaciones sin fines de lucro, programas y políticas que surgieron en la década 1980 y 1990, fueron parte de una multitud de esfuerzos realizados por funcionarios, activistas y otros, con el objetivo de ayudar a generar riqueza individual y comunitaria en Old North End.
La Oficina de Desarrollo Económico y Comunitario (CEDO, por su sigla en inglés) que se había creado recientemente en la ciudad orquestó estos esfuerzos. Con los precios de las viviendas en alza al doble que el índice de ingresos, el foco de la CEDO estuvo en la vivienda, en particular, en proteger a las personas en situación de vulnerabilidad, preservar la vivienda asequible existente y crear viviendas que las personas de ingresos bajos y moderados pudieran pagar. CEDO produjo una gran cantidad de ordenanzas de protección de inquilinos, fomentadas por los defensores de la vivienda de BCLT y LCHDC, y aprobadas por un concejo municipal cada vez más progresista (Davis 1990).
En 1984, el concejo aprobó una Ordenanza de Vivienda Justa para prevenir la discriminación de los inquilinos. A esto le siguió una ley que ponía un freno a las exorbitantes comisiones de depósito de seguridad. El código de vivienda mínima, que estaba desactualizado y apenas se cumplía, se repensó en 1986. El mismo año, los votantes de Burlington aprobaron un impuesto antiespeculación (pero la legislatura lo rechazó con posterioridad). A esto le siguió una ordenanza de conversión de condominios en 1987, que impuso un tasa de impacto a los desarrolladores que desplazaban a los inquilinos a la vez que convertía la vivienda para alquiler en condominios o cooperativas.
Los dirigentes de Burlington utilizaron un modelo de financiación flexible para apoyar sus esfuerzos por preservar la vivienda asequible. Crédito: Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
Las personas que integraban la CEDO se convirtieron en solicitantes de subsidios persistentes y creativas, y obtuvieron fondos de los Subsidios de Acción de Desarrollo para la Vivienda, Sección 8, y los programas de asistencia para alquileres. Además, lograron recaudar rápidamente un presupuesto para mantener en movimiento los esfuerzos del BCLT hasta que el flujo estable de dinero surgiera en la década siguiente. En 1989, los votantes de Burlington acordaron un aumento de centavos en su tasa de impuestos inmobiliarios, que se destinaría a la vivienda asequible. El dinero se depositaría en un Fondo de Fideicomiso para la Vivienda y la ciudad lo usaría para aumentar la oferta de viviendas de asequibilidad permanente.
Inspirado por lo que estaba sucediendo en Burlington y preocupado por la especulación en torno a la vivienda y la tierra en todo el país, la entonces gobernadora Madeleine Kunin instó a la legislatura a que creara un fondo de fideicomiso estatal para la vivienda. En 1988, estableció la Junta de Conservación y Vivienda de Vermont (VHCB, por su sigla en inglés). Fundada con un porcentaje del impuesto de transferencia de la propiedad estatal, la VHCB empezó a distribuir millones de dólares a organizaciones sin fines de lucro a lo largo de Vermont, con el objetivo combinado de preservar el espacio abierto y la vivienda asequible. La VHCB compartió el compromiso con la asequibilidad permanente. De hecho, el énfasis en la permanencia se había filtrado en un número cada vez mayor de leyes y planes estatales, con la ayuda de la administración de Kunin.
Si bien el BCLT necesitaba dinero para sus operaciones, también necesitaba convencer a las instituciones de financiamiento para que prestaran dinero a sus compradores de viviendas. En ese entonces, el modelo de fideicomiso de suelo comunitario de condominio era un producto hipotecario nuevo y no probado. No quedaba claro si existía un mercado para viviendas de equidad compartida, lo que confundía a los valuadores e inquietaba a las entidades crediticias. El BCLT presionó a la Agencia de Financiamiento de la Vivienda de Vermont (VHFA, por su sigla en inglés), a quien se le encomendó la tarea de permitir que los residentes de ingresos bajos y medios pudieran acceder a la propiedad de la vivienda, a fin de desbloquear el atolladero. Un acuerdo inicial elaborado por la VHFA permitió que los bancos tomaran la tierra y la vivienda en caso de incumplimiento.
El BCLT aceptó estos términos para que el proyecto se pusiera en marcha, y con el paso del tiempo, dado que resultó evidente que las viviendas de equidad compartida eran una apuesta segura (no hubo ninguna ejecución hipotecaria en los primeros cuatro años), la VHFA y los bancos locales se convirtieron en entidades crediticias entusiastas, y, como consecuencia, se crearon productos mucho más favorables. Para el 2015, la VHFA había otorgado más de US$ 80 millones en hipotecas para propietarios de fideicomisos de suelo, y los bancos de todo el estado siguieron el ejemplo (Torpy 2015).
Responder a la comunidad
Una fortaleza fundamental del Fideicomiso de Suelo Comunitario de Burlington fue su habilidad de reconocer las barreras para la vivienda garantizada e improvisar formas de superarlas. Según Brenda Torpy, directora de la organización durante muchos años, la pregunta no fue “¿Cuál es el plan de negocio?”, sino “¿Cuál es la necesidad?”. El BCLT se esforzó para reunirse con la comunidad donde estaba y encontrar una forma de satisfacer sus necesidades (Torpy 2015).
Cuando fue claro que nadie quería o podía costear una vivienda unifamiliar, incluso a un precio subsidiado, el BCLT se sumergió en el desafío de ofrecer a los habitantes de departamentos la posibilidad de ser propietarios. De la misma forma en que habían abierto un camino para el condominio de viviendas, el personal del BCLT buscó una forma de hacer posible la propiedad dentro de la estructura de una construcción multifamiliar. La estrategia factible fue crear una cooperativa, en la que los residentes compartieran la propiedad de sus edificios de departamentos, en tierras del BCLT. Al igual que con el modelo de vivienda unifamiliar, sus pagos mensuales generarían equidad.
En ese momento, los condominios eran un concepto nuevo, en Vermont no había una legislación que habilitara las cooperativas de equidad limitada. Con el tiempo, el BCLT persuadió a los legisladores estatales para que legalizaran las cooperativas. Creó un puñado de cooperativas en el barrio, pero quedaba claro que el modelo no tenía mucha aceptación. A las personas les parecía que la posibilidad de coordinar con los vecinos la gestión y el mantenimiento de una construcción era demasiado abrumadora. Preferían un propietario responsable.
A pesar de que la organización no había propuesto actuar como un propietario, para la década del 1990, el BCLT poseía un gran número de propiedades para alquiler; de esta forma, complementaba los esfuerzos de Lake Champlain Housing Development Corporation y brindaba los departamentos que los residentes de Old North End necesitaban.
En los últimos años, los proyectos de vivienda inclusiva y asequible han incluido el Bright Street Co-op, un complejo de 40 unidades construido en un ex terreno abandonado. Crédito: cortesía del Fideicomiso de Vivienda de Champlain.
Al mismo tiempo, se movió en otra dirección necesaria. Durante la crisis de ahorros y préstamos de la década de 1990, los bancos y propietarios de edificios industriales salieron de sus hipotecas, y dejaron una franja de Old North End vacante. Las leyes medioambientales estatales que atribuían la responsabilidad de limpieza de los terrenos abandonados a las entidades crediticias prevenían todo tipo de inversión privada en las propiedades, que estaban decrépitas y atraían comportamientos delictivos (Torpy 2015). Esto no fue un problema de vivienda, pero tuvo un impacto directo en la calidad de vida en Old North End.
