Topic: Tecnologia e Instrumentos

Un cielo azul claro y claro llena la mitad superior de la imagen y un humedal verde

Proyectos: Cinco temas

De la ciudad de Nueva York a Jining, China, estos proyectos ejemplifican el principio de proyectar con la naturaleza
Editado por Frederick Steiner, Richard Weller, Karen M’Closkey y Billy Fleming, Julho 31, 2019

 

Los proyectos presentados en estas páginas fueron seleccionados para Design with Nature Now (Proyectar para la naturaleza hoy) porque cada uno reduce de algún modo la brecha entre la teoría y la práctica, y abre un horizonte más amplio para el futuro de la arquitectura paisajística.

Para completar el conjunto de 25 proyectos del libro hizo falta un largo proceso colaborativo. Comenzamos pidiendo a colegas de todo el mundo que nominaran proyectos que, según ellos, ejemplificaban y extendían mejor la filosofía y el método de diseño de McHarg. Tras el proceso de nominación obtuvimos una lista de más de 80 proyectos, y después de mucho debate, acordamos cuáles serían los 25 finalistas.

Los proyectos están organizados en cinco temas: Grandes salvajes, Mareas crecientes, Aguas dulces, Tierras tóxicas y Futuros urbanos [cada uno de ellos tiene su representante en este número especial de Land Lines]. Si bien estos temas cubren mucho territorio, al lector le resultará obvio que la colección no representa todos los tipos de trabajo que las profesiones de planificación y arquitectura paisajística ejercen. Hemos incluido proyectos que involucran a sitios extensos y complejos y asuntos socioecológicos urgentes, y que en distintos modos llevan a la realidad lo que se podría llamar el ethos de administración de McHarg.

Sin embargo, cabe mencionar que algunos proyectos muestran las limitaciones en la capacidad de la disciplina por efectivizar cambios a la escala necesaria. Los proyectos mejoran la función social y ecológica a nivel local, pero también podrían ser parte y porción de patrones de desarrollo y proyectos de infraestructura que traen degradación ambiental a otras escalas. Deseamos que la colección completa pudiera incluir una mayor diversidad de proyectos, de una mayor diversidad de lugares. La colección no solo identifica brechas en las áreas temáticas involucradas en la práctica contemporánea, también hay brechas notorias en su geografía. Para resumir, la selección de proyectos es imperfecta, pero nos hemos dado cuenta, y esperamos que el lector también lo haga, de que la colección representa un buen punto de partida.

Grandes salvajes: Malpai Borderlands, Arizona y Nuevo México, EE.UU.

En la bota de Nuevo México y la punta sudeste de Arizona, a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y México, hay un lote de 3.238 kilómetros cuadrados, casi ininterrumpido por autopistas o subdivisiones. Malpai Borderlands alberga unas 4.000 especies de plantas, 104 de mamíferos, 327 de aves, 136 de reptiles y anfibios, y la mayor diversidad de especies de abejas en el mundo. En este paisaje biodiverso, el 53 por ciento del área es de propiedad privada y el 47 por ciento es pública. Esta división ha suscitado tensiones entre organismos gubernamentales, ganaderos y ambientalistas.

Lo que diferencia a Malpai Borderlands de otras historias de conflicto sobre conservación es cómo estas tensiones se superaron en gran parte para poder conservar la identidad biológica y cultural del paisaje. Menos de cien familias usan esta gran extensión de tierra para el pastoreo de su ganado. A pesar de que los ambientalistas los detestan desde hace mucho, estas familias ganaderas se han hecho cargo de evitar que el territorio se subdivida y se desarrolle.

A principios de la década de 1990, el sofocamiento de un incendio forestal hizo que el territorio se revirtiera a matorrales dominados por el invasivo árbol mezquite. Este árbol con aspecto de arbusto es malo para el pastoreo y es muy inflamable, lo cual agrega combustible a incendios forestales, que podrían desnudar aún más el territorio. Históricamente, los incendios habían mantenido las malezas a raya, y cuando el 2 de julio de 1991 se inició un incendio, los hacendados rogaron a las autoridades locales que lo dejaran avanzar. No los escucharon. La respuesta de los hacendados involucrados en la administración del paisaje fue formar Malpai Borderlands Group, que logró proteger casi 33.000 hectáreas del desarrollo.

El éxito de Malpai Borderlands Group se puede atribuir tanto a que se fían de la ciencia para ayudar a administrar Malpai como a su compromiso por educar a los demás sobre cómo pueden coexistir el pastoreo y la conservación. Ray Turner, el primer científico de la junta, se especializa en fotografía comparada, un tipo de estudio ecológico que rastrea el origen de fotografías antiguas y toma una nueva en el mismo lugar. Luego, se comparan las especies florales en las fotografías para tener una idea del cambio ecológico en la zona. Turner y otros científicos después de él concluyeron, de forma controversial, que cierta participación de haciendas puede ayudar a preservar la biodiversidad de un territorio.

Créditos del proyecto: Malpai Borderlands Group es una organización sin fines de lucro compuesta por hacendados cuya misión es administrar el ecosistema de casi 404.685 hectáreas de paisaje relativamente poco parcelado. Ver www.malpaiborderlandsgroup.org.

Mareas crecientes: 2050—An Energetic Odyssey, Mar del Norte, Países Bajos

2050—An Energetic Odyssey (2050: Odisea energética), una obra de sumersión que consta principalmente de un video de trece minutos con mapas, diagramas y dibujos, presenta el interrogante: ¿Cómo sería si los Países Bajos y sus vecinos pasaran a producir energía renovable a una escala tan grande como para alcanzar las metas de emisión de carbono de París 2015? 2050—An Energetic Odyssey (la Odisea) no es un plan; es una historia que da al arquitecto paisajista el nuevo papel de incitador. Usa técnicas de visualización de datos para lograr que asuntos complicados sean comprensibles para un cuerpo de votantes amplio y orientado a políticas.

La Odisea concibe 25.000 turbinas eólicas con una cobertura neta de 57.000 kilómetros cuadrados, que permitirían que el 75 por ciento de la energía actual de los países en el Mar del Norte se convierta en energía renovable para 2050. La mayoría de estas turbinas se concentrarían en parques eólicos cerca de la costa de estos países. Sin embargo, hay una excepción notable: un grupo de parques en Dogger Bank, un banco de arena de vital importancia ecológica a más de 50 metros (unas 55 yardas) bajo la superficie, en el medio del Mar del Norte. Para producir la energía necesaria, en Dogger Bank se deberían colocar una isla de construcción y un centro masivo de parques eólicos.

Por lo tanto, el método propuesto de construcción minimizaría el impacto sobre la navegación de los mamíferos marinos y evitaría conflictos con las rutas migratorias de las aves. La zona más cercana a la costa, que las aves usan para orientarse, se dejaría libre siempre que sea posible, y las turbinas eólicas se detendrían temporalmente si los sensores detectaran que se acercan aves. Además, las ubicaciones de los parques se combinarían con nuevas reservas marinas. Por último, el impacto visual de los parques se mitigaría, porque estarían ubicados a más de 19 kilómetros de la costa, a los efectos de que la curvatura de la Tierra reduzca la visibilidad.

Créditos del proyecto: Encargado por la Bienal Internacional de Arquitectura de Róterdam (IABR) en el contexto de IABR—2016—THE NEXT ECONOMY (LA PRÓXIMA ECONOMÍA). Concepto: Maarten Hajer y Dirk Sijmons. Realizado por: Tungstenpro, H+N+S Landscape Architects y Ecofys en asociación con el Ministerio de Asuntos Económicos del reino de los Países Bajos, Shell, Puerto de Róterdam y Van Oord.

Aguas dulces: Weishan Wetland Park, Jining, China

La primera fase de Weishan Wetland Park, en el pueblo de Jining, en la provincia Shandong de China, se completó en 2013. El impulso de este parque de 39 kilómetros cuadrados fue el desarrollo adyacente de un nuevo centro urbano, al sur de la ciudad existente de Weishan, cerca del borde sudeste del gran lago Nansi (también llamado lago Weishan). Este nuevo pueblo sureño acabará por tener 50.000 residentes en una zona que antes era agrícola. Weishan Wetland Park filtrará agua contaminada del futuro desarrollo, y se espera que será el punto fuerte de un programa más amplio de turismo en la región basado en la naturaleza. La cercanía con el lago Nansi, uno de los más grandes y contaminados del país, hace que la función purificadora del parque tenga especial importancia, ya que es parte del ambicioso proyecto chino de Transferencia de Agua Sur-Norte, perturbador a nivel social y ecológico, que redirige agua dulce del río Yangtze, en el sur, a la cuenca más árida del río Amarillo, en el norte.

El plan de ordenamiento territorial se estructura en torno a la creación de cinco zonas: protección central, restauración natural, actividad humana limitada, desarrollo y comunidad del pueblo. Varios tipos de humedales se restauraron o se crearon desde cero, con la intención de atraer distintas especies de aves acuáticas y seducir a turistas. Hay algunos accesos vehiculares al parque, pero gran parte del paseo se puede hacer en pasarelas peatonales elevadas construidas con madera y acero locales reciclados.

Si bien las técnicas de filtración y purificación de agua utilizadas no son novedosas en el campo de la arquitectura paisajística, la escala y la integración en el nuevo pueblo marcan un cambio importante en la consideración del agua, tanto dentro de la provincia Shandong como en China en general. Desde 2015, se crearon 1,3 millones de hectáreas de parques de humedales nuevos, y se restauraron 130.000 hectáreas en toda la provincia.

Ante la rápida urbanización y el cambio climático, China se encuentra en proceso de repensar su infraestructura hídrica. En 2015, la famosa iniciativa “ciudades esponja” del gobierno nacional financió el desarrollo de estanques, piscinas de filtración y calles y espacios públicos permeables en dieciséis ciudades para mejorar la resistencia a inundaciones y sequías.

Créditos del proyecto: Cliente/propietario: Wei Shan Wetland Investment Co. Ltd. Fotografía: AECOM. Equipo de AECOM: Qindong Liang, Lian Tao, Yan Hu, Heng Ju, Yi Lee, Jin Zhou, Enrique Mateo, Xiaodan Daisy Liu, JiRong Gu, Li Zoe Zhang, YinYan Wang, Yan Lucy Jin, Kun Wu, Qijie Huang, Jing Wang, Ming Jiang, Danhua Zhang, Junjun Xu, Shouling Chen, Gufeng Zhao, Benjamin Fisher, FanYe Wang, Shuiming Rao, Changxia Li, Donald Johnson, Agnes Soh. Contratista: Shanghai Machinery Complete Equipment (Group) Co., Ltd. Asesor de humedal: Shandong Environmental Protection Science Design and Research Institute. Asesor de esculturas: UAP.

Tierras tóxicas: Freshkills Park, Nueva York, EE.UU.

El hecho de que el público en general considerara a los pantanos como páramos en los 40 ayudó a determinar la ubicación de vertederos en toda la ciudad de Nueva York. Uno de los ejemplos es el vertedero Fresh Kills. Se inauguró en 1948 como vertedero temporal en Staten Island, a orillas del estuario Fresh Kills. Robert Moses, una figura crucial en la planificación de la ciudad, promovió el vertedero, con la esperanza de recuperar el pantano más adelante para desarrollos inmobiliarios y construir una autovía que conectara Staten Island con Nueva Jersey y Brooklyn.

A pesar de la fuerte oposición, el vertedero de Fresh Kills quedó y se hizo permanente en 1953. Durante su momento de mayor actividad, en los 80, recibió hasta 29.000 toneladas de desechos al día, con un promedio total de 2,8 millones de toneladas al año. Con el tiempo, los cuatro montículos de basura crecieron, de algunos metros sobre el nivel del mar a 69 metros (225 pies) de altura. Hasta que se cerró en 2001, Fresh Kills reinaba por ser el vertedero más grande del mundo.

Entre 2003 y 2006, la firma de diseño James Corner Field Operations y sus asesores trabajaron en la creación de un plan de ordenamiento territorial para el sitio. Cubrir un vertedero y convertirlo en un espacio público abierto no es una práctica nueva, pero crear una ecología viable en una ubicación tan hostil requiere de innovación y experimentación. Primero, el vertedero se cubrió y se instaló la infraestructura para extraer el metano. Luego, dado que no era factible importar la tierra vegetal para cubrir el vasto terreno (que casi triplicaba a Central Park), los diseñadores crearon métodos para desarrollar tierra en el sitio mediante un proceso muy curado de sucesión de plantaciones. Se intentaron, controlaron y ajustaron varias estrategias de plantación.

La creación de Freshkills Park sigue en proceso, y no se espera que se complete antes de 2036. Cuando se haya construido, el parque nuevo ampliará las 1.214 hectáreas existentes del Cinturón Verde de Staten Island, lo conectará con el refugio de vida silvestre William T. David y ofrecerá a la comunidad una amplia variedad de actividades recreativas.

Créditos del proyecto: Líder de proyecto, arquitectura paisajística, diseño urbano: James Corner Field Operations. Equipo de asesores: AKRF; Applied Ecological Services; Arup; Biohabitats, Inc.; BKSK Architects; Brandston Partnership Inc.; Jacobs (ex CH2M Hill); Daniel Frankfurt; Faithful + Gould; Geosyntec; HAKS; Hamilton, Rabinovize & Alschuler; Langan; L’Observatoire International; Philip Habit y Asociados; Project Projects; Rogers Surveying; Sage & Coombe Architects; Richard Lynch (ecologista) y Sanna & Loccisano Architects (facilitadores).

