It’s a tough time to be working in government right now—long hours, modest pay, and lots of tumult in the body politic.
While this is especially true at the moment for employees in the federal government, a new program offered by Claremont Lincoln University and the Lincoln Institute of Land Policy aims to give public employees in municipal government a boost.
Over the last year, 150 planners, community development specialists, and other professionals in municipal government have participated in the Lincoln Vibrant Communities fellowship, a 24-week curriculum combining in-person and online education, expert coaching, and advanced leadership training.
The idea is to build capacity at the local level so those professionals can have greater impact in the communities they serve, on everything from affordable housing to greenspace preservation and revitalizing Main Streets, said Stephanie Varnon-Hughes, executive dean of academic affairs at Claremont Lincoln University.
“All of us can Google or go to seminars or read texts or access knowledge on our own, but this program is about the transformative, transferable leadership skills it takes for you to use that knowledge and use that technical experience to facilitate endeavors to bring about the change that you need in your community,” she said on the latest episode of the Land Matters podcast.
“These leadership skills can be measured and modeled and sustained. We can surround you with the abilities and the resources to change the way that you move through the world and collaborate with other people working on similar issues for long-term success,” she said.
Lincoln Vibrant Communities fellows can use the training to implement some of the ideas and policy recommendations that the Lincoln Institute has developed, like setting up a community land trust (CLT) for permanently affordable housing, said Lincoln Institute President and CEO George W. “Mac” McCarthy, who joined Varnon-Hughes on the show.
“They’re the ones who find a way to find the answers in land and to manifest those answers to actually address the challenges we care about,” he said. “It’s this cadre of community problem solvers that are now all connected and networked together all across the country.”
The support is critical right now, McCarthy said, given estimates of a shortage of a half-million government workers, and amid a flurry of retirements from veteran public employees who tend to take a lot of institutional memory with them.
The Lincoln Institute has a long tradition of supporting local government, beginning in earnest in 1974, when David C. Lincoln, son of founder John C. Lincoln, established the Lincoln Institute as a stand-alone entity emerging from the original Lincoln Foundation. The organization made its mark developing computer-assisted assessment tools to help in the administration of property tax systems, and has since supported city planners, land conservation advocates, and public finance professionals experimenting with innovations such as the land value tax.
In the later stages of his philanthropic career, David Lincoln established a new model for university education, Claremont Lincoln University, a fully accredited non-profit institution offering a Bachelor of Arts in Organizational Leadership, as well as master’s degrees and graduate certificates. The guiding mission is to bridge theory and practice to mobilize leaders in the public sector.
Municipal employees engage in the Lincoln Vibrant Communities fellowship for about a six-month program in advanced leadership training and expert coaching, either as individuals or as part of teams working on projects in cities and towns and regions across the US.
McCarthy and Varnon-Hughes joined the Land Matters podcast after returning from Denver last month for a leadership summit where some of the first graduates of the program had an opportunity to share experiences and celebrate some of the first graduates of the program. Denver Mayor Mike Johnston joined the group, underscoring how technical expertise will be much needed as the city launches complex projects, such as building affordable housing on publicly owned land.
More information about Claremont Lincoln University and the Lincoln Vibrant Communities fellowship program is available at https://www.claremontlincoln.edu.
Listen to the show here or subscribe to Land Matters on Apple Podcasts, Spotify, Stitcher, YouTube, or wherever you listen to podcasts.
El Instituto Lincoln ofrece una variedad de oportunidades de becas para investigadores que se encuentran a principios y en mitad de sus carreras. En esta serie, hacemos un seguimiento de nuestros becarios para conocer más sobre su trabajo.
Fernando Lloveras San Miguel se ha desempeñado como director ejecutivo del Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico durante más de dos décadas, y como presidente de su unidad Para La Naturaleza desde que se fundó en 2013. Con títulos en Economía y Geografía (Universidad de Dartmouth), Políticas Públicas (Universidad de Harvard) y Derecho (Universidad de Puerto Rico), Lloveras se desempeña con agilidad en los entornos naturales y legales.
En 2020, Lloveras recibió el premio y la beca Kingsbury Browne al Liderazgo en Conservación, que lleva el nombre del abogado de Boston y exmiembro del Instituto Lincoln cuyo trabajo condujo a la creación del Land Trust Alliance. En esta entrevista, que se editó por razones de longitud y claridad, Lloveras analiza lo que se necesitará para conservar el 33 por ciento de Puerto Rico para 2033, algunas de las estrategias únicas de financiamiento para la conservación que Para La Naturaleza está utilizando para lograr ese objetivo y el movimiento para reconocer los derechos inherentes de la naturaleza.
JON GOREY: ¿Cuál es el enfoque de su trabajo?
FERNANDO LLOVERAS SAN MIGUEL: Nuestro trabajo se centra en proporcionar a las islas de Puerto Rico la biodiversidad y los sistemas de vida necesarios para vivir una vida sostenible. En 2016, fijamos el objetivo de proteger el 33 por ciento de las islas para 2033, por lo que nuestro objetivo general es convertir a Puerto Rico en un organismo vivo y proporcionar ecosistemas saludables y sostenibles para todos.
Nos propusimos este objetivo y al año siguiente vino el huracán María, un huracán de categoría 5 que devastó toda la isla. Luego, tuvimos muchos problemas con nuestra fuente de financiamiento, y hemos tenido muchas políticas a favor del desarrollo en curso. Así que hemos enfrentado, y enfrentamos, una gran cantidad de desafíos. Pero en general, creo que pudimos superar algunos de ellos. Recientemente obtuvimos más fondos que nos permitirán hacer una mayor planificación a largo plazo y adquisiciones a largo plazo, y trabajar en la protección del suelo y la biodiversidad. Pudimos superar muchas dificultades, y creo que estamos en una buena posición, a pesar de que los desafíos siguen aumentando cada día.
JG: ¿En qué está trabajando ahora y en qué le interesaría trabajar a futuro?
FL: El año pasado trabajamos muy duro para elaborar un nuevo plan estratégico, así que acabamos de terminarlo y lo pusimos en práctica a fines del año pasado. Uno de los desafíos que pudimos superar fue el de las servidumbres de conservación. [En Puerto Rico] tenemos un límite en la cantidad de créditos fiscales disponibles y solíamos tener hasta USD 15 millones al año, pero luego se redujeron a USD 3 millones. Volvimos a tener USD 15 millones, así que logramos esa victoria en la legislatura aquí, y ahora tenemos capacidad para celebrar más servidumbres de conservación.
