Este artículo es una adaptación de la introducción a Nature and Cities: The Ecological Imperative in Urban Design and Planning (La naturaleza y las ciudades: El imperativo ecológico en el diseño y la planificación urbana), una compilación de ensayos e imágenes realizados por arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores internacionales de reconocido prestigio, de quienes se presentan aquí algunos trabajos. La publicación de este libro por el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo, en asociación con la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Texas en Austin y la editorial George F. Thompson, está programada para junio de 2016.
Todo parece tan claro desde el aire, donde los detalles no estorban. A 10.000 metros de altura podemos ver los resultados de nuestra obra por todo el suelo que se abre bajo nosotros, como si el paisaje fuera nuestro reflejo en el espejo. Como sabemos, los paisajes no mienten; son la expresión de todo lo que hacemos aquí en la Tierra.
Algunos caminos corren paralelos a los ríos y valles: no hace falta mucho ingenio en este caso. Otros caminos convergen sobre asentamientos, como si de sendas de vacas que llevan al depósito de agua se tratase, o pueden seguir los pasos de ciervos y otros senderos de animales o contornos topográficos, y pronto se asemejan a la majestad orgánica de una tela de araña. Imaginen la ciudad donde El Greco (1541–1614), se estableció y trabajó, Toledo, España, vista desde el aire: perfección en forma urbana orgánica.
La vieja pradera norteamericana, virgen hasta hace dos siglos, muestra ahora las cuadrículas de grandes granjas que no dejan espacio para ninguna otra vegetación que no sean los cultivos, y una fina línea de árboles a lo largo de riberas de los ríos y las orillas de los arroyos, como si fuera el diezmo simbólico a la naturaleza y la vida silvestre. Y los círculos de pivote central de 16 hectáreas de maíz, soja o alfalfa (la trifecta de la agricultura industrial) se ven como si alguien hubiera lanzado, en perfecta simetría, enormes monedas sobre el suelo. Como pavimentos de cultivos que se extienden hasta el horizonte, incluso de un estado a otro, toda esta obra humana es consecuencia de una política agrícola federal en completo desequilibrio con la naturaleza. No es de extrañar entonces que las mariposas y un sinnúmero de otras criaturas y plantas tengan que luchar contra estos paisajes tan fuera de toda lógica.
Nuevos sitios de extracción de gas natural han aparecido de manera tan súbita y generalizada, permeando gran parte de las Grandes Praderas y el interior del Oeste de América del Norte, como si enormes perros de pradera alimentados con esteroides hubieran excavado estas grandes extensiones de terreno. Es como estar reviviendo los Viajes de Gulliver. Mientras tanto, minas a cielo abierto generan depresiones inmensas en el suelo como si allí hubieran chocado meteoritos del espacio exterior. Las espectaculares tonalidades rojizas, rojas, doradas y arenosas de estas minas contrastan fuertemente con el terreno circundante, como si ellas, también, fueran obras de arte grabadas, pobres intentos de recreación de un Coliseo romano subterráneo o de un Gran Cañón del Colorado en miniatura. Al tiempo, nuevos aerogeneradores de color blanco brillante, algunos con una envergadura de 126 metros y 90 metros de altura, aparecen como si un cirujano gigante hubiera aplicado puntos de sutura de diferentes longitudes y formas en el suelo y el mar, a pesar de que un sinnúmero de pájaros mueren por el impacto.
Pueblos y ciudades se concentran a lo largo de la costa frente al mar, con pocas defensas para proteger a las comunidades de unas marejadas que probablemente dentro de un siglo serán por lo menos 90 centímetros más alta que ahora. Este mismo riesgo es aplicable a los pueblos y ciudades que se encuentran a lo largo de los ríos, ya sean de caudal grande como pequeño, que por supuesto desean bajar y subir como la marea, desbordándose y, de tanto en tanto, anegando las calles. Aun ciudades de categoría mundial, como Chicago, Sídney, Tokio o Toronto, vistas desde el aire parecen construcciones de LEGO, y, desde el suelo, códigos de barras, por las que automóviles y camiones circulan como hormiguitas atareadas, y los trenes se deslizan como serpientes por el cemento.
Los desiertos, durante largo tiempo avanzadillas yermas de bíblica desolación, están ahora moteados de oasis en forma de pueblos, ciudades y centros turísticos nuevos, con sus casas anidadas entre piscinas azul marino, como si estas fueran un requisito de entrada al vecindario. Lagos relucientes son absorbidos por embalses gigantes, y el agua se evapora en el cielo seco y sin nubes. Un rompecabezas de jardines de un verde improbable destaca entre extensos campos de golf de un verde aún más absurdamente exuberante. Se podría pensar que una nueva escuela de arte llamada “cubismo paisajista” hubiera realizado dibujos torcidos sobre el suelo.