Futuros urbanos: Medellín, Colombia

La ciudad de Medellín padece una desigualdad extrema que se refleja en los tipos de viviendas y el entorno construido más amplio en la sección del valle de la ciudad. Los ricos tienden a vivir en los enclaves centrales y cuentan con buenos servicios, mientras que los pobres viven en las empinadas laderas periféricas, en asentamientos autoconstruidos. Desde 2003, Medellín se ha sometido a una transformación urbana de reconocimiento internacional, que coincide con la restauración de la paz en la ciudad, que alguna vez fue la más peligrosa del mundo.

En 2004, empezó a vincular rápidamente lo que reconocía como “nodos de desarrollo” en algunos de los vecindarios más pobres (bibliotecas, escuelas y espacios públicos) con transporte público. Construyó teleféricos, escaleras mecánicas y puentes sobre barrancos pronunciados para conectar esos vecindarios con el sistema de tránsito metropolitano de la ciudad. También se construyeron proyectos de espacio público para dar más vida al río entubado. El plan de ordenamiento territorial de Parques del Río en Medellín es una secuencia lineal de espacios públicos a lo largo del río que corta en dos la ciudad, y es donde se encuentran los elementos formales más antiguos. Para construir la primera fase del parque, hubo que enterrar una sección de la autopista bajo el parque nuevo, y se construyeron puentes para cruzar el río y conectar las dos partes de lo que antes era una ciudad dividida.

Estos proyectos son fruto de un cambio filosófico y práctico en la planificación, que se describió por primera vez en 1998 en el Plan de Ordenamiento Territorial, un documento de la ciudad que se construyó sobre la base de labores existentes de las Naciones Unidas para ofrecer servicios básicos a las comunidades informales, o comunas, de la periferia urbana. Este documento se sigue usando y se actualizó en 2017, con el aporte de un enfoque adicional en la sustentabilidad, la posibilidad de caminar, la accesibilidad y la revitalización del centro urbano. A nivel práctico y simbólico, los residentes más pobres pudieron conectarse con la ciudad, y con la urbanidad y los servicios que esta promete a los ciudadanos.

Si bien Medellín ha logrado ofrecer servicios a asentamientos informales de la periferia, el asunto de cómo estos surgen y si se puede planificar su crecimiento también es importante para las millones de personas que se espera que migren hacia las ciudades, que se urbanizan velozmente, en este siglo. Un documento importante de planificación que habla sobre este problema más grave es el Plan BIO 2030, que se completó hace poco. Se trata de un plan estratégico para estructurar el crecimiento futuro mediante la cooperación entre los diez municipios del Valle de Aburrá. Fue elaborado por organismos gubernamentales junto con Urbam, el Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de la Universidad EAFIT de Medellín, una organización liderada por Alejandro Echeverri. Este plan cabal documenta la geología, hidrología, ecología y fragmentación de todo el valle y utiliza estas capas como base para ofrecer diseños detallados para distintos desarrollos. De modo similar, los profesores de arquitectura paisajística y diseño urbano David Gouverneur y Christian Werthmann, entre otros, están desarrollando, junto con los estudiantes, proyectos relacionados con los desafíos sociales, ecológicos y políticos de diseñar asentamientos informales. El enfoque Informal Armature, de Gouverneur, ofrece un marco para vecindarios autoconstruidos, antes de ocupar la tierra, y el equipo de Werthmann, que se basa en el trabajo de Urbam EAFIT, ofrece técnicas detalladas de construcción para minimizar los riesgos, como terremotos y derrumbes, y maximizar el acceso a la infraestructura básica.

Créditos del proyecto: Director del Plan Medellín, Valle de Aburrá. Un sueño que juntos podemos alcanzar. Medellín: Alcaldía de Medellín, Área Metropolitana del Valle de Aburrá y Urbam EAFIT, http://www.eafit.edu.co/centros/urbam/articulos-publicaciones/Paginas/bio-2030-publicacion.aspx. Parques del Río en Medellín: Diseño arquitectónico: Sebastián Monsalve, Juan David Hoyos. Equipo de diseño: Osman Marín, Luis Alejandro Jiménez, Andrés Santiago Fajardo, Sebastián González, Juan Diego Martínez, María Clara Trujillo, Alejandro Vargas, Carolina Zuluaga, Daniel Zuluaga, Sara París, Daniel Beltrán, Daniel Felipe Zuluaga, David Castañeda, Alejandro López, David Mesa, Andrés Velásquez, Juan Camilo Solís, Melissa Ortega, D. David Hernández del Valle. Diseño del paisaje: Nicolás Hermelín. Fotografía: Alejandro Arango Escobar, Sebastián González Bolívar. Equipo de ingeniería: Consorcio EDL. Equipo de constructores: Guinovart Obras y Servicios Hispania S.A. Grupo OHL Construcción. Equipo de supervisión de construcción: El Consorcio integral—Interdiseños. Equipo de auditoría de diseño: Bateman Ingeniería S.A. Ayuntamiento de Medellín: Aníbal Gaviria. Director del Departamento Administrativo de Planeación de Medellín: Jorge Alberto Pérez Jaramillo. Administración de Parques del Río en Medellín: Antonio Vargas del Valle.

Equipo del proyecto Shifting Ground / Medellín: Instituto de Arquitectura Paisajística, Leibniz Universität; Hannover: Christian Werthmann, Joseph Claghorn, Nicholas Bonard, Florian Depenbrock, Mariam Farhat; Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam) / LA Universidad EAFIT (Escuela de Administración, Finanzas e Instituto Tecnológico): Alejandro Echeverri, Francesco María Orsini, Juan Sebastián Bustamante Fernández, Ana Elvira Vélez Villa, Isabel Basombrío, Diana Marcela Rincón Buitrago, Juan Pablo Ospina, Anna Manea, Daniela Duque, Ángela Duque, Simón Abad, Lina Rojas, Maya Ward-Karet, Santiago Orbea Cevallos; Escuela Superior de Diseño en Harvard: Aisling O’Carroll, Conor O’Shea. Autoridad contratista: Autoridad de Planificación Municipal de la Ciudad de Medellín. Socios cooperadores: Fundación CIPAV, Fundación Sumapaz, Aníbal Gaviria Correa, Jorge Pérez Jaramillo, Juan Manuel Patino M., Paola Andrea López P., Sergio Mario Jaramillo V., David Emilio Restrepo C., Mario Flores, John Cuartas, María Alejandra Rodríguez N. Especialista de proyecto participante: Eva Hacker, bioingeniería del suelo; Marco Gamboa, geología; Michel Hermelin, geología; Iván Rendon, sociología; Tatiana Zuluaga, planificación urbana. Duración: 2011 a hoy.

 


 

Fotografía: Vista de la pasarela que atraviesa Weishan Wetland Park. Crédito: AECOM.

Portada completa en blanco y negro del libro Design with Nature de Ian L. McHarg. La cubierta posterior muestra el planeta Tierra desde el espacio sin tipo

Introducción

Proyectar en el Antropoceno
Por Richard Weller, Karen M’Closkey, Billy Fleming y Frederick Steiner, Julho 31, 2019

 

En 1969, Ian L. McHarg, profesor de planificación y arquitectura paisajística de la Universidad de Pensilvania, publicó un manifiesto llamado Design with Nature (Proyectar con la naturaleza). Este se tradujo al chino, el francés, el italiano, el japonés y el español, y hoy se sigue imprimiendo. Podría decirse que es el libro más importante producido por las profesiones de diseño en el s. XX. Design with Nature no solo capturó el espíritu de fines de la década del 60 al condenar la expansión del urbanismo y la degradación ambiental de la civilización moderna, o al menos de América del Norte; fue más allá que muchos otros y propuso un método práctico para hacer algo al respecto.

McHarg utilizó herramientas digitales rudimentarias y minuciosos dibujos analógicos y, junto con sus estudiantes y colegas de la Universidad, desarrolló un método para superponer mapas con las características biofísicas de determinado lugar y tomar decisiones acerca del futuro uso del suelo. El método, que incluía un poco de ciencia y un poco de sentido común, ofrecía una base empírica, racional y ostensiblemente objetiva para decidir qué suelo era el más adecuado para cada finalidad. Por ejemplo, granjas en suelo bueno aquí, tierras altas boscosas por suministro de agua allí y, por supuesto, viviendas fuera de zonas inundables y detrás de dunas costeras.

A lo largo de la historia, las culturas se marchitaron o prosperaron según el modo en que vivían con el suelo y el agua o, como dijo McHarg, según cómo proyectaban con la naturaleza. Para las culturas sintonizadas mediante la experiencia con las condiciones específicas de su paisaje, proyectar con la naturaleza se convierte en una especie de tradición. En este sentido, la filosofía de diseño de McHarg no es nada nuevo. Pero sí lo es su defensa de la ecología como base del diseño y su aplicación a la ciudad moderna. Por lo tanto, su gran logro fue crear un método simple y universal para evaluar la ciencia ambiental y luego incorporarla a los procesos de toma de decisiones en el desarrollo moderno. Cuando este método se aplicaba bien, ofrecía una forma de guiar y fundamentar decisiones de diseño, en especial las que limitaban el alcance y la escala de desarrollos que, de no ser por ellas, se expandirían aun más.

Sin embargo, Design with Nature es más que un manual para el uso del suelo. Se eleva desde la geología hasta la cosmología, parte del cristianismo hasta el budismo, e intercala especulaciones sobre entropía y evolución para llegar a una teoría unificadora de diseño. Según McHarg, proyectar con la naturaleza significaba que la humanidad se encajara en el ambiente de forma intencional y benigna. Esta idea de encajar se inspiró en la ciencia ecológica más avanzada de su época, y fluyó de la creencia de que los sistemas culturales y naturales podrían coexistir en armonía, en equilibrio, si cada parte estuviese en su lugar correcto. Para él, no se trataba solo de determinismo biológico en acción; era el arte más elevado.

La visión de McHarg, al igual que la de su mentor, el gran polímata Lewis Mumford, y antes de este, Patrick Geddes, era que al vivir con en vez de contra las fuerzas y flujos más poderosos del mundo natural, la humanidad adquiriría un sentido biocéntrico de pertenencia. Y, en el sentido más profundo, esto reemplazaría a las teologías Abrahámicas y la cultura capitalista de consumo, que él consideraba responsables de las crisis ambientales de los 60.

Según McHarg, la gran promesa de la cultura occidental era una síntesis de las ciencias y las artes que todavía no se aplicaban al modo en que habitamos el suelo, y la profesión de la arquitectura paisajística era la que podría dirigir a la sociedad en este proceso evolutivo. Hasta hoy, al menos en la teoría, si no en la práctica, esta sigue siendo la primera razón de ser de dicho campo. 

Para el 50.º aniversario de la publicación de Design with Nature, con este nuevo libro y las exposiciones y la conferencia relacionadas, nos preguntamos: ¿cómo sería proyectar con la naturaleza hoy? Al ser profesores en la escuela a la cual McHarg dedicó su vida, sentimos la responsabilidad particular de explorar estas preguntas en este momento y desde este lugar. Si bien el presagio de McHarg justifica una celebración, al marcar el 50.º aniversario de su obra magna, nuestra intención no es hagiográfica. Por el contrario, consideramos que nuestra responsabilidad y la finalidad de este volumen es un discurso constructivo y crítico; preguntarnos cómo evolucionó el ethos de proyectar con la naturaleza en este medio siglo y especular acerca de las expectativas de los próximos cincuenta años.

Por un lado, McHarg acudía a la Naturaleza como máxima autoridad y, por otro, la reducía a interpretación mediante positivismo basado en datos. Así, siempre se metería en problemas filosóficos y provocaría críticas. De hecho, gran parte de lo que ocurrió en la arquitectura paisajística en los últimos cincuenta años se puede interpretar como una adhesión o una crítica a su filosofía y su método. Si McHarg hubiese titulado su libro Proyectar con el paisaje en vez de Proyectar con la naturaleza, y si hubiese ofrecido advertencias sobre las limitaciones de su método para informar la creatividad y la ingenuidad humanas, entonces las acusaciones de soberbia y tosquedad que se le atribuyeron periódicamente se podrían haber evitado en gran medida. Pero en su apuro por cambiar el campo e incluso por cambiar el mundo, McHarg omitió algunos de esos detalles cruciales.

Sin embargo, el hecho de que haya provocado debates es una gran parte de su persistente importancia. Si bien estos debates pudieron haber amenazado con dividir la profesión entre “los diseñadores” y “los planificadores”, hoy podemos ver una profesión que maduró a nivel intelectual a partir de estas tensiones. Vemos una profesión diversificada en las prácticas, pero unida en el sentido de finalidad ecológica y artística. Vemos una profesión equipada con una serie de técnicas de diseño que construyen sobre la base del método antes mencionado de McHarg para analizar la idoneidad de un paisaje, en vez de obviarlo. Y sí, además todavía vemos la brecha entre la grandilocuencia de McHarg y la práctica diaria; brecha que, hasta cierto punto, siempre debe existir entre lo ideal y lo real. Sin las diferencias entre la teoría y la práctica de diseñar con la naturaleza, la arquitectura paisajística no tendría más lugar para crecer o evolucionar. . . .