En términos de adquisiciones de suelo, tenemos muchos proyectos en proceso. Contamos con muchas propiedades que están en proceso de diligencia debida mediante la preparación de inventarios y mediciones. Documentamos la biodiversidad de manera muy sofisticada, utilizando una matriz de conservación del suelo, para definir qué parcelas son más importantes conservar.
Las zonas costeras son las de mayor riesgo y también son las más caras. Así que ese ha sido un gran desafío, porque Puerto Rico se desarrolló mucho alrededor de las áreas costeras. Hemos desconectado gran parte de las áreas marinas costeras y oceánicas de las montañas y los ríos. Resulta necesario crear más corredores como parte de nuestro plan Mapa 33. Tenemos dos, tal vez tres, áreas costeras muy importantes que son vitales, pero son extremadamente caras, así que estamos haciendo malabares para ver cómo podemos protegerlas.
Para la Naturaleza está trabajando para transformar el faro de Culebrita, construido a finales de 1800, en un centro de visitantes e investigación dedicado a la conservación. Crédito: Para la Naturaleza.
JG: ¿Existen diferencias legales o culturales que afecten la forma en que se usa o conserva el suelo en Puerto Rico respecto de los Estados Unidos continentales?
FL: Adoptamos en gran medida la mentalidad de expansión urbana descontrolada, el hecho de tener suburbios y centros comerciales en todas partes. Copiamos muchos patrones de desarrollo comercial de EUA en un lugar muy pequeño. Tenemos un territorio de solo 160 kilómetros por 56 kilómetros y 3 millones de personas viviendo aquí, por lo que la densidad poblacional es muy alta, lo que hace que el costo del suelo sea mayor. Y luego ocurre la expansión urbana descontrolada porque no tenemos un buen sistema de planificación del uso del suelo. La expansión urbana descontrolada y la construcción generan mucha desconexión entre los ecosistemas.
También tenemos algunos acuerdos especiales con el gobierno de Puerto Rico que no sé si otras ONG en los Estados Unidos pueden tener. Estamos autorizados por el Tesoro de Puerto Rico a emitir bonos libres de impuestos para financiar la conservación. Es decir que somos bastante únicos, porque Puerto Rico no está dentro de la jurisdicción fiscal de Estados Unidos, por lo que el Departamento del Tesoro en Puerto Rico tiende a tener más margen de acción.
JG: ¿Está buscando alguna otra estrategia innovadora para el financiamiento de la conservación?
FL: Somos una organización muy compleja y única en términos de financiamiento. Pudimos crear una dotación financiera que significó un cambio radical para nosotros. Nuestra dotación cubre casi el 70 por ciento de nuestros costos operativos, lo que nos da mucha estabilidad. Por lo general, recomiendo que las organizaciones comiencen a buscar cómo financiar al menos los costos operativos principales y básicos de manera más sostenible, por ejemplo, mediante una dotación, porque conozco la lucha que atraviesan muchas ONG para cubrir la nómina de pagos todos los meses. Es un estrés que agota a cualquiera. Hemos estado trabajando en este proyecto durante los últimos 30 a 40 años.
Dado que Puerto Rico tiene muchas comunidades de bajos ingresos, calificamos para lo que se llama un Nuevo Crédito Fiscal de Mercado, que es un crédito fiscal creado para incentivar la inversión en zonas de bajos ingresos. Por este motivo, implementamos ese mecanismo. También estamos haciendo un banco de mitigación que está a punto de comenzar y se espera que genere algunos ingresos.
JG:¿Qué le gustaría que más personas comprendan respecto de la conservación del suelo y los ecosistemas naturales?
FL: Tenemos toda una unidad llamada unidad de Cultura Ecológica, que realmente está restaurando no solo la conciencia, sino la comprensión, de que somos parte de un ecosistema natural y que necesitamos convivir con otras especies.
Hacemos las cosas de manera automática, solo porque los números económicos cierran, pero nos estamos olvidando de todo el funcionamiento y los sistemas de vida de la isla. Por este motivo, realizamos mucho trabajo educativo, mucho trabajo de comunicación con los estudiantes. Tenemos campamentos de verano y diferentes tipos de programas para que las personas entiendan que sus decisiones son importantes.
Ciudadanos científicos participan en la iniciativa Mapa de la Vida de Para la Naturaleza. Crédito: Para la Naturaleza.
JG: ¿Hay algo sorprendente o inesperado que haya encontrado en su trabajo?
No totalmente inesperado, pero los huracanes, me refiero tanto a huracanes climáticos como a huracanes políticos. Vivimos grandes cambios en cuanto a la importancia de la naturaleza. Esos son los grandes cambios negativos que no se esperaban. En cuanto a lo positivo, como digo, hemos podido asegurar cierta estabilidad para el futuro. Así que eso ha sido muy positivo.
JG:En lo que respecta a su trabajo, ¿qué lo mantiene despierto por la noche? ¿Y qué le da esperanza?
FL: Tenemos la oportunidad de lograr [nuestro objetivo del 33 por ciento para 2033], pero necesitamos cambiar gran parte de la mentalidad de desarrollo que sigue estando muy arraigada. Quiero decir, están hablando de hacer un enorme complejo con cinco hoteles en una zona de 800 hectáreas. Esa es un poco la pesadilla por la noche, tener todos estos megaproyectos que no son en absoluto sensibles al medio ambiente, ya que destruirán 800 hectáreas de suelo. Es un impacto fuerte sobre nuestra isla. Entonces, eso es lo más importante, asegurarnos de que podamos cambiar nuestra mentalidad de desarrollo hacia un marco económico sostenible en lugar del marco de destrucción total que tenemos en este momento.
JG: ¿Qué ha estado leyendo últimamente?
FL: Bueno, hemos estado trabajando en un nuevo concepto. Uno de nuestros objetivos actuales es que se reconozcan los derechos inherentes de la naturaleza. Así que estamos trabajando con este movimiento, surgido de las comunidades indígenas, que sostiene que la naturaleza tiene sus propios derechos, es decir, no solo las leyes para proteger a las especies en peligro de extinción y demás, sino también leyes que otorgan a la naturaleza personalidad jurídica para poder demandar y protegerse a sí misma. Por lo tanto, es un enfoque diferente respecto de la protección legal, lograr que la naturaleza sea reconocida como un organismo vivo, sujeto de derechos legales.
