Conservation easements have become an important new tool for protecting environmentally significant open space. In the past, permanent restrictions against development often required outright purchase of the property by a governmental entity, land trust or other conservation organization. If the land remained in private ownership there was no assurance that a future heir or purchaser might not undertake construction on the site or sell it for development.
Conservation easements, which may be donated by landowners or purchased by conservation organizations or governmental agencies, provide permanent protection against development, but allow land to remain in private hands. This combination of open space protection and private ownership is a significant innovation that can address the conservation, planning and fiscal goals of landowners, conservation organizations and communities simultaneously.
Often those with the strongest appreciation for open space and commitment to its preservation are the families who have preserved their own land for generations and have no interest in selling it to a local government or environmental organization. Such organizations, in turn, rarely have the funds necessary for the outright purchase of all the land they seek to protect, and may not have the resources even to maintain land received by gift. Finally, ownership by governmental entities or charitable organizations generally results in an outright exemption of the land from property taxation. Continued private ownership coupled with a transfer of development rights leaves at least some portion of the property value on the tax rolls, thus benefiting the community at large.
What portion of the unrestricted land value remains taxable is a contentious and in many instances unanswered question, however. Some states that have adopted legislation permitting the establishment of conservation easements have determined that assessment of the land for property tax purposes must take this diminished development potential into account. Idaho statutes on the other hand assert that imposition of a conservation easement is not to affect property tax value. Many state laws are silent on the point, as is the Uniform Conservation Easements Act, a model law that serves as the pattern for a number of state enactments.
In many cases valuation of conservation land with restrictions is essential not only for property tax purposes but for calculation of a federal income tax deduction as well. Stephen Small is a Boston attorney who drafted the U.S. Treasury regulations on treatment of conservation easements as charitable donations of development rights. At a Lincoln Institute conference in Phoenix, Arizona, in February, he explained the detailed requirements that owners must meet in claiming this deduction.
Small also described the conservation implications of the demographic distribution of land ownership in this country. A large amount of property is now held by an older generation that has experienced enormous appreciation in the value of this asset. Estate tax planning will be crucial to the future use of this land. Small explained that in many cases conservation easements could reduce or eliminate pressure to sell family land for development in order to meet estate tax obligations.
The Phoenix conference brought together more than 120 specialists in land use, property taxation, appraisal and environmental issues to discuss valuation and legal aspects of conservation easements. Cosponsored with the Arizona chapter of the Nature Conservancy and the Sonoran Institute, this meeting was one in a series of similar conferences held by the Lincoln Institute over the past five years. The Institute welcomes inquiries from potential participants and cosponsors of future courses on this topic.
Joan Youngman is a senior fellow of the Lincoln Institute and director of the program on the taxation of land and buildings.
We hear a lot about communities these days, and as individuals we likely belong to or live in several communities that may have shared values. In communities where peoples’ values and interests are not necessarily shared, however, interactions and decision making may be more complicated.
Working within the land trust network, many of us have been acculturated to consider natural communities to the exclusion of our human surroundings. To be most effective, however, we must deal with the complete range of communities and all their human and ecological complexities.
El crecimiento de la Red Internacional de Conservación de Suelo
Laura Johnson es abogada y conservacionista de toda la vida, con más de 30 años de experiencia en gerencia de organizaciones sin fines de lucro. En la actualidad es directora de la Red Internacional de Conservación de Suelo (International Land Conservation Network o ILCN), visiting fellow del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo y presidente de la junta directiva de la Alianza de Fideicomisos de Suelo (Land Trust Alliance).
Laura fue presidente de Mass Audubon de 1999 a 2012. Anteriormente, trabajó durante 16 años como abogada en The Nature Conservancy desempeñando los cargos de directora de la delegación de Massachusetts y vicepresidente de la región noreste.
Laura obtuvo una licenciatura en Historia por la Universidad de Harvard y un doctorado en Jurisprudencia por la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. Entre 2013 y 2014 fue fellow Bullard de Harvard Forest, Universidad de Harvard, donde completó un estudio sobre las iniciativas de conservación de suelo privado alrededor del mundo.
LAND LINES: Su programa, la Red Internacional de Conservación de Suelo (ILCN), se ha creado este año, pero tiene antecedentes en el Instituto Lincoln. ¿Nos puede hablar sobre esta trayectoria?
LAURA JOHNSON: Hay algunas conexiones maravillosas entre esta red nueva y el apoyo brindado por el Instituto Lincoln en el pasado a los esfuerzos innovadores de construcción de capacidad dedicados a la conservación, que en última instancia dieron lugar a la Alianza de Fideicomisos de Suelo.
A comienzos de la década de 1980, Kingsbury Browne, un ilustre abogado de Boston, decidió tomarse un tiempo de licencia de su estudio de abogados y usó su año sabático en el Instituto Lincoln para explorar las necesidades y oportunidades de fideicomisos de suelo privado en los Estados Unidos. Hasta ese momento, no había existido una iniciativa nacional para descubrir los mejores ejemplos de actividades de protección de suelo, para poder compartir estas ideas y buenas prácticas, o incluso para mantenerse al tanto de lo que estaba ocurriendo en el ámbito de la conservación de suelo por todo el país. El estudio realizado por Kingsbury Browne lo llevó a fundar, junto con algunos otros líderes de fideicomisos de suelo de aquella época, una nueva organización llamada Bolsa de Fideicomisos de Suelo (Land Trust Exchange) para conectar a la comunidad de conservación del país, pequeña pero creciente, por medio de un boletín y algunas actividades básicas de investigación y capacitación. El Instituto Lincoln cumplió un papel crucial para ayudar a lanzar la Bolsa, que creció a lo largo del tiempo y cambió de nombre, para pasar a ser la Alianza de Fideicomisos de Suelo, con sede en Washington, D.C. En 1982, cuando se fundó la Bolsa, había menos de 400 fideicomisos de suelo en los Estados Unidos; ahora, la Alianza de Fideicomisos de Suelo comprende 1.200 fideicomisos en todo el país. La Bolsa comenzó como un boletín modesto en la década de 1980; ahora, la Alianza cuenta con un centro de aprendizaje en línea, un programa de estudios completo sobre conservación y gestión de riesgo; y más de 100 webinarios y 300 talleres en los que participaron cerca de 2.000 personas en 2014.
LL: A lo largo de casi toda su carrera profesional, se ha dedicado de lleno al trabajo de conservación de suelo en los EE.UU. ¿Qué la llevó a ampliar su trabajo a nivel internacional?
LJ: Cuando dejé la presidencia de Mass Audubon hace dos años, comencé a hablar con Jim Levitt, un fellow del Instituto Lincoln, director del Programa de Innovación en Conservación de Harvard Forest y exmiembro de la junta de Mass Audubon. Él tuvo la idea inicial de explorar cómo los conservacionistas fuera de los Estados Unidos estaban usando y adaptando las herramientas de conservación que se fueron desarrollando aquí a lo largo de los años. Jim se había involucrado de lleno en las iniciativas de conservación privada en Chile, y existía la oportunidad de fortalecer el movimiento incipiente en ese país compartiendo las medidas adoptadas en los EE.UU., como las servidumbres de conservación. Aproximadamente al mismo tiempo, Peter Stein recibió la beca Kingsbury Browne y una subvención de la Alianza de Fideicomisos de Suelo y el Instituto Lincoln, que le permitieron explorar también la envergadura de las organizaciones de conservación a nivel mundial. A través de estos proyectos distintos, Jim, Peter y yo llegamos a una conclusión similar: que había muchas personas en el resto del mundo que compartían un gran interés por conectarse entre sí y con otros conservacionistas en los EE.UU. Este deseo de una comunidad de practicantes parecía ser una oportunidad extraordinaria de ayudar a construir capacidad para proteger el suelo en forma privada.
LL: ¿Por qué es este rol el desafío más importante para usted en este momento?