Sin embargo, también hay extensiones excepcionales de suelo sin desarrollar. Caminos como el de los Apalaches, el Continental, el de la Edad de Hielo, el Grande Randonnée, el de la Gran Patagonia, el Natchez, el del Macizo del Pacífico, el Te Araroa y el Tokai brindan la oportunidad de adentrarse durante largas distancias en el corazón y el alma de sus respectivos países. Hay bosques que cubren miles y miles de kilómetros cuadrados, aliviando a un planeta con urgente necesidad de nuevos pulmones para procesar los crecientes niveles de dióxido de carbono (CO2). Cuencas y humedales todavía intactos conservan su lugar natural entre la tierra y el agua, de un valor incalculable como suministro de agua a los pueblos y ciudades corriente abajo, y un hábitat para peces, insectos, pájaros y otras formas de vida silvestre. La agricultura de cercanía prospera en armonía con el terreno y los principios vivificantes de la Ley de Conservación del Suelo del 27 de abril de 1935. Y cada vez más ciudades hacen alarde de sistemas integrados de parques, espacios abiertos y vías verdes, demostrando que la naturaleza puede volver al escenario urbano y mejorar las comunidades tanto biológica como socioeconómicamente.[1]
El suelo nos dice tantas cosas. Y la arquitectura de paisajes, la planificación y el diseño urbano, y la arquitectura tienen que continuar con su tarea pionera de ofrecer un enfoque ecológico al diseño, la planificación y la gestión de nuestros distintos paisajes: urbano, suburbano, rural, regional, social y silvestre. Todo comienza en el suelo, en la naturaleza y en nuestras comunidades, en las múltiples ecologías y economías y culturas que encapsulan nuestro propio terreno, dondequiera se encuentre.
Pero gran parte del suelo ya es urbano, y ese patrón extendido y en expansión de asentamientos no parece tener fin. Así que, ¿cómo podemos hacerlo mejor? Este escenario y estas cuestiones constituyen el tema de La naturaleza y las ciudades: El imperativo ecológico en el diseño y la planificación urbana.
Aun cuando el uso del suelo parece relativamente claro y simple desde el aire, desde el terrero el panorama se hace más complicado, debido a los inevitables detalles. Todos los aspectos de la vida —seres humanos entrelazados con la naturaleza, con mayor o menor éxito— aparecen ante nuestros ojos, penetran en nuestros oídos, se depositan en nuestra piel y nuestra ropa en forma de punto de rocío, humedad, aire seco, luz del sol, brisas vespertinas y temperaturas frescas o cálidas. Esta es mucha información para comprender, incluso dentro del alcance limitado de nuestros sentidos.
Quizás este panorama abarque su jardín o su calle; el único pozo de agua del que usted y su comunidad obtienen agua; un lugar predilecto de reunión; el lugar de vacaciones favorito; una región devastada por sequías, inundaciones o incendios; un lugar que se está recuperando de un terremoto, un desprendimiento, de la delincuencia o la guerra. La imaginación nos puede transportar a cualquier lugar que queramos, pero hay un balance final para esta indagación. Al imaginarse o caminar o viajar o manejar por el paisaje que lo rodea, absorba todo lo que contiene: cada brizna de césped que adorna su jardín o sobrevive en la grieta de una acera; cada campo, plaza o pradera que puede formar parte de su vida cotidiana; cada choza, condominio o mansión que le da albergue; cada árbol, vía verde o parque que embellece su espacio; cada entidad y actividad económica que se le presenta; cada aroma que emana de una panadería o fundición; cada aliento que inspira, que inevitablemente es un cóctel inhalable de los elementos naturales de la Tierra (arena, polen y polvo) y todos los productos químicos provocados por el ser humano, demasiado numerosos para poder enumerarlos.
Ahora que ha visto, escuchado y sentido ese paisaje, imagine que repentinamente está a cargo de la escena. Toda su familia, todo su barrio, aldea, ciudad, región y país dependen de usted. Primero, para que explique cada aspecto de lo que percibe y le dé sentido, ya sea en una asamblea, en un aula o, incluso, en un consejo de dirección de empresa. Y segundo, para vislumbrar, comunicar, planificar y diseñar mejoras a lo que está viendo. ¿Por dónde empezaría? ¿Qué haría? ¿Bajo qué circunstancias haría o podría implementar cambios? ¿Y cómo? ¿De abajo arriba, o de arriba abajo? ¿De manera diplomática, democrática o dictatorial? ¿Cómo piensa mantener, nutrir y quizás cambiar con el tiempo su visión y su cadena concomitante de acciones? ¿Y quién lo hará, bajo qué circunstancias o autoridad?
Este es el terreno que hereda el arquitecto paisajista, el arquitecto y el planificador. Vuelva ahora a su “visión” de lo que quiere que sea el lugar, y considere un proceso por el cual el cambio se busca y concreta prestando atención a tres temas fundamentales y dominantes: la necesidad humana de agua limpia, comida abundante y segura, y cobijo; la necesidad humana de bienestar económico; y la necesidad natural de cuidar y sanar el suelo, la naturaleza en sí. ¿Cómo se puede trabajar con estructura, propósito y significación para brindar satisfacción, valor y bienestar público? ¿Cómo se agrega valor al lugar, las comunidades, ciudades y regiones con diseños y planes que nos liberen del pensamiento único, y nos permitan adquirir una guía de referencia en sus múltiples manifestaciones? De gran importancia también: ¿Qué hacemos, como ciudadanos, como parte de una población urbana cada vez mayor, para reconectarnos con el mundo natural del cual seguimos dependiendo, y cómo adaptamos los beneficios de la ecología a la vida biológica y socioeconómica?