Tendremos un panel de discusión sobre este tema en la Semana del Clima en Nueva York el próximo mes. Existe una organización, la Global Alliance for the Rights of Nature, que en su sitio web garn.org presenta mucha información sobre todos y cada uno de los países del mundo que han adoptado leyes o regulaciones de derechos de la naturaleza. Incluso en los Estados Unidos, existen bastantes ejemplos de tribus indígenas y otros estados que reconocieron algunos derechos de la naturaleza.
Jon Goreyes redactor del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
Imagen principal: Fernando Lloveras San Miguel, director ejecutivo del Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico y exbecario de Kingsbury Browne en el Instituto Lincoln. Crédito: Foto de cortesía.
Lincoln Institute of Land Policy and Land Trust Alliance Present Hudson Valley’s Steve Rosenberg with Kingsbury Browne Distinguished Practitioner Award
The Kingsbury Browne Distinguished Practitioner award—named for Kingsbury Browne, a lawyer and conservationist who was a Lincoln Institute Fellow in 1980 and inspired the Alliance’s founding in 1982—is presented annually and honors those who have enriched the conservation community through their outstanding leadership, innovation, and creativity in land conservation. Rosenberg will serve as the Kingsbury Browne distinguished practitioner for the Lincoln Institute in Cambridge, Massachusetts, for 2025–2026.
Rosenberg is currently the co-convener of the Hudson Valley Alliance for Housing and Conservation, which brings together organizations to strengthen biodiversity and climate resilience in New York’s Hudson Valley while creating affordable places where people can live. His work there follows more than three decades as the senior vice president of Scenic Hudson and the executive director of the Scenic Hudson Land Trust, where he led many efforts bringing land, equity, and conservation together at the regional scale, including authoring the NYC/Hudson Valley Foodshed Conservation Plan, launching Scenic Hudson’s River Cities Program, and transforming postindustrial Hudson River waterfronts into inviting public places. Rosenberg served on the board of the Land Trust Alliance for nine years.
“Steve has been a driving force in putting conservation to work for communities—safeguarding local food systems, expanding land access, and advancing economic opportunity,” said Chandni Navalkha, director of conservation and stewardship at the Lincoln Institute. “His leadership in uniting the land conservation and affordable housing sectors in the Hudson Valley sets a powerful example for collaborative solutions that benefit people and places, nationwide and beyond.”
“I have witnessed firsthand Steve’s passion and tireless dedication to land conservation and the mutually reinforcing benefits to people and communities,” said Ashley Demosthenes, CEO of the Land Trust Alliance. “The acreage protected and parks that were created during his tenure at Scenic Hudson are tremendous assets for communities and the entire Hudson Valley. And his bringing together of the affordable housing community and the land preservation community has made it possible to address critical community issues in new and collaborative ways. It is my honor to recognize Steve Rosenberg as the recipient of the 2025 Kingsbury Brown Distinguished Practitioner award.”
About the Land Trust Alliance
Founded in 1982, the Land Trust Alliance is a national land conservation organization working to save the places people need and love by empowering and mobilizing land trusts in communities across America to conserve land for the benefit of all. The Alliance represents approximately 1,000 member land trusts and affiliates supported by more than 250,000 volunteers and 6.3 million members nationwide. The Alliance is based in Washington DC, with staff in communities across the United States.
About the Lincoln Institute of Land Policy
The Lincoln Institute of Land Policy seeks to improve quality of life through the effective use, taxation, and stewardship of land. A nonprofit private operating foundation whose origins date to 1946, the Lincoln Institute researches and recommends creative approaches to land as a solution to economic, social, and environmental challenges. Through education, training, publications and events, we integrate theory and practice to inform public policy decisions worldwide.
Lead image: Steve Rosenberg (center) accepts the Kingsbury Browne award alongside Land Trust Alliance CEO Ashley Demosthenes (right) and board chair David Calle (left). Credit: DJ Glisson II/Firefly Imageworks.
The Lincoln Institute provides a variety of early- and mid-career fellowship opportunities for researchers. In this series, we follow up with our fellows to learn more about their work.
Fernando Lloveras San Miguel has served as executive director of the Conservation Trust of Puerto Rico for more than two decades, and as president of its Para La Naturaleza unit since its founding in 2013. With degrees in economics and geography from Dartmouth College, public policy from Harvard University, and law from the University of Puerto Rico, Lloveras knows his way around both natural and legal landscapes.
In 2020, Lloveras received the Kingsbury Browne Conservation Leadership Award and Fellowship, named for the Boston lawyer and former Lincoln Institute fellow whose work led to the creation of the Land Trust Alliance. (The award is now known as the Kingsbury Browne Distinguished Practitioner program.) In this interview, which has been edited for length and clarity, Lloveras discusses what it will take to conserve 33 percent of Puerto Rico by 2033, the unique conservation finance strategies Para La Naturaleza is using to achieve that goal, and the movement to recognize the inherent rights of nature.
JON GOREY: What is the focus of your work?
FERNANDO LLOVERAS SAN MIGUEL: Our work has been centered on providing the islands of Puerto Rico with the biodiversity and life systems that are needed to live a sustainable life. We set a goal in 2016 to protect 33 percent of the islands by 2033, so that’s our overarching goal: having Puerto Rico as a living organism and providing healthy and sustainable ecosystems for everybody.
We set this goal, and the year after we got Hurricane Maria, which was a Category 5 hurricane that devastated the whole island. And then we had a lot of issues with our funding source, and we’ve had a lot of pro-development policies going on. So there’s been a huge amount of challenges that we have faced, and are facing. But in general, I think we have been able to overcome some of those. We recently secured more funding that will allow us to do more long-term planning and long-term acquisitions, and land protection and biodiversity protection. So we have been able to navigate in very rough waters, and I think we’re in good shape, even though the challenges keep increasing every day.
JG: What are you working on now, and what are you hoping to work on next?
FL: Last year we worked really hard to do a new strategic plan, so we just finished and adopted that late last year. One of the challenges we were able to overcome was around conservation easements. [In Puerto Rico] we have a cap on the amount of tax credits that are available, and we used to have up to $15 million a year, but then it went down to $3 million. We got it back to $15 million, so we got that win in the legislature here, and now we have capacity to do more conservation easements.
In terms of land acquisitions, we have a lot in the pipeline. We have a lot of properties that are in the due diligence process, doing inventories and measurements. We do a very sophisticated biodiversity documentation, using a land conservation matrix, to see which ones are more critical for conservation.