LJ: He tenido la increíble buena fortuna de haber trabajado con algunas de las mejores organizaciones y con gente increíblemente talentosa. Como joven abogada que se iniciaba en The Nature Conservancy en la década de 1980, pude crecer profesionalmente en un momento crucial para el movimiento de conservación en los Estados Unidos. Si observamos las tendencias históricas, el movimiento de conservación de suelo en los EE.UU. comenzó a remontar vuelo en esa época, y era muy emocionante poder formar parte de este crecimiento. Después pasé a Mass Audubon en 1999, donde tuve el privilegio de gerenciar Audubon, la mayor organización estatal independiente del país, la cual cumplió un papel de liderazgo no sólo en conservación de suelo, sino también en educación medioambiental y política pública. Ahora tengo el honor de prestar servicio en la junta de la Alianza de Fideicomisos de Suelo, que realiza un trabajo extraordinario aquí, en los Estados Unidos, para generar una protección efectiva del suelo y los recursos. Mi capacitación como abogada fue sin duda útil en esta trayectoria, pero también he aprendido mucho sobre las características de organizaciones que son exitosas y que tienen un impacto positivo. Me siento muy afortunada de tener estos antecedentes y experiencias, y quiero contribuir con ellos a los desafíos que confronta la comunidad internacional para la conservación de suelo.
LL: Usted mencionó un par de veces la construcción de capacidad y creación de organizaciones exitosas. ¿Puede comentar qué significa esto en el contexto de la conservación de suelo?
LJ: Las organizaciones de conservación de suelo necesitan contar con todos los elementos de cualquier organización sin fines de lucro sólida: misión clara, visión y estrategias convincentes, planificación disciplinada y objetivos claros, recursos económicos suficientes y personas excelentes. Pero el trabajo de protección de suelo requiere una perspectiva de muy largo plazo. Para empezar, un fideicomiso de suelo necesita el conocimiento y los recursos necesarios para determinar qué tierras se deben proteger –ya sea su misión la de conservar recursos naturales o escénicos, o valores culturales o históricos– y qué herramientas legales y económicas son las mejores para lograr un buen resultado. Después, quizá haya que trabajar años con un propietario hasta llegar al punto en que todos están preparados para llegar a un acuerdo. Los fideicomisos de suelo necesitan contar con gente que tenga la capacitación, el conocimiento y la experiencia para realizar transacciones legal, económica y éticamente sólidas. Una vez que el suelo está protegido por un fideicomiso, esa organización se está comprometiendo a gestionar el suelo que posee o que está sujeto a restricciones permanentes. Los museos son una buena analogía, pero en vez de Rembrandts y Picassos, las organizaciones para la conservación de suelo custodian recursos vivos invaluables, y el suelo y el agua de los que todos dependemos para sobrevivir.
LL: ¿Por qué es particularmente importante ahora la conservación de suelo privado? ¿Por qué necesitamos una red internacional?
LJ: Nos encontramos en una encrucijada crítica, en la que las presiones del cambio climático, la conversión de suelo y la reducción de los recursos gubernamentales están creando más desafíos que nunca para proteger el suelo y el agua para beneficio público. Por lo tanto, la misión de la nueva Red Internacional de Conservación de Suelo pone énfasis en conectar con organizaciones y gente alrededor del mundo que están acelerando la acción privada voluntaria que protege y salvaguarda el suelo y los recursos hídricos. Nuestra premisa es que la construcción de capacidad y la promoción de conservación voluntaria de suelo privado fortalecerán el movimiento global de conservación de suelo y llevará a una protección de recursos más efectiva y duradera.
El respaldo para una mejor coordinación de la conservación internacional de suelo privado está surgiendo de muchas fuentes. Por ejemplo, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (International Union for the Conservation of Nature, o IUCN) consideró el papel de la conservación de suelo privado en el contexto de las iniciativas globales en el Congreso de Parques Mundiales que tuvo lugar en Sidney, Australia, en noviembre de 2014. El informe Futuros de áreas protegidas privadamente, comisionado por IUCN y dado a conocer en este congreso, hizo una serie de recomendaciones sobre, por ejemplo, cómo desarrollar cursos de capacitación apropiados y mejorar los mecanismos para compartir conocimientos e información, que son sin duda objetivos importantes para la nueva red. Esperamos poder colaborar con socios como IUCN y con las redes regionales y nacionales ya existentes. Y, por supuesto, contamos con el poderoso ejemplo de la Alianza de Fideicomisos de Suelo y todo lo que ha logrado a lo largo de 30 años para construir la capacidad de fideicomisos de suelo en los Estados Unidos.
LL: ¿Qué tratará de lograr en el primer año para resolver estas necesidades?
LJ: Hemos tenido que organizarnos y resolver temas básicos, como nuestro nombre, identidad visual, declaración de misión, objetivos y estructura de gobierno. Vamos a diseñar y lanzar un sitio web que funcione como repositorio esencial de estudios de casos, investigación, buenas prácticas, eventos y conferencias. En última instancia, queremos poner a disposición de nuestros usuarios un continuo de educación, por medio de herramientas, como webinarios que traten una amplia gama de temas, desde instrumentos legales a buenas prácticas organizativas. También queremos hacer un censo de las redes existentes y organizaciones activas, para crear una línea de base de conocimientos sobre la protección de suelo privado que nos permita medir el progreso a lo largo del tiempo.
LL: ¿Cuáles son los principales desafíos para iniciar esta red?
LJ: Hay muchos. Por supuesto, el dinero es uno de los más importantes. Hemos recibido una subvención generosa para ponernos en marcha de la Fundación Packard, y contamos con el gran respaldo del Instituto Lincoln. Pero nos estamos esforzando por identificar fuentes de financiamiento adicionales, para poder hacer crecer la red y su impacto. Y, por supuesto, todavía tenemos que demostrar que la red brindará información y capacitación útil, importante y práctica para satisfacer una gran variedad de necesidades en la comunidad internacional de conservación de suelo. Sabemos que no podemos hacerlo todo, así que tenemos que ser estratégicos y elegir las actividades de mayor impacto. La escala global también presenta una serie de desafíos culturales y logísticos, y exige navegar por sistemas legales, idiomas, costumbres y husos horarios distintos.
Por el lado positivo, ya contamos con un grupo muy comprometido de practicantes de conservación de suelo que participaron en nuestra reunión organizativa de septiembre de 2014 y se comprometieron con entusiasmo a aportar a la red su “capital humano”: sus conocimientos, pericia, experiencia y sabio consejo. Me queda muy claro que este es un fantástico grupo de colegas que están realizando un trabajo de gran interés e importancia en todo el mundo. Será una aventura construir juntos esta red, y sé que aprenderé mucho.
Brownfields are industrial and commercial properties with known or suspected soil contamination problems. The environmental and financial challenges of dealing with these sites represent serious barriers to potential urban revitalization.
As the antonym for greenfields, or undeveloped land in suburban and rural communities, brownfields have made their way to the top of many urban priority lists. The National Conference of Mayors, National League of Cities, U.S. Environmental Protection Agency, U.S. Economic Development Administration, and U.S. Department of Housing and Urban Development are among the groups that have made recent brownfield policy statements.
Development Perspectives
Many central cities have nearly exhausted their supply of “clean” land for development, contributing to their loss of residents, jobs and a stable tax base. Inner-city businesses often relocate to surrounding suburbs because land is not available in the city to support their future expansion. Thus, urban brownfields give an inadvertent boost to the economic development strategies of outlying areas. This increased development pressure, in turn, can pose complex suburban and rural growth management issues.
While most known or suspected brownfields are in central cities, the problem is also evident in older inner-ring suburbs, some rural areas and military base communities. Brownfields, in short, play an important role in shaping regional development patterns by influencing the location of residential and business activities. Central cities must tackle the brownfields problem to provide new land for development and reverse their declining economic competitiveness.
Environmental Perspectives
Varying opinions exist on the extent of the brownfields problem, and more importantly what the public and private sectors should do about assessing environmental hazards on these sites. This situation will change, but not before environmental regulators clarify the relevant policies. Brownfields are not Superfund sites by regulatory definitions. The environmental and health risks of Superfund sites are significantly greater than those of brownfields. Nevertheless, brownfields can pose serious environmental threats where “real” environmental and health risks are documented through risk assessment. In many instances, however, brownfields may be less threatening than earlier thought.
