Reflexión

Atravesar antes de transeccionar
Por Anuradha Mathur, Julho 31, 2019

Ian McHarg me introdujo a la transección ecológica. Me situó de una forma única en la tierra donde hacía poco había llegado como estudiante desde la India, a 12.000 kilómetros de distancia. No solo estaba en Filadelfia; estaba en una línea dibujada desde los montes Apalaches que pasaba por la meseta Piedmont y llegaba a la llanura costera y el Océano Atlántico. La transección me resultaba familiar, ya que había aprendido acerca de la Sección del Valle de Patrick Geddes, a partir de su trabajo en la India en la década de 1910. Según sus palabras, era “esa pendiente general desde la montaña hasta el valle que encontramos en todas partes del mundo”.1

Sin embargo, la transección no solo me situaba; también ofrecía un punto en común a los estudiantes de mi clase, que provenían de cinco continentes distintos. Cultivaba una visión del paisaje que llevaríamos a todas partes. Para muchos de nosotros, era como estar de nuevo en nuestros hogares.

Cada semana, llegábamos a un punto en la transección: las minas de carbón cerca de Scranton, el campo de rocas en la zona de Pocono, los bosques del Wissahickon, los prados cerca de Valley Forge, las cascadas de Manayunk, los lodazales y canales de Pine Barrens y las dunas en la costa de Jersey. Cavábamos fosas en el suelo, identificábamos vegetación, buscábamos pistas acerca de qué había sobre la superficie terrestre y debajo de esta, y en nuestras notas de campo armábamos el rompecabezas de la historia seccional de la tierra. En el taller, trabajábamos en grupos y nos familiarizábamos con sitios particulares de la transección. Cada uno de ellos era un área de 65 kilómetros cuadrados, representada por un mapa topográfico en el que identificábamos distintos suelos, vegetación, usos del suelo, laderas y geología. Resaltábamos las líneas de arroyos, terrenos anegables, humedales y acuíferos, y construíamos distinciones evidentes entre rasgos que pertenecían al suelo y los que pertenecían al agua. Si bien los mapas de base eran los mismos todos los años, usábamos una escala de 1 centímetro por 60 metros (1 pulgada por 500 pies) y nos enorgullecíamos de elegir nuestra paleta de colores, que se extendía en gradientes sutiles de verde, azul y marrón, tal vez en un intento por disolver los límites impuestos por el mapa, que no se correspondían con nuestra experiencia en el campo. Pero era inevitable que la transección en el campo retrocediera hasta ser un recuerdo distante, a medida que el mapa se convertía en el sitio principal de análisis y diseño. Después de todo, permitía hacer capas con la información de múltiples disciplinas sobre la misma superficie geográfica. Como estudiantes de diseño y planificación, nuestra tarea era responder al mapa. Esta fue nuestra experiencia en el taller 501 en la Universidad de Pensilvania en 1989, el taller de paisajismo fundamental iniciado por Ian McHarg y Narendra Juneja en uno de sus últimos años.

Diez años más tarde, me tocó enseñar el taller de paisajismo fundamental.2 No llevaba a los alumnos a la transección de mis días como estudiante, sino a un lugar a partir del cual pudieran construir su propia transección. Llevaban cintas métricas, hilo, niveles improvisados, lápices, papel periódico, fichas y tiza. No llevaban mapas para orientarse, solo las páginas en blanco de sus cuadernos de bocetos, para empezar a negociar un terreno desconocido. Yo los alentaba a caminar, no tanto para que encontraran el camino, sino para que hicieran el propio. Algunos se abrían camino entre arroyo y cresta, otros entre bosque y restos industriales, y otros tantos entre humedales y corredores de infraestructura. Al igual que los supervisores de caminos frente a los ejércitos, a cargo de mapear territorios desconocidos, triangulaban entre puntos y los conectaban con líneas de vista y medición. Aprendían a prestar atención a los puntos que seleccionaban. Algunos eran fijos; otros, efímeros. También aprendían a valorar las líneas que los conectaban, y prestaban particular atención a la línea entre tierra y agua. Esta línea estaba colmada de controversia. Se sabía que cambiaba todos los días y todas las estaciones; pero en una tierra de colonos, también cambiaba a discreción. Aprendían a valorar la humedad en todas partes (en el suelo, el aire, las plantas, las rocas, las criaturas), en vez de aceptar la presencia del agua tal como se indicaba en los mapas. El terreno no se agotaba con una sola caminata. Cada vez, se caminaba de un modo diferente. Luego de triangular, los alumnos esbozaban, seccionaban y fotografiaban con ojos y oídos sintonizados en la medición y el movimiento, el material y el horizonte, la continuidad y la ruptura. Habían aprendido a ver cómo se disolvían estas distinciones y fronteras, y ahora empezaban a articular nuevas relaciones y límites.