The coastal areas are the most high-risk areas, and they’re also the most expensive areas. So that’s been a big challenge, because Puerto Rico has been developed a lot around the coastal areas. We have disconnected a lot of the ocean and coastal marine areas from the mountains and rivers. So we need to create more corridors as part of our Map 33 plan. We have two, maybe three, very important coastal areas that are critical, but are extremely expensive, so we’re juggling to see how we can get those protected.
Para la Naturaleza is working to transform the Culebrita lighthouse, built in the late 1800s, into a visitor and research center dedicated to conservation. Credit: Para la Naturaleza.
JG: Are there any legal or cultural differences that affect how land is used or conserved in Puerto Rico versus the mainland United States?
FL: We have adopted a lot of the urban sprawl mentality, to have suburbs, to have shopping malls everywhere. We have adopted a lot of US commercial development patterns in a very small place. We’re only 100 miles by 35 miles, and we have 3 million people living here, so the population density is very high, which creates a higher cost of land. And then sprawl happens because we haven’t had a good land use planning system. The sprawl and the construction creates a lot of disconnection between ecosystems.
We also have some special arrangements with the Puerto Rico government that I don’t know if other NGOs in the States can have. We are authorized by the Puerto Rico Treasury to issue tax-free bonds to finance conservation. So we’re very unique, because Puerto Rico is not within the tax jurisdiction of the US, so the Treasury Department in Puerto Rico tends to have more leeway.
JG: Are there other innovative conservation finance strategies you’re pursuing?
FL: We are a very complex and unique organization in terms of financing. We have been able to create an endowment, and that’s been a game changer for us. Our endowment covers pretty much 70 percent of our operational costs, so that gives us a lot of stability. I usually recommend that organizations start looking into how to support at least a core, basic operational cost on a more sustainable basis, like an endowment, because I know the struggle that a lot of NGOs go through, making the payrolls every month. That’s a stress that just wears down anybody. So that’s something that we have been building for the past 30 to 40 years.
Since Puerto Rico has a lot of low-income communities, we qualify for what’s called a new market tax credit, which is a tax credit created to incentivize investment in low-income areas. So we’ve been using that mechanism. We’re also doing a mitigation bank, which is about to get started, and that is expected to provide some revenue.
JG: What’s one thing you wish more people understood about land conservation and natural ecosystems?
FL: We have a whole unit called the ecological culture unit, which is really restoring not only the awareness, but the understanding, that we are part of a natural ecosystem, and that we need to coexist with other species.
We do things automatically, just because the economic numbers work out, but we’re forgetting the whole functioning and life systems of the island. So we’re doing a lot of educational work, a lot of communication work with students. We have summer camps, we have different types of programs to get people to understand that their decisions are important.
Citizen scientists participate in Para la Naturaleza’s Map of Life initiative. Credit: Para la Naturaleza.
JG: Is there anything surprising or unexpected that you’ve encountered in your work?
Not totally unexpected, but hurricanes—I mean both climatic hurricanes and political hurricanes. We have been living through great changes in terms of the importance of nature. So that’s kind of the big changes that were not expected on the negative side. On the positive side, as I say, we have been able to secure some stability into the future.
JG: When it comes to your work, what keeps you up at night? And what gives you hope?
FL: We have the opportunity to achieve [our 33 percent by 2033 goal], but we need to change a lot of the development mentality that is still very strong. I mean, they’re talking about doing a huge 2,000-acre complex with five hotels. That’s kind of the nightmare at night, having all these mega-projects which are not at all sensitive to the environment, destroying 2,000 acres of land. It’s just a huge impact to our island. That’s the biggest thing, just to make sure that we can move our development mindset toward a sustainable economic framework instead of the total destruction framework that we have right now.
JG: What have you been reading lately?
FL: One of our objectives now is to have nature’s inherent rights recognized. So we’re working with this movement, sprung out of Indigenous communities, of having nature have its own rights—so not only laws to protect endangered species and so forth, but laws that give nature legal personality to be able to sue and protect itself. It’s a different approach to legal protection, having nature be recognized as a living organism, able to have legal rights. We’re going to have a panel discussion on this issue at Climate Week in New York next month. The Global Alliance for the Rights of Nature website, GARN.org, has a lot of good information, every single country in the world that has adopted rights of nature laws or regulations. Even in the US, there are quite a few examples of Indian tribes and other states that have provided some rights of nature.
Jon Gorey is a staff writer at the Lincoln Institute of Land Policy.
Lead image: Fernando Lloveras San Miguel, executive director of the Conservation Trust of Puerto Rico and former Kingsbury Browne fellow at the Lincoln Institute. Credit: Courtesy photo.
Una vista del Charles
La influencia duradera de conservación del suelo de un poeta estadounidense
En 1807, nació un niño en las costas de Portland, Maine, que en ese momento era una escarpada ciudad portuaria habitada por marineros. Con un abuelo que había sido héroe de la Independencia estadounidense y representante en el Congreso de los Estados Unidos, y un padre que también sirvió en el Congreso de los Estados Unidos, al niño se le enseñó a venerar la historia de su nación. Al mismo tiempo, la riqueza de la naturaleza en su ciudad natal provocó un romance entre el niño y el mundo natural en el que se sumergiría por el resto de su vida. Su amor por la historia y la belleza natural lo llevó a poseer, cuidar y venerar una casa y una parcela de propiedad junto al río que una vez había servido como el cuartel general de George Washington en Cambridge, Massachusetts.
Henry Wadsworth Longfellow, más conocido por sus contribuciones a la literatura estadounidense, también fue un defensor de la tierra durante toda su vida y su legado forma parte de un capítulo importante en la historia del despertar conservacionista de la nación.
Hoy en día, Cambridge es conocida por ser una ciudad rebosante de innovación, cultura, espacios verdes y universidades de prestigio mundial. El rico abanico de comodidades de la ciudad es el legado de los visionarios como Longfellow y su familia. Ellos supieron ver el valor de los espacios abiertos y las conexiones locales con la naturaleza, y anticiparon cómo el rápido crecimiento de la ciudad podría cambiar de forma radical el paisaje junto al río Charles. Como uno de los primeros conservacionistas, el amor de Longfellow por una bucólica finca frente al río hizo que algunas hectáreas de la ciudad se mantuvieran intactas y abiertas al público mucho después de que escribiera sus últimas palabras.