Depending upon future site use, environmental and health threats can vary considerably, which raises the “how clean is clean” issue. Regulators, property owners, developers, lenders, insurers and local government officials are engaged in an open debate over future brownfields clean-up standards. Many experts, myself included, advocate standards based upon the future use of the property, as opposed to a “one standard applies to all uses” approach. Earlier regulatory practices required sites to be fully cleaned for potential residential use, which requires the highest level of clean-up. These practices are being challenged because they are so costly and because they discourage recycling of industrial land.
State Policy Innovations
Nineteen states have created voluntary brownfields clean-up programs as alternatives to regulatory enforcement. Programs such as those in Ohio, Michigan, Minnesota and New Jersey allow property owners, municipalities and other parties greater flexibility in meeting clean-up standards.
State voluntary programs are positive for several reasons. First, because they are voluntary they allow property owners and developers to initiate the process without traditional enforcement pressures. This leads to more response from private markets, and to more creative and cost-effective clean-up and redevelopment. Secondly, these programs encourage problem solving at the local level, where land use, zoning and planning regulations can contribute to solutions.
Thirdly, the state programs address key liability concerns by offering a level of “comfort” to banks, property owners, and others involved in clean-up and redevelopment. Many argue these programs must go even further. A final benefit is that state government is often willing to provide financial incentives, which experience shows are often necessary to get companies and developers to clean and reuse these properties.
State programs are expected to continue to gain momentum over time, but most administrators believe they need extra help from the EPA to make their programs more successful. They are urging federal authorities to strengthen assurances against future liability claims by stronger “comfort letters” to property owners, lenders and developers. Currently the federal government cannot provide a 100 percent delegation of authority to the states for brownfield regulation, without future federal legislative changes. Better intergovernmental coordination and greater information exchange about standards and remediation technology would help the situation. The states would welcome federal financial support for their programs, even though many will rely on private user fees to finance program administration.
Future Knowledge and Investment Needs
Most cities discover that the unknowns outweigh the facts about older industrial and commercial properties. This lack of knowledge limits city leaders’ ability to shape cost-effective strategies to cope with these problems. Knowledge is an essential ingredient in effective strategy development—ask any corporation employing knowledge strategies to best their competition. Communities with brownfields must inventory these sites and investigate the risks and opportunities associated with these properties.
Properly used, the information from these investigations can help separate real from perceived problems related to site conditions and future development potential. Knowledge can help manage the risks and reduce the uncertainty. In short, we need to end the hysteria about brownfields, which may motivate political action but also may reduce public and private confidence that cities can be revitalized and made whole once again.
Many people are searching for “deep pockets” to finance brownfield remediation. This search frightens all levels of government as budget-cutting pressures continue to grow across the public sector. Corporations and private property owners, on the other hand, reject the notion that they should either pay clean-up costs that may be unnecessary or pay for pollution problems created by previous owners or third parties.
Overall national costs to the public and private sectors of cleaning up brownfields are unknown because there is no agreed-upon definition of brownfields, and because clean-up standards continue to change. Both problems greatly affect cost estimates. City officials are unable to assess the cost of property clean-up within their jurisdictions for the same basic reasons. Future use of risk assessment techniques, coupled with the use of more cost-effective remediation technology, will help to lower these costs.
In the absence of deep pockets, communities must identify creative approaches to funding site clean-up and redevelopment. Through citywide planning, policymakers must establish useful priorities to guide their investments based upon future development trends and land use patterns. Serious environmental threats should be eliminated on any site, regardless of its development potential. In most other cases, the development potential should be a primary factor in considering next steps.
The public sector should engage corporations that own contaminated sites, banks, insurance companies, pension funds, and real estate investment funds to determine what is required to attract private capital to fund clean-up and redevelopment. Private property owners, corporations and developers should seek state and local economic development groups as potential investment partners in returning these sites to productive use.
Donald T. Iannone directs the Economic Development Program and the Great Lakes Environmental Finance Center in The Urban Center at Cleveland State University. Much of his work focuses on financing the redevelopment of brownfield sites.
Additional information in printed newsletter.
1. Photo caption: The Publicker site, a former distillery on the Delaware River in Philadelphia, was cleaned up with EPA funds and will be redeveloped as a shipping terminal.
Photo credit information: – Richard McMullin, photographer, Office of the City Representative, Philadelphia
2. Map of U.S.: EPA Brownfields Demonstration Cities
Large Cities:
Cleveland/Cuyahoga County, Ohio
Baltimore, Maryland
Detroit, Michigan
Indianapolis, Indiana
New Orleans, Louisiana
St. Louis, Missouri
Mid-Size Cities:
Birmingham, Alabama
Bridgeport, Connecticut
Knoxville, Tennessee
Louisville, Kentucky
Richmond, Virginia
Rochester, New York
Sacramento, California
Trenton, New Jersey
Smaller Cities/Clusters:
Cape Charles/Northampton County, Virginia
Laredo, Texas
Oregon Mill Sites (7 small towns), Oregon
West Central Municipal Conference, Cook County, Illinois
Caption: Eighteen cities or regions have already received grants of up to $200,000 through the EPA’s Brownfields Economic Redevelopment Initiative. An additional 32 cities will receive funds by the end of 1995. The common objectives of these projects are to assess contamination at abandoned sites; involve community residents in decision making; leverage other public and private funds for clean-up and redevelopment; resolve liability issues; and serve as role models for other communities.
Like many schoolchildren, I learned that years ago a squirrel could cross the country from the Atlantic to the Pacific Ocean never touching the ground, using our magnificent forests as an aerial highway. After massive clearing and development for agriculture, cities, and roads, those forests are now a tattered patchwork, and are nonexistent in many places. More than a squirrel’s dilemma, though, the loss and altering of America’s forests have created both an enormous challenge to climate health and an opportunity for climate policy and action.
Growing the International Land Conservation Network
Laura Johnson is an attorney and lifelong conservationist with more than 30 years of experience in nonprofit management. She is currently director of the new International Land Conservation Network (ILCN), a visiting fellow at the Lincoln Institute of Land Policy, and chair of the Land Trust Alliance board of directors.
Laura was the president of Mass Audubon from 1999 to 2012. Prior, she worked for 16 years at The Nature Conservancy as a lawyer, Massachusetts state director, and vice president of the northeast region.
Laura received a B.A. in history from Harvard University and a J.D. from New York University Law School. From 2013 to 2014, she was a Bullard Fellow at the Harvard Forest, Harvard University, where she completed a study on private land conservation efforts around the world.
LAND LINES: Your program, the International Land Conservation Network (ILCN), is new this year, but it has some antecedents at the Lincoln Institute. Can you tell us about that history?
LAURA JOHNSON: There are some wonderful connections between the new network and the Lincoln Institute’s past support of the innovative, capacity-building effort devoted to conservation that eventually became the Land Trust Alliance.
In the early 1980s, Kingsbury Browne, a prominent Boston lawyer, decided to take some time away from his law firm, and he used a sabbatical at the Lincoln Institute to explore the needs and opportunities of private land trusts in the United States. Up until that point, there was no nationwide effort to seek out the best examples of land protection activities, to share those ideas and best practices, or even to keep track of what was happening in land conservation around the country. Kingsbury Browne’s study led him, along with several other land trust leaders at the time, to start a new organization called the Land Trust Exchange, which connected the country’s small but growing conservation community through a newsletter and some basic research and training activities. The Lincoln Institute played a crucial role in helping to launch the Exchange, which grew over the years and changed its name to become the Washington, DC–based Land Trust Alliance. There were fewer than 400 U.S. land trusts in 1982 when the Exchange got started; now the Land Trust Alliance serves 1,200 land trusts all over the United States. The Exchange started out with a modest newsletter in the 1980s; now the Alliance provides an online learning center, a full conservation and risk management curriculum, and more than 100 webinars and 300 workshops that served close to 2,000 people in 2014.
LL: Throughout most of your career, you have been deeply engaged in U.S.-based land conservation work. What attracted you to expand your efforts on an international scale?