Cualquiera que lo haya conocido o haya participado en una de sus clases podría dar fe de que McHarg fue un personaje inolvidable, un hombre tan apasionado como erudito. Ian McHarg falleció en 2001 y completó su obra mucho antes de que las expresiones “cambio climático” y “el Antropoceno” se convirtieran en preocupaciones centrales de la sociedad. La realidad ambiental que estos términos representan hoy, los debates y las ansiedades que suscitan y las crecientes exigencias de tomar medidas por el cambio climático logran que el llamamiento profético de McHarg a proyectar con la naturaleza sea más pertinente que nunca. Paul Crutzen, el científico atmosférico a quien se suele atribuir la primera declaración de que estamos en la era del Antropoceno, describió que su advenimiento comenzó con la Revolución Industrial y se aceleró radicalmente después de 1945. En 2011, Crutzen argumentó junto con sus colegas Will Steffen y John McNeill que deberíamos empezar a pasar a un nuevo período en el que “defendamos la tierra”.1 Por supuesto, ese era el mensaje esencial de Design with Nature unos cincuenta años antes. En este sentido, la profesión de arquitectura paisajística ha estado a la vanguardia de una revolución cultural más amplia que hoy madura en el contexto del Antropoceno. Sin embargo, eso no quiere decir que la profesión haya cumplido con el mandato de McHarg de liderar la administración ambiental global. Afirmar eso sería absurdo. Más bien, casi no podría decirse que hoy el mundo está mejor a nivel medioambiental que cuando se publicó Design with Nature por primera vez. Por el contrario, el comienzo del Antropoceno marca lo opuesto. Nos zambullimos de cabeza en una era de cambio ambiental global a una escala y un ritmo inauditos. Cómo aprendemos a vivir con ese cambio es el desafío principal para los próximos cincuenta años del diseño. En la obra que hemos compilado aquí hay pruebas reales sobre cómo podemos, mediante el diseño, sintonizar mejor nuestras ciudades y su infraestructura con las fuerzas y los flujos del sistema terráqueo. El hecho de que dichos proyectos son la excepción y no la regla no hace más que subrayar su importancia como emblemas de un cambio histórico más extendido que aún no ha ocurrido.

El s. XXI está marcado por el hecho de que la humanidad ha modificado directa o indirectamente cada hábitat del planeta, y en gran medida de forma nociva. Con las consecuencias involuntarias del calentamiento global, la extinción de especies y el agotamiento de recursos, hoy es posible que nuestro éxito extraordinario como especie pueda convertirse también en nuestra desaparición. El reconocer esta “tragedia de los bienes comunes” es lo que nos distingue de otras especies que también han prosperado en el transcurso de la historia evolutiva. No solo saberlo, sino también actuar a partir de ese conocimiento de forma preventiva, es diseñar entornos intencionadamente para que ofrezcan y sostengan más vida, para todas las formas de vida. No se trata de un proyecto disciplinario ni mesiánico, sino de un proyecto político, y sobre todo creativo, que trasciende geografías, economías y las fuerzas de la globalización que han abrumado y dividido al planeta, entre desarrollado y en vías de desarrollo, entre ricos y pobres. Ese es el sentido persistente e inspirador de Design with Nature, y este nuevo libro está dedicado a ese fin.

 


 

Richard Weller y Karen M’Closkey son profesores de arquitectura paisajística en la Escuela de Diseño Stuart Weitzman, en la Universidad de Pensilvania. Frederick Steiner es decano y profesor de la cátedra Paley en la Escuela; Steiner y Weller, además, son codirectores ejecutivos del Centro Ian L. McHarg de Urbanismo y Ecología de la Escuela, mientras que Billy Fleming es director de Wilks Family.

Imagen: Tapa de Design with Nature, 1969. Crédito: Doubleday/Natural History Press, Museo Americano de Historia Natural.

 


 

Notas

1 Will Steffen, Paul J. Crutzen y John R. McNeill, “The Anthropocene: Are Humans Now Overwhelming the Great Forces of Nature?”, AMBIO: A Journal of the Human Environment 38, n.º 8 (2011): 614–621.

Reflection

Traverse Before Transect
By Anuradha Mathur, Julho 1, 2019

 

Ian McHarg introduced me to the ecological transect. It situated me uniquely in the land to which I had recently arrived as a student from India, 12,000 kilometers (7,500 miles) away. I was not just in Philadelphia; I was on a line drawn from the Appalachian Mountains across the Piedmont Plateau down to the Coastal Plain and the Atlantic Ocean. Having learned about Patrick Geddes’s Valley Section from his work in India in the 1910s, the transect resonated with me. In Geddes’s words, it was “that general slope from mountain to sea which we find everywhere in the world.”1

The transect, however, not only situated me; it also gave the students of my class, who hailed from five different continents, a common ground. It cultivated an eye for seeing landscape that we could carry wherever we went. For many of us that meant back home.

Each week we set out to a point on the transect — the coal mines near Scranton, the boulder field in the Poconos area, the forests of the Wissahickon, the meadows near Valley Forge, the falls at Manayunk, the bogs and waterways of the Pine Barrens, and the dunes along the Jersey Shore. We dug soil pits, identified vegetation, searched for clues to what lay above and below the Earth’s surface, and in our field notes pieced together the sectional history of the land. In studio, we worked in groups, familiarizing ourselves with particular sites on the transect. Each site was an area of 65 square kilometers (25 square miles), represented by a topographical map on which we called out diverse soils, vegetation, land uses, slopes, and geology. We highlighted the lines of streams, floodplains, wetlands, and aquifers, constructing clear distinctions between features that belonged to land and those that belonged to water. Although the base maps were the same each year, using a scale of 1 centimeter to 60 meters (1 inch to 500 feet), we took particular pride in choosing our palette of colors, which extended into subtle gradients of green, blue, and brown, perhaps in an attempt to dissolve boundaries constituted by the map that did not correspond with our experience on the ground. It was inevitable, however, that the transect on the ground would recede into distant memory as the map took over as the primary site of analysis and design. After all, it allowed the layering of information from multiple disciplines onto the same geographic surface. The map is what we, as students of design and planning, were tasked to respond to. This was our experience in the 501 studio at Penn in 1989, the foundational landscape studio initiated by Ian McHarg and Narendra Juneja in one of its last years.

A decade later it was my turn to teach the foundational landscape studio.2 I took students not to the transect of my student days but to a place from which they could construct their own transect. They carried measuring tapes, string, improvised spirit levels, pencils, newsprint, index cards, and charcoal. They did not carry maps to orient themselves, only the blank pages of their sketch books as they began to negotiate an unfamiliar terrain. I urged them to walk not so much to find their way, but to make their way. Some made their way from creek to ridge, others from forest to industrial remnants, yet others from wetlands to infrastructural corridors. Like route surveyors at the head of armies charged with mapping unknown terrains, they triangulated between points, connecting these points with lines of sight and measurement. They learned to be attentive to their selection of points. Some were fixed; others were ephemeral. They also learned to appreciate the lines that connected them, paying particular attention to the line between land and water. This line was fraught with controversy. It was known to shift daily and seasonally; but in a land of settlers, it was also shifted at will. They learned to appreciate wetness everywhere — in the ground, air, plants, rocks, creatures — rather than accept the presence of water as it was indicated on maps. The terrain was not exhausted in a single walk. It was walked differently each time. Once they triangulated, students sketched, sectioned, and photographed with an eye and ear tuned to meter and movement, material and horizon, continuity and rupture. Distinctions and boundaries that they had been cultured to see dissolved, and they began to articulate new relationships and limits.

Students were learning what it took to make a map. They were also learning what it took to construct a transect. It took traversing, traversing being the act of journeying across a terrain with the objective of recording findings as much as imposing a new imagination on place. In this sense, they were already designing while constructing a transect. Design was in the eyes with which they were seeing, the legs with which they were striding, the choices that they were making, the instruments with which they were measuring. They were learning what Geddes and McHarg knew all too well, that landscape and design emerge simultaneously in the act of traversing to construct a transect.

The work on the walls and on student desks drew a smile and characteristic sharp inhale from McHarg every time he walked into my 501 studio, expressing an appreciation for the graphite sections and triangulations being drafted, photographic montages being made, and plaster castings being worked. It was an appreciation that could only come from someone who knew what the transect owed to the traverse.

Today I take students in more advanced studios to places of conflict, poverty, and unfolding tragedy such as Mumbai, Bangalore, the Western Ghats of India, the deserts of Rajasthan, Jerusalem, and Tijuana. These are places on slopes from mountain to sea of their own, slopes that Geddes and McHarg believed to be “everywhere in the world.” But I am acutely conscious, as they would be, that these “transects” are products of traverses by “designers” before us — surveyors, explorers, colonizers, conquerors. Their extraordinary transgressions articulated the landscapes that have become the ordinary in these places, including what is taken for granted as natural and cultural, land and water, urban and rural. In short, they created today’s ground of conflict. Surely the least we can do in the spirit of McHarg and Geddes is to traverse these places again, to venture a new imagination aimed not necessarily at solving problems, but at keeping the transect alive as an agent of change.

 


 

Anuradha Mathur, an architect and landscape architect, is a professor in the Department of Landscape Architecture at the University of Pennsylvania Stuart Weitzman School of Design. She is the author, with Dilip da Cunha, of Mississippi Floods: Designing a Shifting Landscape Deccan Traverses: The Making of Bangalore’s Terrain; and Soak: Mumbai in an Estuary. The two coedited Design in the Terrain of Water.

Image: Detail of a drawing for the Delaware Upper Estuary Study created by students at the University of Pennsylvania Department of Landscape Architecture and Regional Planning, Spring 1968. Credit: The Architectural Archives, University of Pennsylvania.

 


 

Notes

1 Patrick Geddes, “The Valley Plan of Civilization,” Survey 54 (1925): 288–290.

2 I taught the 501 studio, the foundational design studio in the Landscape Architecture Department at the University of Pennsylvania, from 1994 to 2014, with a few breaks here and there. During this time, I had the opportunity to coteach with Katherine Gleason, Mei Wu, Dennis Playdon, and from 2003 with my partner Dilip da Cunha. I owe much to these colleagues, particularly to Dennis and Dilip, who brought structure, profound insights, and a high level of skill to 501 and taught me what it really meant to traverse.

Remembrance

A Few Choruses Low Down, but Not So Blue for Ian
By Laurie Olin, Julho 1, 2019

 

The publication of Design with Nature forever changed the field of landscape architecture. The book, its ecological point of view, its rational method, and its author also had a significant and positive effect on my own life and career. I first heard of Ian McHarg when architecture classmates from Seattle stayed at my apartment in New York City in 1966. They were traveling to and from the Delmarva Peninsula for a landscape architecture studio at Harvard, where Ian was teaching while on sabbatical from the University of Pennsylvania. I was somewhat taken aback that they were making a plan for an entire peninsula that encompassed large portions of two states.

I first heard McHarg speak in Seattle and met him in March 1971 while teaching with Grant Jones at the University of Washington. He had come to give the John Danz lectures, which consisted largely of excerpts from Design with Nature.1 The three lectures were titled: “Man, Planetary Disease”; “An Ecological Metaphysic”; and “Design with Nature.” He was spellbinding. His presentation of the problems arising from our ideology, politics, and habits of practice was persuasive. Like many others, I got it. Ian was at loose ends during the day between his evening lectures and social events, so he came over to the school and hung out in our studio. Up close he was charming, warm, and kind to the students, who were preparing a landscape master plan for Bainbridge Island. He was an astute critic and generous to Grant and me. A year later, I went off to Europe to work on a landscape history of southern England and to study the sociology of the public realm of Rome.

By happy coincidence, I joined the Penn faculty in 1974, at a time when the Department of Landscape Architecture and Regional Planning had a bumper crop of natural and social scientists in addition to landscape architects, architects, and planners on its faculty. The curriculum was ambitious, wide ranging, and exhausting, but exciting and remarkably productive in its research, teaching, and production of future educators and practitioners who departed to all parts of the globe, spreading the message of Design with Nature. Since then, ecological analysis — the integration of data by overlay techniques, and an interactive matrix-based method for planning and design at a range of scales as advocated by Ian and in our curriculum — has seeped into the working methods of design practices, teaching curricula in academic institutions, and public agencies around the country and the world.

Ian was twenty in 1940, and World War II had begun. His youth was put on hold while he blew up bridges as a commando behind enemy lines. Afterward, he was part of a generation that wanted to fix things, to not make the mistakes of previous generations.

Marxist and Freudian thought, which had been influential in intellectual endeavors for several decades before the war, were displaced by a new perspective: structuralism, which provided meaning and methods in disciplines ranging from linguistics and literature to philosophy and ecology, even economics and design, through the 1950s and 1960s. The intellectual, academic, and professional world of the postwar years was imbued with instrumental systems thinking and a belief that reason and rational methods must be applied regardless of topic and field. McHarg used his graduate study at Harvard to give himself a crash course in science, sociology, and urban planning theory. He was determined to develop a landscape planning method and practice that was objective, not subjective; that was as rational and replicable as the hard sciences, not intuitive and willful — “not like the design of ladies’ hats,” as he would bellow. Step by step he developed the curriculum at Penn with the aid of research money that allowed him and his colleagues to consider the problem of human habitation and the most fundamental issues of community planning and design at a scale from neighborhood to physiographic region.

In concert with a number of natural scientists who had become public figures, McHarg used national television to advocate for environmental planning. There is no question that his rhetoric, performance, and publications had considerable influence on the creation and early years of the Environmental Protection Agency and the Clean Water and Clean Air Acts of the Lyndon Johnson and Richard Nixon administrations in the United States. The problems he raised and attempted to address — issues related to health, safety, settlement, resources, ecology, and resilience — are still the most important problems we face, and seem even clearer and more desperate today than when he was at his most strident.

Occasionally people ask me what the department was like, or suggest to me that they think McHarg was unsympathetic to design. It is simply not true. Others have speculated that Bob Hanna, Carol Franklin, other design practitioners, and I were something of a design antidote to the so-called method. In fact, with Ian’s support and conviction we were trying to demonstrate that science and ecology were not antithetical to design, but underpinned it when well done — that we were actually part of the follow-through.