El BCLT movilizó a los dirigentes locales y los defensores del fideicomiso del suelo para que ejercieran presión sobre la legislatura para eliminar las leyes de responsabilidad de los terrenos abandonados. Entonces, se pasó los años que siguieron redesarrollando las áreas contaminadas, restaurando las propiedades abandonadas y arruinadas para su uso comunitario, y alquilando los espacios a organizaciones sin fines de lucro que operaban un banco de alimentos, una guardería infantil y un centro para personas ancianas. El redesarrollo de los terrenos abandonados también dio lugar a una cooperativa de vivienda de 40 unidades y un parque pequeño. El fideicomiso de suelo siguió desarrollando más usos no residenciales cuando reconoció un beneficio claro para el barrio. Su último proyecto, completado en sociedad con muchas otras organizaciones locales, fue la creación del Centro Comunitario de Old North End.
Foco en la permanencia
En 2006, el Fideicomiso de Suelo Comunitario de Burlington y Lake Champlain Housing Development Corporation se fusionaron para formar el Fideicomiso de Vivienda de Champlain (CHT, por su sigla en inglés). Estas entidades pudieron preservar y proteger una masa crítica de unidades en Old North End porque cada propiedad que compraban y mejoraban permanecería asequible por siempre. Las restricciones de reventa que protegían a los compradores de ingresos bajos y a los inquilinos no desaparecerían en 15, 30 o incluso 50 años.
En el mundo de la vivienda asequible, la permanencia es la excepción en lugar de la regla. Según el programa, las regulaciones federales permiten que las restricciones basadas en ingreso venzan después de 20 o 30 años. Muchas jurisdicciones locales y estatales no las exigen pasados los 15 años. Cuando los proyectos de Crédito Fiscal para Viviendas de Bajos Ingresos (LIHTC, por su sigla en inglés) creados en la década de 1990 alcanzan el fin de su período de asequibilidad, los alquileres ascienden a las tasas del mercado y los inquilinos enfrentan el desalojo, los proveedores de vivienda se ven forzados a pedir dinero público para comprar o reemplazar dichas propiedades. Cuando la asequibilidad se esfuma en unas pocas décadas, es extremadamente difícil mantener el statu quo, y ni hablar de construir unidades nuevas para el número creciente de personas abrumadas por los costos de las viviendas.
Con la intención de lograr el máximo retorno de las inversiones de los contribuyentes en viviendas asequibles, en 1989, la Junta de la Ciudad de Burlington había estipulado que ningún proyecto con financiamiento del Fondo de Fideicomiso para la Vivienda que se hubiera creado recientemente sería asequible de forma perpetua. En términos fiscales, los republicanos conservadores encontraron valor en pagar una sola vez, en vez de en repetidas ocasiones, por cada unidad de vivienda asequible. En el futuro, el BCLT no necesitaría recurrir a los Fondos de Fideicomiso para la Vivienda para comprar propiedades previamente subsidiadas a fin de mantener su asequibilidad. La política también existe a nivel estatal. Todos los proyectos que se construyan en Vermont con dinero público quedarán por fuera del mercado privado para siempre (Libby 2006).
Este nuevo desarrollo de construcción en espacios vacíos cuenta con unidades dedicadas con precios más bajos que los del mercado, tal y como exige la ordenanza de zonificación inclusiva de la ciudad. Crédito: Julie Campoli.
Durante el transcurso de una década, los conceptos de preservación de la vivienda, dominio compartido y asequibilidad permanente ganaron adhesión pública y se normalizaron para los funcionarios locales y los legisladores estatales. En 1990, la ciudad aprobó una ordenanza de zonificación inclusiva que exige que los desarrolladores que construyen proyectos con cinco o más unidades destinen un 15 o 20 por ciento del total a alquileres o venta a tasas inferiores a las del mercado. El desarrollador puede subsidiar esas unidades de varias formas: cobrando precios más altos para las unidades a precio de mercado, utilizando fondos federales o estatales, o asociándose con una fundación sin fines de lucro para la vivienda. A cambio, el desarrollador puede hacer más denso el proyecto y esperar alguna exención de comisiones. Entre 1990 y 2019, 141 de las 551 unidades de vivienda construidas en Old North End fueron asequibles bajo la ordenanza de zonificación inclusiva.
Una cultura de apoyo
Esta situación trajo aparejada una creencia de que las inversiones en las personas, en su vivienda, salud y bienestar, eran esenciales. El interés en la prosperidad compartida creó un terreno fértil para muchas otras organizaciones sin fines de lucro que trabajan para dar un techo y asistencia a residentes de ingresos bajos. Antes de que el BCLT existiera, la Cathedral Square construía y gestionaba viviendas asequibles para alquilar a personas ancianas, y ofrecía servicios como Comidas sobre ruedas (Meals on Wheels). Hoy en día, 74 de sus unidades se encuentran en Old North End, donde ofrece departamentos independientes para que vivan personas ancianas, casas para adultos que viven con desafíos de salud mental, departamentos para personas que están saliendo del estado de sinhogarismo y viviendas para familias cuyos padres están terminando sus estudios. El Howard Center, un proveedor de servicios para la salud mental, la discapacidad en el desarrollo y el consumo de sustancias, con 158 años de antigüedad, que se extiende a lo largo de todo el país, se asocia con Cathedral Square para ofrecer viviendas colectivas con asistencia.
El Comité de Refugio Temporal (COTS) se lanzó durante la administración de Sanders para ayudar a las personas sin hogar. Hoy en día, ofrece 29 habitaciones transicionales para residentes únicos y departamentos de una cama, un refugio para cinco familias en tres ubicaciones diferentes, y una estación de día que ofrece almuerzos calientes, duchas, servicios de lavandería, talleres, asesoramiento para el trabajo y la vivienda, y acceso a computadoras.
En 1988, la organización sin fines de lucro Housing Vermont, empezó a crear viviendas para alquilar por medio de asociaciones con comunidades y el sector privado. Como el BCLT, expandió su misión en respuesta a la necesidad: redesarrolló edificios históricos de uso mixto ociosos y vacantes en el centro de Vermont, realizó inversiones de capital, y otorgó préstamos para el desarrollo comunitario y servicios de energía. Si bien su área de servicios ahora se extiende a todo el norte de New England (como Evernorth), aún contribuye con el grupo de viviendas de asequibilidad permanente de Old North End.
Muchas otras organizaciones se centran en apoyar la salud y la seguridad de los residentes de Old North End, entre ellas, Feeding Chittenden, que opera un banco de alimentos, un programa de comidas calientes y un programa de formación laboral culinaria; el Centro de Salud Comunitario, que brinda atención médica y dental sin costo o a una escala variable; y Vermont Legal Aid, que brinda asistencia sin costo para quienes enfrentan situaciones de desalojo, discriminación, bancarrota u otro problema legal.
Los residentes de ingresos bajos pueden acceder a transporte a bajo costo por medio de los programas Everybody Bikes o Good News Garage, que reacondicionan y revenden bicicletas o autos donados. Pathways Vermont brinda apoyo de pares para problemas de salud mental. Outright Vermont, una organización estatal que apoya a jóvenes del colectivo LGTBQ+, tiene su sede en el barrio. Steps to End Domestic Violence (Pasos para terminar la violencia doméstica) ofrece refugio, una línea de crisis, asesoramiento legal y educación. El centro comunitario Sara Holbrook Community Center brinda un espacio seguro y educativo en Old North End desde 1937, con servicios de guardería a la salida del colegio, campamentos de verano, un centro para adolescentes, un banco de alimentos y otros programas.