Aunque la naturaleza es el centro de nuestro ser y de cualquier otra forma de vida —planta, árbol, suelo, agua y roca— sobre la Tierra, con demasiada frecuencia nuestras conexiones humanas con la naturaleza pasan a segundo plano frente a los intereses preponderantes de todo tipo que compiten por obtener ventajas sociales y económicas sin estar sujetos a una ética del suelo, como la promovida por Aldo Leopold.[2] Cuando miramos los variados paisajes del suelo, nos preguntamos cómo es nuestro desempeño como seres humanos en el cuidado de este generoso planeta.
Si uno viaja lo suficiente en tiempo y distancia, todavía puede encontrar comunidades y culturas antiguas que viven en contacto íntimo con los sistemas naturales que las rodean Las casas en el Amazonas siguen construyéndose sobre pilotes para permitir las fluctuaciones anuales y estacionales del segundo río más largo y la cuenca hídrica más grande del mundo. Las casas sureñas de los Estados Unidos han usado tradicionalmente los porches delanteros y laterales para proporcionar sombra y cierto alivio del notable calor y la humedad de la estación estival, permitiendo al mismo tiempo la socialización entre vecinos, como se puede observar cualquier día de la semana en Vicksburg, Mississippi, en cuyas calles se alinean las tradicionales “casas escopeta” con umbríos porches delanteros animados por la conversación. Muchos escandinavos todavía usan ingeniosamente la madera y la fina artesanía del tallado para construir unas de las cabañas-casa térmicamente más eficientes del mundo, aun cuando los inviernos nórdicos son de los más duros del planeta. Y cada vez más, las iniciativas LEED (sigla en inglés de Liderazgo en el Diseño Energético y Medioambiental) están ayudando a transformar la nueva arquitectura del mundo en estructuras térmicamente eficientes, desde el Centro Aldo Leopold en Baraboo, Wisconsin, alimentado por energía geotérmica y ganador del Premio LEED de Platino, hasta la revitalización del Área de Mejores Prácticas Urbanas (UBPA) de Shanghái Expo, primer proyecto fuera de América del Norte en recibir un Premio LEED de Platino al Desarrollo Vecinal.
Además de LEED, los arquitectos paisajistas, planificadores, ecólogos y otros diseñaron la Iniciativa de Sitios Sostenibles (SITES). SITES, ahora administrado por Green Building Certification Inc., fue concebido como LEED para el aire libre. SITES fue desarrollado por medio de proyectos pilotos, como los de Andropogon, OLIN y James Corner Field Operations. Entre los proyectos piloto que recibieron certificación se encuentran Shoemaker Green de Andropogon, en el campus de la Universidad de Pensilvania y el Centro Phipps de Paisajes Sostenibles en Pittsburgh, Pensilvania, el Canal Park de OLIN en el Distrito de Columbia y Woodland Discovery Playground de James Corner Field Operations en Shelby Farms, Memphis, Tennessee.
Sin embargo, con el paso de cada generación, cada vez más urbana, las conexiones directas con la naturaleza y sus beneficios se reducen a toda velocidad. En demasiadas ciudades del mundo, la naturaleza se deja para el final. La siguiente historia es más que común:
Hace no mucho tiempo, diez años más o menos, leí en un periódico un artículo que me llamó la atención: Se le pedía a un niño de Harlem, en la ciudad de Nueva York, su opinión sobre la naturaleza. El niño dijo que la brizna de césped que crecía a sus pies, emergiendo de una grieta en la acera de cemento, era para él la encarnación de la naturaleza. Era todo lo que él necesitaba del mundo natural. He aquí un signo de vida silvestre en su calle, su lugar en el mundo. La brizna de césped verde, que de alguna manera se las arreglaba para sobrevivir ocho cuadras al sur del Central Park, proveía de la presencia elemental de la naturaleza en el mundo urbano que era su zona de confort.[3]
Incluso en ciudades agraciadas por representaciones más exuberantes de naturaleza, estos espacios verdes parecen con demasiada frecuencia zonas aisladas para el uso diario o el visitante ocasional, como pequeños museos o zoológicos. No es necesario que sea así, no hace falta que esta sea una aspiración no intencional o una consecuencia de la ignorancia de los múltiples beneficios que la naturaleza nos concede cuando se integra más plenamente en la trama urbana de cualquier pueblo o ciudad, ya sea en Jerusalén o Medellín o Stuttgart, Arkansas. Sabemos cómo hacer mejor las cosas. Los arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores nos han mostrado frecuentemente el camino.