He sought to clarify this in a book extending his ideas to human ecology, but the planned “Design for Man” volume never happened, in part because of the intractable difficulties inherent in social science. In the final analysis, landscape architecture is not a science. Like architecture, it is a useful art, one that employs the findings and knowledge of science along with knowledge of art, craft, design, and construction to address human needs in social environments. We knew that, and we discussed ad nauseam how our students at a certain point had to strap all of their analysis to their backs like a parachute and jump, hoping for a soft landing, not a crash. It informed their choices as ethical professionals, regarding costs, safety, health, and environmental outcomes. McHarg’s ideas were for guidance and to be used as a checklist for responsibility, not a set of rules to limit imagination, and as a constraint on foolishness and ignorance, not
on creation.

Interestingly, I found that the overlay method of examination, comparison, and interaction between various factors and topics — natural, social, historical, theoretical — could be as stimulating and useful in building up and creating a scheme through additive considerations as it was in digging through history and natural factors to produce suitability matrices. In over two dozen projects with Peter Eisenman, I explored using overlays of information in a forward-projecting manner in an effort to find alternative design structures, formal and artistic solutions to complex planning and design problems. Examples of my built and unbuilt work range from the Wexner Center at The Ohio State University and Rebstock Park in Frankfurt, Germany, to the City of Culture at Santiago de Compostela in Spain. After many somewhat experimental projects, I also came to find natural processes and ecology to be powerful metaphors that have been enormously helpful and inspirational in my work. Several of my most recent projects have derived from careful considerations and analysis of ecological history to produce both an understanding of a place and situation and complex and responsive physical designs. The recently completed University of Washington north campus residential community in Seattle, Apple Park in Cupertino, California, and OLIN’s current and ongoing Los Angeles River Master Plan and its pilot projects exemplify this approach.

In the past two decades a number of critiques have been leveled at McHarg and Design with Nature that are misplaced and often as ill-informed as the denigration of Frederick Law Olmsted and his parks by a recent generation of professionals. Most of the criticism of McHarg, however, has focused on the means, methods, and data in the work, arguing that they are outdated and simplistic. There is some truth in this, for structural systems of thought are inherently political and moralistic; they inevitably raise ethical issues, whether in science, the humanities, or the professions. Debates within the department and in his own office over planning and design often centered on social rather than biological issues, particularly fears of determinism derived from particular methods of responding to data, the data themselves, the costs and benefits resulting from the relative weight assigned to various factors, and the role of imagination, politics, and choice in human decisions. Unquestionably, the technologies used for remote sensing, mapping, and digital processes and computation have become more sophisticated. In the social sciences, likewise, quantitative methods have evolved, as have concerns for complex and vexed human relationships, economics, and all manner of groups not considered fifty years ago. Nevertheless, Ian’s fundamental insight and approach, despite his method — imperfect as all forms of research inevitably are — frames landscape and regional planning today. For all the developments in geographic information systems, no one has shown that he was working on the wrong problems, or that those problems are not still vitally important. As well, his critics have underestimated Ian’s responsibility for creating the professional context in which landscape architects and planners now operate; today’s practitioners are focused on similar concerns and are using the technology that he promoted and encouraged.

Ian was a force who changed our perspective forever, but also a deeply human and contradictory person. Difficult as he could be at times, he was extremely loyal and devoted to friends and family and fiercely proud and protective of his faculty, quarreling and making up with them socially and privately, in reviews and in faculty meetings — all in an endless effort to improve our work, our lives, and the planet. One of my fondest memories is of him standing atop a log, backlit in the blazing sun, wearing pajama bottoms and holding a cigarette in one hand and a hose in the other, watering the giant kitchen garden on his farm in Marshallton, Chester County, Pennsylvania. Sheep, pigs, and Highland cattle wandered about in the background as he drenched the nature, and that only through ecological understanding and constructive action could we save ourselves and have a good life.

 


 

Laurie Olin is one of the most renowned landscape architects practicing today. From vision to realization, he has guided many of OLIN’s signature projects, including the Washington Monument grounds in Washington, DC, Bryant Park in New York City, and the Getty Center in Los Angeles. He is emeritus professor of landscape architecture at the University of Pennsylvania and former chair of the Department of Landscape Architecture at Harvard University.

 


 

Notes

1 Ian L. McHarg, Design with Nature (Garden City, NY: Doubleday/Natural History Press, 1969).

A clear

Projects: Five Themes

From New York City to Jining, China, These Projects Exemplify the Principle of Designing with Nature
Edited by Frederick Steiner, Richard Weller, Karen M’Closkey, and Billy Fleming, Julho 1, 2019

 

The projects featured in this article are excerpted from Design with Nature Now. They were selected for the book because each in some way narrows the gap between theory and practice and opens up a wider horizon for the future of landscape architecture.

Arriving at the full set of 25 projects for the book involved a long, collaborative process. We began by asking colleagues from around the world to nominate projects that they thought best exemplified and extended McHarg’s design philosophy and method. The nomination process resulted in a list of over 80 projects, and after much discussion, we agreed on the final 25.

The projects are organized into five themes: Big Wilds, Rising Tides, Fresh Waters, Toxic Lands, and Urban Futures, each of which is represented here. Although these themes cover a lot of territory, it will be obvious to readers that the collection does not represent all the types of work the professions of planning and landscape architecture do. We have included projects that engage large complex sites and pressing socioecological issues, and that variously translate into reality what could be referred to as a McHargian ethos of stewardship.

It must be said, however, that some projects show the limitations of the discipline’s ability to effect change at the scale that is needed; the projects improve the social and ecological function locally, but may also be part and parcel of development patterns and infrastructural projects that are environmentally degrading at other scales. We wish the full collection comprised a greater diversity of projects from a greater diversity of places. Much as the collection identifies gaps in the thematic areas engaged by contemporary practice, so too there are glaring gaps in the geography of contemporary practice. In short, the project selection is imperfect, but we have found, and hope the reader will also find, that the collection is a good place to begin.

Big Wilds: Malpai Borderlands, Arizona and New Mexico, USA

In the boot of New Mexico and the southeastern tip of Arizona along the U.S.–Mexico border, there is a 3,238-square-kilometer (1,250-square-mile) plot of land, almost entirely unbroken by highways or subdivisions. The Malpai Borderlands harbors an estimated 4,000 species of plants, 104 species of mammals, 327 species of birds, 136 species of reptiles and amphibians, and the greatest diversity of bee species in the world. In this biodiverse landscape, 53 percent of the area is privately owned and 47 percent is public — a split that has led to tensions among government agencies, cattle ranchers, and environmentalists.

What sets the Malpai Borderlands apart from other stories of conflict in conservation is how these tensions have largely been overcome in order to conserve the landscape’s biological and cultural identity. Fewer than one hundred families use this expansive land to graze their livestock. Despite being long loathed by environmentalists, these cattle ranching families have led the charge to keep the land from subdivision and development.

In the early 1990s, the suppression of wildfire caused the land to revert to shrubland dominated by the invasive mesquite tree. This brushlike tree is bad for grazing and highly flammable, serving as added fuel for forest fires, which can further denude the land. Fire has historically kept the brush at bay, and when a fire broke out on July 2, 1991, ranchers pleaded with the local authorities to let it burn. They did not listen. In response, ranchers committed to stewardship of the landscape formed the Malpai Borderlands Group, which has succeeded in protecting almost 80,000 acres from development.

The success of the Malpai Borderlands Group can be credited both to their reliance on science to help manage the Malpai and to their commitment to educating others about how grazing and conservation can coexist. The first scientist on the board, Ray Turner, specialized in comparative photography, a type of ecological study that traces old photographs to their origin and takes a new picture in the same location. The floral species in the photographs are then compared in order to paint a picture of the area’s ecological change. Turner and subsequent scientists have concluded, controversially, that a certain level of ranching can contribute to preserving the land’s biodiversity.

Project credits: The Malpai Borderlands Group is a nonprofit organization comprising land owners whose mission is to manage the ecosystem of nearly 404,685 hectares (1 million acres) of relatively unfragmented landscape. See www.malpaiborderlandsgroup.org/.

Rising Tides: 2050 — An Energetic Odyssey, North Sea, The Netherlands 

2050 — An Energetic Odyssey, an immersive installation consisting primarily of a thirteen-minute video with maps, diagrams, and drawing, asks the question: What would it look like if the Netherlands and its neighbors were to switch to renewable energy production at a large enough scale to meet the Paris 2015 carbon emissions goals? 2050 — An Energetic Odyssey (the Odyssey) is not a plan; it is a narrative that recasts the landscape architect as provocateur. It uses techniques of data visualization to make complicated issues understandable to a broad, policy-oriented constituency.

The Odyssey envisions 25,000 wind turbines with a net coverage of 57,000 square kilometers (22,000 square miles) that would enable 75 percent of the North Sea countries’ current energy to be converted to renewable energy by 2050. Most of these turbines would be clustered on wind farms off the coastline of the North Sea countries. There is, however, one notable exception: a proposed cluster of wind farms on Dogger Bank, an ecologically vital sandbank submerged more than 50 meters (approximately 55 yards) below the water’s surface in the middle of the North Sea. To produce the necessary energy, a construction island and massive cluster of wind farms would need to be placed on Dogger Bank.

Therefore, the proposed construction method would minimize impacts on sea mammal navigation and avoid conflict with the migratory pathways of birds. The zone closest to the coast, which birds use for orientation, would be left untouched wherever possible, and wind turbines could be temporarily taken out of operation if sensors detected birds approaching. In addition, the wind farm locations could be combined with new marine reserves. Finally, the visual impact of the windfarms would be mitigated by siting the farms more than 19 kilometers (12 miles) out from the coast so that the Earth’s curvature would reduce visibility.

Project credits: Commissioned by the International Architecture Biennale Rotterdam (IABR) in the context of IABR — 2016 — THE NEXT ECONOMY. Concept: Maarten Hajer and Dirk Sijmons. Realized by: Tungstenpro, H+N+S Landscape Architects, and Ecofys in partnership with the Ministry of Economic Affairs of the Kingdom of The Netherlands, Shell, Port of Rotterdam, and Van Oord.

Fresh Waters: Weishan Wetland Park, Jining, China

The first phase of the Weishan Wetland Park in the town of Jining in China’s Shandong Province was completed in 2013. The impetus for this 39-square-kilometer (15-square-mile) park was the adjacent development of a new urban center just south of the existing city of Weishan, near the southeastern edge of the expansive Nansi Lake (also called Weishan Lake). This new southern town will eventually have 50,000 residents in an area that was previously agricultural. The Weishan Wetland Park will filter polluted water from the future development, and it is hoped that it will be the centerpiece of a larger program of nature-based tourism in the region. The proximity to Nansi Lake, one of the country’s largest and most polluted lakes, makes the park’s purification function especially important, as the lake is a part of China’s ambitious, though ecologically and socially disruptive, South-North Water Diversion Project, which redirects fresh water from the Yangtze River in the south to the more arid Yellow River basin in the north.

The master plan is structured around the creation of five zones: core protection, natural restoration, limited human activity, development, and a village community. Various types of wetland were restored or created from scratch, with the intention of attracting diverse species of waterfowl and enticing tourists to the park. There is some access to the park by vehicle, but much of the sightseeing can be done only on elevated pedestrian walkways built with local recycled wood and steel.

Although the water filtration and purification techniques used are not novel in the field of landscape architecture, their scale and integration into the new town mark a significant shift in thinking about water, both within the Shandong Province and in China as a whole. As of 2015, 1.3 million hectares (3.2 million acres) of new wetland park had been created and 130,000 hectares (321,000 acres) of wetland had been restored throughout the province.

China is in the process of rethinking its water infrastructure in the face of rapid urbanization and climate change. The national government’s renowned “sponge cities” initiative in 2015 funded the development of ponds, filtration pools, and permeable roads and public spaces in sixteen cities to improve flood and drought resilience.

Project credits: Client/Owner: Wei Shan Wetland Investment Co. Ltd. Photography: AECOM. AECOM team: Qindong Liang, Lian Tao, Yan Hu, Heng Ju, Yi Lee, Jin Zhou, Enrique Mateo, Xiaodan Daisy Liu, JiRong Gu, Li Zoe Zhang, YinYan Wang, Yan Lucy Jin, Kun Wu, Qijie Huang, Jing Wang, Ming Jiang, Danhua Zhang, Junjun Xu, Shouling Chen, Gufeng Zhao, Benjamin Fisher, FanYe Wang, Shuiming Rao, Changxia Li, Donald Johnson, Agnes Soh. Contractor: Shanghai Machinery Complete Equipment (Group) Co., Ltd. Wetland consultant: Shandong Environmental Protection Science Design and Research Institute. Sculpture consultant: UAP.

Toxic Lands: Freshkills Park, New York, USA

The general public’s negative view of marshland as wasteland in the 1940s helped determine the location of landfills throughout New York City. Fresh Kills landfill is one example. It was opened in 1948 as a temporary landfill on Staten Island on the banks of the Fresh Kills estuary. Robert Moses, a key figure in the city’s planning, promoted the landfill at Fresh Kills, hoping to later reclaim its marshland for real estate development and to build an expressway connecting Staten Island to New Jersey and Brooklyn.

Despite strong opposition, the Fresh Kills landfill remained, becoming permanent in 1953. At its peak in the 1980s, the landfill received up to 29,000 tons of refuse daily, and averaged 2.8 million tons annually over its lifespan. Over time, its four garbage mounds grew from a few feet above sea level to 69 meters (225 feet) tall. Until its closure in 2001, Fresh Kills reigned as the largest landfill in the world.