LJ: When I stepped down from the presidency of Mass Audubon two years ago, I began talking with Jim Levitt, a fellow at the Lincoln Institute, the director of the Program on Conservation Innovation at the Harvard Forest, and a former Mass Audubon board member. It was initially his idea that I explore how conservationists outside the United States were using and adapting conservation tools that had been developed over the years here. Jim had become very involved in private conservation efforts in Chile, and there was an opportunity to strengthen the very new movement there by sharing U.S.-based measures such as conservation easements. At about the same time, Peter Stein received the Kingsbury Browne fellowship and award from the Land Trust Alliance and the Lincoln Institute, which allowed him to explore the breadth of worldwide conservation organizations as well. Through our different projects, Jim, Peter, and I came to the similar conclusion that many people around the globe shared a strong interest in connecting to each other and to U.S. conservationists. This desire for a community of practice seemed like a remarkable opportunity to help build capacity for privately protecting land.
LL: Why is this role the right challenge at the right time for you?
LJ: I have had the incredible good fortune to work with some great organizations and wonderfully talented people. As a young lawyer just starting out at The Nature Conservancy in the 1980s, I was able to grow professionally at a pivotal time for conservation in the United States. Looking at the historic trend lines, the U.S. land conservation movement took off then, and it was very exciting to be a part of that growth. Then when I went to Mass Audubon in 1999, I was able to run the nation’s largest independent state Audubon organization, which provided leadership not just with land conservation, but with environmental education and public policy as well. Now, I have the honor of serving on the board of the Land Trust Alliance, which does such remarkable work here in the United States to enable effective land and resource protection. Along the way, my legal training was certainly useful, but I have also learned a tremendous amount about what makes organizations successful and likely to have a positive impact. I feel very fortunate to have this background and set of experiences, and I want to bring it to bear on the issues facing the international land conservation community.
LL: You’ve mentioned capacity building and creating successful organizations a few times. Can you comment on what that means in the context of land conservation?
LJ: Land conservation organizations need all the elements of any sound nonprofit organization—a clear mission, a compelling vision and strategy, disciplined planning and clear goals, sufficient financial resources, and great people. But working on land protection requires a very long-term outlook. To start with, a land trust needs to have the knowledge and resources to assess what land should be protected—whether the mission is to conserve natural resources or scenic, cultural, or historic values—and what legal and financial tools are best suited to achieving a good outcome. Then it can take years of working with a landowner to get to a point where everyone is ready to agree on a deal. Land trusts need to have people with the training, knowledge, and experience to carry out transactions that are legally, financially, and ethically sound. Once land is protected by a trust, that organization is making a commitment to manage the land it owns or has restrictions on forever. Museums are a good analogy, but instead of Rembrandts and Picassos, land conservation organizations are stewards of invaluable living resources, and the land and water we all depend on to survive.
LL: Why is private land conservation particularly important now? Why do we need an international network?
LJ: We are at a critical juncture as the pressures of climate change, land conversion, and shrinking government resources are making it more challenging than ever to protect land and water for the public benefit. Therefore the mission statement of the new International Land Conservation Network emphasizes connecting organizations and people around the world that are accelerating voluntary private action that protects and stewards land and water resources. Our premise is that building capacity and empowering voluntary private land conservation will strengthen the global land conservation movement and lead to more long-lasting and effective resource protection.
Support for better coordination of international private land conservation is emerging from many sources. For example, the International Union for the Conservation of Nature (IUCN) considered the role of private land conservation in the context of global efforts at its November 2014 World Parks Congress held in Sydney, Australia. The Futures of Privately Protected Areas, an IUCN-commissioned report released at that conference, provided a number of recommendations, such as developing relevant training and improving knowledge sharing and information, which are certainly important goals for the new network. We expect to work in collaboration with partners such as the IUCN, and with the existing regional or countrywide networks that are already in existence. And of course we have the very powerful example of the Land Trust Alliance and what it has been able to accomplish over 30 years to build the capacity of land trusts in the United States.
LL: What will you try to accomplish in the first year to address these needs?
LJ: We’ve had to get ourselves organized and deal with basic issues such as our name, visual identity, mission statement, goals, and governance structure. We will be designing and launching a website to serve as the essential repository of case studies, research, best practices, events, and conferences. Eventually, we want to have a continuum of learning available on the website through tools like webinars that address a range of subjects, from legal instruments to organizational best practices. We also want to carry out a census of existing networks and active organizations, to start building a baseline of knowledge about private land protection that will help measure progress over time.
LL: What are the greatest challenges to starting the network?
LJ: There are many. Money is a big one, of course. We’ve received a generous start-up grant from the Packard Foundation, and we have great support from the Lincoln Institute. But we are working hard to identify additional sources of funding, in order to grow the network and increase its impact. And of course we are still proving that the network will provide useful, important, and actionable information and training to meet a tremendous variety of needs within the international land conservation community. We know that we can’t do everything, so we must be strategic and choose activities that will have impact. The global scale also presents a host of cultural and logistical challenges, requiring us to navigate different legal systems, languages, customs, and, last but not least, time zones.
On the positive side, we already have a very committed group of land conservation practitioners who came together at our organizing meeting in September 2014 and enthusiastically signed on to be the “sweat equity”—to provide the network with knowledge, expertise, experience, and wise counsel. It’s already very clear to me that this is a wonderful group of colleagues who are doing interesting and important work around the globe. It will be an adventure—and I know I’ll learn a lot—to grow this new network together.
In June 2002, about 300 urban design practitioners, writers, ecologists, grassroots activists and students gathered in New York City for “The Humane Metropolis: People and Nature in the 21st Century—A Symposium to Celebrate and Continue the Work of William H. Whyte.” The Ecological Cities Project at the University of Massachusetts, Amherst, organized the event with a grant from the Lincoln Institute and additional support from the Wyomissing Foundation, the National Park Service, the U.S. Forest Service, and Laurance S. Rockefeller, a longtime friend and supporter of Whyte’s work.
The symposium was held at the New York University Law School in consultation with NYU faculty, representatives of organizations and programs that continue Whyte’s work, including the Regional Plan Association, Project for Public Spaces, the Municipal Art Society, Trust for Public Land, and the Chicago Openlands Project, and with his widow, Jenny Bell Whyte, and their daughter, Alexandra Whyte. The University of Pennsylvania Press released a new edition of Whyte’s 1956 classic study of postwar suburbia, The Organization Man, at the symposium reception.
William H. “Holly” Whyte (1917-1999) was one of America’s most influential and respected commentators on cities, people and open spaces. Through his writings, particularly The Organization Man (1956), The Last Landscape (1968), and City: Rediscovering the Center (1988), he taught a generation of urban designers to view cities as habitats for people, rather than simply as economic machines, transportation nodes, or grandiose architectural stage-sets. As the United States approaches 300 million residents, of whom four-fifths live in cities or suburbs, Whyte’s vision of people-centered urban communities has never been needed more. And it seems safe to assume that this vision would today also incorporate recent insights on urban ecology and sustainability, in short a symbiosis of people and nature.
“The Man Who Loved Cities”
Norman Glazer (1999) described Holly Whyte as “The man who loved cities . . . one of America’s most influential observers of the city and the space around it . . .” Whyte gloried in parks, plazas, sidewalks and other pedestrian spaces that invite schmoozing (a Yiddish term he popularized) or simply encountering other people. Conversely, he deplored urban sprawl (apparently his term), particularly the waste of land, ugliness and isolation of tract development on the urban fringe. I stated in opening remarks the overriding premise of both the symposium and the book to follow:
Contrary to the trend toward privatization, security and “gatedness” so well documented by Dean Blakely [Blakely and Snyder 1997], twenty-first-century America needs a strong dose of Holly Whyte; namely, we need to rediscover the humanizing influence of urban shared spaces. “The Humane Metropolis” for present purposes means urban places that are “more green, more people-friendly, and more socially equitable.”
A native of the Brandywine Valley in eastern Pennsylvania, William H. Whyte, Jr., graduated from Princeton in 1939 and fought at Guadalcanal as an officer in the U.S. Marine Corps. Shortly after the war, he joined the editorial staff of Fortune magazine in New York, where he began to examine the culture, life style and residential milieu of postwar suburbia, leading to his 1956 classic The Organization Man. Among other findings, this book argued that the spatial layout of homes, parking, yards and common spaces is a key factor in promoting or inhibiting social contacts, helping to account for patterns of friendships versus isolation. Thus began a lifetime career devoted to better understanding how people interact in shared or common spaces.