Estas políticas junto con las organizaciones ayudan a garantizarles a los residentes de Old North End el acceso no solo a la vivienda sino también a alimentos, atención sanitaria, asistencia legal y financiera, apoyo emocional, enriquecimiento, y al sentido de comunidad que los ayudará a superar los desafíos diarios y mejorar sus expectativas.
Priorizar a las personas frente a las ganancias
En las décadas de 1980 y 1990, antes de que Old North End se volviera atractivo para los no locales, la mayoría de las viviendas eran “viviendas asequibles que aparecían de forma natural”. Por lo general, esto significa propiedades multifamiliares de clase B y C para alquilar a precios de mercado adecuados para personas de ingresos medios y bajos. En Old North End, esto significó viviendas para trabajadores construidas en el siglo anterior que no eran lujosas ni modernas.
La mayoría de los propietarios eran residentes locales que poseían solo algunas propiedades (Quigley 2019). Una excepción fue Stu McGowan, que generó un vínculo muy profundo con Old North End después de mudarse allí en 1984 y quiso ayudar a prevenir el desplazamiento. Hasta 2019, McGowan poseía 78 unidades de vivienda en 31 propiedades de Old North End, por un valor de US$ 10,4 millones. Logró generar una ganancia ordenada vendiendo a inversores externos que se comunican con él al menos una vez a la semana. Se hicieron cálculos sobre la escasez de viviendas en Burlington y la popularidad de Old North End, y se descubrió lo que McGowan ya sabía: también podía hacer mucho más dinero si aumentaba los alquileres.
Pero no lo hizo ni lo hará. Tiene una política estricta en contra de esto, a pesar de renunciar a unos US$ 100.000 de ganancia por año. Su modelo de negocio es altamente inusual en un mercado inmobiliario con alta demanda. Invierte lo suficiente en sus departamentos para que sean seguros y limpios (aislamiento, un sistema nuevo de calefacción, una capa de pintura nueva), pero no lo suficiente como para forzar un aumento sustancial del alquiler. Excepto por este portfolio amplio, la ética de McGowan no es diferente a la de muchos otros propietarios locales que invirtieron en algunas propiedades cerca de su vivienda y “las cuidaron bastante, pero no se pasaron con nada”, dijo. “Existen muchos propietarios con consciencia. Y hay dos razones: una, quieren hacer las cosas bien, y otra es que no quieren perder a los inquilinos buenos, porque los propietarios pequeños no pueden lidiar con las rotaciones de inquilinos”.
Lo más importante es caer en el momento oportuno. Si McGowan hubiera llegado a Old North End 20 años más tarde, probablemente no se hubiese vuelto el propietario local de 78 viviendas. Casi con certeza, su cartera estaría en manos de inversores externos. Incluso no hubiese podido afrontar el costo de vivir allí. “Compramos un dúplex en 1989”, explica. “Pagamos US$ 130.000 por él. Y ahora vale US$ 750.000. No soy pobre, pero aún no soy rico. No podría pagar la hipoteca de esta vivienda en este momento si tuviera que comprarla”.
La vivienda asequible que aparece naturalmente depende de un mercado con poca demanda. E incluso si está en manos de propietarios con una mentalidad comunitaria como McGowan, no es permanente. Dura siempre y cuando estos se comprometan con priorizar a las personas frente a las ganancias.
¿Qué es suficiente?
Old North End parece estar creciendo y cambiando. Los datos del censo muestran que la población es más diversa en términos raciales, el ingreso promedio creció, los números de viviendas por debajo de la línea de pobreza bajaron y los niveles de delincuencia se redujeron. Lo que es más difícil de medir es si los niveles reducidos de pobreza se deben a la llegada de residentes adinerados al barrio o a que los residentes actuales tienen una mayor seguridad económica.
El urbanista jubilado David White, quien ejerció en este oficio por más de dos décadas, ha observado las tendencias demográficas. “Muchas personas jóvenes e idealistas con medios se están mudando al barrio”, destaca. “Pueden afrontar el precio de adquirir una propiedad”.
De hecho, los datos del censo también indican un aumento del nivel educativo entre los residentes de Old North End. En 2010, el 30 por ciento tenía un título universitario; para el 2016, la cifra era del 39 por ciento. De acuerdo con White, los graduados universitarios se ven atraídos al barrio por los negocios eclécticos y la cultura creada por inmigrantes de Vietnam, África, Nepal y otras partes, y ambos grupos aprovechan la oportunidad que encuentran en el barrio.
¿El esfuerzo de varias décadas ha evitado el triunfo del desplazamiento? Una gran cantidad de observaciones informales sugieren que a las personas les está resultando más caro vivir allí, pero no existen datos que indiquen cuántos residentes se fueron del barrio porque se los desalojó o sus alquileres eran muy costosos. Los hogares se reubican por muchas razones aparte de las financieras, como un cambio en la circunstancia familiar o una oportunidad laboral. Debido a que no existe una autoridad que registre sistemáticamente dichas causas, es imposible confirmar si el cambio en la población se debe al desplazamiento o a una elección.
El modelo de dominio compartido del Fideicomiso de Vivienda de Champlain facilita a los compradores de ingresos medios y bajos la compra de viviendas. Crédito: Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
Lo que queda claro es que más de 480 hogares de Old North End o próximos al barrio hoy en día tienen un riesgo ampliamente reducido de ser desalojados. Si alquilan un departamento que es propiedad del Fideicomiso de Vivienda de Champlain, Cathedral Square, la Autoridad de la Vivienda de Burlington o Evernorth, sus alquileres mensuales están vinculados a sus ingresos. Si viven en una casa de dominio compartido, sus probabilidades de quedarse en el mismo lugar o mudarse a una vivienda a precio de mercado más costosa son buenas.
El Fideicomiso de Vivienda de Champlain analizó en qué grado está cumpliendo su meta de generar riqueza individual y comunitaria. Un estudio de 2003 concluyó que, si bien los vendedores de viviendas de fideicomiso del suelo obtuvieron menos ganancias de las que podrían con una vivienda a precio de mercado sin restricciones, es considerablemente mejor que la alternativa más probable de alquiler, que no genera retornos. Entre 1988 y 2003, los vendedores de viviendas gozaban de una tasa anualizada de retorno de alrededor del 17 por ciento, recuperaban el pago del anticipo original y luego obtenían una ganancia neta en capital.
En un estudio más reciente, que examina las ventas de 150 viviendas entre 2016 y 2020, se observó que la ganancia de capital promedio fue de US$ 38.300. El CHT también observó que la propiedad de dominio compartido tiende un puente entre alquilar y poseer una vivienda a precio de mercado. Sesenta y ocho por ciento de quienes venden una vivienda de dominio compartido compran su próxima vivienda en el mercado abierto. El dominio que obtuvieron les permite ingresar a un mercado que no estaba disponible para ellos antes, y le ofrece al comprador de su vivienda de fideicomiso de suelo lo mismo.
Brian Pine observó un cambio en Old North End desde varias perspectivas. Se unió a la Oficina de Desarrollo Económico Comunitario cuando se acababa de recibir de la universidad en la década de 1980, trabajó en torno a problemas de la vivienda allí por décadas, dirigió una organización de defensa de la vivienda asequible a nivel nacional, representó al barrio como concejal de la ciudad, y ahora es director de CEDO. Vio prosperar a sus vecinos que compraron viviendas de fideicomiso de suelo en la década de 1980, y cree que el porcentaje elevado de viviendas de asequibilidad permanente ayudó a los residentes de la clase trabajadora a quedarse en el barrio, si así lo deseaban.