From 2003 to 2006, the design firm James Corner Field Operations and its consultants worked to create a master plan for the site. Capping a landfill and converting it to public open space is hardly a new practice, but creating a viable ecology in such a hostile location requires innovation and experimentation. First the landfill was capped and the infrastructure for methane extraction was set in place. Then, since importing good topsoil to cover the vast landfill (which was nearly three times the size of Central Park) was not feasible, the designers developed methods of in situ soil development through a highly curated process of plant succession. Various planting strategies have been tried, monitored, and adjusted.

The creation of Freshkills Park is a work in progress and is not expected to be completed until 2036. Once built, the new park will enlarge the existing 1,214-hectare (3,000-acre) Staten Island Greenbelt and connect it to the William T. David Wildlife Refuge, offering the community a full range of recreational activities.

Project credits: Project lead, landscape architecture, urban design: James Corner Field Operations. Consultant team: AKRF; Applied Ecological Services; Arup; Biohabitats, Inc.; BKSK Architects; Brandston Partnership Inc.; Jacobs (previously CH2M Hill); Daniel Frankfurt; Faithful + Gould; Geosyntec; HAKS; Hamilton, Rabinovize & Alschuler; Langan; L’Observatoire International; Philip Habit and Associates; Project Projects; Rogers Surveying; Sage & Coombe Architects; Richard Lynch (ecologist); and Sanna & Loccisano Architects (expediters).

Urban Futures: Medellín, Colombia

The city of Medellín suffers from extreme inequality that is reflected in its housing types and the broader built environment within the city’s valley section. The wealthy tend to live in central, well-serviced enclaves, while the poor live on peripheral steep slopes in self-constructed settlements. Since 2003, the city has undergone an internationally recognized urban transformation, coinciding with a restoration of peace in what was once the most dangerous city in the world.

In 2004, Medellín began rapidly linking what it identified as “nodes of development” in some of the city’s poorest neighborhoods — libraries, schools, and public spaces — to public transportation. It built gondolas, escalators, and bridges over steep ravines to link those neighborhoods to the city’s metropolitan transit system. Public space projects have also been built to bring more life to the channelized river. The Medellín River Parks Master Plan is a linear sequence of public spaces along the river that bisects the city and is where the oldest formal elements of the city are located. The construction of the first phase of the park required a section of the highway to be buried beneath the new park, and bridges have been built across the river, connecting the two parts of what had been a divided city.

These projects are an outgrowth of a philosophical and practical shift in planning first described in the city’s Plan de Ordenamiento Territorial of 1998, a document that built on existing United Nations efforts to provide basic services to the informal communities, or comunas, on the urban periphery. This document is still used and was updated in 2017, with an added focus on sustainability, walkability, accessibility, and the revitalization of the urban core. Practically and symbolically, the poorest residents were able to connect to the city and to the civility and services it promises its citizens.

Though Medellín has successfully provided services to informal settlements on its periphery, the question of how informal settlements arise in the first place and whether their growth can be planned is also relevant to the millions of people expected to migrate to rapidly urbanizing cities in this century. A significant planning document that addresses this larger issue is the recently completed BIO 2030 Plan — a strategic plan to structure future growth through cooperation among the ten municipalities of the Aburrá Valley — produced by governmental bodies in collaboration with Urbam, the Center for Urban and Environmental Studies at EAFIT University in Medellín, an organization led by Alejandro Echeverri. This comprehensive plan documents the geology, hydrology, ecology, and fragmentation of the entire valley and, using these layers as a base, provides detailed designs for different developments. Similarly, professors of landscape architecture and urban design David Gouverneur and Christian Werthmann, among others, are developing projects with students related to the social, ecological, and political challenges of designing informal settlements. Gouverneur’s Informal Armature approach offers a framework for self-constructed neighborhoods, prior to the occupation of the land, and Werthmann’s team, building on the work of Urbam EAFIT, offers detailed construction techniques to minimize risks from earthquakes and landslides and maximize access to basic infrastructure.

Project credits: Plan Director Medellín, Valle de Aburrá. Un sueño que juntos podemos alcanzar. Medellín: Alcaldía de Medellín, Área Metropolitana del Valle de Aburrá and Urbam EAFIT, www.eafit.edu.co/centros/urbam/articulos-publicaciones/SiteAssets/Paginas/bio-2030-publicacion/urbameafit2011%20bio2030.pdf. Medellín River Parks: Architectural design: Sebastián Monsalve, Juan David Hoyos. Design team: Osman Marín, Luis Alejandro Jiménez, Andrés Santiago Fajardo, Sebastián González, Juan Diego Martínez, Maria Clara Trujillo, Alejandro Vargas, Carolina Zuluaga, Daniel Zuluaga, Sara París, Daniel Beltrán,Daniel Felipe Zuluaga, David Castaneda, Alejandro López, David Mesa, Andrés Velásquez, Juan Camilo Solís, Melissa Ortega, D. David Hernández del Valle. Landscape design: Nicolás Hermelín. Photography: Alejandro Arango Escobar, Sebastián González Bolívar. Engineering team: Consorcio EDL. Builder team: Guinovart Obras y Servicios Hispania S.A. Grupo OHL Construcción. Construction supervision team: El Consorcio integral—Interdisenos. Design audit team: Bateman Ingeniería S.A. Medellín’s town hall: Aníbal Gaviria. Director of Administrative Department of Planeación de Medellín: Jorge Alberto Pérez Jaramillo. Management of Medellín River Parks: Antonio Vargas del Valle.

Shifting Ground / Medellín Project team: Institute of Landscape Architecture, Leibniz Universität; Hannover: Christian Werthmann, Joseph Claghorn, Nicholas Bonard, Florian Depenbrock, Mariam Farhat; Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam) / LA Universidad EAFIT (Escuela de Administración, Finanzas e Instituto Tecnológico): Alejandro Echeverri, Francesco María Orsini, Juan Sebastian Bustamante Fernández, Ana Elvira Vélez Villa, Isabel Basombrío, Diana Marcela Rincón Buitrago, Juan Pablo Ospina, Anna Manea, Daniela Duque, Ángela Duque, Simón Abad, Lina Rojas, Maya Ward-Karet, Santiago Orbea Cevallos; Harvard Graduate School of Design: Aisling O’Carroll, Conor O’Shea. Contracting authority: Municipal Planning Authority of the City of Medellín. Cooperation partners: Fundacíon CIPAV, Fundación Sumapaz, Aníbal Gaviria Correa, Jorge Pérez Jaramillo, Juan Manuel Patino M., Paola Andrea López P., Sergio Mario Jaramillo V., David Emilio Restrepo C., Mario Flores, John Cuartas, María Alejandra Rodríguez N. Participating project specialist: Eva Hacker, soil bioengineering; Marco Gamboa, geology; Michel Hermelin, geology; Iván Rendon, sociology; Tatiana Zuluaga, urban planning. Duration: 2011–today.

 


 

Photos in order of appearance. 

View of the boardwalk through the Weishan Wetland Park. Credit: AECOM. 

Bill McDonald drives in cattle to a corral for branding on the Sycamore Ranch. Credit: Blake Gordon. 

The Princess Amalia offshore wind farm. The wind farm consists of sixty wind turbines and is located in block Q7 of the Dutch continental shelf, 23 kilometers (14 miles) from shore. Credit: Siebe Swart, 2013. 

Tiering and diverse plantings create seasonal interest and opportunities for outdoor science education. Credit: AECOM. 

Freshkills Park illustrative plan. Credit: James Corner Field Operations.

Aerial view of the first phase of the Medellín River Parks, constructed in 2016. Credit: Alejandro Arango Escobar. 

 

Black and white full cover of the book Design with Nature by Ian L. McHarg. The back cover shows the planet Earth from space with no type

Introduction

Design in the Anthropocene
By Richard Weller, Karen M’Closkey, Billy Fleming, and Frederick Steiner, Julho 1, 2019

 

In 1969, Ian L. McHarg, professor of planning and landscape architecture at the University of Pennsylvania, published a manifesto titled Design with Nature. Translated into Chinese, French, Italian, Japanese, and Spanish, and still in print to this day, it is arguably the most important book to come out of the design professions in the 20th century. Design with Nature not only captured the zeitgeist of the late 1960s by decrying modern civilization’s—or at least North America’s—sprawling urbanism and environmental degradation; it went further than most by proposing a practical method for doing something about it.

Using rudimentary digital tools and painstaking analog drawings, with his students and colleagues at Penn, McHarg developed a method of overlaying maps of the biophysical characteristics of a given place to make decisions about future land use. Part science and part common sense, the method provided an empirical, rational, and ostensibly objective basis for deciding which land was most suitable for which purpose—for example, farms on the good soil here, forest upland from water supply there, and of course, housing outside of flood zones and behind coastal dunes.

Throughout history, cultures have either withered or flourished as a result of how they live with land and water, or per McHarg, how they designed with nature. For cultures attuned through experience to the specific conditions of their landscapes, designing with nature becomes a form of lore. In this sense McHarg’s design philosophy is nothing new. But his advocacy of ecology as the basis for design and its application to the modern city was. McHarg’s great achievement, then, was to create a simple, universal method for assessing and then incorporating environmental science into the decision making processes of modern development. When applied well, his method offered a way to both guide and substantiate design decisions, especially those that limited the scope and scale of otherwise sprawling development.

However, Design with Nature is more than a land use manual. It soars from geology to cosmology, it cuts from Christianity to Buddhism, and it interleafs speculations on entropy and evolution to arrive at a unifying theory of design. For McHarg, to design with nature meant for humanity to intentionally and benignly fit itself to the environment. Drawing on the most advanced ecological science of his time, this idea of fitness flowed from a belief that cultural and natural systems could coexist harmoniously, in balance, if each part were in its proper place. For him, this was not just biological determinism at work; it was the highest of arts.

McHarg’s vision, like that of his mentor the great polymath Lewis Mumford and Patrick Geddes before him, was that by living with rather than against the more powerful forces and flows of the natural world, humanity would gain a biocentric sense of place; and this, in the deepest sense, would replace the Abrahamic theologies and capitalist culture of consumption he held responsible for the environmental crises of the 1960s.

For McHarg, Western culture’s greatest promise was a synthesis of the sciences and the arts that had yet to be applied to how we dwell on the land, and it was the profession of landscape architecture that could steward society through this evolutionary process. To this day, at least in theory if not in practice, this remains the field’s primary raison d’être.

On the occasion of the 50th anniversary of the publication of Design with Nature, with this new book and its associated exhibitions and conference, we ask what might be meant by design(ing) with nature now? As faculty at the school to which McHarg devoted his life, we feel a particular responsibility to explore these questions at this time and from this place. While McHarg’s prescience warrants celebration, our intention in marking the 50th anniversary of his magnum opus is not hagiographic. Rather, we view our responsibility, and the purpose of this volume, as one of constructive and critical discourse—to ask how the ethos of designing with nature has evolved over the past half-century, and to speculate on its prospects over the next fifty years.

By making recourse to Nature as a higher authority on the one hand and reducing it to interpretation through data-driven positivism on the other, McHarg was always going to get into philosophical trouble and attract criticism. Indeed, much of what has happened in landscape architecture over the past fifty years can be read as either an endorsement or a critique of his philosophy and method. Had McHarg titled his book Design with Landscape instead of Design with Nature, and had he offered caveats about the limits of his method to inform human creativity and ingenuity, then accusations of hubris and artlessness that were periodically leveled at him could have been largely avoided. But in his rush to change the field—and indeed to change the world—McHarg overlooked some of those critical details.

That McHarg inspired debate is, however, no small part of his enduring significance. Whereas these debates once may have threatened to split the profession between “the designers” and “the planners,” we can now see a profession that has intellectually matured around these tensions. We see a profession that is diversified in its practices but united in its sense of ecological and artistic purpose. We see a profession equipped with a range of design techniques that build on, rather than obviate, their foundation in the McHargian method of landscape suitability analysis described earlier. And yes, we also still see the rift between McHarg’s grandiloquence and daily practice—a rift that to some extent must always exist between the ideal and the real. Without gaps between the theory and practice of designing with nature, there would be nowhere for landscape architecture to grow or evolve. . . .

As anyone who knew him or even attended just one of his lectures will attest, McHarg was an unforgettable character, a man of passion and erudition in equal measure. Ian McHarg died in 2001, his life’s work completed well before the expressions “climate change” and “the Anthropocene” became central societal concerns. The environmental reality these terms now signify, the debates and anxieties they engender, and the increasing calls for climate action make McHarg’s prophetic injunction to design with nature more pertinent than ever. Paul Crutzen, the atmospheric scientist usually credited with first declaring this to be the epoch of the Anthropocene, has described its advent as beginning with the Industrial Revolution and then radically accelerating after 1945. In 2011, along with his colleagues Will Steffen and John McNeill, Crutzen argued that we should begin moving into a new period in which we “steward the earth.”1 This of course was the essential message of Design with Nature some fifty years earlier, and in this regard the profession of landscape architecture has been at the vanguard of a broader cultural revolution that now comes into its own in the context of the Anthropocene. This is not to say, however, that the profession has fulfilled its McHargian mandate of leading global environmental stewardship. Such a claim would be absurd. More to the point, it could hardly be argued that the world is environmentally better off now than it was when Design with Nature was first published. On the contrary, the dawn of the Anthropocene signals the opposite. We are plunging, headlong, into an epoch of global environmental change at an unprecedented scale and pace. How we learn to live with that change is the central challenge for the next half-century of design. In the work we have collected here there are real clues as to how, through design, we can better tune our cities and their infrastructure to the forces and flows of the Earth system. The fact that such projects are the exception and not the rule only underscores their importance as landmarks of a more widespread historical change yet to come.