Appalled by rapid development of his beloved Brandywine Valley, Whyte in 1958 co-organized an urban land use roundtable, jointly hosted by Fortune and Architectural Review, which attracted a who’s who of urban planners, economists and lawyers. His subsequent essay on “Urban Sprawl” added both a new term and a sense of urgency to the conversion of rural land for suburban development (Whyte 1957a).
But open space per se is not a panacea. In The Exploding Metropolis (Editors of Fortune 1957), Whyte and Jane Jacobs excoriated urban renewal programs that placed high-rise structures in the midst of amorphous open spaces modeled on Le Corbusier’s Ville Radieuse. In Whyte’s words: “The scale of the projects is uncongenial to the human being. The use of the open space is revealing; usually it consists of manicured green areas carefully chained off lest they be profaned, and sometimes, in addition, a big central mall so vast and abstract as to be vaguely oppressive. There is nothing close for the eye to light on, no sense of intimacy or of things being on a human scale” (Whyte 1957b, 21). And as Jane Jacobs observed in her 1961 classic The Death and Life of Great American Cities, without streets and street life, projects are dangerous as well as boring (and all that green grass was soon covered with old cars).
Whyte left Fortune in 1959 to pursue a broader array of urban projects. His first technical publication on Conservation Easements (1959) became the model for open space statutes in California, New York, Connecticut, Massachusetts and Maryland. In the early 1960s, he served as a consultant to the Outdoor Recreation Resources Review Commission, for which he prepared a 60-page report on Open Space Action (1962). His association with the Commission’s chair, Laurance S. Rockefeller, led to his role as a one-man think tank on urban land problems with the Rockefeller Brothers Fund, which provided him with an office in Rockefeller Center. Whyte also was a member of President Lyndon B. Johnson’s Task Force on Natural Beauty and chaired Governor Nelson Rockefeller’s Conference on Natural Beauty in New York. At the invitation of Donald Elliott, then chair of the New York City Plan Commission, Whyte wrote much of the 1969 Plan for New York City, which was acclaimed by The New York Times and the American Society of Planning Officials (Birch 1986). He also advised the city on revisions to its zoning ordinance, leading to improvement of public spaces established by private developers in exchange for density bonuses (Kayden 2000).
The turbulent year of 1968 yielded three environmental literary milestones: Ian McHarg’s Design with Nature, Garret Hardin’s “The Tragedy of the Commons,” and Holly Whyte’s The Last Landscape. The latter was Whyte’s “bible” for the fast-spreading movement to save open space in metropolitan America. Open space was to the conservationists of the 1960s what anti-congestion was to early twentieth-century progressives, and sustainability and smart growth are to environmentalists today. Whyte’s book embraced a variety of negative effects of poorly planned development, such as loss of prime farmland, inadequate recreation space, urban flooding, pollution of surface and groundwater, aesthetic blight, diminished sense of place, and isolation from nature. The Last Landscape confronted each of these and offered a legal toolbox to combat them, including cluster zoning, conservation easements, greenbelts, scenic roads, tax abatements and so on.
Whyte’s fascination with the social functions of urban space was the focus of his Street Life Project, a long-term study sponsored by the Rockefeller Brothers Fund. Based at Hunter College in Manhattan, where he served as distinguished professor of urban sociology, the project documented social activity in public spaces through interviews, mapping, diagrams and film. That research underlay Whyte’s 1980 book and film titled The Social Life of Small Urban Spaces and his 1988 capstone book, City: Rediscovering the Center.
From Park Forest in the 1950s to New York City in the 1980s, Whyte was a diehard urban environmental determinist. He believed that the design of shared spaces greatly affects the interaction of people who encounter each other in those spaces, and their resulting sense of well-being or discomfort in urban surroundings. This in turn helps to shape the success of cities and suburbs as congenial or alien environments for the millions who inhabit them. Paul Goldberger, architectural critic for The New Yorker, writes in his Foreword to The Essential William H. Whyte (LaFarge 2000):
His objective research on the city, on open space, on the way people use it, was set within what I think I must call a moral context. Holly believed with deep passion that there was such a thing as quality of life, and the way we build cities, the way we make places, can have a profound effect on what lives are lived within those places.
Celebrating and Continuing Holly Whyte’s Work
A major goal of the symposium was to revisit Holly Whyte’s work, which anticipated many of the ideas behind smart growth and new urbanism, and reintroduce him to a younger generation of planners and urbanists. This goal was accomplished during the opening sessions through personal tributes by friends and family (Donald Elliott, Amanda Burden, Fred Kent, Eugenie Birch, Lynden B. Miller and Alexandra Whyte) and fellow urban writers (Charles E. Little, Paul Goldberger and Tony Hiss). Planners Frank and Deborah Popper and environmental historian Adam Rome offered perspectives on Holly as viewed from the twenty-first century. A second goal was to trace the influence of his work in contemporary efforts to make cities and suburbs more livable and more humane, which was accomplished through an address by Carl Anthony of The Ford Foundation, and his introduction by Robert Yaro of the Regional Plan Association. Subsequent sessions, both plenary and concurrent, reviewed a variety of initiatives in New York City and around the nation that carry on the spirit of Holly Whyte. Session topics included:
Some of these topics departed somewhat from Whyte’s own areas of focus, but the organizers felt that he would have applauded the inclusiveness of our agenda. He no doubt would have added many topics, such as urban gardens, green roofs, brownfield reuse and ecological restoration, if he were here to write a sequel to The Last Landscape today. In particular, no appraisal of current approaches to making cities more humane would be adequate if it failed to consider issues of social justice in relation to urban sprawl and inner-city land use or abuse.
Next Steps
The symposium deliberately closed without the usual “Where do we go from here?” session, but the next major task is to produce an edited volume of selected papers presented at the symposium, and possibly a film. We hope “The Humane Metropolis” (symposium and book) will provide a template for regional symposia in other cities and metropolitan regions of the U.S. These could be locally funded and planned with guidance as requested from the Ecological Cities Project and its allies across the country.
An elusive but critical function of events like “The Humane Metropolis” is the energizing of participants through sharing of experience and specialized knowledge. Feedback from speakers and attendees indicates the symposium stimulated new contacts among participants from different disciplines and geographic regions. In particular, it seems to have well served a key goal of the Ecological Cities Project, to promote dialogue between urbanists and natural scientists. According to Peter Harnik, director of Trust for Public Land’s Green Cities Program, “You are on the cutting edge of an up-and-coming topic that is given almost no attention by anyone else—since urban experts rarely talk about nature, and conservationists virtually never talk about cities.” As the consummate synthesizer of things urban, Holly Whyte should be beaming with approval.
Rutherford H. Platt is director of the Ecological Cities Project at the University of Massachusetts, Amherst, and organizer of the symposium and related activities. The full list of speakers and other information about the symposium may be found at http://www.ecologicalcities.org.
References
Birch, E. L. 1986. The Observation Man. Planning (March): 4-8.
Blakely, E. J. and M. G. Snyder. 1997. Fortress America: Gated Communities in the United States. Washington, DC: Brookings Institution Press and Cambridge, MA: Lincoln Institute of Land Policy.
Daily, G C., ed. 1997. Nature’s Services: Societal Dependence on Natural Systems. Washington, DC: Island Press.
Editors of Fortune, 1957. The Exploding Metropolis. Garden City, NY: Doubleday Anchor.
Glazer, N. 1999. The Man Who Loved Cities. The Wilson Quarterly (Spring) 23(2): 27-34.
Hardin, G. 1968. The Tragedy of the Commons. Science 162: 1243-1248.
Jacobs, J. 1961. The Death and Life of Great American Cities. New York: Random House Vintage.
Kayden, J. 2000. Privately Owned Public Space: The New York City Experience. New York: Wiley.
LaFarge, A., Ed. 2000. The Essential William H. Whyte. New York: Fordham University Press.
McHarg, I. 1968. Design with Nature. New York: Garden City Press.
Whyte, W. H. 1956. The Organization Man. Garden City, NY: Doubleday. Republished in 2002 by the University of Pennsylvania Press.