Pero para los residentes de ingresos moderados y bajos que ya no viven en una vivienda de asequibilidad permanente, el riesgo de desplazamiento es mayor. Para el 2000, el Fideicomiso de Suelo Comunitario de Burlington había reducido su adquisición de propiedades en Old North End ya que expandió su alcance a otros barrios. Su fusión con Lake Champlain Housing Development Corporation en 2005 aportó un alcance programático y geográfico incluso mayor. Hoy en día alberga a más de 2.500 familias en departamentos para alquilar y viviendas colectivas en tres condados del noroeste de Vermont. En los últimos pocos años, ha iniciado proyectos para construir 560 unidades adicionales. Cincuenta y dos familias compraron una vivienda de fideicomiso de suelo en 2022 y otras recibieron préstamos con un interés bajo o sin interés del CHT para hacer mejoras en viviendas para mano de obra agrícola temporarias o permanentes.
A pesar de que el fideicomiso de suelo continúa administrando sus propiedades en Old North End, no está produciendo viviendas asequibles nuevas allí. El modelo de negocio que funcionó para las organizaciones sin fines de lucro en las décadas pasadas no tiene sentido con precios inmobiliarios más altos y un déficit de parcelas construibles. A pesar del porcentaje relativamente alto de unidades asequibles, estas no están ni cerca de ser suficientes. Aún es posible mudarse a un departamento del CHT, pero las listas de espera son largas y lleva aproximadamente unos 15 meses obtener uno.
Así que, la respuesta a “¿Ha sido suficiente?” depende de con quién se hable. El vecindario está enfrentando una escasez de viviendas dentro de un mercado inmobiliario con alta demanda, se está observando el fenómeno de aburguesamiento, y las necesidades básicas de vivienda y económicas aún son grandes (Jickling 2018). Pero los esfuerzos que se desplegaron por décadas marcaron una enorme diferencia para muchas personas individuales, transformaron una cultura barrial e influenciaron la manera en la que los residentes locales, los dirigentes de la ciudad y los legisladores estatales ven sus responsabilidades relacionadas con el desplazamiento y la asequibilidad.
Julie Campoli es una diseñadora urbana, editora y autora que escribe sobre la forma urbana y el paisaje cambiante. Es autora de Made for Walking: Density and Neighborhood Form (Hecho para caminar: formas de vecindarios y densidad) (Instituto Lincoln de Políticas de Suelo 2012) y coautora de Visualizing Density (Visualizar la densidad) (Instituto Lincoln de Políticas de Suelo 2007).
Imagen principal: Old North End, Burlington, Vermont. Crédito: Instituto Lincoln de Políticas de Suelo
Torpy, Brenda. 2015. “Champlain Housing Trust.” Case study. Center for Community Land Trust Innovation.
Still the ONE: Lessons from a Small City’s Big Commitment to Affordability
By Julie Campoli, Octubre 18, 2023
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This fall, the Lincoln Institute of Land Policy is releasing a video and case study about a decades-long effort to create and preserve affordable housing in the Old North End of Burlington, Vermont—a neighborhood some residents affectionately refer to as “the ONE.”
Since the early 1800s, a tight grid of streets in the north end of Burlington, Vermont, has been home to laborers, service workers, and anyone else needing an affordable place to live. The Old North End has been a place of arrival, and also permanence. Its modest apartments and small houses offer both a foothold to newcomers and the chance to stay for generations. Forty years ago, it all could have changed.
The global economic forces of the 1980s had brought the neighborhood low. Poverty and crime were rising, along with unemployment. A few years earlier, in an ill-advised urban renewal scheme, city leaders had condemned and demolished several blocks in an adjacent neighborhood, displacing its tight-knit Italian-American community. Residents and housing advocates feared the Old North End would be the next victim of large-scale redevelopment. “Speculators were buying or optioning properties,” said Brenda Torpy, former director of housing policy for the city. They weren’t interested in building value by improving properties or nurturing businesses: “Their goal was assembling a block where they could tear everything down and make a big move.”
As the local market intensified, Old North End residents were feeling the pressure. Rents were rising as properties changed hands. No tenant protection laws were in place, and previous city administrations had shown little interest in code enforcement. The situation was creating a sense of unease among residents—and it also created a sense of urgency for an administration led by a newly elected mayor, a young progressive named Bernie Sanders.
The Sanders administration wanted to prevent displacement of working-class residents. That spawned an idea that became an experiment—and eventually, through sustained effort, a reliable method for preserving and producing a critical mass of permanently affordable housing.
While housing was the centerpiece of this effort, the goal was to make life better in many other ways, offering the opportunity to thrive. The dynamic mayor and his young, talented, and tireless staff nurtured public support for universal housing security and implemented a range of programs and policies to achieve it. As the years passed, the city made streetscape improvements and invested in schools, parks, and recreation programs. Burlington’s culture of civic engagement proved fertile ground for nonprofits, which emerged to provide both services—job training, health care, legal aid, recreation, child care, food relief—and emotional support to people facing many challenges beyond paying the rent.
A section of the Old North End, Burlington’s oldest and most densely populated neighborhood. Credit: Lincoln Institute of Land Policy.
Many cities have addressed the problems of displacement and housing insecurity. But few have attempted such an ambitious and multifaceted strategy over such a long period of time. Leaders in Burlington took a creative approach to seemingly intractable problems. They worked at the grassroots level, relying on neighborhood organizations to communicate needs and build public support. They remained flexible, adjusting their methods to accommodate changing conditions. And they laid the foundation for a housing delivery system that would keep going for years, through changing political leadership and economic conditions.
Today, residents of the Old North End live in a city with good schools, a county unemployment rate of 1.3 percent, a wealth of green space, and a reliable social safety net. Amenities that could typically only be found in wealthier neighborhoods are now embedded within its borders. The place continues to change: many old-timers have left, and well-off newcomers have moved in. But thanks to a generous supply of subsidized housing, it continues to be a safe haven for working people and a gateway for refugees and those in need of greater opportunity.
Identifying the Need
Children who grow up in resource-rich environments have better outcomes in life, research increasingly indicates (Opportunity Insights). Along with supportive families, children need the social and physical infrastructure found in prosperous and cohesive communities. Defined by researchers and policymakers as “high-opportunity areas,” these places offer excellent schools, community gathering spaces, job options, and vital services like public transportation, medical care, daycare, and healthy food. Their strong social networks nurture resilience and provide a cushion for life’s challenges.
Unfortunately, the people who need these places the most can’t afford to move into them. And they often can’t afford to stay in neighborhoods that are transforming into high-opportunity areas. In booming metros, a rising tide of wealth emanating from city centers brings safer, more attractive streets and many services to long-neglected urban neighborhoods. But the tide of investment rarely brings permanently affordable housing. Rising rents push low-income residents out to the places they can afford, which offer fewer of the qualities that boost upward mobility. Income-restricted, permanently affordable housing would prevent that displacement and, in other contexts, provide access to already prosperous neighborhoods. But only 7 percent of the 74,000 subsidized housing units in the United States are located in high-opportunity areas (Freddie Mac 2022). The rest are in under-resourced places.
When the demand for housing rises and spills into neighborhoods that have suffered from disinvestment, the early signs are not obvious. Investors buy the relatively inexpensive properties but don’t immediately make improvements, putting upward pressure on the housing market without a visible sign of change. By the time the signifiers of gentrification—renovated buildings and upscale businesses—appear, market prices have risen to a level that makes preserving and producing affordable housing more challenging.