Entonces, ¿cómo es posible que pueblos, ciudades y condados sigan ignorando las llanuras inundables y el nivel del mar, y permitan a propietarios, emprendedores y centros turísticos construir y reconstruir en áreas que sufren regularmente los embates de inundaciones crónicas y marejadas ciclónicas? ¿Cómo es posible que una empresa de servicios públicos viole las reglas de planificación más elementales y de sentido común, y se le permita construir un gasoducto de gas natural de 900 kilómetros por una ruta que no sólo penetra y divide el hábitat crítico de especies raras y en peligro de extinción en bosques nacionales, sino que también atraviesa un área conocida por su soberbio paisaje cárstico y profundas dolinas, poniendo en peligro el acuífero que se encuentra bajo su trayectoria, fuente de capital importancia para el suministro de agua fresca de ciudades, pueblos y granjas de toda la región? ¿Cómo es posible que las compañías mineras no estén obligadas a cerrar el ciclo, contemplando la restauración ecológica y la recuperación de las áreas de proyecto como parte de su negocio? ¿Cómo es posible que se haya elegido a Rio de Janeiro como sede de los XXXI Juegos Olímpicos (agosto de 2016), sabiendo a ciencia cierta que los eventos acuáticos se van a llevar a cabo en la Bahía de Guanabara, cuyas condiciones a veces son equivalentes a aguas residuales sin tratar? Obviamente, quienes han tomado estas decisiones no tienen en cuenta los principios y prácticas del diseño y la planificación ecológica en su visión del mundo, y cuidado con las consecuencias de haber optado por ignorancia y codicia.
La promesa de un diseño y planificación ecológica para beneficiar la salud y el bienestar de nuestras comunidades y ciudades en todo el mundo es suficiente para que nos pongamos en acción, la pongamos en práctica, comencemos a cuidarla. Pero con demasiada frecuencia, al concebir como ciudadanos el diseño y la planificación urbana, dejamos de lado lo obvio: nosotros, los seres humanos, por nuestra mera presencia en casi todas las esferas de la Tierra, somos los participantes esenciales no sólo de la danza eterna con la naturaleza que es parte de la vida y de la condición humana, sino también de la salud y el bienestar general de nuestro propio suelo.
Los ensayistas de La naturaleza y las ciudades revelan que se ha realizado, y se sigue realizando, una labor monumental en el diseño y la planificación ecológica de nuestras ciudades y comunidades en general. Puesto que los arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores lo han hecho repetidamente y en todo el orbe, nosotros, como sociedad, podemos afirmar que sabemos cómo trabajar colaborativamente con todos los demás participantes para proporcionar agua potable, comida y cobijo; reducir la escorrentía en las calles de la ciudades; adaptar áreas propensas a inundaciones y marejadas ciclónicas; ubicar en forma segura un corredor para servicios públicos y diseñarlo para otros fines que no sean sólo un gasoducto de gas natural obtenido por medio de la descontrolada práctica turbulenta del fracking
Pero hace falta progresar aún más, sea cual fuere el lugar donde vivamos, porque el mundo se está haciendo más urbano y las consecuencias del cambio climático y la pobreza, enfermedades, conflictos y guerras son reales. Aquí también, los arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores se han dedicado históricamente al proceso de comprender el mundo natural a nuestro alcance y sus múltiples manifestaciones prácticas, donde los detalles y las interconexiones son importantes. Y con sus diseños y planes, algunos ya centenarios, podemos ver ejemplos de trabajos terminados que han mejorado este mundo. Los paisajistas, arquitectos y planificadores han ofrecido históricamente visiones alternativas a la práctica fallida de la serendipia y el pensamiento único que ha dominado durante demasiado tiempo el punto de vista público y privado.
Los autores de La naturaleza y las ciudades comparten experiencias prácticas y perspectivas de hacia dónde podemos dirigirnos en el futuro. Describen y revelan sus respectivas perspectivas sobre la práctica histórica y contemporánea del diseño y la planificación ecológica en su propio trabajo y en el trabajo de otros. En muchos casos, estos trabajos han supuesto diseños y planes premiados y revolucionarios reconocidos mundialmente. La lectura de estos ensayos es una experiencia reveladora, donde se comparten y exploran pensamientos sobre la naturaleza y las ciudades y se ofrecen visiones reflexivas para el diseño y la planificación. Colectivamente, estos ensayos transmiten la gran esperanza y promesa de un imperativo ecológico en la planificación y el diseño urbano de un método probado en el cual la naturaleza y la cultura, la ciencia y el arte, se unen de manera creativa y fluida para mejorar la vida de todos nosotros.
Como es frecuentemente el caso, los proyectos, diseños y planes grandes tienden a dominar la perspectiva profesional y la capacidad de diseño y planificación para contribuir hacia este bien común. Históricamente, esto ha incluido una amplia gama de actividades, tan grande como el diseño y construcción de parques nacionales y ciudades nuevas, y tan pequeñas como un jardín privado o un centro comercial urbano. Pero para la mayoría de la gente, el diseño y la planificación ecológica sigue siendo una idea y un enfoque que no forma parte de su lenguaje cotidiano. Es en este ámbito donde se necesita realizar un trabajo adicional. En este punto de la historia reside cuánto podemos lograr en una sola generación, siempre y cuando los arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores estén dispuestos a trabajar de maneras nuevas.