_____. 1957a. Urban Sprawl in Editors of Fortune, The Exploding Metropolis. Garden City, NY: Doubleday Anchor.
_____. 1957b. Are Cities Un-American? in Editors of Fortune, The Exploding Metropolis. Garden City, NY: Doubleday Anchor.
_____. 1959. Conservation Easements. Washington, DC: Urban Land Institute.
_____. 1962. Open Space Action. Study Report 15 prepared for the Outdoor Recreation Resources Review Commission, Washington, DC.
_____. 1968. The Last Landscape. Garden City: Doubleday. Republished in 2001 by the University of Pennsylvania Press.
_____. 1980. The Social Life of Small Urban Spaces. Washington, DC: The Conservation Foundation. Reprinted by Project for Public Spaces, Inc.
_____. 1988. City: Rediscovering the Center. Garden City, NY: Doubleday.
(Picture of Holly White taken by Kelly Campbell)
La cuestión central que deben resolver los conservacionistas de suelos hoy en día es cómo ampliar la escala de sus esfuerzos para proteger paisajes y sistemas naturales completos. El movimiento de fideicomisos de suelos se ha cimentado en los éxitos individuales de conservación de propiedades privadas, pero crecientemente tanto los conservacionistas como los propietarios que llegan a acuerdos de conservación quieren saber cómo se puede extender este esfuerzo a sus vecinos, a su barrio y, por sobre todo, a su paisaje (Williams 2011).
Los agricultores y ganaderos expresan la necesidad de sustentar una red continua de tierras de trabajo —una masa crítica de actividad agrícola ganadera— para no correr el riesgo de perder las actividades de respaldo comercial y la cooperación comunitaria necesarias para sobrevivir. Los bomberos abogan por mantener las tierras distantes sin desarrollar, con objeto de reducir el peligro y el costo de incendios en las comunidades locales. Los deportistas están perdiendo acceso a suelos públicos y a la vida silvestre cuando el hábitat es fragmentado por emprendimientos rurales. Los biólogos conservacionistas han argumentado desde hace tiempo que se podrían sustentar más especies, si se protegen espacios más extensos, mientras que, por el contrario, la disminución y desaparición de las especies se debe principalmente a la fragmentación del hábitat. Por último, un clima tan rápidamente cambiante redobla la necesidad de proteger ecosistemas grandes e interconectados para que puedan mantenerse a largo plazo.
Muchos financistas y socios del sector público están tratando de concentrar sus esfuerzos de colaboración para la de conservación del paisaje, de manera que la comunidad de fideicomisos de suelos tiene una excelente oportunidad de potenciar su buena labor embarcándose en “alianzas para el paisaje”. Los fideicomisos de suelos, con su desarrollo de base y estilo de trabajo cooperativo, están en una muy buena posición para respaldar iniciativas locales. El proceso de construcción de estos esfuerzos, sin embargo, requiere un compromiso que va más allá de la urgencia de transacciones y campañas de recaudación de fondos, y exige un esfuerzo sostenido que es mucho más amplio que las metas inmediatas que se proponen muchos fideicomisos de suelos.
¿Cómo se mide el éxito?
El río Blackfoot en M ontana se hizo famoso en 1976 gracias a la historia A River Runs Through It (Nada es para siempre) de Norman Maclean (Maclean 2001), pero lo que realmente es destacable en la región de Blackfoot es la manera en que una comunidad ha trabajado durante muchas décadas para sustentar este lugar tan especial. En la década de 1970 se iniciaron los esfuerzos de conservación por parte de los propietarios locales y en 1993 se estableció la organización Blackfoot Challenge con el objeto de aunar los diversos intereses de la zona en medidas consensuadas que posibilitaran el mantenimiento del carácter rural y los recursos naturales del valle. Jim Stone, presidente de este grupo de propietarios, dice: “nos cansamos de quejarnos de lo que no podíamos hacer, así que decidimos hablar sobre lo que sí podíamos”.
En este esfuerzo conjunto se han utilizado estrategias novedosas de conservación en Blackfoot que se han reproducido en muchos otros lugares. El trabajo del grupo comenzó concentrándose en una mejor gestión del creciente uso recreativo del río y en proteger el corredor fluvial. La primera exención para conservación de Montana se promulgó en Blackfoot en 1976, como parte de este esfuerzo pionero. A partir de este éxito inicial, se fueron creando iniciativas más ambiciosas con la participación de un creciente número de aliados.
Cuando los propietarios se quejaban de que no tenían suficiente ayuda para controlar la maleza, Challenge estableció el distrito de control de maleza más grande del Oeste. Cuando los propietarios plantearon que no había recursos suficientes para conservar las haciendas en funcionamiento, Challenge ayudó a crear un programa innovador del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los EE. UU. (US Fish and Wildlife Service, o USFWS) para adquirir servidumbres de conservación junto con el Fondo de Conservación de Suelos y Aguas (Land and Water Conservation Fund, o LWCF), que históricamente se ha usado para la adquisición de suelo público.
Cuando los propietarios estaban preocupados por la venta potencial de grandes áreas forestales en el valle, Challenge lanzó un plan comprensivo de adquisiciones que conectó haciendas privadas protegidas al pie del valle con suelos forestales públicos más altos. Cuando los propietarios reconocieron la necesidad de realizar una restauración sistémica del río, Challenge y la sucursal Big Blackfoot de Trout Unlimited ayudaron a restaurar más de 48 corrientes tributarias y 600 millas de pasos piscícolas para preservar la circulación de la trucha nativa y la salud de la cuenca (Trout Unlimited 2011).
Blackfoot Challenge se ha asociado con más de 160 propietarios, 30 empresas, 30 organizaciones sin fines de lucro y 20 dependencias públicas. Claramente, la visión de Challenge para la región no se limita simplemente a algunas haciendas, sino que se preocupa por la salud a largo plazo de todo el valle del río, de “ladera a ladera”, según las palabras de Jim Stone (ver figura 1).
El aspecto admirable de la historia de Blackfoot es que no se trata de una rara excepción, sino que constituye el emblema de un movimiento creciente que se dedica a esfuerzos de colaboración para la conservación en todo el país. Estas alianzas para la conservación del paisaje confirman un consenso emergente sobre la necesidad de proteger y sustentar paisajes completos que son vitales, tanto para la salud de los peces y la vida silvestre, como para la vitalidad de las comunidades locales, su economía y su calidad de vida.
Esfuerzos de conservación iniciados por los propietarios
La historia de Blackfoot subraya una de las lecciones más importantes que emergen de las iniciativas de conservación comunitarias: los propietarios locales deben liderarlas, y todos los demás deben respaldarlos. El ejemplo del río Yampa, en el oeste de Colorado, ilustra esta estrategia. A comienzos de la década de 1990, los grupos conservacionistas estaban tratando de proteger esta región, pero toparon con la falta de confianza de los ganaderos locales. En el valle había personas con visión de futuro entre la comunidad y grupos que trataban de impulsar la conservación en la región, pero ninguna de las ideas arraigó de forma efectiva, precisamente porque los propietarios locales no lideraban el proyecto.
Esa dinámica sufrió un vuelco de 180 grados con varias iniciativas de los propietarios, entre las cuales destacó la del Plan de Suelos Abiertos del Condado de Routt (Routt County Open Lands Plan). Las recomendaciones de plan surgieron de una serie de reuniones que los propietarios locales celebraron a lo largo y ancho del condado. El plan proponía ocho medidas significativas para gestionar mejor el crecimiento explosivo en el valle, desde una ordenanza que otorgaba el derecho a cultivar, hasta un programa de adquisición de derechos de desarrollo inmobiliario en haciendas activas. El condado de Routt se convirtió en uno de los primeros condados rurales del Oeste en obtener fondos públicos por medio de una medida electoral para proteger las haciendas activas.