The 21st century is marked by the fact that humanity has directly or indirectly modified every habitat on the planet, and much of it deleteriously so. With the unintended consequences of global warming, species extinction, and resource depletion, it is now possible that our extraordinary success as a species could also become our demise. Our recognition of this “tragedy of the commons” is what distinguishes us from other species that have also flourished in the course of evolutionary history. To not only know this, but to act on that knowledge in a precautionary way, is to intentionally design environments so that they are more life-giving and more life-sustaining, for all forms of life. This is not a punitive or messianic project; it is a political and above all a creative project, one that transcends geographies, economies, and the forces of globalization that have overwhelmed and divided the planet—between developed and developing, rich and poor. That is the enduring and inspiring meaning of Design with Nature, and it is to that end that this new book is dedicated.

 


 

Richard Weller and Karen M’Closkey are professors of landscape architecture at the University of Pennsylvania Stuart Weitzman School of Design. Frederick Steiner is dean and Paley professor at the school; Steiner and Weller are also co-executive directors of the school’s Ian L. McHarg Center for Urbanism and Ecology, where Billy Fleming serves as the Wilks Family Director.

Image: Cover of Design with Nature, 1969. Credit: Doubleday/Natural History Press, American Museum of Natural History.

 


 

Notes

1 Will Steffen, Paul J. Crutzen, and John R. McNeill, “The Anthropocene: Are Humans Now Overwhelming the Great Forces of Nature?,” AMBIO: A Journal of the Human Environment 38, no. 8 (2011): 614–621.

Resumen de políticas

Planificación de escenarios: Aceptar la incertidumbre para tomar mejores decisiones
Por Robert Goodspeed, Abril 30, 2019

Base de datos de lugares

Terrenos abandonados con riesgo alto y moderado de inundaciones en Providence, RI
Por Jenna DeAngelo, Abril 30, 2019

 

Si bien los terrenos abandonados suelen pensarse como una responsabilidad urbana, pueden representar una ventaja. El costo de acondicionar estas propiedades desarrolladas en el pasado suele ser alto, pero presentan oportunidades valiosas para revitalizar y redesarrollar. Según la EPA, los terrenos costeros abandonados “pueden tener un papel importante para incrementar la resistencia local a mayores inundaciones, marejadas o temperaturas del cambio climático”. En Providence, los terrenos abandonados son una prioridad en la labor continua por revitalizar corredores fluviales y zonas costeras.

Fuentes: Acondicionamiento de terrenos abandonados en zonas vulnerables al clima, EPA de EE.UU., 2016; Plan de Visión de Woonasquatucket, Ciudad de Providence, 2018.

Ver la versión PDF de este mapa para obtener más detalles y una clave.

Crédito: PolicyMap, https://www.policymap.com

Autonomía sin piloto

Los urbanistas dan un volantazo ante la aparición de vehículos autónomos en las calles
Por Kathleen McCormick, Abril 30, 2019

 

En otoño del año pasado, Las Vegas completó un piloto de un año del primer transporte público sin conductor en el país. Durante el experimento, más de 32.000 personas subieron al minibús eléctrico azul que llevaba los lemas “El futuro está aquí” y “Mira mamá, no hay conductor”. El transporte de ocho pasajeros, que diseñó y construyó la empresa emergente francesa Navya, y operó Keolis North America, realizaba un recorrido cerrado de 1 kilómetro en el centro. Un operador humano iba con el vehículo, listo para anular las funciones en caso de emergencia con un controlador de Xbox convertido.

La ciudad se asoció con el organismo regional de tránsito y la Asociación Automovilística Estadounidense (AAA, por su sigla en inglés) para realizar el piloto, que fue considerado un éxito. Hoy, los funcionarios de la ciudad aceleran el compromiso con los vehículos autónomos (VA) y planifican un segundo recorrido para el transporte y un servicio de “robotaxi” de Keolis y Navya. Y en diciembre, la ciudad y el organismo de tránsito ganaron un subsidio de US$ 5,3 millones del Departamento de Transporte de los EE.UU. para un proyecto llamado GoMed. GoMed, cuyo inicio está programado para fines de 2019, ofrecerá cuatro transportes eléctricos autónomos en un recorrido de 6,4 kilómetro entre el distrito médico de Las Vegas y un centro de tránsito en el centro de la ciudad. El distrito médico tiene cuatro hospitales y el campus de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nevada en Las Vegas, en los que se que atienden 200.000 pacientes al año, y que tendrán 6.000 empleados para 2020. GoMed incluirá dispositivos para seguridad de los peatones y 23 refugios inteligentes de tránsito con wifi, información sobre los horarios de llegada del transporte y cuántos pasajeros lleva, y puestos con indicaciones.

Cuando se trata de VA, Las Vegas parece ir con todo; pero prever el impacto de una tecnología que emerge rápidamente puede ser complicado. En una sesión de Big City Planning Directors Institute sobre VA, organizada en otoño del año pasado por el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo, la Asociación Americana de Planificación y la Escuela Superior de Diseño en Harvard, Robert Summerfield, director de planificación de Las Vegas, reconoció que regular las nuevas movilidades e incorporarlas al tejido urbano es un desafío. Dice que esto tiene más relevancia ahora, cuando las autoridades de la ciudad hacen malabares con la planificación maestra en toda la ciudad, reglamentos de códigos basados en formularios, estándares de vías, cambios en el sistema de tránsito y proyectos capitales en el centro. Todo esto podría necesitar ajustes a medida que las nuevas opciones de movilidad adquieran popularidad.

Es una época de contrastes: gracias a la expansión de los sistemas de metro ligero en Denver, Los Ángeles y otros lugares, y el récord de demanda de espacios urbanos para peatones y bicicletas, el tránsito público disfruta de un auge en las áreas metropolitanas. Al mismo tiempo, los servicios de conductores privados como Uber y Lyft (que también se conocen como compañías de red de transporte o TNC, por su sigla en inglés) en realidad han hecho su aporte a la congestión de tráfico y millas recorridas por vehículo (VMT). Entonces, ¿cómo encajan los VA en la escena? ¿Qué significarán para las ciudades? ¿Cómo se adaptan los departamentos de planificación, transporte y obras públicas a este paisaje de movilidad que cambia tan rápido? ¿Cómo pueden garantizar que el ambiente construido aceptará los cambios que aún no han ocurrido?

En Planning Directors Institute, Andres Sevtsuk, profesor adjunto de planificación urbana y director de City Form Lab, de la Escuela Superior de Diseño en Harvard (GSD, por su sigla en inglés), ilustró la naturaleza “totalmente transformadora” de los VA con un ejemplo del pasado: dijo que, cuando se presentó el Modelo T, nadie podría haber anticipado que 20 años después Estados Unidos tendría 66.000 kilómetros de carreteras pavimentadas. Predecir el impacto de los VA es igual de difícil.

Con tanto alboroto e incertidumbre, parece que en este punto el arte consiste no en definir con detalle el futuro de los VA, sino en gestionar los próximos años de transición. Durante el s. XX, la nueva forma que dieron los autos a nuestras ciudades fue notoria. La pregunta es cómo volverán a cambiarlas los VA en el s. XXI.

Tecnología transformadora

Gracias a nuestra labor con directores de planificación en grandes ciudades de todo el país, sabemos que los vehículos autónomos se consideran tecnología disruptiva que exigirá preparativos para distintos impactos (tanto positivos como negativos) relacionados con los sistemas de transporte, modalidades de viaje, uso del suelo, diseño urbano y acceso de comunidades de bajos ingresos y desatendidas”, dice Armando Carbonell, presidente de Planificación y Forma Urbana en el Instituto Lincoln. Carbonell destaca que estos temas se presentarán en un panel en la Conferencia Nacional de Planificación de la Asociación Americana de Planificación (APA, por su sigla en inglés) de 2019, en San Francisco, con oradores como Vince Bertoni, director de Planificación de Los Ángeles, y Anita Laremont, directora de Planificación de la ciudad de Nueva York, además de expertos del Planning Directors Institute del otoño.

Muchas otras organizaciones están evaluando los impactos de los VA, Bloomberg Philanthropies y The Aspen Institute publicaron un informe en conjunto sobre el tema. El informe indica: “La automatización está cambiando al automóvil, principalmente de maneras que ayudarán a las ciudades” (Bloomberg 2017). “Hace mucho tiempo que las ciudades luchan con la demanda de espacio de los autos. Pero los VA se pueden diseñar para muchas formas y funciones más, lo que ofrecería nuevas oportunidades de adaptar el tamaño para el uso urbano”.

En la última década, la mayoría de los pilotos de VA se centraron en carreteras de alta velocidad, “pero el futuro de los VA está en las ciudades, donde se concentra el mayor sector demográfico del mercado”, sugiere el informe.

Este cambio parece corresponderse con los valores de los residentes urbanos, en particular las generaciones más jóvenes. En una encuesta reciente de consumidores realizada por Arity, una empresa emergente de datos lanzada por Allstate, el 59 por ciento de los encuestados de entre 22 y 37 años dice que preferirían dedicar tiempo a tareas más productivas que conducir, el 51 por ciento no cree que valga la pena invertir en poseer un auto, y el 45 por ciento suele utilizar servicios de conductor privado (Arity 2018).

Los VA llegan justo cuando la previsión para la demografía y la economía durante los próximos 20 años es que estarán muy orientadas a las ciudades”, dice David Dixon, líder de labores de planificación y diseño urbanos en la empresa global de diseño e ingeniería Stantec, que también participó en el Planning Directors Institute. “El cambio llegará mucho más rápido en los centros urbanos que en los suburbios o las zonas rurales, dado que hay un grupo crucial que admite vehículos compartidos”.

Ese cambio ya está empezando a ocurrir. Luego de una década de investigación y desarrollo, las empresas tecnológicas y los fabricantes de autos (conocidos como fabricantes originales de equipo u OEM, por su sigla en inglés) están preparando los vehículos autónomos para el mercado a un ritmo impactante; se programó lanzar vehículos totalmente autónomos este año en programas piloto en todo Estados Unidos. Los autobuses pequeños y autónomos como el de Las Vegas ya aparecieron o aparecerán pronto en ciudades de todo el país, desde Providence, Rhode Island, hasta Lincoln, Nebraska, y ya se han probado VA de un solo pasajero desde Boston hasta San José. Según un informe de la Liga Nacional de Ciudades sobre los pilotos de vehículos autónomos, la mitad de las ciudades más grandes del país se están preparando para incluir este tipo de unidades en los planes de transporte a largo plazo. En el informe se declara que 28 estados estaban implementando leyes para respaldar dichos pilotos (Perkins 2018).

También se están llevando a cabo programas de pruebas más completos en algunas ciudades como Austin, Texas, y Phoenix, Arizona. En otoño del año pasado, Austin (sede del primer viaje con pasajeros en calles públicas en un auto autónomo sin conductor, en 2015) comenzó un programa piloto con un minibús VA eléctrico gratuito de 15 pasajeros implementado en un recorrido por la zona céntrica.

El Departamento de Transporte de Austin está probando tecnología con otro piloto en cinco intersecciones que permitirán al sistema de tráfico de la ciudad comunicarse con autos sin conductor. La tecnología se instala en el equipo de los semáforos en las calles y puede informar a los VA cuando la luz está por cambiar, si un conductor cruzó en rojo o si hay peatones.

La zona metropolitana de Phoenix también evolucionó como centro de pruebas de VA para empresas tecnológicas y OEM gracias a su infraestructura vial, el clima, una cadena de suministro más allá de la frontera, el ambiente empresarial favorable y el acceso a talento tecnológico. La zona ostenta 15 empresas que desarrollan y prueban vehículos sin conductory tecnología relacionada, según informa el Gran Consejo Económico de Phoenix, que indica que hacia 2020 la industria de VA dará más de 2.000 empleos a Arizona y US$ 700 millones en inversión de capital.

Una de estas empresas es Waymo, lanzada por Google, que ha probado vehículos en modo autónomo por más de 16 millones de kilómetros en calles públicas del país, desde el sol de California hasta la nieve de Michigan. Un grupo de prueba de 400 voluntarios “iniciales” ha viajado durante más de un año en las camionetas Chrysler Pacifica de Waymo, modificadas y equipadas con conductores de seguridad, en los suburbios Chandler, Gilbert, Mesa y Tempe de Phoenix. En 2018, en Tempe ocurrió el primer fallecimiento de un peatón por parte de un VA. A raíz de este hecho, Uber, que había estado probando el vehículo, suspendió las operaciones de VA por un tiempo en Phoenix y otros lugares.

En octubre de 2018, Doug Ducey, gobernador de Arizona, anunció la creación de un emprendimiento público y privado para abrir camino a los vehículos sin conductor. El estado garantizó US$ 1,5 millones para el proyecto del Instituto de Movilidad Automatizada, un consorcio entre Intel, investigadores de la Universidad Estatal de Arizona, la Universidad de Arizona y la Universidad de Arizona del Norte, y organismos estatales de transporte, seguridad y comercio, entre otros. El instituto se preparará para la expansión de la tecnología de VA en todo el país y se centrará en las implicaciones de responsabilidad, normativa y seguridad.

Al menos una treintena de empresas, además de Intel, Uber y Waymo, están involucradas en el desarrollo o las pruebas de VA, como Audi, BMW, Chrysler, Ford, General Motors, Jaguar, Lyft, Tesla, Volkswagen y Volvo. Si bien todavía no hay vehículos totalmente autónomos disponibles para los consumidores, el costo actual de un “paquete de hardware y software” para un VA personal agregaría entre US$ 70.000 y US$ 200.000 al precio base de un vehículo, según establecen varios cálculos. Se espera que estos números se reduzcan radicalmente a unos US$ 5.000 a US$ 15.000 a medida que la tecnología evolucione y se adopte a mayor escala.