Una mujer de Sudáfrica, ciudadana naturalizada en los Estados Unidos, fue inspirada por los poderes curativos de la naturaleza. Era muy reconocida y respetada en la comunidad donde vivía. Era una líder silenciosa pero persistente en el esfuerzo de hacer retroceder el entorno edificado e integrar la naturaleza más plenamente en las áreas de nuestra vida cotidiana en la ciudad. Aun después de haber sido diagnosticada con cáncer terminal, siguió prestando servicio a su comunidad y a sus compañeros de enfermedad como si siempre fuera a existir un mañana. Cuando falleció, fue recordada con un nuevo jardín de serenidad, adyacente a un parque existente a lo largo de un río popular. Cuando la ciudad inauguró públicamente el nuevo parque en su memoria, se reunió una desbordante multitud en un caluroso día de verano.
El administrador municipal fue uno de los primeros en hablar. Poco después de dar la bienvenida a todos los presentes y expresar el propósito de la reunión, comenzó a compartir este mensaje:
Hay algo llamado “sentido de lugar”. Es un término a veces difícil de describir, pero sin duda sabemos identificarlo cuando lo vemos, ya sea un jardín conmemorativo como este, un barrio, edificio o paisaje histórico, toda una comunidad o incluso una región. Como funcionarios públicos, nos esforzamos por cultivar el sentido de lugar de muchas maneras: proporcionando, obviamente, los servicios y la infraestructura necesaria para todos, pero también estableciendo conexiones con el mundo natural. Aunque vivamos cerca de uno de los parques nacionales más conocidos y visitados, necesitamos que la naturaleza vuelva a la ciudad de forma que se convierta en una experiencia diaria, plenamente integrada en el tejido de nuestro ser. Exactamente como Anne-Marie hubiera querido.[4]
Nos atrevemos a decir que, hace 30 años, la expresión “sentido de lugar” era una quimera o incluso un espejismo que no tenía cabida en nuestra vida cotidiana, y mucho menos en la política pública. Sin embargo hoy, tal como lo expresó este joven administrador municipal, el término ha sido aceptado y adoptado plenamente. Hasta escuchamos a los maestros de todo nivel institucional proclamar la necesidad y el éxito de la educación “basada en el lugar”, donde lugar se refiere, por supuesto, a los procesos entrelazados de lo natural y lo humano.
A medida que el mundo se hace más urbano, incluso para aquellos que siguen ligados al suelo rural, existe la necesidad de integrar un “diseño y planificación ecológica” en nuestro ser colectivo, en nuestras vidas cotidianas, de maneras fundamentales, al igual que el “sentido de lugar” fue adoptado tan rápidamente por la generación precedente. Mientras la arquitectura de paisaje, la planificación y el diseño urbano, y la arquitectura continúan propugnando una visión “verde” de un mundo mejor por medio de proyectos específicos, tanto grandes como pequeños, públicos como privados, hará falta acercarse a lo local, a la persona común, al lugar común, para que esta visión sea expresada, apreciada, aceptada y adoptada más plenamente, hasta el punto en que el diseño y la planificación ecológicos se conviertan en algo reflexivo, un factor esencial que proporcione una vida saludable a los seres humanos y a la forma de vida con la que compartimos patria. Curar a la Tierra, nuestro hogar, es curarnos a nosotros mismos.
En muchos campos profesionales e iniciativas humanas, ya se ha alcanzado la visión verde de una infraestructura ecológica. En los lugares donde esta visión ha podido arraigar, vemos como un enfoque ecológico promueve la interacción necesaria entre lo biótico y lo abiótico. El establecimiento de una cuenca hidrográfica, por ejemplo, como una unidad primaria de análisis, conservación y preocupación, ha conducido a un fructífero trabajo sobre el desagüe de los alcantarillados (CSO, por sus siglas en inglés) dentro del sistema hidrográfico, ofreciendo a los ciudadanos una fuente segura de agua. Es fácil quedar impresionado por el avance de los jardines de lluvia y la escorrentía reducida, y otras soluciones creativas que imitan los procesos naturales del enriquecimiento biótico. Una mayor integración de las capacidades ecológicas, socioeconómicas y políticas en comunidades específicas y en los entornos urbanos en general ofrecen una vía probada para que los arquitectos paisajistas, arquitectos y planificadores puedan imaginar mejoras a cualquier escala e implementarlas por medio de la integración y el diseño comunitario.
Cada uno de los autores de La naturaleza y las ciudades ofrece un sentido de dirección, propósito y modelo de cómo la arquitectura de paisaje, la arquitectura y la planificación pueden seguir progresando y legitimándose, participar en todos los niveles de la vida comunitaria y en todas las ciudades y pueblos del mundo. Esto bien puede significar que una nueva generación de profesionales tendrá que explorar alternativas al tradicional despacho de diseño y planificación, y convertirse en instrumentos de ilustración y cambio en profesiones que tanto lo necesitan, como la ingeniería, el transporte, los servicios públicos, la agricultura, las industrias de recursos naturales y el desarrollo comercial, que, con muy pocas excepciones, se han quedado anticuadas.