El amor por la casa Craigie y el río Charles
En 1837, Longfellow se estaba reconstruyendo a sí mismo. Dos años antes, había estado viajando por Europa y estudiando lenguas modernas para prepararse para una cátedra en la Universidad de Harvard cuando su esposa de 22 años, Mary Storer Potter Longfellow, murió después de un aborto espontáneo. Apenado por la situación, Longfellow terminó sus estudios en Europa y viajó a Cambridge para ocupar su cátedra. El cuerpo de su esposa fue enterrado en una parcela que adquirió en Indian Ridge Path, en el cementerio Mount Auburn, en Cambridge y Watertown. Ese paisaje, hoy considerado histórico, se había consagrado solo unos años antes, tras ser diseñado por el primo hermano de Longfellow, Alexander Wadsworth.
Longfellow halló consuelo en la tranquilidad de los terrenos del cementerio. En una carta de 1837 a un amigo de la infancia, escribió: “Ayer estuve en Mount Auburn y vi cavar mi propia tumba; quiero decir, mi propio sepulcro. Le aseguro que miré hacia su interior con tranquilidad, sin sentir el más mínimo temor. Es un lugar hermoso”.
Longfellow, de 30 años, también se enamoró de una finca cercana, entonces propiedad de Elizabeth Craigie, a la que llamó la casa Craigie. En su primera visita, se enamoró de la grandeza de la casa, la tranquilidad de sus alrededores y su asociación con George Washington, que tenía allí un cuartel general improvisado durante el asedio de Boston. Longfellow escribió lo siguiente sobre esa primera visita a la casa, que se encuentra en el territorio tradicional del pueblo de Massachusetts: “Las persianas de las ventanas estaban cerradas, pero a través de ellas se filtraba una agradable brisa y se podían ver las aguas del río Charles resplandeciendo en la pradera”. Tres meses después, se había convertido en un huésped que ocupaba dos habitaciones de la casa Craigie y se jactaba ante amigos y familiares de que vivía “como un príncipe italiano en su villa”.
Esta casa al estilo de renacimiento colonial, que una vez fue una sede para George Washington durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, captó la atención de Henry Wadsworth Longfelllow. Él arrendó dos de los cuartos antes de convertirse en el propietario. Crédito: Colección del museo del sitio histórico nacional Longfellow House-Washington’s Headquarters.
A pesar de lo mucho que disfrutaba del nuevo alojamiento, las amistades de Harvard y las vacaciones en las Montañas Blancas y la ciudad costera de Nahant, Longfellow sentía una melancolía constante por la pérdida de su esposa. Expresó su tristeza y la esperanza de que vengan días mejores en Díasoscuros, que incluye la famosa frase “y es fuerza que en toda existencia lluvioso á las veces y oscuro esté el día”. Ese poema se publicó en Ballads and Other Poems a fines de 1841. En el mismo libro, Longfellow describe cómo el entorno natural le brindaba un profundo consuelo. El poema Al río Charles da una perspectiva del apego que tenía con el río que dio forma a gran parte de su vida, trabajo y filantropía. En el poema, Longfellow hace referencia a un lugar:
Donde los bosques te resguardan y tus aguas se aclaran, hay amigos que descansan y tus orillas hoy admiran.
Es probable que estas líneas hagan referencia a la tumba de su esposa en el cementerio Mount Auburn, que se encuentra un kilómetro y medio río arriba al oeste. El consuelo que encontró mirando el río se puede comparar con el que sintió junto a la tumba de su esposa.
Vista desde la casa Longfellow en 1899. Crédito: Biblioteca Schlesinger, Instituto Radcliffe, Universidad de Harvard a través de History Cambridge.
Así comenzó el amor de Longfellow por los paisajes de Cambridge y sus alrededores. Durante las décadas que pasó en la ciudad, se sintió motivado a conservar la tierra por varias razones patrióticas, históricas, estéticas, emocionales y de salud. Adoraba la casa Craigie por sus vínculos con George Washington; sus extensos jardines, en los que Longfellow daba paseos contemplativos; sus majestuosos olmos que le daban sombra en los días cálidos; la dulzura de sus árboles frutales y, en especial, sus vistas al río, que le brindaban a Longfellow y a su familia tranquilidad, comodidad y alegría.
A lo largo de su vida, Longfellow y su familia protegieron la casa y la propiedad para preservar su carácter original. Este trabajo condujo a la posterior creación y conservación del parque Longfellow y el sitio histórico nacional Longfellow House–Washington’sHeadquarters, así como de partes del parque Riverbend y el complejo atlético Soldiers Field de la Universidad de Harvard. Los contemporáneos de Longfellow se vieron motivados por valores similares a proteger otros sitios históricos en el Gran Boston, incluidos Boston Common, el monumento de Bunker Hill, el cementerio Mount Auburn y varias fincas privadas extensas, como Gore Place en Waltham.
Adquisición y ampliación del patrimonio
El suceso que levantó el ánimo de Longfellow después de la muerte de su primera esposa fue la aceptación de la propuesta de matrimonio por parte de la mujer que se convirtió en su segunda esposa, la joven de la alta sociedad de Boston Frances (Fanny) Appleton. Fue Fanny, y la fortuna de su padre, lo que unió formalmente a Longfellow con la propiedad de la calle Brattle.
Después de su boda el 13 de julio de 1843, Fanny comenzó a vivir con Longfellow en su habitación de la mitad oriental de la casa Craigie, que para entonces había estado subarrendando a Joseph Worcester, quien había arrendado toda la casa a los herederos de la Sra. Craigie. De inmediato, Fanny comenzó a escribir cartas a su familia sobre la belleza de la casa y los terrenos y el amor de los recién casados por el lugar. Ella le insinuó a su adinerado padre, Nathan Appleton, que le gustaría ser propietaria de la finca, así como de la superficie circundante. Le escribió: “Si decide comprarla [la casa Craigie], ¿no sería importante asegurar la tierra al frente, ya que un bloque de casas podría arruinar la vista?”
Appleton no pudo resistir el deseo de su hija. Compró la casa y la superficie circundante por USD 10.000. La pareja recibió como regalo de bodas la casa y dos hectáreas. En la década siguiente, Longfellow compró el resto de la tierra circundante (alrededor de una hectárea y media en el lado sur de la calle Brattle) a su suegro por USD 4.000. Con los años, la historia de la propiedad y su valor estético y recreativo llevaron a Henry y Fanny, y más tarde a sus cinco hijos, a preservarla.