Luckily, leaders in Burlington recognized displacement risk before it was too late to prevent it at a meaningful scale. But they soon faced another question: how could they pay for the anti-displacement efforts they had in mind?
The 1980s had already brought a significant reduction in government spending as the Reagan administration slashed budgets, proclaiming that the market rather than the government would solve persistent social problems. Mayor Sanders believed otherwise, but the fiscal reality—radically reduced federal assistance programs—required an alternative approach to funding.
Finding Funding
In 1984, Sanders directed $200,000 in surplus funds to operate the newly formed Burlington Community Land Trust (BCLT), an initiative intended to expand homeownership. Two million-dollar loans from the city’s employee retirement fund and a loan from a local bank got the organization’s work underway. In the coming years, the city obtained funds from federal programs such as the Community Development Block Grant and HOME programs.
Many working-class residents of the Old North End secured their tenure by buying a BCLT shared-equity home. Through the community land trust (CLT) model—which was pioneered in Georgia in the 1960s and has since been adopted nationwide—individuals buy homes on land that is owned by the CLT. The homeowners agree to sell the property at a restricted price to keep it permanently affordable, but can build equity during the time they own it.
Burlington Mayor Bernie Sanders, right, with Alderman Terry Bouricius at a polling place in 1983. Sanders served as mayor from 1981 to 1989, working with Bouricius and others to implement policies intended to ensure long-term affordability. Credit: AP Photo/Donna Light.
Others who weren’t ready or able to own a home found affordable apartments in buildings owned by the Lake Champlain Housing Development Corporation (LCHDC). Like the BCLT, the LCHDC was created by the Sanders administration and launched as a nonprofit, but its mission was to provide rental housing. These institutions, along with many other nonprofits, programs, and policies that emerged in the 1980s and 1990s, were part of a multitude of efforts by officials, activists, and others to help build community and individual wealth in the Old North End.
The city’s newly created Community and Economic Development Office (CEDO) orchestrated these efforts. With housing prices rising at twice the rate of incomes, CEDO’s focus was on housing—more specifically, protecting the vulnerable, preserving existing affordable housing, and creating homes that low- and moderate-income people could afford. CEDO crafted a flood of renter protection ordinances that were promoted by the housing advocates at BCLT and LCHDC, and approved by an increasingly progressive city council (Davis 1990).
In 1984, the council passed a Fair Housing Ordinance to prevent renter discrimination. This was followed by a law curbing exorbitant security deposit fees. The minimum housing code, which was outdated and sparsely enforced, was overhauled in 1986. That same year, Burlington voters approved an anti-speculation tax (although it was later rejected by the legislature). This was followed in 1987 by a condominium conversion ordinance, which imposed an impact fee on developers who displaced tenants while converting rental housing to condos or cooperatives.
CEDO staffers became creative and persistent grant applicants, obtaining funds from Housing Development Action Grants, Section 8, and rental assistance programs, and cobbling together a budget to keep BCLT efforts moving until a steady stream of money emerged in the next decade. In 1989, Burlington voters agreed to a penny increase on their property tax rate, to be dedicated to affordable housing. The money would be deposited into a Housing Trust Fund and used by the city to add to the supply of permanently affordable homes.
Leaders in Burlington used a flexible funding model to support their efforts to preserve affordable housing. Credit: Lincoln Institute of Land Policy.
Inspired by what was happening in Burlington, and concerned about land and housing speculation statewide, then-Governor Madeleine Kunin urged the legislature to create a state housing trust fund. In 1988, it established the Vermont Housing and Conservation Board (VHCB). Funded with a percentage of the state property transfer tax, VHCB began to disperse millions of dollars to nonprofits throughout Vermont with the combined goal of preserving both open space and affordable housing. VHCB shared the commitment to permanent affordability. In fact, the emphasis on permanence had seeped sinto a growing number of state laws and plans, helped along by Kunin’s administration.
While BCLT needed money for its operations, it also needed to convince financial institutions to lend money to its homebuyers. At the time, the community land trust model of dual ownership was a new and untested mortgage product. It was not clear that a market for shared-equity homes existed, which made appraisers confused and lenders uneasy. BCLT pushed the Vermont Housing Finance Agency (VHFA), which was tasked with enabling homeownership for moderate- and low-income residents, to help break the logjam. An early agreement crafted by VHFA allowed banks to take both land and house in the event of a default.
BCLT accepted these terms to get things started, and over time, as it became apparent that shared-equity homes were a safe bet—there was not a single foreclosure in the first four years—VHFA and local banks became enthusiastic lenders, creating much more favorable products. By 2015, VHFA had written more than $80 million in mortgages for land trust owners, with banks throughout the state following their lead (Torpy 2015).
Responding to the Community
A major strength of the Burlington Community Land Trust was its ability to recognize the barriers to secure housing and improvise ways to overcome them. According to Brenda Torpy, longtime director of the organization, the question was not, “What’s the business plan?” but, “What is the need?” BCLT strove to meet the community where it was and find a way to fulfill its needs (Torpy 2015).
When it became clear that not everyone wanted or could afford a single-family house, even at a subsidized price, BCLT dove into the challenge of offering ownership to apartment-dwellers. Just as they had pioneered a model for dual ownership of single-family homes, BCLT staff sought a way to make ownership possible within the structure of a multifamily building. The likely strategy was to create a cooperative, in which residents share ownership of their apartment building, on land owned by BCLT. As with the single-family home model, their monthly payments would build equity.
At the time, condominiums were a new concept, and there was no enabling legislation in Vermont for limited equity cooperatives. BCLT eventually persuaded state lawmakers to make cooperatives legal. It created a handful of cooperatives in the neighborhood, but it became apparent that the model was not popular. People found the prospect of coordinating with fellow residents on the management and maintenance of a building too daunting. They preferred a responsible landlord. Although the organization hadn’t set out to act as a landlord, by the 1990s BCLT owned a growing number of rental properties, complementing the efforts of the Lake Champlain Housing Development Corporation and providing the apartments Old North End residents needed.
At the same time, it moved in another necessary direction. During the savings and loan crisis of the 1990s, banks and landlords of industrial buildings walked away from their mortgages, leaving a swath of the Old North End vacant. State environmental laws assigning liability for cleanup of brownfield sites to lenders prevented any private investment in the properties, which were decrepit and attracting criminal behavior (Torpy 2015). This was not a housing issue, but it had a direct impact on quality of life in the Old North End. BCLT rallied local leaders and land trust supporters to lobby the legislature to remove brownfield liability laws. Then it spent the next several years redeveloping the polluted sites, returning the abandoned and blighted properties to community use, and renting spaces to nonprofits who operated a food shelf, a child-care center, and a senior center. The brownfield redevelopment also yielded a 40-unit housing cooperative and a small park.
The Bright Street Co-op, a 40-unit affordable housing complex built on a former brownfield. Credit: Courtesy of Champlain Housing Trust.
The land trust went on to develop more nonresidential uses when it recognized a clear benefit to the neighborhood. Its latest project, completed in partnership with many other local organizations, was the creation of the Old North End Community Center.
Focusing on Permanence
The Burlington Community Land Trust and Lake Champlain Housing Development Corporation merged in 2006 to form the Champlain Housing Trust (CHT). These entities were able to preserve and protect a critical mass of units in the Old North End because every property they purchased and improved would remain affordable forever. Resale restrictions protecting low-income buyers and tenants would not disappear in 15, 30, or even 50 years.