Malpai Borderlands es otro ejemplo ilustrativo de cómo el liderazgo de los propietarios puede superar varias décadas de inacción. Después de muchos años de conflicto entre los ganaderos propietarios y las agencias federales sobre la gestión de los suelos públicos situados alrededor de las montañas Ánimas, en el talón de la bota del estado de Nuevo México y el sudeste de Arizona, Bill Macdonald y otros ganaderos propietarios de la zona organizaron una alianza llamada Grupo de Malpai Borderlands para volver a introducir el fuego como medio para preservar la salud de los pastizales y la economía ganadera local. Este esfuerzo generó una asociación innovadora entre ganaderos, grupos de conservación y dependencias públicas para conservar y sustentar este ambiente silvestre de 404.684 hectáreas en actividad por medio de servidumbres de conservación, bancos de pastizales y un enfoque más integrado de administración del sistema en general.
Fideicomisos de suelos y sociedades públicas-privadas
De la misma manera que el liderazgo de los propietarios es fundamental en los esfuerzos cooperativos de conservación a escala de paisaje, los fideicomisos y agencias de suelos también pueden desempeñar un papel importante como líder secundario y aliado fiable que posee fuertes vínculos locales, conocimientode los recursos externos y una capacidad para implementar proyectos de investigación y conservación. En Rocky Mountain Front, en Montana, por ejemplo, los ganaderos locales están colaborando con varios fideicomisos de suelos y el USFWS para proteger los suelos activos por medio de servidumbres ecológicas. El comité de propietarios locales ha sido presidido por varios ganaderos locales, pero ha sido su amistad de 20 años con Dave Carr de The Nature Conservancy el hecho decisivo para que el comité se mantuviera activo. Greg Neudecker, del Programa de Socios para la Vida Silvestre (Partners for Wildlife Program) de USFWS, ha jugado un papel similar en Blackfoot, dados sus 21 años de servicio en la cooperación comunitaria.
Muchos propietarios y fideicomisos de suelos son renuentes a crear alianzas con dependencias públicas para proteger el paisaje porque frecuentemente abogan por la conservación con medios privados. Sin embargo, cuando se las incorpora como parte de una sociedad para la conservación del paisaje, las agencias estatales y federales pueden ser aliados muy efectivos. En Blackfoot, los estudios científicos, investigaciones, monitorización, financiamiento y trabajo de restauración efectuados por el estado
de Montana y el USFWS han tenido un impacto enorme en la recuperación del sistema del río.
En el frente de protección de suelos, la adquisición pública de bosques madereros extensos en Blackfoot ha complementado el trabajo de los fideicomisos de suelos privados al consolidar suelos públicos y permitir el acceso de la comunidad a dichos suelos para pastar, explotar el bosque y realizar actividades recreativas. Reconociendo los problemas generados por un siglo de supresión de incendios, el Servicio Forestal de los EE. UU. inició proyectos experimentales de desgaste forestal de pequeño diámetro para restaurar la estructura y el funcionamiento de los bosques y reducir la amenaza de incendio en el valle. Esta actividad se está ampliando ahora por medio de un nuevo Programa de Cooperación para la Restauración del Paisaje Forestal (Collaborative Forest Landscape Restoration ProgramiI>, o CFLRP) financiado por el gobierno federal en los valles de Blackfoot, Clearwater y Swan.
El principio más general es que todas las partes interesadas principales tienen que involucrarse activamente para consensuar una base de intereses comunes. David M annix, otro hacendado de Blackfoot Challenge, explica lo que ellos denominan la “regal 80-20”: “Trabajamos sobre el 80 por ciento en queestamos de acuerdo y dejamos el 20 por ciento restante a la puerta, junto con el sombrero”. Jim Stone afirma que cuando la gente va a una reunion de Blackfoot Challenge “le pedimos que deje sus intereses organizativos en la puerta y dé prioridad al paisaje”, y se centre en la salud de los suelos y de las comunidades que de ellos dependen.
Para que estas alianzas entre el sector privado y el público puedan funcionar, es realmente importante que participe la “gente que importa”, es decir, individuos creativos que estén motivados por una vision común y que, al mismo tiempo, sean lo suficientemente modestos como para reconocer que no tienen todas las respuestas. La colaboración toma tiempo. Una vez que se hayan alcanzado acuerdos en común, es fundamental tener un éxito inicial, aunque sea pequeño, que sirva de base para futuras soluciones de mayor envergadura.
La necesidad de financiamiento
La barrera más importante para que los grupos cooperativos locales puedan alcanzar sus metas a nivel de paisaje es la falta de financiamiento adecuado. Sin un respaldo financiero suficiente, los esfuerzos cooperativos pierden, con frecuencia, su impulso, lo que puede retrasar este tipo de trabajo por muchos años.
El financiamiento no es un elemento estático, pero es proporcional a la escala de resultados que se pueden obtener y al número de participantes que se incorporan al esfuerzo. Los financistas privados o públicos no quieren participar en un éxito parcial a menos que sea un paso hacia un objetivo sustentable de largo plazo. Y no quieren proporcionar financiamiento en lugares donde los grupos están compitiendo. Cada vez más, los fideicomisos y agencias de suelos se han dado cuenta del potencial que se puede alcanzar por medio de la colaboración. Los donantes han tomado siempre la iniciativa en este tema, porque viven en un mundo de recursos limitados y comprenden el valor de potenciar una variedad de recursos y financiamientos.
Aunque se realicen grandes esfuerzos de cooperación con objetivos comunes y una gran probabilidad de éxito, frecuentemente existe una brecha de financiamiento para alcanzar una verdadera conservación del paisaje. Mark Schaffer, exdirector del Programa del M edio Ambiente de la Fundación Caritativa Doris Duke, estimó que esta brecha asciende a alrededor de 5 mil millones de dólares por año en financiamiento nuevo e incentivos tributarios que harán falta en los próximos 30 años para conservar una red de paisajes importantes en los Estados Unidos.
En la actualidad la comunidad de fideicomisos de suelos está conservando suelos a un ritmo de alrededor de 1,05 millones de hectáreas por año, un total acumulado de alrededor de 14,9 millones de hectáreas de acuerdo al último censo de 2005 (Land Trust Alliance 2006). No obstante, para sustentar paisajes completos antes de que las necesidades más urgentes cierren las puertas de la oportunidad, este ritmo se tiene que duplicar o triplicar, y se deben realizar esfuerzos de forma aun más orientada.
Oportunidades emergentes para la conservación a nivel de paisaje
Hay varias tendencias importantes y oportunidades de corto plazo que se podrían aprovechar para promover la conservación a escala de paisaje, pero su éxito depende del nivel de participación y liderazgo de los fideicomisos de suelos. Primero, es fundamental que el Congreso haga permanents las deducciones ampliadas de las servidumbres de conservación. La organización Alianza de Fideicomisos de Suelos (Land Trust Alliance, 2011) apunta que estas deducciones pueden proteger más de 101.170 hectáreas adicionales por año. Dado el interés actual del Congreso por recortar gastos y rebajar impuestos, esta es una de las pocas herramientas de financiamiento de conservación que quizás sea alcanzable en el corto plazo. A más largo plazo, un programa nacional de créditos tributarios transferibles similar a los de Colorado y Virginia podría crear un enorme incentivo para generar servidumbres de conservación.
La segunda tendencia se relaciona con el aumento del interés federal en proteger paisajes completos promoviendo las comunidades que ya están trabajando en conjunto. En 2005, la administración Bush lanzó un Programa de Conservación Cooperativa que mejoró la coordinación entre las agencias y los subsidios de capacidad para trabajos cooperativos locales. En 2010, la administración Obama lanzó la iniciativa America’s Great Outdoors para ayudar a las comunidades a sustentar sus suelos y recursos hídricos por medio de asociaciones gobernadas localmente, y reconectar a la juventud norteamericana con el medio ambiente natural (Obama 2010).
Si bien los recursos federales están enormemente restringidos en el corto plazo, los programas y el financiamiento existentes podrían concentrarse más en proyectos de conservación a nivel de paisaje. El Secretario de Agricultura, Tom Vilsack, anunció un cambio importante en la política de su departamento hacia un enfoque “integral de suelos” para conservar y restaurar los grandes sistemas de los Estados Unidos. Por ejemplo, el Servicio de Conservación de Recursos Naturales (Natural Resources Conservation Service) anunció recientemente que iba a reinvertir 89 millones de dólares de fondos del Programa de Reserva de Humedales que no se habían gastado para adquirir la servidumbre de conservación de 10.522 hectáreas en haciendas activas en la zona de los Everglades en Florida. La oportunidad que se presenta para la comunidad de fideicomisos de suelos es asegurar que estos proyectos se implementen como manera de obtener un apoyo amplio para este tipo de trabajo en el largo plazo.