Una fotografía coloreada a mano de Henry Wadsworth Longfellow y su hija Edith en los escalones de la casa familiar. Crédito: Longfellow House-Washington’s Headquarters.
Desde finales de la década de 1840 hasta 1870, Longfellow continuó expandiendo la propiedad: compró terrenos adyacentes para preservar las vistas y establecer una herencia para sus hijos. Añadió casi una hectárea más a la pradera de una hectárea y media al sur de la calle Brattle y compró un triángulo de tierra de poco más de media hectárea entre la calle Mount Auburn y el río Charles. Luego comenzó a dividir la tierra entre sus hijos.
Los amigos de Longfellow que vivían cerca de Harvard seguramente aprobaron sus esfuerzos de conservación del paisaje. Longfellow vivía a poca distancia de muchas personalidades importantes que participaron de la fundación del movimiento moderno ecologista y de conservación en los Estados Unidos, incluido el juez Joseph Story, juez asociado de la Corte Suprema de los Estados Unidos y fundador del cementerio Mount Auburn; Edward Everett, quien se desempeñó a fines de la década de 1840 como rector de la Universidad de Harvard y su apoyo fue clave para la creación del monumento de Bunker Hill, que fue financiado con fondos privados, el cementerio Mount Auburn y la preservación de la finca Mount Vernon de Washington; Oliver Wendell Holmes Sr., cuya poesía de 1859 conmemoró el esfuerzo por recaudar fondos para erigir la estatua ecuestre de Washington que finalmente se construyó en el Jardín Público de Boston; y James Russell Lowell, quien en 1857 escribió una propuesta para crear una sociedad para la protección de los árboles en The Crayon.
La lucha para salvar las praderas
En 1869, se propuso construir un matadero al otro lado del río, lo que amenazaba con enturbiar la vista del agua de Longfellow. Longfellow se apresuró a constituir una sociedad para comprar el lote antes que el desarrollador. Al cabo de un año, se completó la adquisición. Luego, la sociedad donó la parcela a la Universidad de Harvard, con la condición de que permaneciera como pantanos y praderas, o se usara para crear jardines, paseos públicos, terrenos ornamentales “o zona de edificios de la Universidad que no fueran inconsistentes con estos usos”. Y a esta tierra se le dio el nombre de “Longfellow Meadows”, que significa las praderas de Longfellow.
El terreno que Longfellow fue comprando y que finalmente les dejó a sus herederos se extendía desde su casa hasta el lado norte del río Charles. Longfellow Meadows, que el propio Longfellow no poseía, extendía la vista panorámica sobre el lado sur del río. Hoy en día, Longfellow Meadows es parte del Soldiers Field, el complejo atlético de la Universidad de Harvard. Si bien las praderas no están protegidas del desarrollo en su totalidad, hay algunos espacios al aire libre y ciertas instalaciones, como la pista, que están abiertas al público.
Complejo deportivo Soldiers Field de la Universidad de Harvard, al otro lado del río Charles de Cambridge. Longfellow constituyó una sociedad para comprar casi 30 hectáreas y donarlas a la universidad para evitar la construcción de un matadero. Crédito: SuperStock/Alamy Stock Photo.
Además de conservar la tierra que rodeaba su casa a través de la adquisición privada o mediante sociedades con fines especiales, Longfellow estaba interesado en otras acciones de conservación pública. La archivista del sitio histórico nacional Longfellow House–Washington’s Headquarters, Kate Hanson Plass, informa que las colecciones del sitio incluyen dos impresiones de las famosas fotografías de 1861 de la secuoya Grizzly Giant en California que tomó Carleton Watkins. Quienes enviaron estas impresiones al este fueron el ministro unitario Thomas Starr King y el abogado Frederick Billings, dos exresidentes de Nueva Inglaterra con fuertes conexiones con líderes literarios, científicos y políticos de la época.
Se cree que las impresiones que se enviaron al este, a Boston, New Haven, Nueva York y Washington, DC, jugaron un papel clave para convencer al Congreso de proteger las tierras del oeste durante la era de la Guerra Civil. Abraham Lincoln firmó el proyecto de ley para crear un parque estatal en Yosemite en junio de 1864. Yosemite fue el precursor de Yellowstone, el primer verdadero parque nacional del mundo, que Billings ayudó a crear en 1872. Hoy en día hay parques nacionales en casi todos los países que son miembros de las Naciones Unidas.
Un intento de salvar a los olmos en la casa Craigie
Los árboles de la finca eran otro de los intereses especiales de Longfellow, pero su amor por los viejos olmos de la propiedad le causaba angustia. A finales de la década de 1830, los árboles estaban afectados por gusanos cancro. Longfellow describió la infestación como una plaga más problemática que la guerra, la peste o el hambre. En una carta de lamentación a su padre, escribía sobre sentarse bajo la copa de los árboles “sin estar cubierto de bichos rastreros, ni ser de repente Martín Lutero y estar frente a una dieta. . . pero de gusanos”. Longfellow estaba desolado y hablaba de fundar una “Sociedad para la supresión de los gusanos cancro” para hacer “una cruzada en toda regla”.
Luchó su propia guerra contra las plagas y llenó los árboles de alquitrán con la esperanza de librarlos de los gusanos. Joseph Worcester cortó las copas de los árboles para tratar de detener la infestación, pero el esfuerzo fue inútil. Longfellow escribió: “Así cayeron los magníficos olmos que distinguían el lugar y bajo cuya sombra había caminado Washington”.
Además de honrar la memoria de Washington, Longfellow estaba preocupado por su propio legado. Soñaba con que sus descendientes caminen por donde él caminaba y que disfruten de la misma conexión con el lugar. En 1843, plantó una hilera de bellotas, de las que esperaba que crecieran grandes robles. Le escribió a su padre: “Puede imaginarse toda una fila de pequeños Longfellow, como los sombríos monarcas de Macbeth, caminando bajo sus ramas durante innumerables generaciones. . . .”
Un dibujo de 1855 del hijo de Longfellow, Ernest, a sus 10 años, que muestra la vista hacia el río Charles desde el segundo piso de la casa familiar en el 105 de la calle Brattle. Crédito: Colección del museo del sitio histórico nacional Longfellow House-Washington’s Headquarters.