Planificar para lo impredecible

¿Qué significará esto para las ciudades? Este tema dispara muchos debates. La perspectiva “utópica” sostiene que los VA vendrán acompañados de un perfecto sistema de nueva movilidad puerta a puerta. Algunos beneficios potenciales son mayor seguridad vial (la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras estima que un 94 por ciento de los choques graves se deben a errores de los conductores) e impactos en la planificación y la movilidad urbana:

Eficiencia vial. Dado que los VA poseen habilidades de rastreo y eliminan errores humanos, podrían circular con menor distancia entre sí y mejorar la eficiencia del transporte. Así, se podrían realizar reducciones en las calles (modificaciones que generan menos carriles, o más angostos) que liberen franjas para tránsito veloz, modalidades alternativas como ciclovías protegidas o infraestructura verde.

Mejora en el flujo de tráfico. Dado que la tecnología de sensores y la inteligencia artificial se alimentan de los datos de ruta, los VA pueden reducir la congestión y mejorar el flujo del tráfico en las intersecciones; así, se reduce el tiempo de viaje. 

Costos de viaje reducidos. Los VA podrían reemplazar los servicios de conductor privado y eliminar la necesidad y el costo de vehículos y choferes privados. Según las políticas locales, también se podrían implementar en pos de una mayor igualdad en el transporte, para llegar a poblaciones desatendidas como personas ancianas, discapacitadas, pobres o que viven lejos del transporte público (ver lateral en página 31).

Sustentabilidad. Si todos los VA fueran eléctricos y se alimentaran de fuentes renovables, podrían ayudar a las ciudades a dejar de usar combustibles fósiles; así, se reducirían la contaminación urbana y las huellas de carbono.

Según los críticos, el aspecto negativo “distópico” es que, si los VA viajan con poca distancia entre sí y se mueven constantemente, podría haber consecuencias negativas para ciclistas y peatones. Si los viajantes no se deben sentar al volante, más de ellos podrían preferir traslados más largos hasta una casa y un patio más grandes, lo que expandiría los límites de las ciudades y crearía desarrollos de menor densidad, aumentaría los costos de los municipios para ofrecer servicios públicos e inflaría los costos del suelo y las propiedades en las zonas más alejadas. Si los VA fueran, en su mayoría, vehículos de pasajeros de propiedad privada, más que transportes compartidos, aumentarían la congestión. Los impactos ambientales negativos podrían ser una combinación de vehículos impulsados por energía no renovable y un alto nivel de toxicidad en la fabricación y eliminación de las baterías eléctricas. Los VA de propiedad privada podrían ampliar la brecha entre quienes tienen y quienes no tienen transporte.

Sea utópico, distópico o algo intermedio, una cosa es cierta: el futuro de los VA exigirá que los planificadores urbanos adapten su modo de pensar. “Debido a los importantes impactos que se anticipa que tendrán los VA en la infraestructura pública, el uso del suelo y la financiación pública, es vital que los planificadores se preparen ahora de forma activa para la llegada general a las calles urbanas”, dice Carbonell.

Y respecto a cómo lograrlo: “La mayor parte de la preparación para los vehículos autónomos tiene que ver con principios comunes de planificación de buen juicio”, dice David Rouse, director de investigación de APA. “Las ciudades deberían empezar por establecer una visión y metas, analizar códigos de desarrollo, normativas viales, inversión pública, mejoras de capital” y otras áreas que guíen la planificación. Sugiere que una cuestión esencial es cómo satisfarán las necesidades de ese futuro los VA.

Hoy, el peligro es que el sector privado y los fabricantes de autos determinen el modo de implementación”, dice Rouse. Agrega que las ciudades necesitarán la ayuda de nuevos tipos de colaboración y asociaciones públicas y privadas. “Los OEM también deberán acercarse a las ciudades y el sector público para descifrar cómo introducir esta tecnología”.

Rouse sugiere que los planificadores creen una lista de verificación para revisar los planos de proyecto de los VA, y consideren las ideas incluidas en Planning for Autonomous Mobility (Planificar para la movilidad autónoma), un informe de APA de 2018 cuyo objetivo es ofrecer indicaciones a los planificadores para actualizar los planes a largo plazo de sus comunidades (Crute 2018).

Nico Larco, profesor de arquitectura y director del centro Urbanism Next, de la Universidad de Oregón, orador en el Planning Directors Institute, dice que las ciudades deben tomar el control de cómo se introducen y se administran los VA antes de que aparezcan en las calles así como así, como ocurrió con los escúter eléctricos.

Larco aconseja varios pasos para garantizar el control de las nuevas movilidades: primero, identificar y documentar las prioridades de la ciudad. Citó el New Mobility Playbook (Nuevo compendio de movilidad), de Seattle, que identifica resultados, valores y prioridades para igualdad, oportunidad económica y sustentabilidad ambiental (SDOT 2017).

Segundo, “descifrar la mejor forma de aprovechar las nuevas tecnologías para obtener los resultados deseados”, dice. “Densidad alta, uso mixto y tránsito incorporado son piezas esenciales en las que nos debemos concentrar. Y la nueva movilidad nos da esa capacidad. Asegurarnos de enmarcarlo como: ‘Estos son los resultados que queremos’, y usar la nueva movilidad para alcanzarlos”.

Tercero, definir cómo se recopilarán, poseerán y compartirán los datos. “Los datos son cruciales para regular y evaluar las movilidades y ver si hacen lo que dijeron que harían, y si la ciudad obtiene los resultados que quiere”, dice.

Requisitos de estacionamiento

A medida que las ciudades empiezan a profundizar en los desafíos de los VA en el terreno, el estacionamiento emerge como un problema crucial. En 2018, Chandler, Arizona (una de las cuatro ciudades metropolitanas de Phoenix que realizaron pilotos de los transportes de Waymo) se convirtió en la primera ciudad de Estados Unidos en cambiar el código de zonificación para anticiparse a los VA. Las enmiendas de zonificación, que entraron en vigencia en junio pasado, admiten que los nuevos desarrollos reduzcan los requisitos mínimos de estacionamiento hasta un 40 por ciento, a cambio de incluir zonas de carga de pasajeros para los VA compartidos. Una zona de carga de pasajeros podría representar un 10 por ciento de reducción de estacionamiento, con un tope de 40 por ciento, según la cantidad de zonas, el uso del suelo y los metros cuadrados del edificio. El personal de planificación tuvo dos objetivos principales en mente: admitir mayor flexibilidad en el estacionamiento mínimo a medida que cambia esta demanda y promover la creación de zonas de carga de pasajeros para vehículos compartidos, más que de un solo viajante.

Vemos una necesidad de que, si en el futuro se extiende el uso de VA, se reduzca el estacionamiento drásticamente, y debemos ser flexibles ahora”, dice David de la Torre, gerente de planificación de Chandler y principal planificador del proyecto de norma. Una reducción en el estacionamiento “presenta muchas oportunidades de que la ciudad se rediseñe con mejoras para los residentes y las empresas”, dice. De La Torre agrega que el cambio de zonificación adquiere cada vez más apoyo: al menos cinco desarrolladores de proyectos multifamiliares y de uso mixto comercial están interesados en crear zonas de pasajeros de TNC y VA.

Larco dice que la mayoría de las ciudades tienen demasiados estacionamientos: se estiman entre 1.000 y 2.000 millones de espacios en todo el país. Seattle, por ejemplo, tiene unos 71 espacios de estacionamiento por hectárea, más del quíntuple de la densidad residencial (14 hogares por hectárea), según un estudio de estacionamientos realizado por Research Institute for Housing America (Scharnhorst 2018) en cinco ciudades. Algunas ciudades, como San Francisco y Hartford, Connecticut, eliminaron los requisitos mínimos de estacionamiento en toda su extensión para acelerar los proyectos de desarrollo y reducir la cantidad de autos en las calles. Y otras ciudades han relajado los mínimos o los han eliminado en los corredores de transporte.

Cuando la nación cambie a los VA (y la mayoría de los expertos coincide en que realmente es una cuestión de cuándo y no de si lo hará), las ciudades verán “oportunidades enormes, porque necesitaremos menos estacionamiento”, dice Larco. Estima que los transportes VA podrían circular la mitad del tiempo, según los costos de fabricación y mantenimiento. Otros dicen que estos podrían circular casi continuamente, con algunas paradas breves para recargar. Cuando no estén transportando pasajeros, las flotas de VA necesitarán un lugar para estacionar, aunque sea por un tiempo; lo ideal sería en suelo menos costoso, cerca de accesos principales o autopistas con accesos a una subestación para recargar. 

Los VA también podrían reducir el costo de desarrollo urbano. Según WGI, una firma nacional de transporte e ingeniería civil, la mediana de costo para construir estacionamientos en Estados Unidos es de US$ 20.450 por espacio. Pero eso puede cambiar muchísimo, según los factores de cada lugar y los costos regionales de construcción. En Denver, un estacionamiento subterráneo puede costar US$ 40.000 por espacio y, sobre la superficie, US$ 25.000. En Seattle, un estacionamiento estructurado puede costar más de US$ 100.000 por espacio. Estos costos, que pueden llegar a representar un 20 por ciento del total de desarrollo de un proyecto, se pueden usar para construir más viviendas asequibles o servicios públicos, o para cubrir costos adicionales para edificios sustentables. Carbonell, del Instituto Lincoln, dice: “Uno de los grandes potenciales beneficios de dejar los autos personales podría ser la liberación de suelo urbano que hoy se usa en estacionamiento, para redesarrollar a mayor densidad, con más viviendas asequibles y un dominio público más habitable”.

¿Adiós a las cocheras?

Mientras tanto, ¿cómo decidir si se debe construir un nuevo parque de estacionamiento municipal? Hoy, obtener una fianza de obra para un estacionamiento a 30 años podría significar perder dinero. Si aun así hace falta construirlo, ¿qué diferencias debe tener con las cocheras de las últimas décadas?

Algunas ciudades y desarrolladores privados están construyendo cocheras con un diseño flexible que permitirá transformarlas para otros usos en el futuro, como oficinas o viviendas. Por ejemplo, en el centro de Las Vegas se están construyendo dos cocheras para el centro médico, “diseñadas para ser a prueba del futuro” y adaptables para otros usos, afirma Summerfield. 

La firma mundial de diseño Gensler ayuda a clientes a desarrollar edificios compatibles con VA, como los tres pisos de estacionamiento flexible de su proyecto 84.51° Centre, un edificio de ocho pisos y uso mixto en Cincinnati. Gensler también está diseñando Giambrocco, un proyecto de uso mixto en el distrito River North (RiNo) de Denver que incluye un edificio de oficinas de cinco pisos sobre tres pisos de cocheras flexibles.

Gensler y Tributary Real Estate, el desarrollador de Giambrocco, compararon el costo de construir un parque de cocheras estándar, con placas en pendiente en el piso y estacionamiento en rampas, contra un diseño flexible con placas llanas, alturas de 4,2 metros aptas para oficinas y rampas de velocidad externas que se pueden quitar cuando se convierte el espacio. Determinaron que el diseño de cocheras flexibles costaría un 25 por ciento más para los mismos 375 lugares de estacionamiento, una diferencia de US$ 2,3 millones en un proyecto de US$ 80 millones. Brent Mather, jefe y director de diseño en la oficina de Gensler en Denver, indica que esto se debe más que nada a los costos más elevados de construcción. Dice que el desarrollador determinó que tenía sentido financiero construir el plan flexible, porque “al final, cuando, dentro de 10 a 15 años, la demanda de estacionamiento se reduzca, al convertirlo en oficinas se obtendrá un mayor retorno de la inversión”.

Las ciudades tienen motivos convincentes para construir estacionamientos municipales flexibles “porque son dueños de las propiedades a largo plazo e invirtieron fondos públicos”, dice Mather. Aconseja que, para lograr una adaptabilidad máxima de los edificios, las ciudades solo deberían desarrollar estacionamientos flexibles sobre la superficie, dado que los subterráneos tienen un potencial de reutilización limitado, más allá de conceptos como centros de datos, gimnasios o áreas de descarga para edificios que atienden a miles de personas. Los aeropuertos deberán determinar qué hacer con sus áreas de estacionamiento masivas y captadoras de ganancias, y cómo ofrecer zonas de carga y descarga más eficientes, “como parte de su cambio de paradigma”, dice.

En uno o dos años, estaremos en la cima del estacionamiento”, dice Dixon, de Stantec. “Cualquier proyecto que se planifique y apruebe hoy debería demostrar que puede aumentar la densidad para los tipos de proyectos que lideren el cambio hacia los VA: nuevos distritos urbanos y desarrollos grandes de uso mixto. Cualquier estacionamiento que construyamos o exista hoy debería soportar entre un 50 y un 100 por ciento más de desarrollo en 10 años. Se trata de una oportunidad inaudita para duplicar nuestra densidad en los centros urbanos”.

Dixon y otros defensores de los VA aconsejan que los planificadores urbanos y los municipios deberían considerar todas las alternativas posibles al construir estacionamiento estructurado, y pensar en el estacionamiento en la superficie solo como marcador de un sitio. También sugieren exigir estacionamiento de distrito para zonas con grandes desarrollos, y compartido para desarrollos residenciales de uso mixto, que pueden reducir un tercio de los espacios que necesitan los residentes y los espacios de oficinas o tiendas.

Volver a concebir las calles

La pregunta del millón de dólares es: ‘¿Qué es lo mínimo que debemos hacer para rediseñar las calles?’”, dice Larco. “Nadie está construyendo para esta nueva tecnología, y la mayoría quiere hacer la menor cantidad de cambios posible”.