In the world of affordable housing, permanence is the exception rather than the rule. Depending on the program, federal regulations allow income-based restrictions to expire after 20 or 30 years. Many state and local jurisdictions do not require them beyond 15 years. As Low-Income Housing Tax Credit (LIHTC) projects built in the 1990s reach the end of their affordability period, rents jump to market rates, and low-income tenants face eviction, housing providers are forced to seek public money to buy or replace those properties. When affordability vanishes within a few decades, it’s extremely difficult to maintain the status quo, let alone build new homes for the growing number of people burdened by housing costs.
Wanting to achieve maximum return on the taxpayers’ investment in affordable housing, the Burlington City Council had stipulated in 1989 that any projects financed from the newly formed Housing Trust Fund would be affordable in perpetuity. Fiscally conservative Republicans saw the value in paying once, not repeatedly, for each affordable housing unit. In the future, BCLT would not need to dip into Housing Trust funds to purchase previously subsidized properties in order to maintain their affordability. The policy is in place at the state level as well. Every project built in Vermont using public money will stay out of the private market forever (Libby 2006).
Over the course of a decade, the concepts of housing preservation, shared equity, and permanent affordability gained public support and became normalized for local officials and state policymakers. In 1990, the city passed an inclusionary zoning ordinance requiring developers who build projects with five or more units to dedicate 15 to 20 percent of the total to rent or sell at below-market rates. The developer can subsidize those units in various ways, charging higher prices for the market-rate units, tapping state or federal funds, or partnering with a housing nonprofit. In return, the developer can make the project denser and expect some fee waivers. Between 1990 and 2019, 141 of the 551 housing units built in the Old North End were made affordable under the inclusionary zoning ordinance.
This new infill development has dedicated below-market units, as required by the city’s inclusionary zoning ordinance. Credit: Julie Campoli.
A Culture of Support
Alongside this came a belief that investments in people—in their housing, health, and wellbeing—were essential. The interest in shared prosperity created fertile ground for many other nonprofits working to shelter and support low-income residents. Before the BCLT existed, Cathedral Square was building and managing affordable rental housing for seniors, and offering services like Meals on Wheels. Today, 74 of its units are located in the Old North End, where it provides senior independent living apartments, homes for adults living with mental health challenges, apartments for individuals transitioning out of homelessness, and housing for families whose parents are completing their education. The 158-year-old Howard Center, a provider of mental health, developmental disability, and substance abuse services throughout the county, partners with Cathedral Square to offer supportive group housing.
The Committee on Temporary Shelter (COTS) was launched during the Sanders administration to serve people without homes. Today it provides 29 transitional single-resident rooms and one-bedroom apartments, a shelter for five families at three different locations, and a day station that offers hot lunches, showers, laundry facilities, workshops, job and housing counseling, and access to computers. In 1988, the nonprofit Housing Vermont began creating rental housing through partnerships with communities and the private sector. Like BCLT, it expanded its mission in response to need, redeveloping vacant and underused historic mixed-use buildings in Vermont’s downtowns, as well as providing equity investing, community development lending, and energy services. While its service area now extends to all of northern New England (as Evernorth), it still contributes to the pool of permanently affordable homes in the Old North End.
Many other organizations focus on supporting the health and safety of Old North End residents, including Feeding Chittenden, which operates a food shelf, a hot meal program, and a culinary job training program; Community Health Centers, which provides free or sliding-scale medical and dental care; and Vermont Legal Aid, which provides free assistance to those facing eviction, discrimination, bankruptcy, and other legal problems.
Low-income residents can access low-cost transportation through Everybody Bikes and Good News Garage, which refurbish and resell donated bicycles and cars. Pathways Vermont provides peer support for mental health challenges. Outright Vermont, a statewide organization supporting LGBTQ+ youth, is based in the neighborhood. Steps to End Domestic Violence provides shelter, a crisis line, legal advocacy, and education. The Sara Holbrook Community Center has provided a safe and educational space in the Old North End since 1937 with after-school care, summer camps, a teen drop-in center, a food pantry, and other programs.
Together these policies and organizations help ensure that Old North End residents can access not only housing but also food, health care, legal and financial assistance, emotional support, enrichment, and the sense of community that will help them overcome daily challenges and improve their prospects.
Putting People Before Profits
In the 1980s and 1990s, before the Old North End became attractive to outsiders, most of the housing was “naturally occurring affordable housing.” Typically this means older Class B and Class C multifamily rental properties with market-rate rents suitable for low- and moderate-income people. In the Old North End, this meant worker housing built in the previous century that was neither fancy nor up to date.
The majority of landlords were local residents who owned only a few properties (Quigley 2019). One exception was Stu McGowan, who became deeply attached to the Old North End after moving there in 1984 and wanted to help prevent displacement. As of 2019, McGowan owned 78 housing units in 31 properties in the Old North End, at a value of $10.4 million. He could make a tidy profit by selling to the outside investors who contact him at least once a week. They have run the numbers on Burlington’s housing shortage and the Old North End’s popularity, and discovered what McGowan already knows: he could also make a lot more money by raising rents.
But he hasn’t and he won’t. He has a strict policy against it, despite leaving about $100,000 on the table every year. His business model is highly unusual in a hot real estate market. He invests enough in his apartments to make them safe and clean—insulation, a new heating system, a fresh coat of paint—but not enough to force a substantial rent increase. Except for his large portfolio, McGowan’s ethic isn’t different from many other local landlords who invested in a few properties around their home and “took good care of them, but didn’t go overboard with any of it,” he said. “There’s a lot of conscientious landlords out there. And there’s two reasons: one, they want to do the right thing, and the other thing is, they don’t want to lose good tenants, because small landlords can’t deal with tenant turnover.”
Timing is everything. If McGowan had arrived in the Old North End 20 years later, he likely would not have become a local landlord to 78 households. His portfolio would almost certainly be in the hands of outside investors. He might not even have been able to afford to live there himself: “We bought a duplex back in ’89,” he explains. “We paid $130,000 for it. And it’s worth $750,000 now. I’m not poor, but I’m not rich yet. I could not afford the mortgage on this house right now if I had to buy it.”
Naturally occurring affordable housing depends on a cool market. And even when it’s owned by community-minded landlords like McGowan, it’s not permanent. It lasts only as long as the individual is committed to putting people before profits.
Was It Enough?
The Old North End appears to be growing and changing. Census data show that the population is more racially diverse, median incomes have grown, numbers of households below the poverty line shrank, and crime levels dipped. What’s harder to gauge is whether the lower poverty levels are a result of wealthier residents moving in or current residents enjoying more economic security.
Retired city planner David White, who served in that office for over two decades, has watched the demographic trends unfold. “Many young, idealistic folks with means are moving in,” he notes. “They can afford to acquire property.”
In fact, Census data also indicate an increasing educational level among Old North End residents. In 2010, 30 percent had a college degree; by 2016, that figure was 39 percent. According to White, college graduates are drawn to the neighborhood by the eclectic businesses and culture built by immigrants from Vietnam, Africa, Nepal, and other places, with both groups taking advantage of the opportunity they are finding in the neighborhood.
Has the decades-long effort to prevent displacement succeeded? Plenty of anecdotal evidence suggests that people are finding it more expensive to live there, but there’s no data indicating how many residents moved out because they were evicted or their rent was too high. Households relocate for many reasons other than financial, such as a change in family circumstance or a job opportunity. Because there is no authority systematically recording those reasons, it’s impossible to confirm whether the changing population is a result of displacement or choice.
What’s clear is that over 480 households in or next to the Old North End now have a vastly reduced risk of being forced out. If they rent an apartment owned by the Champlain Housing Trust, Cathedral Square, the Burlington Housing Authority, or Evernorth, their monthly rents are tied to their income. If they live in a shared-equity home, their odds of staying put or moving to a more expensive market-rate home are good.