Longfellow hizo campañas reiteradas para evitar que la ciudad de Cambridge talara árboles a los lados de los caminos para ensanchar las calles. Al enterarse del amor de Longfellow por los árboles, los niños de Cambridge hicieron una colecta para ayudar a pagar una silla especial que se tallaría en el tronco de un castaño que una vez estuvo frente a la herrería en el 56 de la calle Brattle. Este era el árbol que había inspirado a Longfellow a escribir la línea “bajo el umbroso castaño arde la forja y trabaja el herrero” en el poema El herrero de aldea. Esa silla de madera de castaño, que se le regaló a Longfellow en 1872 por su cumpleaños, ahora se encuentra en el estudio principal de la casa Longfellow.
La administración como identidad social
Otros artistas y escritores del siglo XIX, como Ralph Waldo Emerson, Emily Dickinson y Henry David Thoreau, expresaban su reverencia por la naturaleza, y Longfellow también incursionó en la escritura de esta materia, pero esta faceta de su obra nunca alcanzó la misma aclamación que sus otras piezas. También disfrutaba de los estilos artísticos centrados en la naturaleza y el paisaje que estaban ganando popularidad entre sus colegas. Viajó para asistir a exposiciones del grupo emergente de pintores paisajistas del noreste llamado la Escuela del río Hudson, asistió a conferencias de artistas y recolectó piezas de este estilo.
También fue influenciado por sus suegros, los Appleton, que eran ávidos entusiastas del arte y es posible que hayan alentado el interés de Longfellow en el tema. Una de las obras de Longfellow, La canción de Hiawatha, influenció a parte del arte emergente de ese momento. Varios paisajistas destacados se inspiraron en este poema épico para crear obras notables que representan sus escenas. Es importante señalar que, si bien el poema es una de las piezas más famosas de Longfellow, ahora se considera que perpetúa los estereotipos culturales y las falsas narrativas sobre los pueblos indígenas.
En ese momento, el movimiento ecologista contenía un trasfondo de conflicto cultural. Entre las élites estadounidenses de mediados del siglo XIX corría una vena de antiurbanismo y antimodernismo. Tanto Henry como Fanny Longfellow expresaron su preocupación por las casas que surgían a su alrededor, lo que sugería que querían proteger su disfrute exclusivo del lugar. Del mismo modo, la lucha de Longfellow por comprar la tierra frente a su casa y conservarla (y no hacerlo de forma directa, sino a través de una sociedad recién constituida), estaba impregnada con sentimientos del tipo “no se metan en mi patio trasero”.
Fanny escribió que la familia se sentía afligida “cada vez que dirigimos la mirada a nuestro hermoso río”, luego de que un vecino construyera una cerca en la pradera frente a la casa de los Longfellow. Cuando supo que se iba a construir una casa allí, se lamentó: “¿No es esto muy irritante? Hasta que llegamos, este vecindario permanecía en una belleza pacífica, y ahora parece haber una manía por construir en todos lados”.
Convertir la tierra en el legado de Longfellow
Los valores de Longfellow con respecto a la propiedad sobrevivieron a través de sus seis hijos. Para honrar a su padre después de su fallecimiento, querían preservar una parcela a lo largo del río como homenaje. Cuando los amigos y colegas del poeta crearon la Longfellow Memorial Association para llevar a cabo este plan poco después de su fallecimiento, sus hijos donaron dos parcelas para que puedan comenzar a trabajar, pero no se unieron a la organización. El objetivo de la asociación era erigir una estatua de Longfellow para crear un monumento y designar el terreno en el que se colocara como parque público, para ser donado en fideicomiso a la ciudad de Cambridge.
Un retrato de Henry Wadsworth Longfellow en 1868. Crédito: National Park Service.
A los hijos les preocupaba más conservar el lugar como espacio abierto que la creación del monumento en sí. Ernest Longfellow quería que el área fuera un “espacio para respirar” junto al río. Escribió que, a medida que la ciudad continuara poblándose, el valor del parque como tal crecería y “sería un mejor monumento a mi padre y estaría más en armonía con él que cualquier imagen esculpida que pudiera erigirse”.
Sin embargo, los Longfellow sobrevivientes tenían una visión de un público objetivo que no era muy inclusiva. Luego de que se diseñara el parque y cuando el debate comenzó a centrarse en la ubicación del monumento de su padre, los hijos rechazaron las recomendaciones de la ubicación de la estatua. Les preocupaba que la ubicación sugerida fuera demasiado húmeda y que el área “no fuera frecuentada por la misma clase de personas” que otras zonas.
Con la llegada de un nuevo siglo, los planes para el parque Longfellow continuaron desarrollándose. Cuando donaron el terreno, los herederos de Longfellow estipularon que se construyera una carretera a lo largo del lote en un plazo de cinco años. En 1900, se terminó de construir la calle Charles River Road, que luego se renombró Memorial Drive, y se bordeó con plátanos. La presa del río Charles, terminada en 1910, estabilizó la hidrología de la zona. Luego, la Comisión del Distrito Metropolitano incorporó el terreno a un parque lineal.
Algunas de las personas involucradas en la creación del parque Longfellow hicieron contribuciones importantes al movimiento ecologista en toda la región. Charles Eliot, quien ayudó a diseñar el parque, más tarde fundó el primer fideicomiso de suelo de la nación, TheTrusteesofReservations. También dirigió el establecimiento de la Comisión del Distrito Metropolitano, cuya primera adquisición fue la reserva Beaver Brook Reservation en Belmont, Massachusetts, para proteger los Waverly Oaks, un grupo de 22 robles blancos. Solo queda uno de estos árboles, pero el parque aún alberga impresionantes árboles con varios años de antigüedad, muchos de los cuales pueden ser incluso más antiguos que el propio parque.
Al cuidado de Alice
Alice Longfellow, la hija mayor del poeta, fue una de los dos únicos herederos que no construyó una casa en la finca después de que se dividiera entre los hermanos. Vivió en la casa Craigie y supervisó su mantenimiento desde 1888 hasta 1928. (Charles, el otro heredero que se resistió a construir, viajaba por el mundo y tenía un apartamento en el centro de Beacon Hill, en Boston).
Alice Longfellow nació en la casa Craigie y se crio en sus habitaciones y jardines, y su conexión con el hogar fue, tal vez, incluso más profunda que la de su padre y se cultivó durante toda su vida. La afinidad especial que cada uno de sus padres tenía con la casa se traspasó a su hija mayor. La solemne y precoz niña se convirtió en una mujer astuta y capaz que veía y respondía a la desigualdad en el mundo que la rodeaba. Fue líder y defensora de las oportunidades educativas para las mujeres y las personas de color y una filántropa en favor de escuelas para ciegos. Su habilidad política también se manifestó en su trabajo de conservación.