Para los VA, se deberá volver a concebir el diseño de vías y calles para elementos como separación de carriles por velocidad, ancho de carriles y priorización, ubicar zonas de carga y descarga, y prestar más atención a cómo los edificios se unen a las aceras y las calles. 

Durante la transición a una flota de VA totalmente automatizada, se podrían diseñar carriles más angostos y marcados, como los carriles de transporte colectivo de hoy. Pero a medida que los VA se adoptan más, se podrían diseñar vías con carriles más angostos, lo que podría lograr mayor espacio de dominio público para partes activas de la calle, infraestructura peatonal y de bicicletas, espacio abierto e infraestructura verde.

El proyecto Future of Streets, de la GSD en Harvard, dirigido por Andres Sevtsuk, creó 24 situaciones sobre cómo las ciudades podrían adaptar las calles para la tecnología de transporte emergente (servicios de conductor privado y vehículos eléctricos y autónomos) en modos cuyo ideal sería maximizar los resultados multimodales, de inclusión social y sustentables para el ambiente. El proyecto de investigación se asoció con los departamentos de planificación y transporte de Los Ángeles y Boston.

Sevtsuk explicó en el Planning Directors Institute que su equipo evaluó la situación actual en algunas intersecciones clave de ambas ciudades y luego esbozó “mejores” y “peores” alternativas. En la ajetreada intersección entre Vermont y Santa Monica, en el centro de Los Ángeles, donde se encuentra la nueva estación del tren Red Line, la “mejor” situación con VA eléctricos compartidos incluyó mejores sistemas de transporte público, zonas de carga y descarga de VA compartidos, ciclovías continuas, tiendas de consumo activas y árboles y paisajismo en la calle. La “peor” situación potencial para la misma intersección incluyó una autopista exclusiva de VA que tendía a verse bloqueada por vehículos inhabilitados, una carretera elevada para VA privados, restaurantes con acceso de autos, y barandas y barreras que evitaban que los peatones cruzaran. Más de dos tercios de las alternativas con VA creadas durante la investigación del proyecto apuntaron a una mayor congestión.

Sevtsuk aconseja a las ciudades que empiecen a realizar cambios en el diseño y la infraestructura urbana que puedan ayudar a gestionar los TNC y la transición a VA, empezando por zonas de carga y descarga de pasajeros. “Hong Kong y Singapur, ciudades con mucha densidad, tienen zonas de carga y descarga muy reguladas en cada cuadra”, dice, y agrega que la falta de dichas zonas en las ciudades de Estados Unidos está causando graves problemas públicos y de seguridad. El proyecto Future of Streets también está explorando el uso de carriles de transporte colectivo para VA con muchos pasajeros, además de tránsito veloz en autobús, como incentivo para usar movilidad compartida. Esto promueve la idea de que “si compartes los viajes, te moverás por la ciudad mucho más rápido”, dice Sevtsuk.

En algunas ciudades, estos cambios ya empezaron a aparecer. Las Vegas trabaja en cambiar su código de zonificación para que pueda haber espacios de viajes compartidos en el centro que, con el tiempo, también podrían servir como zonas para pasajeros de VA, dice Summerfield. Las empresas locales Lyft y Zappos se asociaron para crear un parque artístico en el centro y una zona de carga y descarga en un estacionamiento privado. La ciudad aprobó el piloto el año pasado como un proyecto especial, una excepción para demostrar si el concepto podría funcionar. Luego, la ciudad autorizó el proyecto mediante el proceso normal como parque y estacionamiento, e intenta replicarlo con otros propietarios privados y propiedades de la ciudad como servicio público que puede ayudar a reducir la congestión de tráfico.

Prepararse para el cambio

Los cambios ocasionados por los VA afectarán los presupuestos municipales. En el año fiscal 2016, las 25 ciudades más grandes de Estados Unidos ganaron un neto de casi US$ 5.000 millones a partir de actividades relacionadas con estacionamiento, citaciones por cámaras y de tráfico, impuestos al combustible, remolques y tasas de inscripción y matrículas (Governing 2017). Pero, si casi todos los VA son eléctricos, las ganancias por impuesto al combustible se reducirán. Si se poseen menos autos, podría haber menos tasas de inscripción. Las multas de estacionamiento podrían quedar en el pasado. La lista crece.

El cambio será escalonado, y no gradual”, dice Larco. Aconseja a las ciudades pensar en tasas de VMT, precios por congestión y nuevos generadores municipales de ganancias, como impuestos o tasas por asientos vacíos, estaciones de carga, uso de acceso al cordón, tasas por estacionamiento de flotas, GPS, datos, publicidades, comercio móvil y ventas minoristas, además de créditos impositivos por vehículos llenos de pasajeros.

Sevtsuk destaca que, hasta ahora, las ciudades se acercaron a empresas como Uber y Lyft con disuasores de tasas e impuestos por sus impactos, que serían más que nada “palos”. Algunas ciudades de Estados Unidos están pensando en un peaje por congestión, como los que se cobran en ciudades de Europa como Estocolmo. Pero los cargos por congestión son difíciles de implementar, dice, y se deben aprobar a nivel estatal. Dice que una combinación de palos y zanahorias, con modos más progresivos de recibir esta nueva tecnología en las calles, tiene más probabilidades de obtener la aprobación pública. 

A medida que la industria de los VA adquiere velocidad, las ciudades también deberán considerar muchos otros factores, como la ubicación de estaciones de carga eléctrica, el rediseño de señales de tráfico, oportunidades de redesarrollo o el impacto en los trabajadores. Y no tienen mucho tiempo para hacerlo.

 


 

Nuevas opciones de movilidad e igualdad

Tanto en ciudades como en suburbios, muchas personas ancianas o discapacitadas que viven demasiado lejos de estaciones de transporte público o no pueden costear el valor del transporte se quedan sin opciones convenientes de movilidad. ¿Cómo comparten las ciudades los beneficios de las nuevas opciones de movilidad para todos sus residentes por igual?

Algunas ciudades están dando prioridad a este tema. En Washington, DC, Ford tiene un proyecto piloto de VA en toda la ciudad, en vecindarios pudientes y de ingresos bajos. La interagencia AV Working Group de la ciudad, compuesta por funcionarios de transporte, derechos de discapacidad, ambientales y seguridad pública, se centra en garantizar que los VA beneficiarán a los ocho distritos de la ciudad. En octubre del año pasado, Ford Autonomous Vehicles anunció un programa de capacitación laboral junto con el proyecto VA, en asociación con la Academia de Infraestructura de DC y Argo AI, una empresa de inteligencia artificial.

En otras ciudades, los VA participan en programas de tránsito por encargo. Waymo y la Autoridad Regional de Transporte Público Valley Metro, de la zona de Phoenix (Valley Metro) se unieron en lo que podría ser la primera asociación entre una empresa tecnológica de VA y un sistema de transporte público fuera de un ambiente controlado. Han estado usando los vehículos sin conductor de Waymo como robotaxis para ayudar a salvar algunas brechas de movilidad en el área metropolitana.

Se puede pensar como el comienzo de la movilidad por encargo como servicio”, dice Scott Smith, CEO de Valley Metro, que ofrece un servicio regional de autobuses y un sistema de metro ligero de 41 kilómetros que se planea expandir a 106 kilómetros hacia 2034. Bloomberg informa que la primera ola de clientes pagos de Waymo podría surgir del programa Early Rider para viajes como la primera y la última milla a estaciones de tránsito; pero la asociación también promete abordar las desigualdades en el transporte.

En California, la ciudad de Sacramento y Tránsito Regional de Sacramento lanzaron un programa piloto de US$ 12 millones en otoño del año pasado con viajes a bajo costo en transportes eléctricos que conectan a las personas de vecindarios de bajos ingresos a South Sacramento, una zona con falta de inversión, con empleos y servicios como parte de una labor más amplia de ofrecer mayor igualdad social y económica en lo que refiere al tránsito. Los transportes cuestan menos que los servicios de conductor privado, y los viajes son gratis para los grupos de cinco personas o más. Hasta ahora, son vehículos operados de forma tradicional, pero en una ciudad que se enorgullece de ser “un centro de innovación en nuevas tecnologías de transporte”, como dijo el alcalde Darrell Steinberg, eso cambiará pronto. –KM

 


 

Algunas estimaciones indican que 2030 será el punto de inflexión para que las empresas tecnológicas y los OEM produzcan solo VA y para que el público los adopte en masa, con el potencial de una flota totalmente autónoma hacia 2050. Algunos estados ya se preparan para un futuro de VA (ver Figura 1): el Departamento de Transporte de Colorado planifica comunicaciones entre los vehículos y la autopista en el corredor I-70, que atraviesa el estado de este a oeste por las Montañas Rocosas.

Pero también es posible que los VA no dominen el paisaje tan pronto como desearían las empresas y los OEM. En una encuesta reciente a consumidores, el 50 por ciento de los encuestados de Estados Unidos indicó que no cree que los VA serán seguros, y el 56 por ciento no estaba interesado en servicios de viajes compartidos. Casi dos tercios de los encuestados se mostraron preocupados sobre los datos biométricos capturados por un vehículo conectado y compartidos con partes externas (Deloitte 2019).

Larco dice que no importa la rapidez con que se adopten los VA, “tendrán impactos en todo tipo de cosas en las ciudades, y debemos prepararnos”. Aconseja a los planificadores urbanos, funcionarios municipales, directores de desarrollo económico, defensores del medioambiente y la igualdad, y otros agentes que sean proactivos al momento de cambiar políticas e infraestructura. Dice que, históricamente, las ciudades han tenido problemas con el cambio, y ahora este ocurre mucho más rápido. Cuando se trata de opciones de movilidad en evolución, las ciudades deberán “ser ágiles en su enfoque, crear normativas receptivas y avisar a los interesados y votantes ‘Intentaremos hacer esto’ para cambiar la cultura del riesgo”.

 


 

Kathleen McCormick, directora de Fountainhead Communications, LLC, vive y trabaja en Boulder, Colorado, y escribe con frecuencia sobre comunidades sostenibles, saludables y con capacidad de recuperación.

Fotografía: Transporte autónomo de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, donde los investigadores estudian la aceptación de los vehículos autónomos por parte de los consumidores. Crédito: Levi Hutmacher, Universidad de Michigan

 


 

Referencias

Arity. 2018. “Be Patient, a Change Is Gonna Come.” Move (blog). 8 de noviembre de 2018. https://www.arity.com/move/patient-change-gonna-come.

Bloomberg Philanthropies y The Aspen Institute. 2017. Taming the Autonomous Vehicle: A Primer for Cities. Nueva York, NY: Bloomberg Philanthropies (marzo). https://www.bbhub.io/dotorg/sites/2/2017/05/TamingtheAutonomousVehicleSpreadsPDF.pdf.

Bragg, Dave y Stephen Pazzano. 2017. The Transportation Revolution: The Impact of Ride-Hailing and Driverless Vehicles on Real Estate. Newport Beach, CA: Green Street Advisors (octubre). http://s3-us-west-2.amazonaws.com/gstqa-us-west/uploads/2017/10/19153037/ULI-Green-Street-Fall-17-Presentation.pdf.

Ciudad de Austin. 2017. Smart Mobility Roadmap. Austin, TX: Ciudad de Austin (octubre). http://austintexas.gov/sites/default/files/files/Smart_Mobility_Roadmap_-_Final.pdf.

Crute, Jeremy, William Riggs, Timothy Chapin y Lindsay Stevens. 2018. Planning for Autonomous Mobility. Chicago, IL: Asociación Americana de Planificación (septiembre). https://www.planning.org/publications/report/9157605.

Deloitte. 2019. “2019 Global Automotive Consumer Study: Advanced Vehicle Technologies and Multimodal Transportation.” Nueva York, NY: Deloitte. https://www2.deloitte.com/content/dam/Deloitte/us/Documents/manufacturing/us-global-automotive-consumer-study-2019.pdf.

Governing. 2017. “Special Report: How Autonomous Vehicles Could Constrain City Budgets.” Washington, DC: Governing (julio). https://www.governing.com/gov-data/gov-how-autonomous-vehicles-could-effect-city-budgets.html.

Escuela Superior de Diseño de la Universidad de Harvard. “Future of Streets.” https://www.gsd.harvard.edu/project/future-of-streets.

Lewis, Paul, Gregory Rogers y Stanford Turner. 2017. Adopting and Adapting: States and Automated Vehicle Policy. Washington, DC: Centro Eno de Transporte (junio). https://www.enotrans.org/wp-content/uploads/2017/06/StateAV_FINAL-1.pdf.

Perkins, Lucy, Nicole Dupuis y Brooks Rainwater. 2018. Autonomous Vehicle Pilots Across America. Washington, DC: Liga Nacional de Ciudades. https://www.nlc.org/sites/default/files/2018-10/AV%20MAG%20Web.pdf.

Scharnhorst, Eric. 2018. Quantified Parking: Comprehensive Parking Inventories for Five U.S. Cities. Informe especial de Research Institute for Housing America. Washington, DC: Mortgage Bankers Association (mayo). https://www.mba.org/Documents/18806_Research_RIHA_Parking_Report%20(1).pdf.

SDOT (Seattle Department of Transportation, Departamento de Transporte de Seattle). 2017. New Mobility Playbook. Seattle, WA: Departamento Estatal de Transporte (septiembre). https://www.seattle.gov/Documents/Departments/SDOT/NewMobilityProgram/NewMobility_Playbook_9.2017.pdf.

Shared Mobility Principles for Livable Cities. https://www.sharedmobilityprinciples.org/.

Universidad de Oregón. “Urbanism Next.” https://urbanismnext.uoregon.edu.