Imagínense a ingenieros adoptando los principios del diseño y la planificación ecológica al crear caminos, lotes de estacionamiento, carreteras interestatales, embalses y demás infraestructuras básica. Imagínense a los gestores municipales o de los sectores agrícola, industrial, de transporte y servicio público abandonando el pensamiento único y adoptando algo más grandioso y efectivo para brindar beneficios de lo que lo haría una única iniciativa. Imagínense a un joven que pueda nadar en las aguas limpias de la Bahía de Guanabara, una compañía de servicios públicos que encuentre un camino seguro, y no necesariamente el más corto, para distribuir electricidad y gas natural, una corporación que construya lotes de estacionamiento que filtren y reciclen la escorrentía, una ciudadanía que sepa que toda la vida humana comienza y termina con la naturaleza, fuente de toda vida. Imagínense todo eso.
George F. Thompson es fundador de la editorial George F. Thompson y autor y editor de siete libros, incluido Ecological Design and Planning (Diseño y planificación ecológica), con Frederick R. Steiner (John Wiley, 1997; 2007), y Landscape in America (El paisaje en los Estados Unidos) (Texas, 1995). Frederick R. Steiner es decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Texas en Austin y titular de la Cátedra Henry M. Rockwell de Arquitectura. Armando Carbonell es senior fellow y director del Departamento de Planificación y Forma Urbana del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
Fotografía por Iwan Baan, cortesía de James Corner Field Operations
Colaboradores de la Naturaleza y las ciudades
José M. Almiñana, Andropogon Associates, Filadelfia
Timothy Beatley, Universidad de Virginia
James Corner, James Corner Field Operations, Ciudad de Nueva York, y Universidad de Pensilvania
Susannah Drake, dland studio, Brooklyn, Nueva York
Carol Franklin, Andropogon Associates, Filadelfia
Kristina Hill, Universidad de California-Berkeley
Nina-Marie Lister, Ryerson Polytechnic
Elizabeth K. Meyer, Universidad de Virginia
Forster Ndubisi, Universidad de Texas A&M
Laurie Olin, Olin, Filadelfia, Los Ángeles y Universidad de Pensilvania
Kate Orff, SCAPE, Ciudad de Nueva York
Danilo Palazzo, Universidad de Cincinnati (anteriormente Universidad Politécnica de Milán)
Chris Reed, Stoss Landscape Urbanism, Boston, y Universidad de Harvard
Anne W. Spirn, Instituto de Tecnología de Massachusetts
Charles Waldheim, Universidad de Harvard
Richard Weller, Universidad de Pensilvania
Kongjian Yu, Universidad de Pekín y Turenscape, Beijing
Referencias
[1] A lo cual Yi-Fu Tuan, el renombrado geógrafo, respondió: “¿Fue Andy Warhol quien dijo tener preferencia por la ciudad? ¿Por qué? Bueno, uno puede encontrar la naturaleza en la ciudad, pero no puede encontrar la ciudad —ni siquiera una pequeña muestra— en medio de la naturaleza”. Correspondencia electrónica personal a George F. Thompson. 23 de octubre de 2015.
[2] Leopold, Aldo. 1949. A Sand County Almanac. New York, NY: Oxford University Press.
[3] Thompson, George F. 2010. “Our Place in the World: From Butte to Your Neck of the Woods.” Vernacular Architecture Forum. No. 123 (Primavera 2010): 1 y 3–6; citado en 1.
[4] Thompson, George F. 2014. Notas a la inauguración oficial de Serenity Garden, Waynesboro, Virginia. Junio de 2014
Universities are involved in the development of their immediate neighborhoods for a variety of reasons. For some, it is a matter of self-preservation and marketing, as neighborhood deterioration and disinvestment can negatively affect student enrollments. Other institutions are driven primarily by the need for new or updated facilities, such as laboratories, classrooms, student housing or athletic fields, which require expansion beyond existing campus boundaries, or by a long-standing commitment to neighborhood redevelopment. However, in tight urban real estate markets, where renters and low-income households already feel the threat of displacement, university expansion plans can serve to intensify residents’ apprehensions and lead to complicated land use disputes.
Universities have responded to disinvestment and dilapidation in their neighborhoods by using a variety of strategies. These include the acquisition and rehabilitation of abandoned buildings or vacant properties; support of faculty and staff home ownership in the area; improvement of local public services, including public schools and public safety programs; redevelopment of key nonresidential and commercial properties; and, at times, the encouragement of community involvement in the redevelopment process. New development often requires a fresh approach to architecture and urban design, since historically many institutions deliberately cut themselves off from their neighbors. Steve Cottingham, of Marquette University in Milwaukee, refers to this new approach as “weaving in, rather than walling out.”
Even when universities succeed in securing new development sites, they have to balance many competing demands. For example, donors favor signature buildings; the city requires regulatory compliance; neighborhood activists call for input into the school’s expansion plans, as well as benefits from that expansion; parents want a safe environment for their children; and students desire retail and entertainment options, as well as housing and security. Meeting all of these demands is difficult and none of the possible responses speaks directly to furthering the core educational mission of a university.