The shared-equity model has made it possible for residents like this Champlain Housing Trust homeowner to remain in the Old North End. Credit: Lincoln Institute of Land Policy.
Champlain Housing Trust has evaluated how well it is meeting its goal of generating community and individual wealth. A 2003 study concluded that while the sellers of land trust homes earned less profit than they might with an unrestricted, market-rate home, it’s considerably better than the most likely alternative of renting, which yields no returns. Between 1988 and 2003, home sellers enjoyed an annualized rate of return of about 17 percent, recouping their original down payment and then realizing a net gain in equity.
A more recent study, looking at sales of 150 homes between 2016 and 2020, found the average equity gain to be $38,300. CHT has also found that shared-equity homeownership provides a bridge between renting and owning a market-rate home. Sixty-eight percent of those selling a shared-equity home buy their next home on the open market. The equity they’ve earned allows them to enter a market that was not available to them earlier, and offers the buyer of their land trust home the same.
Brian Pine has observed change in the Old North End from several perspectives. He joined the Community Economic Development Office fresh out of college in the 1980s, worked on housing issues there for decades, led a statewide affordable housing advocacy organization, represented the neighborhood as a city councilor, and is now the director of CEDO. He has watched his neighbors who bought land trust homes in the 1980s thrive, and he believes the high percentage of permanently affordable housing helped working-class residents remain if they chose to.
But for low- and moderate-income residents who do not already live in a permanently affordable home, the risk of displacement is higher. By 2000, the Burlington Community Land Trust had slowed its acquisition of properties in the Old North End as it expanded its reach into other neighborhoods. Its merger with the Lake Champlain Housing Development Corporation in 2005 brought an even greater geographic and programmatic scope. It now houses over 2,500 families in rental apartments and group homes throughout the three counties of northwestern Vermont. In the past few years, it has initiated projects to build an additional 560 units. Fifty-two families bought a land trust home in 2022 and others received no- or low-interest loans from CHT to make improvements to manufactured and farm labor housing.
Although the land trust continues to steward its properties in the Old North End, it is not producing new affordable housing there. The business model that worked for nonprofits in past decades doesn’t make sense with higher real estate prices and a shortage of buildable parcels. Despite the relatively high percentage of affordable units, there is not nearly enough. It’s still possible to move into a CHT apartment, but the waitlists are long and it takes approximately 15 months to get one.
So the answer to “has it been enough?” depends on who you talk to. The neighborhood is facing a housing shortage within a hot real estate market, gentrification is occurring, and basic housing and economic needs are still great (Jickling 2018). But the efforts that unfolded over decades made a huge difference for many individual people, transformed a neighborhood culture, and influenced the way local residents, city leaders, and state policymakers view their responsibilities related to displacement and affordability.
Julie Campoli is an urban designer, editor, and author who writes about urban form and the changing landscape. She is the author of Made for Walking: Density and Neighborhood Form (Lincoln Institute of Land Policy 2012) and coauthor of Visualizing Density (Lincoln Institute of Land Policy 2007).
Lead image: Old North End, Burlington, Vermont. Source: Lincoln Institute of Land Policy.
Don’t miss the Mayor’s Desk book, coming this fall!
With a population of nearly 33 million and growing, Delhi is the second-largest metropolitan area in the world after Tokyo, and on track to become number one. Shelly Oberoi, 39, was elected mayor of the Municipal Corporation of Delhi (MCD), a governing body representing some 20 million of those people, in early 2023. Born in the capital city, Oberoi was named a vice president of the women’s wing of the anti-corruption Aam Aadmi Party before becoming a ward city councilor in 2022. Oberoi, who had to run for the mayoral post several times due to parliamentary voting challenges, promised that “Delhi will be cleaned and transformed” in her tenure. She has been an assistant professor at Delhi University and Mumbai’s Narsee Monjee Institute of Management Studies, and has authored several research papers on corporate social responsibility, global finance, and other topics.
Anthony Flint: You’re the first mayor in a decade to oversee all of central city Delhi, after reunification of the Municipal Corporation of Delhi. What kind of governing challenges and opportunities come along with that?
Shelly Oberoi: Governing the Municipal Corporation after its unification has come along with a fair share of challenges and opportunities. On one hand, centralization of powers allows for streamlined decision-making, enhanced accountability, and improved collaboration across departments. While centralization allows for more efficiency, it also requires careful planning to ensure equitable distribution of resources to address the diverse needs of different areas within Delhi. Balancing these needs and optimizing resource allocation is a significant challenge that we are addressing at the moment. On the other hand, unification has also offered us an opportunity for policy alignment. With a unified municipal corporation, we can now align policies and regulations across all areas of Delhi. Policy alignment allows us to address issues such as education, property tax, and new initiatives in a coordinated manner, leading to more effective civil planning and development across the city. This enables consistent implementation of rules and regulations, creating a level playing field and ensuring fairness and transparency in governance.
Mayor Shelly Oberoi. Credit: Municipal Corporation of Delhi.
AF: You said upon being elected that you would work “to make Delhi the city that it should have been”—what does that vision look like, and what are the biggest obstacles to achieving it?
SO: My vision for Delhi is based upon the Aam Aadmi Party’s 10 guarantees, as announced by our National Convenor and Chief Minister Arvind Kejriwal. These guarantees reflect the aspirations of the people and prioritize the overall well-being of the city. We have envisioned a clean and beautiful Delhi, free from the blight of landfills, where waste management systems are streamlined and cleanliness is promoted throughout the city. We are establishing a culture of transparency and accountability, ensuring a corruption-free Municipal Corporation of Delhi. Our vision also includes providing a permanent solution to the problem of parking through efficient management systems and addressing the issue of stray animals with compassionate and sustainable measures. Moreover, we aim to have well-maintained roads that prioritize safety and smooth traffic flow, improving the overall commuting experience for residents.
The work of the Aam Aadmi Party’s state government in Delhi is already talked about globally, particularly in the fields of education and healthcare. Chief Minister Kejriwal has administered revolutions in the landscape of India’s public education and public health sectors. People have started believing that government facilities can be trusted, that they can offer them the equal standard of services for free that private facilities do at exorbitant prices.
Building on this momentum, we are working with a special focus on transforming schools and hospitals into centers of excellence. We are also enhancing parks across the city, creating green spaces for citizens to enjoy. In a welcome change, we are ensuring regular salaries for workers and offering them a better environment within the MCD to promote job security and build a motivated workforce. Simplifying the process of obtaining licenses for traders, creating a welcoming business environment, and establishing designated vending zones for street vendors are also part of our vision.
However, we acknowledge the challenges posed by rapid urbanization, budgetary constraints, stakeholder engagement, and coordination among different agencies. By recognizing these challenges and proactively addressing them, we can work toward making Delhi the city it should have always been—a thriving, inclusive, and sustainable metropolis that residents can be proud to call home and, above all, the number-one capital of the world.
AF: Regarding air quality—brought to international attention by such documentary films as All That Breathes—what are some short-term solutions? Please also comment on your approach regarding garbage and landfills. The two issues are related, in that the new waste-to-energy plant will seemingly help solve one problem while further contributing to air pollution.
SO: Air quality is indeed a pressing concern for Delhi, and addressing it requires a multi-faceted approach that incorporates both short-term and long-term solutions. However, air doesn’t belong to any one geographical boundary; a lot of factors that arise in our neighboring states adversely impact Delhi. Thus, the challenge needs a concerted and coordinated approach from all stakeholders, including the central government and neighboring state governments.