La tercera oportunidad es aprobar medidas locales y estatales para aumentar el financiamiento y los incentivos tributarios a la conservación. A pesar de la economía debilitada y de los continuos proyectos para efectuar recortes gubernamentales y reducir los impuestos, los votantes aprobaron en las elecciones de 2010 el 83 por ciento de las iniciativas electorales en todo el país para financiar la conservación de suelos y de agua. En total, se aprobaron 41 de las 49 medidas de financiamiento, generando más de 2 mil millones de dólares para proyectos de conservación de suelos, aguas, parques y tierras agrícolas durante los próximos 20 años (The Trust for Public Land 2010).
La tendencia y oportunidad finales para la comunidad de fideicomisos de suelos es asociarse con financistas de capital privado para llevar adelante proyectos de conservación de suelos. Entre 1983 y 2009, cambiaron de manos más de 17,4 millones
de hectáreas de suelos forestales (Rinehart 2010). Nuevos grupos de capital privado, llamados Organizaciones de Gestión de Inversiones Madereras (Timber Investment Management Organizations o TIMO) y Fidecomisos de I nversión I nmobiliaria (Real Estate Investment Trusts, o REIT) adquirieron en muy poco tiempo 10,9 millones de hectáreas, y muchos de estos grupos de inversión, como Lyme Timber, Conservation Forestry, Ecosystem Investment Partners y Beartooth Capital Partners, utilizan la conservación como parte de su modelo de negocios.
La cuestión de escala
Una tendencia en curso en el movimiento de conservación ha sido darle un enfoque cada vez más amplio, pasando de las propiedades individuales a barrios, paisajes, ecosistemas, hasta llegar ahora a las redes de ecosistemas. Por ejemplo, los propietarios de Blackfoot, Swan Valley y Rocky Mountain Front han comprendido que la salud de sus paisajes depende de la salud del ecosistema Crown of the Continent (ver figura 2).
Crown, un área de más de 4 millones de hectáreas que rodea Bob Marshall Wilderness y Glacier-Waterton International Peace Place, es uno de los ecosistemas mejor preservados de América del Norte. Gracias a un siglo de designaciones de suelos públicos y 35 años protección privada de suelos por parte de las comunidades locales, este ecosistema no ha perdido una sola especie desde el asentamiento de los europeos en América. Los propietarios y otros socios se han conectado a lo largo de Crownde varias maneras para ver cómo pueden trabajar de forma más estrecha para el bien de todos.
Aun en la inmensidad de Crown, la sustentabilidad de su población silvestre depende de sus conexiones con otras poblaciones de las Montañas Rocosas del Norte. Sin embargo, estas redes aún mayores de sistemas naturales sólo se pueden concretar si se logran sustentar los vínculos esenciales de la región. Por esta razón, los fideicomisos de suelos de Wyoming, Idaho, Montana y Canadá han estado colaborando dentro de un marco llamado Corazón de las Montañas Rocosas (Heart of the Rockies) para identificar prioridades comunes y necesidades de conservación. Este nivel de colaboración regional ha generado un nuevo nivel de conservación y una mayor atención de los financistas. También ha sido clave para la colaboración entre fideicomisos de suelos basada en prioridades políticas comunes.
Para poder sustentar sistemas naturales interconectados, es realmente imperativo que se establezcan organizaciones a esta escala, pero también es importante comprender lo que se puede obtener a cada escala. Las grandes iniciativas regionales tienen gran importancia para crear una visión amplia y atractiva, pero no para implementar la conservación propiamente dicha. Dichos enfoques de gran escala sirven para aplicar la ciencia a nivel de la naturaleza, crear colaboraciones regionales alrededor de prioridades comunes y establecer un foro para intercambiar ideas novedosas, creando una mayor atención sobre la región. También brindan un contexto importante para realzar el trabajo local.
Melanie Parker, una líder local de los esfuerzos para la colaboración en la conservación de Swan Valley, lo expresa de esta manera: “Tenemos que integrar nuestros esfuerzos en una región más amplia para tener influencia política y acceder a recursos, pero cualquiera que piense que el trabajo de conservación se puede o debe hacer a una escala de 4 millones de hectáreas está seriamente equivocado. Este tipo de trabajo se tiene que realizar a la escala del lugar donde la gente vive, trabaja y comprende su paisaje”.
La gente local quiere actuar para preservar su propio lugar y su propio modo de vida. El diseño de estrategias a gran escala es frecuentemente demasiado abstracto para los propietarios y, en algunos casos también puede hasta conducirlos a la alienación. Como en la política—los politicos responden mejor a proyectos locales, diseñados y apoyados por sus residentes— toda la conservación es local. Conocer cuán amplios pueden ser los esfuerzos regionales sin que se pierda la cohesion comunitaria es una cuestión importante, pero lo cierto es que Blackfoot, Rocky Mountain Front y Swan Valley están al límite de lo posible hoy en día. Cada una de estas regiones opera en una escala de 202.340 a 607.000 de hectáreas.
Los fideicomisos de suelos pueden agregar valor a los esfuerzos locales por medio de colaboraciones regionales. Si bien los propietarios y residentes locales frecuentemente no tienen el tiempo necesario para participar en estas iniciativas de mayor calado, quieren
que su lugar y sus intereses estén bien representados. Los fideicomisos de suelos y las organizaciones de conservación pueden desempeñar un papel muy importante para interconectar grupos locales y geográficos, pero tienen que coordinarse con estos grupos en vez de tratar de liderarlos. En última instancia, la comunidad de fideicomisos de suelos puede beneficiarse si refuerza su trabajo cooperativo, profundiza su participación en asociaciones de paisajes, y trabaja a gran escala para alcanzar éxitos en el ámbito de la conservación.
Conclusión
Después de muchas décadas de trabajo extraordinario, los más de 1.700 fideicomisos de suelos en todo el país pueden usar su impulso para conservar los grandes sistemas que resultan más importantes para la gente y para la naturaleza. En efecto, esto es lo que las comunidades están pidiendo y lo que la naturaleza necesita para sobrevivir. Trascender más allá de victorias aisladas, generando una visión de conservación más interconectada, es tan importante para el sustento de las economías locales y su acceso recreativo como lo es para los corredores de vida silvestre y las cuencas hídricas saludables. Para tener éxito a esta escala hace falta una colaboración real y una reorientación de todas las partes interesadas. Con las múltiples oportunidades que se presentan actualmente para la conservación de paisajes completos, el impulso está de nuestro lado.
Sobre el Autor
Jamie Williams es el director de conservación de paisajes de The Nature Conservancy en América del Norte, con sede en Boulder, Colorado. Se concentra en programas para proteger los grandes paisajes por medio de alianzas innovadoras públicas y privadas. Fue Kingsbury Browne Fellow en el Instituto Lincoln durante 2010–2011. Tiene una Maestría en Estudios Medioambientales de la Facultad de Estudios
Forestales y Ambientales de Yale y un título de licenciatura por la Universidad de Yale.
Referencias
Land Trust Alliance. 2006. 2005 national land trust census. Washington, DC. 30 November.
———. 2011. Accelerating the pace of conservation. www.landtrustalliance.org/policy
Maclean, Norman. 2001 [1976]. A river runs through it and other stories. 25th anniversary edition. Chicago: The University of Chicago Press.
Obama, Barack. 2010. Presidential Memorandum: America’s Great Outdoors, April 16. http://www.whitehouse.gov/the-press-office/presidential-memorandum-americas-great-outdoors
Rinehart, Jim. 2010. U.S. timberland post-recession: Is it the same asset? San Francisco, CA: R&A Investment Forestry. April. www.investmentforestry.com
The Trust for Public Land. 2010. www.landvote.org Trout Unlimited. 2011. Working together to restore the Blackfoot Watershed. February. www.tu.org
Williams, Jamie. 2011. Large landscape conservation: A view from the field. Working Paper. Cambridge, MA: Lincoln Institute of Land Policy