Roles and Responsibilities of Urban Universities
Last February, the Lincoln Institute, the Great Cities Institute of the University of Illinois at Chicago and the Urban Land Institute convened a group of executive-level university administrators involved in real estate decision making to address these issues. The seminar participants discussed specific real estate development cases as well as general concerns, such as finance and taxation, internal organizational structures, working with developers, and community involvement. Participants were interested in the technical aspects of urban development, but also in the expectations and accompanying responsibilities placed on universities in an urban context.
Universities remain one of the few examples of long-established, place-based institutions in urban areas, and they typically have a significant physical presence in their communities. While their faculty, staff and students place many demands on local public and private services, from increased traffic and police protection to escalating housing costs, universities also provide considerable cultural, social, intellectual and economic benefits. The well-known identity of most universities contrasts with that of private-sector corporations that frequently merge and relocate to suit their changing needs and to respond to the highly competitive, globalized economy. Universities typically do not have this option, so they depend on (and contribute to) the health and vitality of their local communities to protect their vested interests. The quality of the surrounding environment directly affects the competitive advantage of a university, which is crucial to attracting and retaining the best students and faculty. In turn, communities increasingly look to universities to fill the gaps left by departed corporate leadership.
Broad Street Development in Columbus, Ohio, exemplifies this kind of university-community interdependence. Campus Partners, a nonprofit redevelopment corporation started by Ohio State University, has secured the purchase option for this 1,400-unit, scattered-site public housing project. Broad Street’s Section 8 contracts from the U.S. Department of Housing and Urban Development (HUD) have expired or are about to expire. Typically, when the federal government restructures or extends these contracts there is a significant reduction in the rent subsidy available to low-income households and little or no money available for rehabilitation of the properties. Campus Partners is working with local organizations to implement a better level of management and structural rehabilitation than is typical for Section 8 projects. Although this housing redevelopment is unrelated to Ohio State’s mission, and the university was initially reluctant to take on the responsibility, when faced with the likelihood of continued physical decline near the campus, the university decided there was no other option than to pursue the project.
As universities expend resources on local revitalization projects, they often set other forces in motion that may alter or threaten the cultural and demographic identity of the neighborhood. Real estate development can contribute to increases in the value of the land and community amenities, but it can also displace existing residents and businesses that cannot compete in tighter and more expensive land and housing markets. Seminar participants debated the responsibility of universities to address neighborhood gentrification and housing shortages due to rising land markets in the same way they previously responded to neighborhood decline. The University of Chicago, for example, has long invested in making its neighborhood an attractive residential community. Now, that strategy is being challenged because many long-term residents, both university employees and other urban dwellers, can no longer afford to live there.
Universities also face challenges from falling land markets. For example, some universities are surrounded by privately owned housing that caters to students, and those landlords often engage in short-term management practices to maximize their profits. Substandard property maintenance, coupled with high turnover of rental units, can lead to rapid deterioration in the housing stock. This behavior can either start or reinforce the process of declining property values and neighborhood deterioration-a process that fails to benefit either the university community or the neighborhood. Such a situation recently motivated the University of Pennsylvania to enter into a partnership with the Fannie Mae Corporation, First Union Bank and Trammell Crow Company to preserve and develop moderate-cost rental housing options for the broader community, and to provide high-quality management of the units.
Employer-assisted housing (EAH) strategies have also been used by the University of Pennsylvania and other universities to promote home ownership for their faculty and staff. Jim Gimpel, of the University of Illinois at Chicago, underscored the value of developing housing for staff, including the custodial, clerical and food service workers who are crucial to a university’s operation yet are among the lowest paid employees. With EAH, a university provides financial incentives, such as down-payment assistance, forgivable loans or a mortgage guarantee, to help employees purchase existing local homes. In some cases, a university may even develop the housing, but will rarely manage it. Sandra Lier, now at the University of Washington, drew on her experiences at the University of California at Irvine, which developed a faculty housing complex. After it was completed, an intermediary took over the management of the housing so that applications and complaints would be handled by the management firm rather than the university itself.
Town-Gown Tensions
Increasingly, communities are holding universities accountable for their development actions that affect the surrounding neighborhood. Historical town-gown antagonisms, coupled with the high expectations that communities hold for universities, mean that good will is more easily eroded than earned. For example, in the mid-1990s, without public input or consultation, Marquette University decided to close a major thoroughfare to traffic and create new green space for the campus. Although the plan was never carried out, the university lost much of the good will it had gained through earlier, highly successful development projects.
Openly discussing university plans with the community can help keep a project on track and avoid compromising situations when unforeseen obstacles arise, according to Terry Foegler of Campus Partners in Ohio. For example, the University of Minnesota, Twin Cities recently implemented a mandatory Neighborhood Impact Assessment that makes the university’s planning vision accessible to the public and requires the university to consider alternatives to its master plan, including the option to stop building in certain locations.. However, while community groups want universities to make their plans known, university real estate developers are generally averse to publicizing their acquisition plans, and they commonly establish a 501(c)(3) nonprofit corporation when purchasing land or properties. By buying “blind” (i.e., blind to the seller), the university is protected from the likely premium that sellers would demand were the buyer (and its presumed deep pockets) known. This is an example of how universities are often held to higher standards of development, and it is one area where the university and the community will likely continue to disagree, according to seminar participants.