Los alumnos aprendían qué se necesitaba para hacer un mapa. También aprendían qué se necesitaba para armar una transección. Se necesitaba atravesar. Atravesar es el acto de viajar por un terreno con el objetivo de registrar descubrimientos y también imponer una nueva imaginación. En este sentido, ya diseñaban mientras armaban una transección. El diseño estaba en los ojos con los que veían, las piernas con las que caminaban, las decisiones que tomaban, los instrumentos con los que medían. Aprendían lo que Geddes y McHarg sabían muy bien: que el paisaje y el diseño emergen en simultáneo en el acto de atravesar para armar una transección.

El trabajo en las paredes y los escritorios de los alumnos suscitaba una sonrisa y una fuerte inhalación, características de McHarg cada vez que entraba en mi taller 501, con las cuales expresaba un aprecio por las secciones y triangulaciones que se bocetaban en grafito, los montajes fotográficos que se armaban y los moldes de yeso que se preparaban. Era un aprecio que solo podría provenir de alguien que sabía que la transección le debía a la acción de atravesar.

Hoy, llevo a alumnos de talleres más avanzados a lugares de conflicto, pobreza y tragedia presente, como Bombay, Bangalore, las Ghats occidentales de la India, los desiertos de Rayastán, Jerusalén y Tijuana. Estos son lugares en laderas propias de montañas al mar, laderas que, según lo que creían Geddes y McHarg, “estaban en todas partes del mundo”. Pero soy muy consciente, como lo habrían sido ellos, de que estas “transecciones” son producto de los caminos atravesados por “diseñadores” previos a nosotros: agrimensores, exploradores, colonizadores, conquistadores. Sus transgresiones extraordinarias articularon los paisajes que se convirtieron en lo ordinario de estos lugares, incluso lo que se da por sentado como natural y cultural, suelo y agua, urbano y rural. En resumen, crearon las bases del conflicto de hoy. Sin duda, lo menos que podemos hacer en nombre de McHarg y Geddes es volver a atravesar estos lugares, atrevernos a una nueva imaginación que no necesariamente pretenda resolver problemas, sino mantener la transección viva como agente de cambio.

 


 

Anuradha Mathur, arquitecta y arquitecta paisajista, es profesora en el Departamento de Arquitectura Paisajista de la Escuela de Diseño Stuart Weitzman, Universidad de Pensilvania. Escribió junto a Dilip da Cunha Mississippi Floods: Designing a Shifting Landscape (Inundaciones en Mississippi: diseñar un cambio en el paisaje)Deccan Traverses: The Making of Bangalore’s Terrain (Travesías en Deccan: cómo se hizo el terreno de Bangalore) y Soak: Mumbai in an Estuary (Empapar: Bombay en un estuario). Ambos coeditaron Design in the Terrain of Water (Proyectar en el territorio del agua).

 


 

Notas

1 Patrick Geddes, “The Valley Plan of Civilization”, Survey 54 (1925): 288–290.

2 Estuve a cargo del taller 501, el taller de paisajismo fundamental en el Departamento de Arquitectura Paisajista de la Universidad de Pensilvania, entre 1994 y 2014, con algunas pausas en el medio. Durante este período, tuve la oportunidad de trabajar junto a Katherine Gleason, Mei Wu y Dennis Playdon, y a partir de 2003, con mi compañero Dilip da Cunha. Les debo muchísimo a estos colegas, en especial a Dennis y Dilip, quienes aportaron estructura, opiniones profundas y un gran nivel de habilidad al 501, y me enseñaron el verdadero significado de atravesar un terreno.