Su tiempo como matriarca de la finca marcó una era de intensa vida comunitaria. Alice contrató a la joven y ambiciosa arquitecta paisajista Martha Brookes Brown (más tarde Hutcheson), quien renovó y rediseñó los jardines. Las obras recuperaron parte del diseño de los días en que Henry Longfellow recorría la propiedad y también incorporaron cambios que facilitaron su uso para las reuniones sociales. Cuando Alice viajaba, lo cual hacía a menudo, la casa, el porche, el césped y los jardines quedaban abiertos a los visitantes. El espacio solía usarse para ceremonias, como área de juegos para niños y perros, como campo de béisbol y como sede de un circo todos los años.
A medida que los hijos de Longfellow envejecían, pensaban mucho sobre el futuro de la finca. Les preocupaba que las generaciones futuras no estuvieran bien posicionadas para cuidarla y preservarla. Alice expresó estas inquietudes con particular claridad. Después de considerar varias opciones para preservar la casa de Longfellow, los hermanos decidieron establecer un contrato de fideicomiso en 1913. El fideicomiso transfería la gestión de la propiedad al Longfellow House Trust para el beneficio inmediato de los descendientes de Longfellow y el legado a largo plazo para el pueblo estadounidense. Alice y otros herederos podrían seguir residiendo en la casa, pero, si se iban o cuando lo hicieran, esta se seguiría manteniendo.
Un mapa de la década de 1890 que muestra las parcelas que adquirió Longfellow y la división entre sus herederos. Detalle, Placa 20, G.W. Bromley & Co. Atlas de la ciudad de Cambridge, Massachusetts (Filadelfia, 1894). Biblioteca de Harvard a través de History Cambridge.
Después del fallecimiento de Alice Longfellow, el fideicomiso se hizo responsable de la propiedad y su mantenimiento. En la década de 1930, el fideicomiso empezó a tener dificultades financieras e inició una cruzada que duraría décadas para transferir la casa al Servicio de Parques Nacionales. El sitio histórico nacional Longfellow se estableció mediante una ley del Congreso en 1972. Más tarde pasó a llamarse sitio histórico nacional Longfellow House-Washington’s Headquarters para preservar también la memoria del paso de Washington por el lugar durante la guerra de la Independencia.
A finales del siglo XIX, el área que rodea el parque Longfellow se comercializó con rapidez. Estaba rodeada por muelles, almacenes, una estructura de Cambridge GasLight Company y el Casino de Cambridge. La ciudad emprendió un ambicioso proyecto de mejora de la orilla del río dos décadas después de que Longfellow comprara la parcela triangular que pasó a formar parte del parque Riverbend. Sin la administración de la familia, es probable que ese terreno también hubiese sido víctima del desarrollo que se estaba dando a lo largo del río Charles.
Un legado y una visión
Aunque hoy solo es una parte de la propiedad que una vez floreció bajo la tutela de la familia Longfellow, la casa Longfellow es, tanto en cuanto a la historia como a lo financiero, más valiosa que nunca. La casa y los jardines se ubican en el corazón de la urbanizada Cambridge de hoy en día y ocupan casi una hectárea en la calle Brattle. Además, están flanqueados por el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo y un campus de la Universidad de Lesley.
Los terrenos son un sitio histórico nacional y tienen vistas al parque Longfellow, otra franja de casi una hectárea que se extiende desde la calle Brattle hasta la calle Mount Auburn. La vista al río que tanto apreciaba Longfellow ha sido bloqueada en parte por Memorial Drive, una calle que la ciudad fue ampliando con el tiempo. Entre Memorial Drive y la orilla norte del río Charles, otra parcela de tierra escapó a la rápida urbanización de Cambridge gracias a la familia Longfellow. Hoy en día, es propiedad del Departamento de Conservación y Recreación del estado. Cuando Longfellow era dueño de la propiedad, era pantanosa y propensa a las inundaciones. En la actualidad, es un espacio verde, con arbustos y árboles que prosperan gracias a las condiciones hidrológicas estabilizadas diseñadas por la ciudad.
Una reciente celebración del Día de la Liberación en el 105 de la calle Brattle, ahora conocida como sitio histórico nacional Longfellow House-Washington’s Headquarters y administrada por el Servicio de Parques Nacionales. El hogar principal del poeta durante 45 años, permaneció en la familia durante 90 años después de su fallecimiento. Crédito: Servicio de Parques Nacionales/Chris Beagan.
Al otro lado del río, los estudiantes de la Universidad de Harvard disfrutan de un extenso complejo deportivo a lo largo de la calle Soldiers Field gracias, en parte, a Longfellow, quien reunió a amigos y familiares para comprar casi 30 hectáreas de tierra en 1870 y, luego, donarlas a la universidad. De regreso al margen opuesto del río y hacia el oeste, el cementerio de Cambridge y el cementerio adyacente Mount Auburn completan, a través de varias carreteras, un arco verde que se extiende desde Cambridge hasta Boston y Watertown. Con el embalse de Fresh Pond cercano, así como los senderos para bicicletas y las islas verdes a lo largo de la avenida Aberdeen, estos paisajes protegidos forman una amplia vía verde en medio de una ciudad moderna y activa.
La vista protegida del río Charles desde el salón frontal de los Longfellow ayudó a imaginar lo que podría lograrse, mediante la acción conjunta de lo público y lo privado, no solo en Cambridge, sino en todo el país y en todo el mundo.
Lily Robinson es coordinadora de programas en la Red Internacional de Conservación del Suelo (ILCN, por su sigla en inglés), un programa del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo que conecta a organizaciones de conservación del sector privado y cívico de todo el mundo. Trabajó como reportera independiente para Harvard Press y la revista CommonWealth.
Los autores quieren agradecer al servicial y dedicado personal del sitio histórico nacional Longfellow House-Washington’sHeadquarters en Cambridge, Massachusetts, incluidos Chris Beagan, Kate Hanson Plass y Emily Levine.
Imagen principal:El río Charles continúa. Crédito: Artography vía Shutterstock.
La traducción del poema Al río Charles fue realizada por el equipo de traducción Guillermina López Peñaflor, María Lía Sánchez y Julieta Mascide EssenceTranslations.