The Delhi government is leading an extensive effort to reduce air pollution through its Summer and Winter Action Plans. The government accordingly decides upon short- and long-term solutions as part of these action plans, be it stopping dust pollution and industrial pollution, improving on solid waste management, or conducting real-time source apportionment studies. Under these action plans, the MCD has been delegated the responsibility of keeping a check on the factors under its domain and maintaining vigils on smaller roads under its domain. The state government regularly convenes review meetings and the MCD has extended its unconditional support to help with these efforts. It is important to also note that due to these efforts, the air pollution levels in Delhi have already seen a welcome change.
As for garbage and landfills, we are actively working upon improving the city’s solid waste management system by means of promoting waste segregation, installing fixed-compactor transfer stations, and shutting down neighborhood garbage dump yards. We have also set a plan to eliminate the three garbage landfills of the city. Of this we are on track to completely clear off the Okhla landfill by the end of this year and the Bhalswa landfill by the first half of next year. These targets have been set by the state as part of a dedicated approach to clean the city, and Chief Minister Kejriwal has been monitoring the daily progress to further strengthen MCD’s resolve toward this mission.
AF: Are there any policies in the works to address the city’s notorious traffic congestion? How does that fit in with your overall plan to enhance infrastructure and make the city more resilient?
SO: Traffic is mostly beyond the domain of the MCD. In Delhi, the municipal body only looks after minor roads and neighborhood lanes, whose upkeep we are working upon with utmost commitment ever since taking over the reins. Along with the help of our councilors and local citizens, we are identifying all such roads and lanes that need any sort of repair and ensuring that the task is dealt with. At the larger level, the Delhi Government’s Public Works Department and Transport Department are doing a great job of reducing traffic congestion in the city by upgrading the existing infrastructure, building new flyovers and underpasses, and introducing electric buses.
AF: The Delhi metro area—with a population of nearly 33 million and growing by nearly 3 percent per year—seems to warrant a more centralized form of governance. Is there any chance of reform to allow mayors in India to manage their cities as leaders do in major cities in other parts of the world?
SO: In principle, I do recognize the need for reforms that empower city leaders to effectively manage their cities, similar to the governance models observed in major cities around the world. However, the current governance structure in India has its limitations that we respect, and we prefer to mull about within our own landscape. In theory there is always a chance for reform and exploration of alternative models. We can explore enhancing the capacity of mayors and local authorities through training programs, knowledge sharing, and collaboration with international city management institutions that can equip them with the necessary skills and expertise to effectively lead and manage their cities. We can also promote collaborative governance models that involve active participation of citizens, civil society organizations, and other stakeholders to facilitate better decision-making and ensure that the diverse interests and concerns of the city’s residents are adequately represented.
Anthony Flint is a senior fellow at the Lincoln Institute of Land Policy, contributing editor to Land Lines, and host of the Land Matters podcast.
Lead image: Leaders are working to improve air quality and clear landfills in Delhi, which is on track to become the world’s largest metropolitan area. Credit: PRABHASROY via iStock Editorial/Getty Images Plus.
Otros eventos
2023 Journalists Forum
Noviembre 17, 2023 - Noviembre 18, 2023
Cambridge, MA United States
Offered in inglés
Partners: TD Charitable Foundation and Joint Center for Housing Studies of Harvard University
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The Lincoln Institute’s 2023 Journalists Forum, held November 17–18 in Cambridge, Massachusetts, explored innovations in housing affordability. Access to affordable housing has become a central issue of our times, with overburdened renters, yawning gaps in ownership rates between minority and white households, and a demand for housing that far outstrips the supply. Journalists covering housing were invited to step back and consider the often-underreported fundamental elements driving the affordability crisis, especially as they relate to land use management and fiscal and financial systems. Over the course of two days, participants explored current policy interventions, innovative solutions, and emergent debates that go to the root causes of the current housing crisis. The Journalist Forum resources are available as an online library.
As more states from California to Connecticut pursue statewide zoning reform and face backlash by local governments seeking to retain control over land use, it is important to explore: What are the challenges facing states that seek to implement statewide land use reform? What do we know about the effects of changing land use regulations on housing supply and housing prices? When can we realistically expect to observe the results of these policies on the ground?
Speakers
Jessie Grogan, associate director, Reduced Poverty and Spatial Inequality, Lincoln Institute
Cities are considering the effects of their tax systems on housing affordability. In Detroit, a land value tax has been proposed to lower residential taxes and encourage development. A well-functioning property tax based on market value might play a similar role in other jurisdictions. The design of property tax relief programs and homestead exemptions also has important implications for affordability.
Speakers
Jay Rising, chief financial officer, City of Detroit
Private sector actors are purchasing residential properties at significant rates, especially in cities with traditionally weak real estate markets. Affordable housing advocates seek to analyze who is buying up local properties, when, where, and over what period, to inform a series of real estate, capital, and other interventions. This session looks at attempts to manage institutional investors who are buying, flipping, or charging often-high rents for properties in legacy cities and elsewhere, using data available through new mapping tools; with special attention to the case study of Cincinnati, where bond financing was used to purchase nearly 200 fixer-uppers, outbidding outside investors.
Chris Herbert, Joint Center for Housing Studies, Harvard University
State of the Nation’s Housing Design
Speakers
Dan D’Oca, Harvard University Graduate School of Design–Joint Center for Housing Studies
Innovations in Financing
After the Community Reinvestment Act and the financial crisis of 2008, a reset has been in the works for both individuals and neighborhoods to access capital, to help close the racial homeownership gap. Should homeownership be so actively encouraged? Will tweaks to the home financing system really have impact? What role can mortgage markets play in facilitating access to housing for households with lower incomes?
Speakers
Jim Gray, senior fellow, Lincoln Institute of Land Policy, Underserved Mortgage Markets Coalition and Innovations in Manufactured Homes Network (I’m HOME) program
Chrystal Kornegay, MassHousing
Majurial (MJ) Watkins, community mortgage sales manager, TD Bank
Chris Herbert, Joint Center for Housing Studies, Harvard University
Proposals and Provocations: A Discussion with the Lincoln Institute
This session synthesizes the approaches the Lincoln Institute is currently taking to help address the housing affordability crisis in the United States. Lincoln Institute staff present key ideas of our work at the intersection of land and housing, and provoke a conversation by asking the audience: What will it take to cover these issues? How do we make them accessible to large and diverse audiences? What topics or angles might be missing in our work?
The Federal Government’s Role: Underserved Mortgage Markets Coalition, I’m HOME (manufactured homes)—Arica Young
Capital Absorption as a Platform in Housing for Racial Equity and Health—Omar Carrillo Tinajero, director of partnerships and initiatives, Center for Community Investment
Greening Without Displacement—Amy Cotter, director, Climate Strategies
Moderator: David Luberoff, Joint Center for Housing Studies
Traditional concluding roundtable of journalists talking about the challenges of covering housing; looking ahead to new frameworks and narratives, storytelling methods, and better use of data and graphics.
Lincoln Institute of Land Policy 113 Brattle Street Cambridge, MA United States
Idioma
inglés
Palabras clave
desarrollo comunitario, vivienda, banco de tierras, fideicomiso de suelo, uso de suelo, planificación de uso de suelo, valor del suelo, tributación del valor del suelo, impuesto a base de suelo, gobierno local, mapeo, planificación, tributación inmobilaria, reutilización de suelo urbano, desajuste espacial, partes interesadas, desarrollo sostenible, desarrollo orientado a transporte, diseño urbano, desarrollo urbano, regeneración urbana