The contentious issue of tax-exempt status for nonprofit educational institutions was addressed at the seminar by Joan Youngman, senior fellow and director of the Lincoln Institute’s taxation program, and Bill Stafford, finance director for the City of Evanston, Illinois, the home of Northwestern University. After churches, universities are in the strongest legal position with respect to their tax-exempt status. Still, the issue is confusing because vested interests are clear, yet are clearly in opposition. In practice, the property tax is a hybrid consisting of a user charge for services and a wealth charge based on the property’s value. Many municipalities favor user charges or fees-for-services, as opposed to property taxes, to obtain revenue from a university, and the race for revenue can lead municipalities to creative ideas. For example, one California city wanted to charge a university for its scenic view. Universities, on the other hand, feel there is some ambiguity with respect to what benefits they actually receive from municipalities, since universities provide many of their own services, such as street plowing and campus police protection.
Despite the controversial negotiations between universities and municipalities around property taxes and payments in lieu of taxes (PILOT), the actual payments may be relatively small, according to Youngman. Depending on the size of the city and the diversity of its local economy, the university payment may not be a meaningful share of local revenues, and several seminar participants confirmed this observation. Smaller cities tend to look to their universities as a more important source of revenue than do large cities, and controversy over tax-exempt status tends to escalate when universities expand their activities beyond their traditional and clearly academic roles. For example, when a university owns property that contains not only research offices and laboratories but also a bookstore, a Starbucks and a Kinko’s, should it be tax-exempt? Frank Mares, of DePaul University in Chicago, described a mixed-use project in which specific university uses are tax-exempt while the parking garage and retail spaces are taxed, essentially creating separate taxing districts.
Stafford of Evanston pointed out that there are legitimate public policy questions regarding the uses and abuses of nonprofit organizations. The nonprofit status of universities stems from the long-held belief that they contribute to the public good. However, this privileged status was based on an implicit understanding that the university did not make a profit on its activities. There are currently numerous examples of ways universities challenge this assumption. For example, when professors market themselves as consultants, working from their university-provided offices and capitalizing on the university’s “brand name,” are they acting in the public interest? Furthermore, the endowments of many universities exceed the operating budgets of the cities and towns in which they reside. Stafford concludes, “the university, at best, is a subsidized citizen.”
Yet, from the perspective of the university, increasing competition has forced universities to walk a fine line between remaining faithful to their missions and vying with other institutions to recruit and retain students and faculty, and to meet ever-growing demands for newer athletic and academic facilities, bigger and better dorm rooms, or more sophisticated telecommunications resources. The role played by universities in their communities has altered considerably over the past few decades and, at a minimum, further clarification of public policy intent and tax law regarding tax-exempt status needs to be revisited.
While the university must address the concerns of its local community, it also faces pressures to respond to broader regional goals. Local governments increasingly view universities as engines of economic development-both programmatically and physically-and as “economic anchors” in the city. Norma Grace, of the University of New Orleans, remarked on a common expectation that universities will create jobs and help local entrepreneurs, yet due to increasing budget demands universities have few resources to support this community goal. As one participant put it, the university cannot be only a real estate developer, because there are consequences to its actions; it needs to be a community developer as well. Hank Webber, of the University of Chicago, stated, “We’re not malevolent, we’re just wrong a lot of the time.”
Best Practices for the Future
Because most universities will remain in their current locations indefinitely, their futures will continue to be intertwined with their surrounding neighborhoods. However, the inevitability of future change and persistent development pressure highlights the differences between universities and the private real estate sector. Profit and speed motivate private developers-two qualities not usually associated with universities, particularly public institutions. Furthermore, given the broader mission of a university, short-term, market-oriented thinking is not always suitable. It is clear that future prospects for university expansion remain a complex challenge, especially in urban areas where land available for development is limited and expensive.
This seminar was intended to begin a dialogue among university officials responsible for campus development, and it will reconvene next year in an effort to add to our knowledge of the ways urban universities’ real estate development activities contribute to the revitalization of their cities. Many seminar participants expressed an interest in institutionalizing community and real estate development practices, and they stated a preference for examining cases in depth, with input from city officials, community leaders and university administrators, to uncover the complexities of an individual project. Seminar cochairs David Perry and Wim Wiewel, of the University of Illinois at Chicago, have begun collecting such cases to use in future seminars and to broaden the ongoing debate on this topic.
Allegra Calder is a research assistant and Rosalind Greenstein is a senior fellow and cochairman of the Planning and Development Department at the Lincoln Institute.
For most of its history the American university has been treated as an enclave—a scientific and reflective ivory tower removed from the subjective turmoil of the city. More recently the university has come to be viewed by many public officials and analysts as a driver of overall urban development.